En el corazón de los cerdos de macrogranja

Foto: Pixabay.

Una lectura y varias reflexiones de gente como Jane Goodall y Santiago Auserón como aportación –otra más– al debate –tan envenenado y manipulado desde sectores rancios de la política y la economía– sobre la lógica postura del ministro de consumo, Alberto Garzón, en torno a la alimentación saludable y la carne procedente de macrogranjas.

Un equipo de cirujanos de Maryland ha logrado trasplantar el corazón de un cerdo a un humano. La noticia ha copado las portadas de todos los periódicos del mundo, por lo insólito y pionero. Me alegro por el hombre, pero lo lamento por todos los cerdos del mundo. Si podemos compartir el corazón de un cerdo, si nuestras semejanzas con ellos son tan evidentes, ¿por qué los tratamos sin concederles un mínimo de dignidad?

Para entenderlo, vale la pena leer un libro que es ya todo un clásico en lo que se refiere a los derechos de los animales: ¿Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas? (Plaza y Valdés), de Melanie Joy. Por un lado, nuestra conducta hacia los cerdos (y hacia otros animales de “granja”) tiene que ver con la disociación cognitiva, con ese autoengaño tan humano, y que nos justifica cuando hacemos algo que contradice nuestros valores. De esa disonancia cognitiva, de los vínculos con el poder político y de una poderosa estrategia publicitaria se vale el lobby de la carne para producir a bajo coste: míseros salarios, condiciones deplorables para los animales.

Estamos en manos de grandes corporaciones que ganan mucho, pero que carecen de escrúpulos; de ahí que cuando a un ministro del Gobierno de España se le ocurre decir una evidencia, que las macrogranjas son dañinas por muchos motivos, se le eche encima buena parte del aparato mediático, económico y político del país, incluida la parte mayoritaria del Gobierno (pésima respuesta, por cierto, del Ministerio de Transición Ecológica, como en otros asuntos).

Lo peor es que todos saben que el ministro Garzón lleva razón, como saben que la Tierra no es plana o que si lanzo una manzana al aire cae de nuevo por la fuerza de la gravedad, pero actúan de ese modo movidos por un pragmatismo cínico que va en contra del medioambiente, de las poblaciones donde se alojan las macrogranjas, pero, sobre todo, y de esto se ha hablado mucho menos, de los derechos de los animales. “Uno se retrata por cómo trata a los animales”, sentenció Arthur Schopenhauer.

Dado que las declaraciones de Garzón se han publicado en un diario británico creíble, The Guardian, la polémica y el ridículo de los políticos españoles ha traspasado las fronteras. “Yo había crecido en un mundo donde los animales de granja pastaban, retozaban o cacareaban afuera. Entonces miré la carne que había en mi plato y pensé ‘esto representa el Miedo, el Dolor y la Muerte de cada animal’. Así me hice vegetariana y, tras enterarme del cruel confinamiento de las vacas lecheras y las gallinas ponedoras, ahora soy mayoritariamente vegana», ha declarado la primatóloga Jane Goodall, a quien tanto debemos quienes amamos a los animales.

En La práctica de lo salvaje, cuenta el gran poeta y ecologista Gary Snyder que en las sociedades cazadoras-recolectoras, como algunas que sobreviven en Alaska, por ejemplo, se cazan animales para alimentarse, pero que cuando esto ocurre, por necesidad, siempre se celebra un rito de agradecimiento y de perdón. Algo parecido expresaba en su muro de Facebook el otro día Santiago Auserón: “Inhaladores de gas metano, devoradores de chuletón estresado, succionadores de alas de pollo insomne, degustadores de purinas de cerdo en cucharilla de plata, borrachos de mala leche… ¿Qué sociedad es esta? ¿La demencia viral normalizada? El sacrificio de un animal, cuando fuera necesario, debiera realizarse como rito sagrado compartido”. Cuando matamos a un animal, no solo le robamos su cuerpo, su corazón, también su alma, y al menos deberíamos estarles agradecidos.

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Comentarios

  • Ben

    Por Ben, el 17 enero 2022

    Vota PP y seremos mas desgraciados y pobres.

  • Miguel

    Por Miguel, el 23 enero 2022

    Lo siento compañero, pero desde que el hombre pisó la tierra ha tenido la fea costumbre de alimentarse, con todo lo que podía y así seguimos. Es verdad que las macrogranjas son una abominación y que posiblemente sí redujésemos la ingesta de carne, otro tipo de ganadería sería posible, pero deberíamos tener más incidencia en este punto y mediante la concienciación obtener resultados, que no culpabilizar y señalar a todos los que hacen algo tan natural como alimentarse con todo aquello que la naturaleza vino en proporcionarnos.

  • Jose Niño

    Por Jose Niño, el 23 enero 2022

    No solo las macrogranjas, sino el conjunto de la ganaderia industrial, absolutamente insostenible, representan el modelo ideal para conducirnos al abismo. No procede repetir los perniciosos efectos q produce, de forma directa, en las personas, la contaminacion de tierras y acuiferos, la calidad del aire, asi como su definitiva contribucion al cambio climatico. Para quienes aun justifican esto con desvarios tales como q la humanidad se alimento siempre con todo lo q tenia a su alcance, q reflexionen acerca de q tipo de sociedad quedara con su contribucion, y q si no saben a q intereses se estan vendiendo, q al menos eviten insultar la inteligencia d los demas.

  • Angeles Lugilde

    Por Angeles Lugilde, el 24 enero 2022

    El ministerio de transición Ecológica no sabía dónde meterse pero el ministerio de Sanidad no tenía nada qué decir sobre el gasto que suponen las enfermedades coronarias por causa de una dieta basura? Seguimos apuntalando con la «dieta mediterránea» como si fuéramos un país libre de amburguesas y otras rápidas porquerías. Si al ministro Garzón se le ocurriese recomendar que fumásemos menos diría Casado que se quería cargar al gremio de los estancieros?

  • ximo

    Por ximo, el 24 enero 2022

    Somos una mierda

  • Mireya

    Por Mireya, el 24 enero 2022

    Gracias, pero hace algo más de 2000 años (Plutarco, Tratado sobre los animales), que sabemos que como seres evolucionados, no necesitamos matar para comer. Las gracias no bastan.

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