El Real triunfa con una ‘Tosca’ demasiado oscura
El Teatro Real cierra su temporada con ‘Tosca’ de Puccini en una oscura producción del dramaturgo Paco Azorín y una impecable dirección musical de Nicola Luisotti. La soprano estadounidense Sondra Radvanovsky triunfó en el estreno. El público madrileño le obligó a repetir el aria ‘Vissi d’arte’ en el segundo acto. El tenor Joseph Calleja y el barítono Carlos Álvarez completaron un elenco casi perfecto para una noche inolvidable.
Cuando se habla de Tosca existe cierto consenso en que se trata de una obra redonda, perfecta. Una ópera en la que el libreto de Giuseppe Giacosa y Luigi Illica –basado en la obra de teatro del mismo título, estrenada en 1887, de Victorien Sardoy– y la partitura de Puccini se funden con una asombrosa clarividencia anticipando, en cierto modo, lenguajes artísticos posteriores como el cinematográfico. Cuando el maestro de Lucca estrenó Tosca en el Teatro Costanzi de Roma en 1900 habían pasado escasamente cinco años desde que los hermanos Lumière asombrasen al París de finales del XIX con los 46 segundos de proyección que según los historiadores marcarían el principio del cine comercial. No es extraño, entonces, que tanto Nicola Luisotti como Paco Azorín coincidan en calificar Tosca, la quinta ópera de Giacomo Puccini, como «una verdadera película». Ellos son director musical y director de escena respectivamente de la producción que el Teatro Real estrenó el domingo. Serán 16 funciones, con tres elencos extraordinarios, (Ana Netrebko y Jonas Kaufmann incluidos) para poner punto final a una de las temporadas más complicadas que ha tenido que afrontar el coliseo madrileño en las últimas décadas.
Pongámonos en situación. Roma es un personaje fundamental en Tosca debido al contexto histórico en el que se desenvuelve la trama. El libreto deja claro que la acción se desarrolla entre la mañana del 17 de junio de 1800 y el amanecer del día siguiente. En aquel momento, la ciudad vivía un estado de terror. Tras unos meses de República, instaurada tras la invasión napoleónica en 1798, el Ejército austriaco volvió a hacerse (momentáneamente) con el poder, y desde finales de 1799 comenzó en la ciudad una feroz campaña de limpieza de liberales o de cualquier persona que se hubiera comprometido bajo el dominio francés. Ese día, desde el frente, llegan noticias contradictorias sobre la batalla de Marengo. Al empezar el día, Roma cree que las tropas napoleónicas han sido derrotadas, pero al acabar la jornada se confirma la sorpresa de la derrota de las tropas austríacas.
Sobre estos mimbres se teje el vertiginoso y trepidante triángulo amoroso que Puccini convirtió en una de las óperas más famosas y solicitadas de la historia. Pero también en una obra muy peliaguda para los directores de escena. Tosca es tan redonda que cualquier cambio o añadido ha de estar perfectamente justificado para que el resultado funcione. No caben términos medios. O se opta por deconstruirla (como hizo, por ejemplo, Robert Carsen con su discutida producción de teatro dentro del teatro) o se afronta tal y como es (como la apabullante versión de David McVicar para la Ópera Metropolitana de Nueva York que casi replica los escenarios originales en los que se desarrolla la acción). En Tosca las medias tintas son arenas movedizas.
La propuesta de Paco Azorín es una coproducción del Gran Teatre del Liceu de Barcelona y de La Maestranza de Sevilla que se estrenó en 2014. El director de escena murciano intenta, con muy buenas intenciones, construir una película de cine negro, pero, tal vez, sea ese el mayor de sus problemas: su Tosca resulta demasiado oscura. Demasiado negra de principio a fin. Es como si ya desde el primer acto se nos estuviera anticipando la tragedia que vendrá sin dar ni una opción a la sorpresa, al devenir de las cosas (por más que nos sepamos la historia de carrerilla).
Es cierto que el primer acto de la ópera comienza con un suceso inquietante: Cesare Angelotti, antiguo cónsul de la extinta República romana, huye de la prisión del castillo de Sant’Angelo hasta la iglesia de Sant’Andrea della Valle para esconderse en la capilla de su panteón familiar. Y termina con una representación estremecedora: el Te Deum con el que Scarpia, el malvado de la historia, celebra las primeras noticias que llegan desde el norte anunciando la presunta victoria de los austriacos sobre Napoleón en la batalla de Marengo.
