Ernesto Calabuig, el escritor-deportista que no se ahoga en un vaso de agua

Ernesto Calabuig en el verano de 2011.

Ernesto Calabuig en el verano de 2011.

Ernesto Calabuig en el verano de 2011.

«Escribir es una mezcla de rigor técnico y compasión humana», decía recientemente Eloy Tizón. Ambas cualidades se muestran espléndidas en ‘Caminos anfibios’, el nuevo gran libro de relatos cortos de Ernesto Calabuig, un escritor y crítico que se toma la vida y la literatura con mucho sentido deportivo… Y eso que uno de sus cuentos más impactantes es ‘Del ahogarse en un vaso de agua‘.

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La literatura -la vida- no es más que la narración de un viaje. El regreso de Ulises a Ítaca, la aventura que emprende Telémaco en busca de su padre. “El viaje siempre recomienza, siempre ha de volver a empezar, como la existencia, y cada una de sus anotaciones es un prólogo”, escribe Claudio Magris en El infinito viajar (Anagrama), una recopilación de crónicas viajeras del escritor y germanista italiano, quien tiempo atrás nos guió en un recorrido por el Danubio en un libro fundamental de la literatura del siglo XX.

Aunque soy más bien de carácter sedentario, aún recuerdo la inyección de adrenalina que sentí en mi juventud tras leer On the road (En el camino, En la carretera, según la traducción), donde Kerouac cuenta el viaje que emprendió junto a Cassady y Ginsberg de Nueva York a la Costa Oeste, una narración que desprende vitalismo en cada frase, en cada palabra. La lectura de esta novela, en la que se funden la literatura y la vida, transcurrió entre la habitación del piso de estudiante que compartía entonces y alguno de los cafés del centro de Madrid que solía frecuentar, pero en mi imaginación era un pasajero más de un viaje frenético, alocado e iniciático que exaltaba la libertad y el goce de vivir.

Más de 20 años después, uno mira el pasado con retrospectiva, se lamenta de algunas cosas que hizo y de otras que dejó de hacer, bucea en su memoria, en la familia y en los amigos que tuvo, en los que tiene ahora, en los sueños perdidos, uno se sorprende al descubrir cómo le afectaban acontecimientos que hoy podrían parecerle anecdóticos, entonces me ahogaba en un vaso de agua, nos decimos, frente al fatalismo presente, sólo que en realidad no eran experiencias anecdóticas, no era un vaso de agua en el que nos ahogábamos, sino un mar embravecido en el que aún nadamos a la deriva en busca de una orilla donde refugiarnos y descansar. Mientras tanto, la literatura, la buena literatura, nos ofrece una tabla donde aferrarnos y sobrevivir.

“Convocar el pasado es encontrar resistencias”, dice el narrador de Del ahogarse en un vaso de agua, uno de los trece relatos que integran Caminos anfibios (Menoscuarto), del escritor, crítico y atleta Ernesto Calabuig (Madrid, 1966), de quien ya hemos hablado en este Asombrario. Y añado lo de atleta porque el deporte tiene una gran importancia en la vida y en la obra de Calabuig. No sólo porque este detalle de su vida, como otros (la escritura, su faceta como crítico) se cuelan en sus historias, un juego que enriquece las interpretaciones, sino por la propia visión deportiva que Calabuig tiene de la literatura como superación, la escritura como pista de atletismo donde conseguir nuevos retos. La constancia, el cálculo mesurado de nuestras fuerzas, la consciencia de nuestros límites, virtudes del buen deportista y del narrador auténtico, pueden conducirnos a dar un paso más en nuestra pelea con las palabras para describir el mundo, a sabiendas de que, como decía Bolaño, la literatura es una batalla perdida de antemano.

Autor de otro libro de relatos, Un mortal sin pirueta, y de la novela Expuestos, también en Menoscuarto, obras que nos descubrieron a un excelente narrador (sus cuentos se han incluido en varias antologías); en Caminos anbifios, Calabuig va más allá, ahonda en el Territorio Calabuig (donde conviven el mundillo literario, el deporte, la filosofía, las relaciones, la pérdida de la inocencia), cubre una nueva marca y nos regala a los lectores un libro mucho más maduro, con historias que transcurren entre España y Alemania y que, como individuos, nos devuelven la mirada hacia nosotros mismos, hacia el presente siempre en conflicto con un pasado que a veces nos resistimos a contemplar. Digo como individuos, pero me atrevería a decir que también como colectividad, como habitantes de esta piel de toro que de nuevo expulsa a una buena parte de sus ciudadanos a buscar oportunidades de trabajo a Alemania. El franquismo no ha desaparecido de nuestras vidas.

Algunas de las claves del libro las encontramos en el primer relato, Caminos anfibios, un cuento redondo que aporta un nuevo y original enfoque de la infidelidad. En el noroeste de Alemania, durante una época del año, hay caminos por los que transitan anfibios, y los alemanes, escrupulosos, adoptan todo tipo de medidas para que no se dañe a los animales. Esta imagen le sirve a Calabuig para reflexionar en torno al cuento (un género híbrido, como los anfibios) e indagar en algunos momentos de nuestras vidas, en los que somos capaces de desmontar nuestra cotidianidad, aunque sea placentera y equilibrada, en busca de otra cosa, ni siquiera de un sueño, pero sí de algo que imaginamos mejor y que, de repente, podría estar al alcance de nuestra mano.

Del ahogarse en un vaso de agua es uno de mis relatos preferidos de este libro memorable. La llamada de una agente que quiere endosarle a un editor una promoción hotelera en la costa, despierta en el hombre, cuarentañero, el recuerdo de un acontecimiento ocurrido en 1980, cuando tenía 14 años, y que ahora, 29 años después, como un bumerán, rebota en su vida presente. Los reencuentros inesperados y a veces frustrantes (La vida en unas líneas), la relación con los padres (Padres, hijos…distintos automóviles), el entrañable recuerdo de la emigración a Alemania (La estrella giratoria), el retrato de una España en la que los niños se crían, por primera vez, junto al televisor, una España tardofranquista que aún perdura (aunque muchos se disfracen de una épica de militante de izquierda y, si no, vean lo que ha pasado recientemente con las tarjetas negras de Caja Madrid), transitan por estos caminos anfibios que se cierran con un espléndido, iluminador y melancólico cuento, Nocturno del Rhur.

«Escribir es una mezcla de rigor técnico y compasión humana», escribía hace poco en un precioso artículo Eloy Tizón. En Caminos anfibios se dan ambas cosas, rigor técnico y compasión humana. Hay escritores caudalosos, como una lluvia tropical, que nos sorprenden y nos embelesan. Otros, como Calabuig, narran sus historias como nubes que descargan una lluvia fina, agua de la buena, la que penetra en la tierra y da sus frutos, escritores que miman las frases, que las calientan con su magia y dejan que sus palabras nos calen poco a poco, hasta cerrar las heridas de nuestros corazones cuarteados.

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