“Si tengo que elegir entre mi hijo gay y Dios, elijo a Dios”

El violinista Aaron Lee, protagonista de la obra ‘Yo soy el que soy’. Foto: Alex Setraru.

Cuando se acabe este convulso mes de enero se acabará el proyecto del Teatro Kamikaze en el Teatro Pavón de Madrid. Dicen adiós. Y lo dicen con la emoción y calidad de su proyecto de más de cuatro años: con la obra musical ‘Yo soy el que soy’, sobre la tormentosa biografía del excelente violinista, niño prodigio, Aaron Lee, madrileño de padres surcoreanos, a raíz de contar a su familia, a los 16 años, su homosexualidad. «Si tengo que elegir entre mi hijo gay y Dios, elijo a Dios», le soltó su padre como un guantazo. Así fue la entrevista con él en su casa cerca de la plaza de Ópera, Madrid, este lunes.

Tercer lunes de enero, lo han calificado como el día más triste del año, ¿cómo te sientes, Aaron, después del estreno de una obra en la que llevas una parte de tu vida, una parte tan dura, al escenario?

Muy feliz, pero como con un poco de resaca, no por la fiesta, por supuesto, porque no puede haber, sino emocionalmente un poco agotado.

¿Qué sientes cuando ves tu historia ahí contada, ante un público amplio? ¿Vergüenza, pudor, liberación…?

Sigue siendo algo impactante, chocante, pero creo que es ya una historia pasada, una historia que acepté, o que superé. Y gracias a ello pude escribir el libro (Yo soy el que soy, Letrame Grupo Editorial), que se publicó en octubre, y luego montar la obra, que empezamos a prepararla en septiembre. Todo en tiempos covid, con todo patas arriba.

Pero ha sido muy rápido…

Sí, la verdad que sí, yo pensaba en un año o dos, y en este sentido el covid nos ha ayudado. Porque el resto del equipo, tanto el pianista, Gaby Goldman, que es director musical de Billy Elliot y West Side Story, como el director, Zenón Recalde, que es el director artístico residente de El Rey León, como la actriz, Verónica Ronda, que estaba preparando tres proyectos, entre ellos Ricardo III, son personas muy absorbidas por sus trabajos. Así que yo lo veía muy lejano. Pero ahora, con la pandemia, las grandes producciones en las que trabajan están cerradas, y eso nos ha dado la oportunidad de poder ajustar nuestras agendas y poder trabajar juntos, algo que con los ritmos de antes de la pandemia habría costado muchísimo. Todo empezó como amigos, pensando en hacer una presentación un poco espectacular del libro, y ese fue el germen de la obra. Todo fue creciendo. Verónica se lo presentó a Miguel del Arco, de Kamikaze…

Y hasta aquí, hasta montar esta emocionante obra musical de hora y media… ¿Por qué elegisteis a una actriz en vez de un actor para darte voz, para que cuente tu historia?

Yo prefería una actriz para hacerlo más universal. No quería que se quedase en una obra-testimonio de un chico gay. No. Quería que fuese mucho más allá, que tratara sobre algo que todo el mundo, a lo largo de su vida, por un motivo u otro, edad, orientación sexual, complexión física, origen, ideología…, ha sufrido: la discriminación. Y creo que todo el mundo puede empatizar con ese sentimiento, de un modo u otro. Que no sea un actor oriental, joven, lo más parecido a mí, hace que la gente se olvide de que es una historia exclusivamente mía. Le da universalidad.

¿Cómo recuerdas tu infancia, Aaron? ¿Acoso en el colegio, tranquilidad, sentías algo dentro de ti que te ponía nervioso?

Hasta los 10 años, tuve una infancia feliz, sin preocupaciones. Nací en una familia muy humilde, en Chamberí, Madrid, pero a las dos semanas nos mudamos a Barcelona, porque mi padre encontró trabajo allí. Vivíamos en un ambiente de bastante escasez. Mi padre es director de orquesta, pianista y compositor, mi madre pianista. Pero no han vivido de ello. Con 10 años nos mudamos otra vez a Madrid. Mi padre perdió el trabajo por la crisis de mediados de los 90.