Pero entre medias, el primer acto de Tosca es luz y juego amoroso. Es la declaración de amor de un hombre a una mujer y a la belleza. Es la recóndita armonía de la felicidad de quien está enamorado y es correspondido. Es la espectacular luz dorada que flota en las mañanas de verano en la nave central de una de las iglesias más bellas de Roma y la maravillosa música que Puccini escribió para que tenor y soprano cantaran al mundo su amor y sus planes de futuro. ¿No resultaría mucho más dramático que sea en ese escenario de luminosidad sobrecogedora, en esa iglesia donde nos sería muy complicado imaginar que algo malo pudiera ocurrir, donde Scarpia, el villano entre los villanos, siembre la semilla de los celos en la protagonista?
Cuentan los historiadores que el propio Puccini proporcionó a su escenógrafo una foto de la impresionante galería Carracci en el Palazzo Farnese para situar en ella el despacho de la guarida del barón Vitellio Scarpia, el abyecto y lascivo jefe de la policía absolutista de Roma, donde se sitúa la acción del segundo acto. Se trata de una habitación rectangular, en el segundo piso, con bóveda de cañón lujosamente decorada con frescos de los hermanos Carracci. Paco Azorín prescinde también de la suntuosidad de este edificio y sus aposentos. Probablemente Scarpia se habría sentido mucho más seguro de sí mismo tratando de seducir a la protagonista rodeado de lujos que en la penumbra de una especie de patio frío y oscuro. Una vez más Azorín decide sacrificar el extra de dramatismo que ofrece un entorno palaciego en el que se tortura, se viola y se asesina.
Las cosas tampoco mejoran en el tercer acto. Pese a un cambio escenográfico impresionante –y a la vista del público– que dura unos 4 minutos y en el que se utiliza todo el potencial de la maquinaria del teatro, la terraza superior del Castillo de Sant’Angelo se transforma aquí en una especie de hangar que recuerda más a una estación de tren. Ni rastro del bronce del arcángel San Miguel envainando su espada, obra de Pierre van Verschaffelt ni de los tejados de Roma, incluida la cercana cúpula de San Pedro, recortándose contra la luz del amanecer. En su lugar, una gigantesca proyección de una exageradísima Luna llena y metal, mucho metal.
El director de escena también nos lleva a pensar desde el principio, al aparecer una mujer desnuda en escena como metáfora de la revolución, que su propuesta vaya a navegar por un terreno más radical del que finalmente propone. Pero no. La metáfora termina por no aportar gran cosa.
El pasado domingo, día del estreno, la gran triunfadora de la noche fue la soprano estadounidense Sondra Radvanovsky. Cantó con garra, potencia y gusto y muy metida en el papel. En el segundo acto los aplausos del público le obligaron a bisar el aria Vissi d’arte que Paco Azorín le hace cantar tirada boca arriba en el suelo y de rodillas. Parte del público le pidió a gritos que la cantara esta vez de pie, pero haciendo gala de una gran profesionalidad volvió a interpretarla siguiendo las indicaciones del director de escena. Esto supuso además que el barítono Carlos Álvarez, que interpreta el papel de Scarpia, tuviera que estar también tirado por los suelos junto a la soprano un espacio de tiempo que se le tuvo que hacer eterno. Álvarez proporcionó un Scarpia que se apoyó mucho más en su enamoramiento imposible de Tosca que en su maldad absoluta. El resultado fue un personaje con más recorrido que el villano al uso que suele verse en otras Toscas. El barítono malagueño canta con muchísima seguridad y haciendo gala de ese elegantísimo timbre. Estuvo impecable.
El tenor maltés Joseph Calleja interpretó a un Mario Cavaradossi muy creíble y amable. No arriesgó ni en la Recondita armonia del primer acto ni en E lucevan le stelle del tercero, pero su canto es afectuoso y acariciador, algo que le va como anillo al dedo al personaje. Hizo gala de una voz potente, pero al mismo tiempo supo utilizar la mezza voce en su beneficio, con resultados de gran plasticidad.
Nicola Luisotti desde el foso cuidó a los cantantes sin descanso, pero al mismo tiempo logró una Tosca vibrante de la orquesta del Teatro Real. Se nota que es un experto en Puccini y que Tosca es una de sus óperas favoritas, como él mismo ha reconocido en varias ocasiones.
Puedes consultar aquí las fechas y los elencos de Tosca en el teatro Real.
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