Elvira Lindo se explica a través de treinta mujeres: de Pippi a Margaret Atwood

La escritora Elvira Lindo. Foto: Fernando Mateos.

La escritora Elvira Lindo. Foto: Fernando Mateos.

La escritora Elvira Lindo. Foto: Fernando Mateos.

La escritora Elvira Lindo. Foto: Fernando Mateos.

En el nuevo libro Elvira Lindo, ‘30 maneras de quitarse el sombrero’ (Seix Barral), la escritora se narra a través de 30 mujeres que la han formado, dejándose a sí misma para el final. Concha Méndez, Grace Paley, Margaret Atwood, Mary Beard, Patricia Highsmith, Pippi Langstrump, Lucia Berlin, Gloria Fuertes… Mujeres que tienen algo en común: fueron rompedoras en su época y su género les supuso una piedra en el camino.

Podría funcionar como una biografía, ya que al final todos estamos hechos por pedazos de los otros y las otras. Pero no lo es. O no exactamente. Tampoco es un ensayo sobre 30 mujeres rompedoras con su tiempo. Quizá más acertado sería definir el nuevo libro de Elvira Lindo, 30 maneras de quitarse el sombrero, como una mezcla entre los dos: una obra en la que la escritora se explica a sí misma a través de 30 mujeres que le han influenciado; 30 mujeres a las que elogia a través de su prosa. Concha Méndez, Grace Paley, Margaret Atwood, Mary Beard, Patricia Highsmith, Lucia Berlin… y así hasta una treintena de nombres del mundo del cine, de la fotografía, literatura… que tienen algo en común: fueron rompedoras en su época y su género les supuso una piedra en el camino. Mujeres cuyos nombres deberían brillar más a día de hoy. Mujeres ante las que no sólo Elvira Lindo debería quitarse el sombrero.

Borges dejó escrito: “No estoy seguro de que yo exista, soy un compendio de todas las mujeres que he amado, de todos los libros que he leído, todas las ciudades que he visitado…”. Esta frase podría funcionar como un resumen del libro.

Yo creo que es una actitud permanente. El libro contiene una pequeña parte de todo lo que he estado haciendo desde hace mucho tiempo. Generalmente dedico parte de lo que escribo a lo que hacen otros. Y hablo poco de mí. En ese sentido, cuando escribo, mi trabajo se nutre mucho de la admiración que me provocan los demás y en la inspiración de las cosas que leo, veo, toco… Yo creo que es una manera de estar en el mundo: ver cosas que te gustan y transmitirlo.

¿Por qué sientes esta necesidad?

Yo me aburro de mí misma. Y ahora, en estos tiempos de redes sociales, se puede ver a gente exhibiendo su trabajo constantemente. Yo creo que es un medio. Lo que pasa es que hay que encontrar un punto justo entre contar cosas de tu trabajo y no ser demasiado autorreferencial. A mí eso me molesta en los demás, y me molesta en mí. Creo que cuando hablas mucho de tu trabajo, lo desvirtúas. Ahora, ¿por qué he reunido a estas mujeres? Podían haber sido otras. ¿Son especiales para mí? Claro. Pero quedaron fuera algunas que también lo son.

¿Qué filtros has usado para elegir a estas 30 mujeres?

Que hubiera un poco de todo. Por supuesto, puedes pensar que por qué no está Virginia Woolf. Creo que se ha escrito muchísimo sobre ella y, que para escribir algo nuevo, habría que dedicarle mucho tiempo. O un ensayo para ella. Lo pensaba con una periodista que escribió mucho en los años 60, Josefina Carabias. Fue un trabajo complicado elegir estas 30 mujeres. Un trabajo al que me ayudó mi editora. Era un material que yo tenía en la base y que fui transformando. Y porque tampoco quería hacer una enciclopedia de las mujeres que admiro. Quería que tuviera una armonía y una melodía.