Tu padre es además pastor evangélico…

Sí, mi padre y mi madre se conocieron en la Universidad Teológica. Vinieron a España para seguir estudiando música, porque querían seguir formándose en Europa; inicialmente pensaron en Berlín, al final vinieron a Madrid.

Decías que recuerdas una infancia feliz…

Sí, pude tener la libertad de hacer ballet, patinaje artístico sobre hielo, pintura, piano, violín; pude picotear en lo que era mi curiosidad artística… Y sí, claro que me llamaban marica de pequeño, pero cuando ni siquiera eres consciente del significado, como que pasas. Desde pequeño era el blanco fácil para el bullying. Era el chino, el marica…

Pobre, chino y marica, lo tenías todo… Me imagino que empieza a revolverse algo dentro de ti a los 14, 15.

Yo creo que siempre supe lo que sentía, lo que pasa es que no sabía que eso era distinto a lo que pueden sentir otros. Cuando creces más y te dicen que la Biblia dice que dos hombres no deben estar juntos, y esas cosas, te empiezan a meter los miedos y los prejuicios y los conflictos con uno mismo. Por eso tardé años en poder resolver ese conflicto. A día de hoy, veo a chicos que a los 12 años ya son conscientes y lo dicen en casa con una naturalidad de la que tengo una envidia…, no sé si sana o cochina, pero envidia. (Sonríe). Lo veo con orgullo. Pero yo hasta los 16 no me acepté.

Por lo que se trasluce en la obra, tu primera experiencia sexual, a los 16, no fue muy satisfactoria.

Para empezar, fue en una iglesia católica. Con un ex monaguillo. Y… La verdad es que salí de ese encuentro… Cuando tomé el autobús en Príncipe Pío para volver a casa, pensaba: esto no me ha gustado mucho, menos mal que esto no me ha gustado; esto despeja toda duda de que yo no soy esto, que no me gustan los tíos, ha sido un experimento y ya está, ha despejado mi ecuación…

Te quedaste tranquilo…

Sí, claro, pero luego vi que…, que era cuestión de horas.

Y a los 16 explota todo, se lo dices a tus padres, que se lo toman fatal –ellos que te habían nombrado Aaron, que quiere decir fuerza y luz en la montaña–. Ponen el grito en el cielo (nunca mejor dicho) y se produce esa escena brutal de tu padre poniéndote un cuchillo en los huevos. Cuentas que tenías un hermano, pero luego apenas hablas de él. ¿Te comprendió, te echó una mano, te apoyó?

Con mi hermano, con el que éramos como dos gotas de agua, casi como gemelos, nos llevamos solo un año, perdí toda esa unión, ese vínculo. Dejamos de hablarnos, y eso que compartíamos habitación. Era un tema del que no se podía hablar. Hay una frase que sale en la obra, “los gays no tienen la capacidad de amar”, que en realidad no la dijo mi padre, la dijo mi hermano. Si te pones en la piel de un chaval de 15 años, él tenía esa edad, y con la reacción del padre, también entiendes que esté muerto de miedo.

En ese tiempo, en esos dos años de tormento, entre 2005 y 2007, desde que sales del armario hasta que te marchas de casa, aparte del refugio en la música, ¿encuentras a alguien que te ayude, que te escuche?

