El último recurso: un mensaje en una botella (de vidrio) arrojada al mar

El actor Kevin Costner en la película ‘Mensaje en una botella’, dirigida por Luis Mandoki.

Llegan los meses centrales del verano y en ‘El Asombrario’, con la colaboración de Ecovidrio, os proponemos algo refrescante: lanzar un mensaje en una botella (de vidrio). Otros lo han hecho con mucho éxito, desde Kevin Costner y Paul Newman en el cine a Sting en música y Mario Benedetti en poesía. Acompañadnos en este original viaje de náufragos.

Hubo un tiempo, aunque ahora no lo parezca, en el que no existían las redes sociales y uno, para exorcizar sus propios demonios, no podía utilizar ese mar virtual en el que muchas veces se han convertido Twitter, Facebook e Instagram. Hubo un tiempo, más romántico en el estricto sentido del término, en el que a falta de un buen psiquiatra al que contarle penas y miserias, se utilizaba el método más analógico que se pueda imaginar para dejar ir esas cosas que en un momento de la vida hay que abandonar a su suerte: una botella al mar.

Precisamente de eso trata la película Mensaje en una botella, protagonizada por Kevin Costner. Durante un paseo por la playa, una periodista interpretada por Robin Wright Penn, divorciada y con un hijo, encuentra una botella con una carta de amor en su interior: “Mi querida Catherine, te extraño, mi amor, como siempre, pero hoy es particularmente difícil porque el océano ha estado cantando para mí la canción de nuestra vida juntos…”.

Intrigada, decide buscar a su autor, un marinero viudo (Kevin Costner) que intenta superar la pérdida de su mujer Catherine, fallecida dos años atrás. Dirigida por Luis Mandoki y basada en la novela de Nicholas Sparks, cuenta además con el gancho de Paul Newman dando vida al padre del protagonista. La crítica fue bastante severa con ella, tachándola de sensiblera, pero nos dejó el recuerdo imborrable de que azar, destino, tragedia y suerte son cuatro comensales que suelen sentarse juntos a comer en la misma mesa.

Más en tono de comedia romántica, pero siguiendo el mismo esquema, en 2019 se estrenó el telefilme Mensaje de amor en una botella. En esta ocasión, es una mujer la que, tras haber sido plantada en una cita romántica, escribe lo que siente, lo introduce en una botella y lo lanza al océano. Meses más tarde, un pescador la encuentra y trata de ponerse en contacto con la autora de la carta. Dirigida por David Weaver, se apoya en un reparto de caras bonitas encabezado por Bethany Joy Lenz y Andrew Walker. Un divertimento para consumo rápido tan al uso en las nuevas plataformas de televisión a la carta.

Además de una forma estupenda de ajustar cuentas con el pasado, las botellas al mar pueden servir para establecer un necesario canal de comunicación con el futuro. De eso sabía mucho el poeta uruguayo Mario Benedetti. En 1979, dentro de su poemario titulado Cotidianas, escribió –inspirado por el verso de Vicente Huidobro El mar es un azar– el siguiente poema:

BOTELLA AL MAR

Pongo estos seis versos en mi botella al mar / con el secreto designio de que algún día / llegue a una playa casi desierta / y un niño la encuentre y destape / y en lugar de versos extraiga piedritas / y socorros y alertas y caracoles.  

Para un escritor como él, con esa vocación de arqueólogo del corazón, el deseo y la honestidad de los que vendrán, los ingredientes que formarían el legado encerrado en esa botella debían ser de mayor enjundia y evocación. Siete años después de haber lanzado al mar su primer mensaje, Mario Benedetti lo recoge de la orilla para devolverlo una segunda vez al océano corregido y aumentado en su libro Preguntas al azar. Mantiene el título del poema, pero le añade a la canción un estribillo y llena esta vez la ampolla de vidrio con una buena dosis de cotidianidades, costumbres y amores consuetudinarios. No tiene desperdicio. Aquí os dejamos a un Benedetti en estado puro de inspiración.

 

BOTELLA AL MAR

El mar es un azar

qué tentación echar

una botella al mar

 

poner en ella por ejemplo un grillo

un barco sin velamen y una espiga

sobrantes de lujuria algún milagro

y un folio rebosante de noticias

 

poner un verde un duelo una proclama

dos rezos y una cábala indecisa

el cable que jamás llegó a destino

y la esperanza pródiga y cautiva

 

el mar es un azar

qué tentación echar

una botella al mar

 

poner en ella por ejemplo un tango

que enumerara todos los pretextos

para apiadarse a solas de uno mismo

y quedarse en el borde de otro sueño

 

poner promesas como sobresaltos

y el poquito de sol que da el invierno

y un olvido flamante y oneroso

y el rencor que nos sigue como un perro

 

el mar es un azar

qué tentación echar

una botella al mar

 

poner en ella por ejemplo un naipe

un afiche de dios el de costumbre

el tímpano banal del horizonte

el reino de los cielos y las nubes

 

