El Premio Nadal, la cuadratura (negra) del círculo
Estuvimos en la entrega del Premio Nadal, que este año ha reconocido el género negro de Víctor del Árbol, al que precede un notable éxito en Francia. Tan antagónicos son el azar y los premios literarios como difícil es que una editorial premie a un autor que no sea de la casa.
Dicen que es más fácil creer en los milagros que en los premios literarios, pero en cuestión de fe, la ceguera manda. De lo que no hay duda es de que la suspicacia nunca está de más, a fin de cuentas es el sentimiento más inocuo para reclamar una transparencia que –¿por qué no decirlo?- nunca sobra, incluso en el mundo de las letras. La noche de Reyes se concedió el Nadal, el premio literario con más tradición en este país donde tan pronto festejamos con exuberancia y espectáculo el aniversario de Cervantes como pronto olvidamos que de lo que se trata es de leerlo.
El Nadal atesora aquello que el sociólogo francés Pierre Bourdieu denominó capital simbólico: su valor reside en los galardonados, obtener este premio, como ayer recordaba Víctor del Árbol al recoger el galardón por La víspera de casi todo, significa inscribirse en la historia viva –viva a pesar de los embistes que sufre- de la literatura española, significa entrar a formar parte de un canon que, desde fuera de la academia, se ha ido dibujando a través de los años y que sigue encabezando Carmen Laforet. La autora de Nada no sólo fue la ganadora de la primera edición del certamen en 1944, sino que se ha convertido en un referente literario de calidad. Ayer, más de uno suspiraba entre esperanzas, más bien vanas, por que el Nadal 2016 recayese en una nueva Laforet, “ojalá un nuevo Juan Marsé”, exclamaba alguien, mientras otros recordábamos cuando nombres como Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Sánchez Ferlosio o el demasiado olvidado Álvaro Cunqueiro abrían las portadas de los diarios del 7 de enero como los autores galardonados con el Nadal.
Tempus fugit dicta el dicho latino, y nada mejor que el panorama literario actual para comprobarlo; si bien una no sabe si verdaderamente 2015 fue el año con la peor cosecha literaria -¿el 2014 fue mejor?-, si es cierto que no son tiempos cualitativamente boyantes para las letras. Ni para las letras ni para la facturación que éstas deben producir para que la gran maquinaria editorial funcione; “este año no pueden arriesgar”, me comenta un periodista, este año, a diferencia del anterior, el premio no despierta a ningún autor dormido, este año el Nadal va a un valor seguro. “El éxito y el reconocimiento en Francia de Víctor del Árbol es la prueba de que aquí tardamos en reconocer a nuestros autores”, comenta alguien orgullosa del premiado, que, sin bien lejos de ser aquel escritor dormido, aquel filólogo y traductor que era José C. Vales, ha obtenido su mayor éxito en el extranjero, en concreto en Francia.
El caso de Víctor del Árbol no es nuevo, recuerda al de Alicia Giménez Bartlett, cuyas novelas protagonizadas por la detective Petra Delicado fueron aplaudidas en países como Italia, Francia o Alemania mucho antes de que la hoy Premio Planeta 2015 fuera definida, hasta la más absurda reiteración, como la “gran dama de la novela negra”. Casos similares y, a la vez, casos distintos y es que Giménez Bartlett fue también una escritora dormida cuando en 2011 recibía el Nadal, pues se premiaba Donde nadie te encuentre, novela que escapaba del género negro y descubría a una autora que, a pesar de las etiquetas, rehuía del encasillamiento por género. Este año, sin embargo, la apuesta es segura, dicen los entendidos, autor reconocido, autor cuya anterior novela, Un millón de gotas, tuvo buena acogida entre el público español y novela negra, género en boga gracias a una demanda creciente y no se sabe –digámoslo, así- cuán espontánea.
La cuadratura del círculo, así podría definirse este Premio Nadal 2016; una cuadratura que, a diferencia del lance de dados de Mallarmé, bien parece abolir el azar. Y es que tan antagónicos son el azar y los premios literarios como difícil es que una editorial premie a un autor que no sea de la casa. “La regla de oro de todo premio es que el premio quede en casa”, ninguno parece escapar de la endogamia empresarial, pero “hay que comprenderlo”, me dicen, “hay mucho dinero en juego”. Y ante tales declaraciones una enmudece, pues de la misma manera que años atrás Juan Marsé recordaba a una inverosímilmente premiada Maria de la Pau Janer que una cosa era la vida literaria y otra la literatura, una cosa es la literatura y otra el mercado. Y los premios, todos y cada uno de ellos, se encuentran en el equilibrio precario entre ambas esferas que, como recuerda Barral en sus memorias, están condenadas a entenderse. Considerando imposible –si bien todo imposible no es más que acomodaticia aceptación- la ruptura de este matrimonio, lo único que cabe esperar es que en esta cuadratura del círculo, la calidad literaria sea uno de los vértices. La historia reciente de los premios literarios –y no me refiero en exclusiva al Nadal- nos ha demostrado más de una vez que la calidad literaria es, en ocasiones, un elemento superfluo, completamente prescindible, en cuestión de reconocimientos.
El año pasado, el Nadal no sólo despertó a un autor dormido, sino que descubrió una más que notable novela. Este año, los lectores más críticos de género negro, aplauden al premiado. “Victor del Árbol es un buen autor de novela negra”, dicen y confiando en sus palabras, a la espera de leer la novela, una sólo puede recurrir al dicho italiano y esperar “che Dio ce la mandi buona”.
Comentarios
Por JUAN MARTÍNEZ, el 09 enero 2016
El año pasado leí «Un millón de gotas» y me pareció un libro malo. Personaje español que se expresa en un perfecto ruso a los pocos meses de estar en la URSS, coincidencias que mantienen un argumento imposible, intentar impactar página a página a base de trampas. Si su modelo ético es Camus y su modelo estético Marsé me parece que tras un mareo provocado por la prtenciosidad perdíó la pista que a ellos lleva.