Hay una persona que me ayudó mucho emocionalmente, que fue la hija del médico al que me llevaron para intentar curarme de mi homosexualidad, el médico es una eminencia en este país en el campo oncólogico y él trato de decirles a mis padres que no era una cuestión de curar como una enfermedad. Ella era mayor que yo, unos 8 años mayor. Poco podía hacer por mí, pero fue un sustento emocional. Ella fue el hombro en el que lloré muchas veces. Luego sí conocí a una persona, un hombre gay, que me guio en los primeros pasos, me ayudó a quitarme los prejuicios, porque venía de una casa y una educación en la que mi conocimiento sobre el colectivo LGTB era… muy limitado, por decirlo de alguna manera. Pensaba que había que ser lo más normal posible, que hay que integrarse en la sociedad, que la pluma está mal vista, como que tampoco hace falta llamar tanto la atención… Todas esas ideas que apuntalan el concepto de ser tolerado, y a mí ese concepto me parece horroroso. A mí no me tiene que tolerar nadie, me tienen que respetar, no tolerar, como si tuvieran que aguantar mis deficiencias o limitaciones…

Y llega el viaje surrealista a una isla surcoreana, adonde te lleva tu padre engañado y te encierra un verano en un cuarto sin muebles, hasta que se te pase tu… vicio… Verano de horror que incluye una tremenda paliza.

Ahí estuve casi dos meses. Durmiendo en el suelo de una especie de trastero de unos seis metros cuadrados. Pero lo más aterrador no era dormir en el suelo, sino dormir en el suelo con mi padre al lado. No podía ni siquiera… llorar… en paz.

Pero había una tele, y en ella, en la CNN, escuchaste la promulgación de la ley de matrimonio gay en España y el emotivo discurso de Zapatero resaltando que ese día España avanzaba hacia un país más decente procurando felicidad a más gente…. ¿Esa ley de Zapatero/Zerolo y ese discurso te abrieron los ojos definitivamente, comprobaste que no eras nadie raro y que había que pelear por ser como eres?

Bueno, yo ya sabía que no era nadie raro, ya me había aceptado. Pero en ese momento, esa noticia me infundió muchas esperanzas y fuerza de voluntad para resistir. Muchas ganas para decir: hay que aguantar. Me unía desde lejos a la celebración, a la resistencia y a ese orgullo, aunque entonces yo no tenía los recursos ni emocionales ni económicos para poder ejecutar ese orgullo.

Engañas a tus padres diciéndoles que ya te has ‘curado’, que ya no te gustan los hombres, para que te saquen de aquel encierro. Regresas a España. Pero redescubren poco después que efectivamente eres gay, que no estás ‘curado’. Te echan de casa y acabas tocando en la calle, en Postas, frente a la Posada del Peine, junto a la Plaza Mayor. ¿Cómo lo recuerdas?

Sí, fue en 2008 y 2009, cuando me echaron de casa, cuando redescubrieron que era gay… Lo de tocar en la calle Postas lo recuerdo con cariño. Muchos años después, incluso cuando ya estaba en la Orquesta Nacional de España, volví a tocar algún día, no por necesidad, claro, sino por una especie de nostalgia, de recordarlo…

Y ahí tocabas a Beethoven y a Bach.

Y Paganini, Tchaikovski, Sibelius, Rabel… Todo un repertorio no pensado para la calle, sino para auditorio y concursos. Y yo me decía a mí mismo: soy un músico profesional y esto lo hago no para mendigar sino para prepararme. Era mi manera de manipular esa realidad tan tremenda para no sentirme mal conmigo mismo, para no herir mi orgullo de músico; me lo tomaba como una prueba para prepararme. Era consciente de la realidad, pero a veces es mejor quitarse las gafas para no ver tan nítida la realidad.

https://www.youtube.com/watch?v=6TfLqilxLac

¿Cómo hiciste la selección musical paraYo soy el que soy’?

Sigue el libro, porque en cada capítulo, en vez de un número está el título de una obra musical, o un movimiento, una canción, que fueron importantes para mí en un momento de mi vida. Todas tienen una razón de ser, no están solo porque me gusten, sino porque son piezas que han ido influyendo en mi camino. Hemos hecho una mezcla, y ahí Gaby me ayudó a hacer esos arreglos para mezclar clásica y teatro musical y temas de bandas sonoras de Enio Morricone, John Williams, Nicola Piovani, que compuso la música de La vida es bella, película con la que me siento identificado, porque yo me planteé cada reto, cada dificultad, como la de tocar en la calle, como un juego, como la manipulación que hacía el padre con el hijo en el campo nazi para evitar su sufrimiento.

