“Entre el fin del mundo y el fin de su mundo, no hay alternativa”
La acción directa cataliza el movimiento ecologista francés. Soulèvements de la Terre (Sublevaciones de la Tierra), una alianza de organizaciones y colectivos de base en la que participan asociaciones, sindicatos, agricultores, ecologistas, desertores de la metrópolis e incluso urbanitas, han venido a dar un giro a la conciencia verde. Su lema, “Entre el fin del mundo y el fin de su mundo, no hay alternativa”, evidencia el punto desde el que emprenden las acciones, innovador en el territorio europeo y en consonancia con la cultura de los pueblos originarios: Somos la naturaleza que se defiende a sí misma. Somos la Tierra que se subleva. Somos las sublevaciones de la Tierra. Es la ‘noticia que abraza’ de este extrañamente caluroso abril.
Hace apenas una semana, 8.000 personas se manifestaban en la nueva autopista A69 Toulouse-Castres, en el sur de Francia. Denunciaban que su construcción destruirá 2.500 árboles y hábitats húmedos circundantes. Lo que comenzó como un muro humano se convirtió en un muro hecho de bloques de hormigón.
Un mes antes, 15.000 personas acampaban en las inmediaciones de la macro-balsa de regadío que se está construyendo en Sainte-Soline, una localidad eminentemente agrícola del oeste de Francia que, como todo el resto del país, está sufriendo un inusitado periodo de sequía. En un intento desesperado de mantener el mismo modelo de agro-negocio, el gobierno de Macron ha aprobado un plan de construcción de mega-balsas plastificadas de almacenamiento de agua que extraen del subsuelo para ponerla a disposición de los regantes.
Al frente de estas convocatorias está Soulèvements de la Terre (Sublevaciones de la Tierra), una alianza de organizaciones y colectivos de base sin identidad legal en la que participan asociaciones, sindicatos, agricultores, ecologistas, desertores de la metrópolis e incluso urbanitas. Su lema, “Entre el fin del mundo y el fin de su mundo, no hay alternativa”, evidencia el punto desde el que emprenden las acciones, innovador en el territorio europeo y en consonancia con la cultura de los pueblos originarios: Somos la naturaleza que se defiende a sí misma. Somos la Tierra que se subleva. Somos las sublevaciones de la Tierra.
Este lema, capaz de aunar organizaciones de muy diversa índole pero con el mismo fin común, fue fraguado hace cinco años en la ZAD (Zona a Defender) de Notre-Dame des Landes. Allí levantaron un campamento permanente para defender el bosque del intento de convertirlo en “bio-masa” e impidieron que se construyera en su lugar un aeropuerto internacional.
La ocupación de tierras, las intervenciones en mega-balsas en construcción o en cementeras donde la maquinaria es desmontada, las ZAD, los muros humanos… forman parte de lo que denominan “acciones de desarme”, que consisten en paralizar los actos de violencia del sistema político y económico contra la vida de este planeta y de quienes lo habitan. A su juicio, el hecho de que la violencia institucional imponga proyectos ecocidas legitima el uso de lo que han venido a definir como “eco-resistencia”, por oposición a la acusación de “eco-terrorismo” que utiliza el Estado francés contra ellos.
Los conceptos de “desarme” y de “resistencia” procedentes históricamente de los movimientos pacifistas adquieren un nuevo sentido y facilitan que la práctica del eco-sabotaje sea considerada como una acción posible, incluso por parte del activismo más conservador. Grupos de ecologistas que hasta el momento se contentaban con escribir tribunas, firmar llamamientos, organizar asambleas ciudadanas, promover Iniciativas Legislativas Populares, etc… han virado su militancia hacia la participación en la logística de campamentos o manifestaciones prohibidas; y a equiparse también con martillos, tijeras de podar, gafas, máscaras anti-gas, cascos, pancartas reforzadas protectoras, paraguas para desviar las granadas…
Esta alianza que implica presencia y una resistencia que asume riesgos se rige por el principio de reciprocidad. El acuerpamiento del que hacen gala las defensoras del territorio de los pueblos originarios encuentra su propio cauce en el territorio europeo. Consiste en alinearse con las reivindicaciones más vulnerables para reforzarlas ante enemigos comunes y de fuerzas desproporcionadas. El principio de reciprocidad genera una política de la experiencia basada en la convivencia en las acciones y en la circulación de conocimientos.