poner recortes de un asombro inútil

un lindo vaticinio de agua dulce

una noche de rayos y centellas

y el saldo de veranos y de azules

 

el mar es un azar

qué tentación echar

una botella al mar

 

pero en esta botella navegante

sólo pondré mis versos en desorden

en la espera confiada de que un día

llegue a una playa cándida y salobre

 

y un niño la descubra y la destape

y en lugar de estos versos halle flores

y alertas y corales y baladas

y piedritas del mar y caracoles

 

el mar es un azar

qué tentación echar

una botella al mar

La botella de vidrio que el artista neoyorquino George Boorujy lanzó al mar con un boceto de un cormorán dentro, como parte de una acción artística enfocada a alertar sobre la contaminación del mar. Tres años después, fue recogida por una mujer en la costa de Francia.

Si un mensaje en una botella de vidrio puede servir para establecer una comunicación tanto con el pasado como con el futuro, también hay artistas que las han utilizado como megáfono para el presente. En este caso la reivindicación no está en el mensaje, sino en el gesto. El milagro tuvo lugar en la costa occidental de Francia. En enero de 2016, Brigitte Bartheley encontró una vieja botella en la playa de Royan con un pergamino dentro. Cuando la abrió descubrió dentro el precioso boceto de un cormorán que había dibujado el artista neoyorquino George Boorujy y que había arrojado al mar tres años atrás como parte de una performance artística titulada New York Pelagic con la que pretendía concienciar sobre la contaminación del océano y cómo esta afecta a las aves. El hecho de que al menos una de las nueve botellas que arrojó al mar viajara casi 6.000 kilómetros a través del Océano Atlántico hasta Francia asombró a Boorujy y, para él, demostró el sentido de su proyecto del mensaje en una botella.

Boorujy concibió el proyecto poco después de enterarse de la Gran Mancha de Basura del Pacífico, donde los residuos, arrastrados al mar, se congregan en una gigantesca serie de remolinos impulsados ​​por la corriente en el Océano Pacífico. La luz del sol rompe esta basura plástica en pedazos pequeños, que los peces y las aves marinas confunden con comida. (Para asistir a la devastación de cerca, no hay más que ver la serie del fotógrafo Chris Jordan: polluelos de albatros que se llenan de plástico en lugar de comida real y luego mueren de hambre).

El boceto del cormorán enrollado en la botella de George Boorujy que llegó a Francia.

Volvamos al principio

Hubo un tiempo, aunque ahora no lo parezca, en el que no existían las redes sociales y uno, para exorcizar sus propios demonios, no podía utilizar ese mar virtual en el que muchas veces se han convertido Twitter, Facebook e Instagram. En 1979, 10 años antes de que Tim Berners Lee describiera por primera vez el protocolo de transferencias de hipertextos que daría lugar a la primera web utilizando tres nuevos recursos: HTML, HTTP y un programa llamado Web Browser, un músico británico lograría, sin saberlo, escribir una visionaria metáfora en forma de canción que, más de tres décadas después, es una radiografía acertadísima de la sociedad actual. Esa canción se llama Message in a bottle, su autor es Sting y fue su grupo, Police, el que la popularizó a principios de los años ochenta. En ella un náufrago que lanza una botella al mar con la esperanza de romper con su vida de alienación e individualismo, tras un año de esperar una respuesta, despierta para encontrar en la orilla de su solitaria playa otros 100.000 mensajes más como el suyo demostrándole que su aislamiento es el de muchos. Casi el de cada uno de los seres humanos, náufragos en sus propias islas privadas vacías de amor, pero repletas tal vez de prejuicios.

En febrero del año pasado, justo antes de que todo estallara, justo antes de que los habitantes del planeta tuvieran literalmente que encerrarse en sus personales y privadas islas desiertas huyendo de la propagación de un virus maldito, la coreógrafa Kate Prince estrenó en Londres con gran éxito de crítica y de público un espectáculo de danza cuyo hilo musical son las canciones de Sting y que, casualidades de la vida, tituló Message in a bottle. Un espectáculo con un hilo argumental que mezclaba la guerra civil, el odio y la historia de tres hermanos obligados a abandonar su país como refugiados y que son separados en su periplo hacia una vida mejor por traficantes de personas.

Desde El Asombrario, tal vez deberíamos aprovechar que es este el tiempo de un mar de redes y de humanos hiperconectados para lanzar nuestra propio mensaje en esta nuestra botella virtual: Cuidemos el planeta, no tenemos otro. Y tratemos de cultivar la empatía y la ayuda al prójimo. La Tierra se queja y el odio cada segundo que pasa se hace más presente. Cambiemos el rumbo. Cambiémoslo antes de que no exista un mar al que lanzar nuestro mensaje dentro de una botella ni nadie con capacidad de amar a su semejante para descifrarlo.

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Comentarios

  • Francisco Batarda

    Por Francisco Batarda, el 30 junio 2021

    Gostaria de receber artigos de Manuel Cuéllar.

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