Y ahí podemos disfrutar tus maravillosas interpretaciones, desde ‘La Chacona’ de Bach a ‘Somewhere over the Rainbow’ y la canción ‘I am what I am’, que da título a la obra y con la que terminas, tema que en España lo hemos conocido sobre todo cantado por Gloria Gaynor (imperdible este vídeo). ¿Es ‘La Chacona’ la pieza que más te conmueve?

Primero, porque es muy difícil y porque para mí es realmente muy consoladora. A veces, como los últimos compases de la obra son iguales que al principio, usaba ese acorde como un bucle para empezarlo de nuevo, y recuerdo que una vez incluso lo toqué cuatro veces seguidas porque necesitaba…, digamos, aún más consuelo.

Consigues plaza en la Orquesta de RTVE y luego en la Orquesta Nacional de España (ONE), con 20 años. Estás seis años y luego decides marcharte, renunciar a esa plaza fija y acomodada. Cuando ya consigues estabilidad y tranquilidad, dejas ese trabajo, ¿por qué?

Bueno, resumiéndolo mucho, mucho, mucho, porque necesitaba un cambio vital. Entré con 20 años, cuando lo normal a esa edad es estar en el comienzo de la carrera; tenía lo bueno de que ya no pasaba hambre ni frío ni calamidades, y sobre todo en una época en la que la crisis, entre 2010 y 2015, se recrudeció mucho, fueron años tremendos, y yo tenía una nómina muy buena y unas condiciones laborales privilegiadas, pero, cuando conviertes la pasión y el arte en rutina, primero te acostumbras muy rápido y segundo, el violín se convierte en una herramienta de trabajo y nada más.

Un funcionario… en el sentido peyorativo de la palabra funcionario, que no todos son así.

Efectivamente, y con todo el respeto a los funcionarios, que no todos son así, pero sí, esa mentalidad de que, pase lo que pase, yo soy intocable, a mí no me va a pasar nada, así que no importa si lo hago bien o mal. Y esa mentalidad mata la música. Es incompatible con la pasión. Antes de dejarlo, sabía que tenía otras opciones abiertas. Pero decidí: si no lo hago ahora, es que no lo voy a hacer, quizá ya no me atreva cuando tenga una hipoteca o dos hipotecas… Así que mejor a los 26, y con unos ahorros y ciertas inversiones. Nada más dejar la ONE recibí una llamada del Palau de les Arts, la Orquesta de la Generalitat de Valencia, que es una orquesta top mundial, y estuve una temporada completa con ellos. Un año viviendo en Valencia. Ahí surgieron mis primeras crisis existenciales, con 27 años, qué hago con mi vida, parece que todo va bien, pero no me siento satisfecho y es cuando decidí potenciar la actividad de la fundación.

La obra termina precisamente hablando de tu fundación, que es además quien produce ‘Yo soy el que soy’. Cuéntanos en qué consiste.

Nació en 2015, cuando seguía en la ONE pero estaba un poco desengañado de trabajar ahí. Pensé: ¿qué puedo hacer? En la ONE había proyectos pedagógicos de trabajo en colegios, en Primaria. Ahí vi que por la crisis a muchos niños les habían quitado la beca comedor, y eso me pareció terrible; me pareció intolerable que fuéramos a hablar de Mozart o Tchaikovski y hubiera niños con el estómago vacío; me parecía que no tenía sentido. Pensaba: tengo dinero para dar varias becas comedor, que son 500 o 600 euros al año, pero también me dije: y si organizo conciertos con mis colegas, si organizo ciclos de conciertos, quizá así podríamos recaudar más dinero para dedicarlo a esos fines.

