Érase un “no lugar” que debía estar en Gaza

Ciudadanos palestinos revisan los daños de un bombardeo israelí sobre la ciudad de Gaza el pasado 9 de octubre, cuando la masacre no había hecho más que empezar. Fuente: Wafa (Wikimedia Commons).

Quién sabe cómo recogerán los libros de historia de finales de este siglo la tragedia/el genocidio vivido por las gentes de Gaza. En ese territorio existieron trazas múltiples de vida que en milenios compondrían una compleja amalgama étnica. Ahora mismo podría ser uno de esos ‘no lugares’ en los que Marc Auger sostiene que manda el anonimato. Quién sabe qué pensarán los dioses en nombre de los cuales se combate en aquella zona.

La Gaza de mañana se podría calificar como un “utopos”. El diccionario de la RAE lo definiría como plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realización. Pero también la representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano; o, lo que es lo mismo, “una sociedad tan perfecta e idealizada que es prácticamente imposible llegar a ella”.

Ahora mismo, transcurridos varios milenios, ya lo es: todos los sufrientes son anónimos. Porque la comunidad internacional le ha dado un cheque en blanco al ejército de Israel para que lo pueda llenar de impunidades. Así lo denuncia el cofundador de Standing Together, una de las pocas organizaciones integradas por árabes y judíos israelíes que buscan el entendimiento.

Las gentes de bien se lamentan por todo el mundo de la no importancia gazatí; pero nada sienten los poderosos dirigentes de sus Estados. De estudiar estas situaciones se podría ocupar hoy una antropología de la sobremodernidad. Esos no lugares son espacios por donde los simples ciudadanos nos movemos casi imperativamente. Se me ocurre que algo así podría ser la colapsada zona de tránsito del aeropuerto de Barajas. Allí, un lugar físico sin identidad, se hacinan centenares de personas sin nombre, como denunciaba ‘Público’. Allí, la gente –convertida en muchedumbre aunque sea poca– deambula, pero no revive porque pierde la esperanza. ¿Serán no lugares las cárceles?

Las gentes de bien, de cualquier religión o signo político, miran todo esto desde el pensamiento y la crítica social, aunque también la problemática tiene bastantes riesgos físicos. Hasta hace unos meses, Gaza era un lugar en el olvido; ahora ha dejado de ser siendo, atrapado en el miedo y la barbarie que algunos escriben temblorosamente en su epitafio. ¿Puede un lugar antropológico, complejo en su constitución, convertirse en un no lugar, ser utópico para la eternidad? En Gaza y donde habiten los palestinos pasan cosas, casi siempre desgracias sembradas en el olvido. Ni siquiera las televisiones nos muestran la nada, de lo mucho que debe estar sucediendo en torno a Rafah, la gatera por la que quieren pasar millones de personas expulsadas de sus hogares.

Me gustaría leer la Historia vista desde el AÑO 2100. Pero no los libros de los poderosos, sino los manuales escolares o universitarios. ¿Qué dirán, si mientan algo, sobre la retirada de la ayuda de los países ricos (EE UU, Canadá, Francia, Reino Unido, Alemania, Países Bajos, Australia, Italia, etc…) a los fondos de socorro para la UNRWA–agencia de la ONU dedicada al socorro alimentario, sanitario y educativo de los gazatíes–. El motivo parece ahora muy débil: que una pequeña parte de sus empleados hayan podido estar próximos a Hamas. Los estragos que causará la retirada han sofocado a las ONG solidarias.

El mundo no puede abandonar a Gaza y los palestinos. ¿Serán al menos “lugares de memoria”? Desde fuera de la antigua Palestina, sus desastres no son reconocidos como un “lugar emergencia” en el que implicarse. Me interrogo con pena si ese definido no lugar, que bien podría ser un utopos experimental, se asomará al siglo XXII con su presencia en los mapas de la zona. ¿Qué nombre lo identificará si se produce este supuesto? Una escritora ya la ha bautizado: zona descontaminada, simplemente; otra la llamó cárcel en la que la única libertad es mirar al cielo; no siempre, porque por allí los pájaros y las nubes fueron sustituidos por aviones y drones asesinos. Serán ambas miradas una especie de crueldades imaginativas o buenas caracterizaciones de la realidad. ¿Acaso se puede llamar no lugar ese retrete que tienen que compartir 500 personas en Rafah? Tras los recientes bombardeos puede que no quede ni el retrete.

Preguntémonos juntos si tanto los lugares como los no lugares son realmente las personas que los habitan y los frecuentan. Mejor, o preferentemente, las relaciones que se generan en ellos, pero también con sus vecinos; todas las sociedades son interdependientes.

Mientras redacto estas líneas me entero del enésimo ataque a hospitales; de que el Ministerio de Sanidad de Gaza contabiliza 28.473 muertos desde que Hamás soltó la furia terrorista y provocó la barbarie del ejército israelí. También me llegan ecos de las mil millonarias ayudas que EE UU querría dedicar a Israel. Desconocemos qué pensarán los dioses en nombre de los cuales se combate en aquella zona.

Me quedo inquieto por no haber concretado bien si los no lugares existen y por ellos circula pensamiento humanitario impulsado por los deseos de igualdad. Lo que parece claro es que ese no lugar carece de identidad, le falta mucho para ser un utopos; también a la comunidad internacional, al menos a sus dirigentes. Y después, ¿quién retirará los escombros materiales y humanitarios?

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