El teatro es una forma de resistencia

Un momento del montaje de ‘El Público’ de García Lorca en el Teatro de La Abadía.

Un momento del montaje de 'El Público' de García Lorca en el Teatro de La Abadía.

Un momento del montaje de ‘El Público’, de García Lorca, en el Teatro de La Abadía.

Con un panorama político que lo inunda todo y donde la cultura es la gran olvidada de (casi) todas las opciones, los teatros se nos presentan como una forma de resistencia para escapar del olvido al que están siendo sometidas las artes en la carrera electoral. Piezas conocidas y desconocidas que comienzan su andadura en Madrid y que viajarán por el país, desde ‘El Alcalde de Zalamea’ a ‘El Público’ de Lorca, nos recuerdan la calidad de una cultura que parece desahuciada.

A veces se dan épocas amargas donde la cultura queda fuera de todo programa electoral, de todo debate. Donde se olvida que ésta es el elemento gracias al cual el pueblo es capaz de autogenerar capacidad crítica. Épocas donde se olvida que es ella, la cultura, la única capaz de conducir a un país a la prosperidad, al terreno donde los blancos y los negros quedan desterrados para dejar espacio a la gama de grises. A veces, en medio de las cifras y de los intereses, se caen paredes, también se reabren teatros, se descubren talentos o nos damos cuenta de que hemos tenido -tenemos- un patrimonio que siempre ha estado por delante de nosotros.

Para ello, para vernos, para entendernos, para tomar distancia de nosotros mismos y observarnos desde la imparcialidad del contrapicado, tenemos la ficción como el espejo que siempre está sobre nuestras cabezas. Y, dentro de la ficción, pocas cosas mejores que la carne y el hueso, que el escenario donde se pueden subir. Escenarios donde los textos nos revelan mejor que cualquier arenga que estos días lo copan todo. El teatro como realidad, ese mismo que hay que destruir -o en el que hay que vivir- para entenderlo. Ya lo decía Lorca: no vale silbar desde las ventanas. Y es así como los escenarios se tienden ante nosotros igual que un bastión donde la zafiedad que ahora lo impregna todo no entra. Estos días son las butacas uno de los pocos refugios que nos quedan. Quizá esta situación se dé, desgraciadamente, por el olvido que sufre la cultura. Aquí algunos ejemplos de dónde podemos no olvidarla.

Un despliegue. No se puede llamar de otra forma a la exhibición de virtuosismo con la que se pavonea (en el mejor de los sentidos) la Compañía Nacional de Teatro Clásico en esta temporada. El traje está siendo el recién recuperado Teatro de la Comedia, cerrado como un mal augurio desde hace 13 años y que ahora nos ha llegado con, además, una nueva sala con 100 localidades debajo del brazo. Este traje de tiros largos es un espacio alejado del olor a humedad, las paredes oscuras y las telas raídas del Teatro Pavón, donde la compañía había estado representando sus obras en los últimos tiempos. Pero ése ha sido sólo el traje que ha estrenado Calderón de la Barca o, más bien, su alcalde de Zalamea, un texto que la CNTC no representaba desde 2003. La cara que ha lucido no podía estar más a la altura: para muchos es la del personaje Fermín de Pas; para otros, uno de los rostros recurrentes de Julio Médem pero, por encima de todas, aquel que Pilar Miró adornó con colores pastel y sometió a los vaivenes de Emma Suárez en su versión de El Perro del Hortelano.

Carmelo Gómez, que ha señalado su retirada del mundo del cine, ha vuelto al verso por la puerta grande de Pedro Crespo, el buen villano convertido en alcalde, el padre al que se le huele la paternidad desde el momento de abrir la boca. Su físico inmenso es sólo una metonimia de este montaje, impecablemente dirigido por Helena Pimienta, que no ha dudado en incorporar todo el lirismo de la concepción dramática del honor que destilaba Calderón. No sobran ni chirrían los juegos de pelota, las lanzas que cercan al alcalde y a su hija, la en otros trabajos tan difícilmente creíble esgrima, los gritos de la Chispa, las golas hiperbólicas o la escenografía en apariencia sencilla. Una escenografía tan dócil a los actores como estos al ritmo de un verso que nos habla de personajes completamente en espiral, complejos y contradictorios: precisamente porque les es más fácil traicionar al grupo que traicionarse a sí mismos.

Muy digno de ser mostrado, El Alcalde de Zalamea viajará también por ciudades como Sevilla, Zaragoza o Bogotá para cerrar la gira en el mejor lugar posible: el Festival de Almagro.

El Alcalde de Zalamea de la Compañía Nacional de Teatro Clásico dirigido por Helena Pimienta.

‘El Alcalde de Zalamea’ de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, dirigido por Helena Pimenta.

Pero no todos los refugios van a ser grandes espacios, no todo ha de tener a la fuerza siglos de antigüedad. Basta con salir de los balcones, dejar de silbar desde ellos. De Calderón al Premio Nacional de Teatro Calderón de la Barca: Javier Vicedo lo ganó en 2014 gracias a Summer Evening. El pasado 16 de noviembre pudo ser visto (fugazmente, sólo se contó con una representación) en el teatro Valle-Inclán. Un magnífico texto inspirado en el cuadro homónimo de Hopper salpimentado con la poco convencional dirección de Miguel Rojo. Una escena en la que todo está a punto de pasar, un contexto repetido, nuestras posibles vidas y la creación parten en múltiples caminos que sirven como ejemplo para ilustrar el contexto de una nueva generación: el deseo contenido de los cuadros de Hopper parece el silbido en las ventanas de aquellos que no acaban de empujar del todo a nuevos nombres que se tienen que abrir paso a trompicones, con su valía para el género como único elemento de apoyo.

Un silbido desde las ventanas es lo que recibimos aquellos para los que la cultura es una parte fundamental de nuestras vidas, más allá de nuevas o viejas opciones, de los panoramas que se abren cerrando otros. Y, por encima de todo, el gran superviviente: el teatro para vivir en él. Eso también lo sabe bien Alex Rigola con su versión de El Público, otro de los grandes refugios donde enamorarse de un cocodrilo. También para enamorarse del teatro.

Mientras afuera todos se olvidan de cómo se forma la capacidad crítica del ser humano, nosotros podremos seguir siendo ese público. O, como diría Lorca:

– Ahí está el público.

– Que pase.

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