Así es cómo surgió el concepto de Arte que Alimenta, para alimentar a esos niños, pero también para alimentar, en un sentido más humanístico, al público. El arte como canal para una responsabilidad social. Y fue creciendo, hasta poder dedicarlo a otras obras sociales, como pueden ser mujeres sin hogar o jóvenes del colectivo LGTB que han pasado por historias como la mía, incluso más duras. Ahora estoy volcado en eso, seguimos manteniendo ese ciclo inicial de conciertos en El Retiro, en la Biblioteca de la Casa de Fieras, que cuenta con un salón de actos impresionante, de muy buena acústica. Hemos hecho un concierto al mes desde 2015, el último viernes de mes. Últimamente con la pandemia y la nieve ha habido que hacer cancelaciones, claro.

Hay un momento durísimo en la obra. Cuando lo estás pasando mal, sin apenas recursos, y te llama tu padre por teléfono. Insiste en preguntarte si sigues siendo gay y, ante la respuesta obvia, te suelta: “Si tengo que elegir entre mi hijo gay y Dios, elijo a Dios’, y tú le cuelgas… ¿Has restablecido el contacto con tus padres?

Sí, a raíz de entrar en la ONE, meses después, restablecimos el contacto. Ellos en 2007 ya se quedaron en Corea.

¿Pero habláis por teléfono, habéis normalizado la relación?

A día de hoy no, no tenemos esa relación, no por esta historia, sino por otras cuestiones, algo tiene que ver que yo sea gay, pero no exclusivamente, todas las familias tienen sus altibajos. Y ahora estamos en esos momentos de bajos. Pero sí tengo una relación cordial con mi hermano, que vive en Madrid.

¿Has perdonado a tu padre?

Sí.

¿Él te pidió perdón o disculpas?

No.

Pero tú le has perdonado…

Sí, y se lo dije: te perdono, eres como eres, con esas limitaciones. Ellos crecieron y se educaron en un ambiente muy limitado; yo me siento privilegiado por haber nacido en un país como España que ha vivido una evolución tan grande en derechos, sobre todo en tema LGTB. Eso en Corea del Sur ni siquiera a día de hoy se plantea. Allí no hay matrimonio gay ni unión civil ni pareja de hecho; es una sociedad muy avanzada en muchos aspectos, pero aún le falta un recorrido muy largo en otras cuestiones.

Y mira que a menudo se pone a las nuevas generaciones de Corea del Sur como ejemplo de lo más avanzado en el mundo…

Sí, ahora que es tan conocido y masivo a nivel mundial el K-Pop, y que tú los ves y dices: pero si parecen todos gays…., tan andróginos, que parece que están vendiendo una imagen de no género…

Y sin embargo…

Sin embargo, no verás a ninguno que sale del armario públicamente, al menos mientras esté trabajando. Ni actores ni presentadores de televisión se atreven, ni siquiera diseñadores de moda, sobre todo porque allí todo se mueve por el dinero. Es un mundo absolutamente capitalista; España a su lado es…. Es muy socialista. (Risas).

Tenemos un gobierno comunista.

¡Bolivariano, como se empeñan algunos! (Risas).

(Risas). ¿Hace mucho que no vas a Corea?

Tres años.

Y te choca mucho todo esto que me cuentas…

Sí, cada vez que voy. Allí todo cambia muy rápidamente, mucho más rápidamente que en Occidente. Cada tres o cuatro años, parece otro país diferente, por la tecnología, por la forma de relacionarse la gente.

La próxima vez que vayas igual te relacionas con hologramas.

(Risas).

¿Tu padre sigue creyendo en Dios?

Sí, sí.

¿Y tú?

