Esos encuentros y desencuentros entre escritores y editores

Jean Echenoz. Foto: Jean Luc Bertini.

Los famosos desencuentros entre Raymond Carver y Gordon Lish. Los encuentros entre Jean Echenoz y Jérôme Lindon, legendario editor de la prestigiosa Les Éditions de Minuit, esa figura respetada que todo escritor aspira a encontrar. Hoy nos fijamos en el libro Jérôme Lindon. El autor y su editor’.

Todos los escritores anhelan ser leídos. El mito de que hay autores que van armando su obra y que no desean que sus páginas las atraviesen los ojos ajenos no se sostiene demasiado. Es conocido el caso de Kafka, quizás el escritor más importante del siglo XX. Poco antes de morir de tuberculosis, le encargó a su amigo, el también escritor Max Brod, que quemara sus manuscritos inéditos. Para suerte de la literatura, y me atrevería decir de la humanidad, Brod no le hizo caso. Aunque el asunto ha hecho correr ríos de tinta, mi punto de vista de lector devoto de Kafka es que si ese hubiera sido realmente su deseo, destruir su obra inédita, lo habría hecho él mismo.

En todo caso, publicar no es fácil, al menos el primer libro, lo saben quienes aspiran a ello. Y encontrar un buen editor es incluso más complicado. Por buen editor entiéndase no necesariamente la influencia que tenga en el mercado, sino su capacidad de lectura, de compromiso con tu obra y de apoyo en el proceso de creación. Salvo excepciones, este tipo de editores son una especie en extinción, pero aún se encuentran, sobre todo, aunque no solo, en algunas pequeñas y medianas editoriales. La intervención en la obra siempre es deseable, aunque quizás sin llegar al controvertido caso de Gordon Lish, quien, como se sabe, hincó sus dientes hasta la médula de los primeros libros de Raymond Carver. Era un diamante en bruto y yo lo modelé, dijo Lish. El maestro del cuento tuvo que aceptar la poda extrema de sus textos e incluso la reescritura de muchos pasajes (incluidos los títulos), porque suponía pasar de la miseria a publicar en una editorial muy influyente. En cuanto pudo, cambió de editorial, aunque la sombra de Lish sigue estando ahí.

Con sus luces y sombras, parece que el escritor francés Jean Echenoz  encontró en Jérôme Lindon, legendario editor de la prestigiosa Les Éditions de Minuit, a esa figura respetada con la que aspira todo escritor. Con esa capacidad de depuración que Echenoz ha demostrado en sus novelas (contó la historia de la Primer Guerra Mundial en 14, una obra de ficción que no llegaba a las cien páginas), Echenoz rinde homenaje a quien fuera su editor en Jérôme Lindon. El autor y su editor, publicado por Nórdica.

“Todo arranca un día de nieve en París, en la calle de Fleurs, el 9 de enero de 1979. He escrito una novela, es la primera, no sé si voy a escribir más. Todo cuanto sé es que he escrito una y que, si pudiera encontrar un editor, estaría bien”. Así comienza este librito (me encanta la palabra), que puede llevarse en el bolsillo del pantalón, que pesa menos que un móvil y sin peligro de que se rompa. La relación, con altibajos, duró hasta la muerte de Lindon. “Pero soy un recién llegado al mundo de la edición, no sé nada ni conozco a nadie, aprendo. Aprendo entre otras cosas que, cuando un autor almuerza con su editor, el que paga es siempre el editor. Vale. No lo sabía”, escribe Echenoz.

Y más adelante, cuando la relación entre autor y editor ya parece más o menos consolidada: “Así van transcurriendo las cosas, le llevo un libro cada dos o tres años. Cuando nos vemos de vez en cuando, evito mencionar mi trabajo, sobre todo cuando nos va bien. De joven me imaginaba que un editor podía secundar a un autor, socorrerlo en sus tormentos, pasear con él arriba y abajo por los jardines de Luxemburg debatiendo con mucha trascendencia el lugar de un personaje, la articulación entre dos capítulos y todo este tipo de cosas. No tardé en caer en la cuenta, con Jérôme Lindon, de que un editor tiene otras cosas que hacer, o él cuando menos”.

Echenoz no idealiza a su editor, al contrario. Nos habla de sus desencuentros, de las manías de Lindon, de un carácter aparentemente áspero. Pero queda claro la deuda que Echenoz tiene con él, de cómo creció como escritor a su vera, de lo que aprendió gracias a la intuición lectora de Lindon y a su conocimiento del mundo literario. Un libro delicioso y muy recomendable.

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