Elogio de la lentitud: mi relación íntima con un caracol

Foto: Pixabay.

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La autora, Elisabeth Tova Bailey, cae enferma y, postrada en la cama, se dedica a contemplar a un caracol, que desde una maceta la acompaña durante un año. ‘El sonido de un caracol salvaje al comer’ es un curioso elogio a la lentitud, a las pequeñas cosas y a la naturaleza, un ensayo que ofrece un sinfín de pistas para estos tiempos de semi-reclusión.

La editorial Capitán Swing publica El sonido de un caracol salvaje al comer, de Elisabeth Tova Bailey, un ensayo que, en tiempos de pandemia y confinamientos, enseña otra dimensión del tiempo y el amor a las pequeñas cosas y a la naturaleza. Su autora, postrada en una cama durante un año por una enfermedad, descubrió un día a un caracol. Había viajado a su habitación en una planta que le había llevado una amiga. “Aunque tanto el caracol como yo estábamos entregados a nuestras rutinas, ambos sabíamos apreciar una aventura. Cuando un amigo o un familiar que venían a visitarme traían algo que añadir al terrario, al caracol siempre le llamaba la atención”, escribe. Aprendió de él, estudió su especie y escribió este curioso elogio a la lentitud nacido de observar al único amigo que vivía confinado con ella.

La escritora (que, por cierto, no quiere que se publiquen retratos de ella y El Asombrario respeta su decisión y apuesta por un caracol) va descubriendo las aventuras que suceden en la maceta de violetas en la que vive ese auténtico “maestro de taichí”; su reino verde (el suelo, la vida en ese microcosmos, la dimensión del tiempo en su territorio); los miles de dientes que tiene; los secretos de sus espirales; sus tentáculos; sus ojos… E indaga y estudia y descubre su vida cultural, sus excursiones nocturnas, sus sueños profundos y hasta sus amoríos. Todo, constatado y refutado con científicos con los que a lo largo de los años ha ido tramando una relación de vida aprendida a golpes, los que la encerraron en una cama durante meses.
El libro, ganador del National Outdoor Book Award 2010, brinda muchas pistas para estos tiempos de semi-reclusión. “Nadie escoge entre vivir una enfermedad o disfrutar de una vida sana. No obstante, si te toca enfrentarte a una enfermedad grave, no te queda otra opción que sacar lo mejor de las cosas. En Estados Unidos decimos que si la vida te da limones, hagas limonada. La tendencia natural de cualquier animal, también el ser humano, es evitar el sufrimiento. No obstante, también es natural adaptarse a las cambiantes circunstancias e intentar encontrar el mejor camino”, responde a El Asombrario desde su casa en Estados Unidos. Lo hace por correo electrónico de una forma extensa, dejando bien claro a quién dedica su dedicatoria, a la “biofilia”.

Después de leer el libro y aprender sobre las rutinas, el carácter y hasta los gustos de los caracoles, una piensa lo inteligentes que son esos pequeños animales, capaces de hibernar, de no asfixiarse por la dimensión del tiempo o el espacio y hasta de ser hermafroditas. Tan pequeños, tan mínimos… El ensayo es también una lección de humildad.

El año que pasé observando al caracol, más los que siguieron estudiando y leyendo sobre sus fantásticas habilidades, fue un tiempo de humildad, sí. Cada especie es inteligente a su modo. Si ellos no lo fueran, se habrían extinguido. Los humanos (el homo sapiens) pueden leer y escribir, diseñar, tocar el cello, arreglar y conducir coches, escribir obras de teatro e incluso operar el cerebro, pero no podemos dormitar durante meses porque estemos pasando un periodo difícil. Ellos, sí; lo hacen si no hay comida o hace mal tiempo. Tampoco podemos trepar por una pared vertical o pegarnos del techo boca abajo. Somos incapaces de soportar diez veces nuestro peso o renovar nuestros dientes, si se nos caen. Hay muchas formas de inteligencia en el mundo natural y la humana es solo un tipo.

Y en tu cama, fuiste capaz de escuchar el sonido que hacía tu caracol. “El minúsculo e íntimo sonido que hacía el caracol mientras comía me proporcionó una nítida sensación de compañía y espacio compartido”.

Los humanos tienden a sentir mayor afinidad por los animales que encuentran más parecidos a ellos, los mamíferos, por ejemplo. También por los más bonitos, como los pájaros. Resulta muy raro que nos tomemos el tiempo para apreciar a los más distintos, especialmente si son pequeños y lentos. Escuchar el sonido de un animal muy pequeño comiendo nos saca de nuestra humanidad y nos recuerda que compartimos la vida con especies de todo tipo y tamaños, con otras formas de vida. Cada criatura en la Tierra necesita comer y la mayoría, igual que nosotros, tiene preferencias alimenticias y una personalidad única. Casi todos ellos viven con los mismos objetivos que nosotros: dar con una comida rica y sabrosa, tener un lugar para dormir, reproducirse y vivir tanto como puedas.

El largo plazo, la contemplación. ¿Qué podrían aprender los políticos de eso?

Uy, no sé responder a esa pregunta.

Dices que las enfermedades, como la actual pandemia, nos quitan ciertas certidumbres. ¿Cuáles serían esas verdades?

