El Reloj del Apocalipsis: Cómo vencer a los zombis

El reloj del fin del mundo.

A principios de año, el popular Reloj del Apocalipsis se situó a tan sólo 90 segundos de la medianoche, que simbólicamente marca el momento en el que una gran tragedia nuclear acabará con todo y con todos. Nunca antes habíamos estado tan cerca del fin del mundo, aunque sea en sentido metafórico. Claro es que esta metáfora está inspirada por amenazas muy reales, principalmente por la insistencia de Rusia en recordarnos, un día sí y otro también, que tiene armas nucleares y que cualquier día puede tomar la decisión de acabar con la resistencia ucraniana pulsando un botón y desatando así una probablemente definitiva Tercera Guerra Mundial. Pero frente a tanto relato distópico, estamos volviendo, poco a poco, a despertar, a movernos y a construir nuevos relatos transformadores y capaces de integrar las diferentes luchas sociales y ambientales, con las movilizaciones por el clima como eje.

El Reloj del Apocalipsis no es más que uno de los muchos ejemplos de lo fácil, e incluso, por qué no decirlo, de lo excitante que nos resulta pensar en el fin del mundo o en futuros distópicos que son incluso peores que el Juicio Final. Futuros que nos dibujan escenarios de pesadilla en los que los seres humanos ya no somos dignos de tal nombre. O en los que nos hemos convertido, directamente, en zombis.

“Ahora bien, ¿de qué es síntoma esta nueva inquietud apocalíptica?”, se pregunta el profesor y filósofo José Luis Villacañas en el capítulo que escribe para el libro colectivo Dentro de 15 años. ¿Escenarios improbables?, de la Fundación Empresa y Sociedad. Y se interroga: “¿Es posible que mediante la nueva invocación del intenso miedo a la catástrofe se estén activando los reflejos de que vamos por un camino evolutivo equivocado? ¿Es posible que mediante este modo de extremar las inquietudes y el miedo estemos tratando de activar las exigencias de innovación?”.

La respuesta es clara: sabemos, o al menos intuimos, que vamos por mal camino. Pero la inercia es tan fuerte, nos cuesta tanto pensar en que haya alternativa, que no somos capaces de imaginar que se pueda cambiar de rumbo. Al igual que los zombis de la ficción, nuestra sociedad persiste e incluso parece que quiere acelerar en su propio proceso de autodestrucción caníbal. Pues al fin y al cabo nos estamos comiendo a nosotros mismos, aunque no seamos conscientes de ello. En este contexto de policrisis climática, económica, política, civilizatoria y moral nos urge, más que nunca, echar mano del freno de emergencia para evitar el colapso. Pero, ¿cómo conseguirlo? ¿Es posible vencer a los zombis y al resto de los monstruos distópicos? ¿Podemos derribar al Goliath del invencible y arrollador turbocapitalismo cuando controlan hasta el mercado de las hondas y las piedras?

Lo que sí es factible y está a nuestro alcance, al menos, es ensanchar el horizonte de lo posible. Lo hemos hecho muchas veces, y volveremos a hacerlo en el futuro. Y es que, frente al discurso de quienes insisten en que no hay alternativa, hay que recordarles que, de vez en cuando, las cosas cambian y no en la dirección que ellos pensaban.

¿Y cómo se vence al relato hegemónico que nos dice que debemos resignarnos? Construyendo otro relato antagonista y fundamentalmente integrador, en el que se sientan reconocidos todos los agraviados por las diferentes disfuncionalidades del sistema y que, al mismo tiempo, sea capaz de proponer una salida igualmente válida y positiva para todos. La última vez que se consiguió algo parecido en nuestro país fue con el 15M y las Mareas posteriores que lograron organizar y dinamizar diferentes luchas (sanidad, educación, feminismo, ciencia, etc…) y, a la vez, aglutinarlas a todas en una misma visión, en una misma propuesta entendible y aceptable no solo para los más destacados activistas, sino para la mayoría social.

El primer paso en este camino comienza con una palabra que debemos volver a recuperar, y que se llama confluencia: cuando identificamos que diferentes movimientos y colectivos sociales están empezando a colaborar y a compartir objetivos y reivindicaciones porque entienden que en el fondo sus diferentes causas están conectadas por un hilo común, significa que podemos volver a ganar a los zombis y que es factible unir todos los puntos para generar estas nuevas narrativas transformadoras. Y la buena noticia, la noticia realmente positiva, es que esto está volviendo a pasar gracias a la nueva ola de activismo climático, catalizador de movilizaciones que trascienden la mera lucha ecologista.

Están apareciendo multitud de iniciativas en este sentido. De las que todavía no se habla lo suficiente, quizá porque de momento navegan por debajo, o por encima, del periscopio de los grandes medios de comunicación de masas. Por ejemplo, están surgiendo las primeras asambleas populares sobre la emergencia climática en Madrid. Las ha convocado Rebelión o Extinción (Extinction Rebellion) con el objetivo de que los vecinos y vecinas disfruten de un espacio para compartir experiencias y generar estrategias de resiliencia y resistencia frente a la crisis ecosocial.