Dentro de esta educación sentimental hay lugar para dibujos animados, personajes de ficción, escritoras, cineastas, mujeres cercanas a ti…

Aunque sean personajes de ficción, a mí me habían interesado mucho. Y sobre todo, me habían influido. No tanto para hablar de los autores, sino de los personajes. Yo a Galdós lo admiro mucho, pero en concreto, su personaje de Tristana creo que puede verse con una mirada nueva. Tristana se leía siempre en calidad de víctima. Sin embargo, yo veo ahora otro aspecto totalmente distinto en ella; como defensora del amor libre y con unas ideas un poco ácratas, en sintonía un poco con la época. Para ello, hay que volver a leer el libro y atender a lo que ella es. Tristana no existe, pero sí existieron mujeres como ella. Pippi Langstrump, por su parte, me servía para hacerme una especie de autorretrato de pequeña.

En este apartado, dices que te ves muy reflejada tanto de pequeña como en la actualidad.

Hay quizá una época en la juventud en la que estás buscando un personaje en la vida, y cambias mucho. Cuando llegas a la madurez, tienes menos necesidad de transformación. Yo me he encontrado ahora con muchas cosas que se parecen a la niña que fui y que ahora puedo vivir sin menos complejos, sin ser censurada por ello… de manera más libre.

¿Por ejemplo?

Ser peculiar, tener una cierta espontaneidad al hablar, sinceridad, una cierta candidez. Todas esas cosas en la juventud quise borrarlas, porque me parecían defectos. Esa candidez, ese ser inocente, no me gustaban, porque a veces pareces un poco tonto (entre comillas). Sin embargo, esa forma de mirar para una escritora es la correcta: tienes que mirar las cosas como si estuvieran sucediendo por primera vez. No hay que dar las cosas por hechas. Esos atributos, ahora que soy madura, los tomo como míos sin ningún complejo.

En un momento, cuentas que al elegir a estas 30 mujeres, intentas que el libro no tenga fecha de caducidad. Por ello, casi todas ellas son mayores o están ya muertas. Pero, ¿qué mujeres jóvenes introducirías?

Tengo mucha relación con mujeres jóvenes que están empezando a escribir y tengo una línea de conversación muy interesante. Yo me siento más a gusto ahora como soy que la generación juvenil que me tocó vivir. Y de alguna manera envidio a las jóvenes de ahora. De alguna manera, yo veo que ellas me comprenden a mí y mi trayectoria, que ha sido diversa. Para cómo se entendía un escritor hace 25 años, como yo escribía era un prejuicio. Ahora yo creo que no existen esos prejuicios. Con lo cual me siento perfectamente a gusto con ellas.

Respecto a tu pregunta, sí, las incluiría. Pero las incluiría bajo otro punto de vista. Aquí yo he incluido a mujeres que me han acompañado en mi vida y creo que la gente joven necesita tener un camino más largo para que yo escriba sobre ellas. A mí me molesta esa cosa juvenil de hacer que has vivido mucho, hablar de tu generación, de tu gran experiencia… todo desde la inexperiencia. Yo creo que se hace un flaco favor cuando se pone una atención excesiva en las carreras de jóvenes, porque hace falta que pasen los años para adquirir una experiencia que es necesaria.

Justo ahora se está hablando mucho de las escritoras de la generación de finales de los 80 y principios de los 90 que se están haciendo un nuevo hueco y con una voz narrativa fuerte.

Claro. Y me parece justo e interesante. Pero son escritoras que tienen mucho camino por delante. Yo creo que asumir que uno pertenece a una generación y defenderlo y acatar a su generación, es realmente cansino. Yo empecé a trabajar en la radio a los 19 años. Me relacioné con personas mayores y de muy diferentes edades. Y no quiero renunciar a ello por decir que pertenezco a tal generación. Yo creo que una persona a cierta edad puede escribir una novela muy rompedora y una persona joven una novela que sea muy conservadora. Detesto eso de la pelea generacional y espero que la gente más joven no ceda a esas cosas.

Antes decías que de joven no te liberabas, no te mostrabas tal cual eras. Una contención que también aparecía en tu escritura, para darte más holgura como escritora. Es curioso esto porque el soltarte, el escribir tus ‘Tintos de Verano’, tus ‘Manolito Gafotas’, es lo que te ha llevado a posicionarte donde estás ahora.