Cuando uno está gravemente enfermo, pierde una certeza muy personal: la propia función del cuerpo. Y se necesita tiempo para adaptarse a esa situación, que además no sabes si recuperarás. Lo que ayuda durante ese tiempo es concentrarse en el tipo de verdades que todavía existen a tu alrededor, incluidas las habilidades y opciones que todavía tienes, y la certeza del mundo natural. El mundo natural ha seguido existiendo a través de miles de millones de años, incluso a pesar de grandes extinciones. Las verdaderas certezas son que la luna y el sol se ponen, que las estaciones van pasando y que la vida en la Tierra continúa evolucionando. Algunos de nosotros somos afortunados por tener otras certezas adicionales como un lugar para dormir, comida y buena salud, cosas con las que todos deberíamos contar.

Sin embargo, en este nuevo mundo pandémico, muchas de esas certezas que pensábamos seguras han desaparecido de un día para otro. Hemos perdido trabajos, ingresos y hasta la posibilidad de tener conexiones sociales físicas. Ya no tenemos la sensación de estar seguros en el mundo; ni nosotros, ni nuestros amigos y familiares. En estos momentos de incertidumbre, podemos observar que el mundo natural se adapta y que además se está beneficiando de nuestras restricciones, del hecho de que nos quedemos en casa. Animales que normalmente huyen de los humanos están acercándose a nosotros. Vemos cisnes y delfines en los canales de Venecia, se avistan ballenas en las rutas del Mediterráneo, las líneas montañosas, sus siluetas, vuelven a verse por encima de los árboles, las cabras y las ovejas deambulan a través de pequeños pueblos…

Quiero pensar que mientras los científicos corren para dar con una vacuna que recupere nuestras certidumbres, nosotros aprendamos de esta experiencia para estar mejor preparados para pandemias futuras y detener el cambio climático. El impacto de los humanos en el medioambiente es más claro que nunca. Desearía que aprendamos a respetar nuestra tierra para recuperar esas certezas que teníamos.

¿Qué es el tiempo?

No puedo explicarlo de una forma científica porque no soy física. Sin embargo, sí sé que una vida tiene una longitud con un principio conocido y un final desconocido y que valoramos el tiempo porque somos mortales y sabemos que en algún momento se termina. Y aunque el tiempo puede parecer ir extraordinariamente lento o rápido según lo percibimos, lo cierto es que pasa según su ritmo establecido y regular. La pandemia ha variado nuestra relación con él porque está cambiando nuestras circunstancias y objetivos. Para aquellos en primera línea, como los médicos, el tiempo vuela a medida que se pierden vidas. Pero para quienes están en sus casas sanos y sin trabajo o sin ir al colegio, el tiempo parece más lento que nunca.

Hablas de que somos rehenes del tiempo. ¿Cómo evitarlo?

Para los mortales, el paso del tiempo es tan natural como el cambio de las estaciones o envejecer. La idea de que somos rehenes del tiempo viene porque, durante la enfermedad, vi que mi vida pasaba y yo no podía hacer nada con ese tiempo. Sentía que lo estaba desperdiciando. Nuestras actitudes hacia él varían dependiendo de qué esperamos de nosotros mismos y de la vida. El tiempo puede ser importante por varias razones, por logros u objetivos, o incluso para algunas personas su mejor uso puede ser meditar. Para evitar sentirnos rehenes de él, hay que aceptar que el tiempo pasará independientemente de que lo que podamos hacer, verlo como algo natural independiente de nuestras circunstancias. Vivir el momento, aprovechar al máximo el ahora ayuda a sentirnos menos rehenes de él.

¿Qué es la libertad para ti?

La libertad puede ser tan simple como cruzar una habitación para sacar un libro de una estantería o abrir la puerta para ver salir y sentir el sol. Nunca olvidaré lo mucho que significó eso para mí cuando pude hacerlo de nuevo. Durante mis peores momentos de la enfermedad, tuve que aprender a aceptar la ayuda de otros y, para mi sorpresa, esa nueva habilidad me trajo algo inesperado, el tiempo compartido con un cuidador. Hay libertad en ser independiente y en saber aceptar la ayuda.

El libro podría ser un elogio a la lentitud. ¿Es el coronavirus una enfermedad de una sociedad de la rapidez?

El coronavirus se ha globalizado tan rápido por la velocidad de los viajes de los humanos, que son los que viajan y lo llevan de un sitio a otro. Aunque tardaron millones de años, y a pesar de su tamaño y lentitud, los caracoles también viajaron por todo el globo y colonizaron todos los continentes. La pregunta es cómo podremos viajar los humanos de una manera segura sin traer más pandemias.

¿Qué habremos aprendido cuando salgamos de la pandemia?

Individualmente dependerá de cada persona, y variará según quién seas y de tus valores. Como comunidad espero que aprendamos a prevenir futuras pandemias y podamos detener la crisis climática por el bien de nuestra salud y de todas las especies de la Tierra.

Al final de libro dices que las enfermedades nos recuerdan que somos mortales y que lo importante no es sobrevivir individualmente, sino mirar la evolución de la vida.

No sabemos si existe vida en otros planetas, pero sí que la vida termina y que, por lo tanto, es probable que una especie en algún momento se extinga. A no ser que la destruyamos, la tierra continuará su historia, con o sin nosotros. Para que nuestra especie sobreviva debemos tomarnos en serio la emergencia climática y aprender a no destruir la naturaleza y cuidarla. Espero que las generaciones más jóvenes creen un mundo más verde. Así y todo, tengo la esperanza de que si no lo hacemos, el mundo natural se recuperará sin nosotros, que nos habremos extinguido.

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