Ya hay cinco asambleas activas en la Comunidad de Madrid, una en Alcalá de Henares y cuatro más en sendos barrios de la capital madrileña. Entre ellos figura de manera destacada la del barrio de Arganzuela, donde se está conformado un potente movimiento vecinal contra la tala de árboles prevista por las obras de la Línea 11 de Metro y que amenaza con arrasar Madrid Río.

Precisamente, la conservación y el cuidado de las zonas verdes es una de las cuestiones en las que más hincapié se está haciendo, tanto en la asamblea de Arganzuela como en las de Carabanchel, Hortaleza y Tetuán. En las que los vecinos y vecinas están dialogando y reflexionando sobre muy diferentes asuntos, tan variados como la construcción de refugios climáticos; la posibilidad de topar los alquileres de viviendas para evitar la especulación y la gentrificación; la importancia de reacondicionar estas casas para que se encuentren más preparadas ante las olas de calor; o la apuesta por otros modelos urbanos con más peso del transporte público y la peatonalización.

Tanto potencial tienen estas primeras asambleas, que los zombis madrileños enviaron recientemente a su policía municipal para disolver una de estas charlas vecinales que tuvo lugar el pasado 8 de julio en el barrio de Carabanchel. Los agentes amenazaron a los allí presentes con sanciones y detenciones si no se disolvía el encuentro porque, alegaban, no habían pedido autorización para el mismo.

Recordamos que, según la Constitución, el derecho de reunión no requiere autorización previa. La comunicación de una manifestación a la Delegación del Gobierno tiene como fines, principalmente, garantizar la seguridad de la ciudadanía y evitar posibles desórdenes públicos. Derivados, por ejemplo, de problemas que puedan surgir si hay que cortar una o varias calles e impedir el tráfico rodado por las mismas. Pero no realizar dicho trámite no supone de facto que una convocatoria sea ilegal o que pueda dar origen automáticamente a sanciones. Menos aún cuando no se convocan en un lugar de tránsito, sino en una plaza, como era el caso, y con la clara intención, además, de permanecer en ese lugar.

Seguramente que a los zombis tampoco les gustó nada cuando los activistas de Futuro Vegetal tiñeron de rojo la llamada “lona del odio de Vox”. Como manifestó este colectivo de la lucha climática en Twitter: “Futuro Vegetal apuesta y apostará siempre por una sociedad libre de misoginia, especismo, racismo, homofobia, transfobia, negacionismo climático, capacitismo, clasismo y criminalización de la disidencia”. Efectivamente, hay un hilo común que vincula a todas estas diferentes causas. Hilo común con el que se puede tejer la transformación de la sociedad.

Un último e interesante ejemplo lo tenemos en la constitución de la nueva plataforma Democracia por Clima, en la que participan algunos de estos nuevos movimientos climáticos, como Rebelión Científica y Juventud por el Clima; ONG ecologistas más tradicionales como Greenpeace, SEO/BirdLife, WWF o Ecologistas en Acción; y otras organizaciones que, si bien es cierto que prestan gran atención y abordan en sus acciones y campañas la problemática del cambio climático, no pueden ser catalogadas como organizaciones ambientales, como Marea Deliberativa, que trabaja en la actualización de los procesos democráticos, o como Oxfam Intermón, que es esencialmente una ONG para el Desarrollo y contra las desigualdades sociales.

El resultado de tanta diversidad es una plataforma que trasciende la movilización climática para exigir un verdadero cambio de sistema. De hecho, el manifiesto de Democracia por el Clima, titulado ‘Ampliar la democracia para hacer frente a la emergencia climática’, es esencialmente un texto político, que no partidista, pues apela a toda la sociedad, y no sólo a los partidos, para liderar colectivamente la transición energética y ecológica justas a través de un Pacto de Estado Ecológico, a salvo precisamente de los vaivenes de la alternancia partidista, y que se apoya principalmente en la participación ciudadana. Para ello, la plataforma apuesta por la democracia deliberativa mediante la organización de asambleas ciudadanas. En suma, reclaman, recordando al pensador francés Bruno Latour, “una nueva soberanía vinculada al proyecto de reparar las condiciones de habitabilidad que han sido devastadas”.

Todavía es muy pronto para afirmar que una nueva explosión de movilización social disruptiva está en ciernes. Pero sí que nos atrevemos a asegurar que, tras el shock traumático provocado por la pandemia y la posterior crisis derivada de la invasión rusa de Ucrania, estamos volviendo, poco a poco, a despertar, a movernos y a construir nuevos relatos transformadores y capaces de integrar a las diferentes luchas sociales y ambientales. Las manecillas de este reloj también están avanzando, segundo a segundo. Pero no para marcar la hora del fin del mundo. Sino para que comience un nuevo día en el que, quién sabe, quizá podamos dar algún paso importante hacia ese otro mundo que podemos hacer posible.

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