Yo he evolucionado. Escribir así no era fácil porque había que contar con el humor. El humor es una cosa muy específica que necesita mucho ritmo para que cuadre. Cuando yo empecé en la radio, con 19 años, tuve puestos de responsabilidad, empecé a presentar programas… Eso es algo impensable a día de hoy. Entonces, desde joven, me he visto enfrentada a situaciones complejas. Luego dejé todo ese mundo para dedicarme a escribir y, como me casé con un escritor muy conocido, parece que toda esa parte de mi vida, que fue una década, ha quedado un poco oscurecida. Pero no ha sido así en mi corazón. Además de que creo que es algo que a día de hoy le costaría más a una persona joven: someterte a la presión, estar en primera línea. Yo llegué al mundo de la comunicación totalmente distinta, que estaba muy abierta al cambio generacional.

Pero centrándome un poco más en tu pregunta, yo recuerdo que cuando presentaba programas, impostaba un poco la voz para sentirme mayor. Ahora me da cierta ternura esa actitud. Incluso me ponía más años para que me tomaran en serio. Ahora escribo de una manera muy directa, porque es así como quiero. Creo que cada uno tiene una sintaxis en su cabeza y que debe seguirla. Hay personas que me dicen que es una escritura muy sencilla, y esto es algo que me molesta porque no se ajusta a la realidad. Siempre que escribo pienso: ya estoy siendo retórica, ya estoy adjetivando demasiado…, y me pongo a borrar hasta que la cosa queda desnuda. Pero porque es así como yo quiero que quede. A mí la prosa gaseosa me parece antigua. Es verdad que la prosa americana me ha influido mucho, pero porque tenía que ver conmigo. Antes sentía un poco de vergüenza por cómo era considerada mi prosa, porque les parecía fácil o cómica. Ahora lo que quiero es seguir mi instinto y escribir libre.

Todo esto lo hablas en el último capítulo, que te lo dedicas a ti. Y aquí uno de tus atributos que más destacas es el humor.

Sí. Un humor que me viene de nacimiento, pero que luego he trabajado mucho. Creo que todo el humor que he hecho de cara a los demás ha sido escrito, guionizado… Como digo en este monólogo, la gracia por la gracia no me gusta hacerla yo, ni soportarla a los demás. Hace poco escribí un relato en el que muestro a una joven de los años 80 que no tenía nada que ver con la Movida, sino que era una chica de barrio. Y me parece una perspectiva poco contada. Quiero hacer un libro de cuentos con esta temática en los que todos tengan mucho humor, ya que cuentan la experiencia de una chica muy inexperta que acude cada día a presentar un programa de radio. Ahora es cuando me siento en libertad para hacer estas cosas.

Aparte de escribir sobre ti misma, también escribes sobre todo lo que te rodea: tus padres, los ‘Tintos de Verano’, Manolito, Antonio…

Yo creo que he utilizado las cosas que tenía cerca para hacer comedia. Y eso yo creo que es la naturaleza del cómico. Ahora, en el humor, yo creo que hay excesivo ataque, como si se entendiera que siempre hay que hacer sangre con él. A mí me gustaba contar las cosas que tenía cerca. Date cuenta que cuando yo hacía Manolito, no lo escuchaban niños, sino adultos. Metía cosas de actualidad y lenguaje de barrio, popular.

Yo escucho a Rosalía cantar Malamente y sería la canción que le gustaría a Manolito. Es como un poco de extrarradio, refleja todo lo que supone un mundo periférico: el polígono, la estética… Era extraordinario en ese momento escribir libros para niños, pero que también trataran de la crisis económica que vivía esa familia. Tenían algo de novelitas sociales.

Me llamó la atención durante la lectura del libro, y que tiene mucho que ver con la censura que se vive a día de hoy, que al traducir Manolito a otros idiomas tenías que cambiar ciertos aspectos como que no durmiera con su abuelo, porque podría ser tomado como pederastia, que el Orejones no se volviera gay, etc…

Es el mundo de los niños que está absolutamente sobreprotegido. Por el contrario, están expuestos a la violencia extrema desde muy pequeños. Tanto en lo artístico como en la vida misma. Manolito es un libro sobre un niño. Y sobre todo muy inocente. No creo que pueda llevar al bulling.

¿Crees que a día de hoy hubiera tenido la misma repercusión que en los noventa? ¿Ahora que hay más sobreprotección?

Sí, porque a día de hoy se sigue leyendo muchísimo. También, gracias a la generación de los 80-90 se ha convertido en una especie de clásico. Pero sí, el libro sigue leyéndose mucho. Tiene un aura de sello familiar.

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