No, yo no. Yo soy ateo. Eso no significa que fuese por esta experiencia, como una reacción, como un rechazo a la fe o la Iglesia. Tiene que ver más con una evolución natural, porque yo desde pequeño siempre fui muy curioso. Y desde hacía tiempo decía con la boca pequeña que era agnóstico, por no usar la palabra que suena como fea, soy ateo, que parece muy radical. Pero desde hace cinco años, me dije: aceptemos la realidad, soy ateo.

El violinista Aaron Lee. Foto: Victoria Iglesias.

Aaron, cuentas en el libro y en la obra que a los 15 años habías decidido vivir solo hasta los 30. ¿Pero por qué decidiste tal cosa?

No es una idea de: a los 30 me suicido, como tal. Sino porque no quería dar la vida por algo hecho. Si tienes 15 años y calculas que te queda una esperanza de vida de 70 años, entonces todo lo ves muy lejos y no le das importancia a nada, pero ¿qué pasaría si eso que has vivido, en vez de representar el 20% de tu vida, fuese el 50%?, entonces seguro que las cosas cambiarían.

Es el mismo planteamiento que el que te llevó a dejar la ONE, ¿no? No convertirte en un ‘funcionario’ de la vida.

Exactamente, no tomar la vida como una tarifa plana. Parece casi una frase de esas baratas de Instagram, una de esas que dicen: si lo deseas con intensidad, lo conseguirás; esa basura que no ayuda a nada… Pero es un ejercicio al que animo a todos los adolescentes. ¿Qué pasaría si solo te quedasen 15 años más, o 5 o 10? ¿Cómo vivirías, le darías la misma importancia a tener un móvil y unas zapatillas de último modelo?, ¿o te esforzarías por dejar alguna pequeña huella mejor de tu paso por aquí?, ¿cuál es tu lugar en el mundo, cuál es la razón de todo esto…? Bueno (risas), creo que las preguntas son muy intensas para alguien de 15 años, pero creo que es un ejercicio vital interesante.

Y ahora tienes 32. ¿Estás bien, has encontrado el amor, una pareja, tu sitio en el mundo, estás a gusto contigo, te gusta Madrid, has encontrado la tranquilidad?

Estoy muy bien, estoy soltero, he tenido parejas…

¿Has encontrado el amor?

(Dudas). Sí, sí lo he encontrado. He estado muy feliz tanto en pareja como soltero. Solo que…, cómo podría decirlo, mis experiencias vitales hacen que yo emocionalmente haya envejecido mucho más rápido.

¿Eso qué quiere decir?

Que si yo me encuentro con un chaval de mi edad vamos a diferentes ritmos vitales. Muchos a mi edad están empezando a despuntar en su trabajo…, bueno, eso si lo tienen, claro; en ese sentido, yo ya he hecho muchas cosas y he vivido muchas cosas, y eso hace que sea difícil conectar, y que yo sea mucho más desconfiado, y que me haga más maduro emocionalmente. Porque yo no creo en esas historias que nos han metido en la cabeza de ‘yo sin ti no soy nada’ o ‘tú eres mi media naranja’. No, esos conceptos que nos venden en la televisión, el cine, en la ópera, puede ser bonito escucharlos un ratito, pero sabiendo que es ficción y no debe ser realidad. Yo no soy media naranja de nadie, yo soy un kilo de naranjas. A mis parejas les decía: yo no te necesito para ser feliz. Claro, no suena lo más romántico del mundo.

Pues no.

Yo soy feliz conmigo mismo. Seamos felices juntos, pero sin esa dependencia para ser complementos en lo vital.

Vamos, que estás de vuelta de muchas cosas con 32 años…

Y en muchas cosas de vuelta y media. (Risas). No espero pedirle irrealidades a la vida. No espero el príncipe azul en un caballo blanco. Y eso no significa que no sea un romántico; pienso que mi forma de seguir creyendo en la Humanidad es ser un romántico empedernido.

‘Yo soy el que soy’. El Pavón / Teatro Kamikaze. Hasta el 30 de enero. 

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