Además, entran en resonancia con otras iniciativas de resistencia, como las protestas contra la reforma de las pensiones, que están alcanzando cotas pre-insurreccionales después de que Macron la impusiera utilizando el decreto 49.3. Quienes participan en el movimiento Soulèvements de la Terre entienden que el mismo extractivismo que expolia los acuíferos mediante mega-balsas, pretende explotar aún más la vida laboral de los y las trabajadoras. Esto hace que el citado movimiento cuente con un apoyo que no sólo implica a quienes defienden el medioambiente.
La acción directa y la lógica que la sostiene resuenan en otras manifestaciones de la vida. En estas mismas fechas, la campaña internacional contra el gasto militar ha recordado que el entramado militar contribuye significativamente a la destrucción ambiental, mantiene el status quo y, en connivencia con los lobbies de la industria fósil, impide que se ejecuten medidas que podrían paliar tanto la crisis ambiental planetaria como el sufrimiento de millones de personas. La guerra es el gesto de sublimación del extractivismo más atroz, lo contrario al cuidado, contrario a la actividad humana de sostener a las otras, a lo otro.
De este modo, el terreno está abonado para nuevas y futuras alianzas que puedan permitir promover la banca ética frente a la banca armada o la desmilitarización de los territorios al tiempo que se defiende la sublevación de la tierra. No extraña que cuando el ministro del Interior, Gèrald Darmanin, anunció el 12 de abril su intención de disolver el movimiento Soulèvements de la Terre, se encontrara con una masiva campaña de autoinculpación a la que se han sumado más de 50.000 personas, gentes del mundo de la cultura, artistas, científicos, un premio Nobel de la paz, militantes y dirigentes de los partidos de izquierda, de los sindicatos, de la universidad, organizaciones de otros países, etc… Las organizaciones de todo el mundo, agrupadas en la Vía Campesina, también hicieron un llamamiento a la solidaridad con el movimiento francés, al tiempo que condenaban la deriva autoritaria y represiva del gobierno.
Mitigar el cambio climático es crucial. Los daños económicos del cambio climático en 2022 arrojan la astronómica cifra de 168.100 millones de euros. Pero la realidad de esa cifra es mucho mayor, porque los datos vienen de las aseguradoras y no todo se asegura. Sabemos que para no rebasar un calentamiento de 1,5 °C, el mundo debería detener inmediatamente la explotación de petróleo y gas, que el decrecimiento económico permitiría una mitigación del cambio climático directa y clara, que es necesario transicionar a gran escala y a gran velocidad hacia las energías renovables, que necesitamos una rápida descarbonización de la economía, que la producción de cemento y la deforestación explican el aumento de emisiones, que necesitamos mejorar la gestión de los ecosistemas, e incluso sabemos que algunos de los mayores bancos centrales del mundo están ayudando a financiar a gigantes del agronegocio implicados en la deforestación y al acaparamiento de tierras.
Por ello, no sólo es clave hacer presión en momentos electorales como al que nos asomamos. La resistencia ante las visiones patriarcales y violentas basadas en el crecimiento y el extractivismo exigen también una transformación de nuestras acciones colectivas. Ya no es tiempo de la impotencia y la eco-ansiedad; toca construir amplias alianzas y establecer estrategias eficaces de resistencia. Los verdaderos desafíos actuales que ya destruyen el Sur Global (crisis climática, pandemias, deforestación, inundaciones, pérdida de biodiversidad y muchos más) son globales y transfronterizos y, por tanto, requieren soluciones coordinadas a nivel planetario.
Todo el planeta es ya una Zona a Defender, porque todo el planeta es para el capital una zona de sacrificio al servicio de los intereses de unos pocos. Como recuerda cada año la campaña GDAMS del Comité Internacional por La Paz , se trata de desmilitarizar, no armarse; descontaminar, hablar y escuchar, no imponerse por la fuerza. De cambiar estrategias y acuerparse.
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