“Es mentira la cultura del esfuerzo tal como nos la venden hoy”

El escritor Juanra López publica su primera novela, ‘El fantasma de Rock Hudson’. Fotografía de Luca López.

Juanra López lleva más de media vida ejerciendo el periodismo. Después de dar sus primeros pasos en la prensa local, se curtió como periodista en la revista ‘Semana’, donde pasó más de dos décadas, y en distintas tertulias televisivas. Actualmente trabaja en la edición digital de ‘Mujer Hoy’ y acaba de publicar su primera novela, ‘El fantasma de Rock Hudson’ (Editorial MaLuma), protagonizada por un juntaletras homosexual que en su adolescencia vivió atormentado por el miedo a contagiarse del VIH y ha acabado siendo un hombre feliz y exitoso. Hemos hablado con Juanra (Madrid, 1973).

¿Por qué te impactaron tanto aquellas fotografías de Rock Hudson totalmente demacrado como consecuencia del sida?

Con 11 o 12 años, yo ya sabía que era homosexual, pero no tenía referencias sobre qué era la homosexualidad o cómo se transmitía el virus del sida. Tenía una gran confusión y creía que, por el mero hecho de ser gay, uno podía ya desarrollar esa enfermedad. Recuerdo que leía artículos en revistas como Teleindiscreta donde describían los síntomas. Decían que se inflamaban los ganglios, que salían manchas moradas… Era todo muy sensacionalista y había mucha desinformación. Esa me pareció una buena excusa para escribir este libro, que por cierto no es biográfico. Mucha gente me preguntaba por qué no escribía un libro contando anécdotas de los famosos a los que he conocido. Les dije que ya había periodistas del corazón que podían hacer eso mucho mejor que yo. Pero me pareció que sí podía utilizar muchas de esas anécdotas como una especie de hilo conductor. Para eso necesitaba crear un personaje que tuviera la misma edad que yo. De esa forma, todas las anécdotas que aparecen en el libro, que son reales, podían ajustarse a esa cronología. Por otro lado, en los últimos tiempos venía pensando que la gente de mi generación ya no habla del sida y de cómo vivimos aquel momento. Como mi meta en la vida no era convertirme en escritor, aunque sí fuese algo que me apetecía mucho, tuve que tirar de situaciones que había vivido o que me habían contado para crear ese personaje de ficción; de ahí que puedas encontrar muchos paralelismos entre su vida y la mía.

¿De qué forma crees que ha afectado tu miedo a contraer el VIH a tus relaciones sexoafectivas?

Me afectó muchísimo. Gore Vidal dijo en una entrevista que él tuvo la suerte de vivir su sexualidad con libertad, sin la espada de Damocles del sida. Decía que la llegada del sida le pilló ya mayor, por lo que no siente que perdiera parte de su juventud. Sin embargo, mi sexualidad y mi desarrollo emocional sí estuvieron muy atenazados por el miedo al sida. Mi miedo a hacerme la prueba del VIH era patológico. No tuve la suerte de vivir mi veintena y mi treintena con una PrEP [consistente en que una persona no infectada por el VIH tome tratamiento antirretroviral de forma preventiva]. Aunque también te digo que pienso que la gente está tomando la PrEP con mucha alegría, cuando es algo que conlleva otro tipo de riesgos. Quería usar mi libro para ponerle voz a esta problemática, porque el VIH ya no está en la agenda de los medios. Me parecía un ejercicio de memoria histórica de las generaciones que hemos crecido con ese miedo. Por suerte nunca lo contraje, pero sí sentía tanto pánico que a veces estaba más pendiente de la posibilidad de infectarme que de otras cosas. Creo que las nuevas generaciones tienen más suerte que la mía en ese sentido. Sin embargo, están enfrentando otro tipo de dificultades, como la precariedad económica.

En tu novela mencionas a Diana de Gales, una de las pocas figuras públicas que mostró compasión por las personas seropositivas en una época en la que estas eran tratadas como apestados.

Me impactaron aquellas imágenes donde aparecía gente en situación terminal y una Diana que no tenía miedo a la proximidad física. Ayudaron mucho a su visibilización. A esta mujer se la estigmatizó muchísimo por tener problemas de salud mental, por sufrir bulimia y por saltarse ciertos protocolos. Estoy seguro de que si hubiese vivido en el siglo XXI se la habría tratado de una manera distinta y ella misma habría encontrado solución a sus problemas y habría podido hablar abiertamente de esas situaciones.

Desde luego parecía más gay-friendly y abierta de mente que Sofía de Grecia, quien en su día se declaró contraria a que gays y lesbianas pudieran contraer matrimonio y a las marchas del Orgullo. ¿Te sorprendió aquel alarde de homofobia?

No me sorprendió. Esa afirmación, o el que ella se preguntase cuándo iban a tener los heterosexuales un día del Orgullo heterosexual, fue consecuencia de dos cosas: el entorno del que ella viene y el momento histórico. Esas declaraciones no las haría ella ahora. Aquí tengo que decir que Pilar Urbano [la periodista y escritora a la que se las concedió] no la quiso bien. Desde mi punto de vista, Pilar utilizó a la reina Sofía para de alguna manera hacerla portavoz de un discurso suyo, porque posiblemente ese tema no tendría ni que haber entrado en la agenda. Sofía cayó en la trampa de mostrar cómo piensa realmente, cuando un monarca no tiene que pisar charcos. Fue una metedura de pata por su parte, porque mira cómo no sabemos lo que piensan Felipe VI o Letizia. En realidad no tenemos que saberlo, porque se supone que ellos están reinando para todo el mundo. Además, creo que la discriminación siempre es económica. Nunca tiene que ver con la raza ni con la orientación sexual. Seguro que Sofía tiene en su entorno muchos homosexuales que no le molestan lo más mínimo, porque pertenecen a su misma clase social.

La doble discriminación que sufren las personas LGTBI con pocos recursos…

Sí. A mí, por ejemplo, me duele mucho escuchar a Alaska y a Mario Vaquerizo diciendo cosas como que ellos no se pondrían nunca delante de una pancarta porque la vida es alegría. Lo dicen porque ellos tienen una situación privilegiada. Les conozco desde hace muchos años y me consta que no son homófobos, pero sí se olvidan de que la gente que vive en entornos muy duros no tiene la posibilidad de expresarse ni cuenta con esa visibilidad. Por estas personas es por las que hay que luchar con una pancarta. A nadie se le puede forzar a ser activista, pero a mí me encantaría que Pablo Alborán, que nunca hace una mención al colectivo LGTBI, fuese más activista, porque pienso que la gente privilegiada puede ayudar mucho. Me gustaría que Alaska y Mario, que han ido a otras ediciones del Orgullo, siguieran acudiendo, y me duele que lo reduzcan a que es una cuestión ideologizada. No se trata de que sea una cuestión de ideología, se trata de que cuando tú te atomizas, no tienes fuerza; por eso hay que crear un colectivo. Hoy estoy hablando aquí, hablando con libertad, porque antes hubo personas que se batieron el cobre. Un homosexual tiene que salir del armario todos los días, porque constantemente vive situaciones como la de ir por la calle y pensar dónde te das la mano, ver a qué país puedes viajar… El mero hecho de hablar de tu sexualidad ya te enfrenta a la posibilidad de recibir un juicio de valor. O puede pasar que tu orientación sexual se convierta en un lastre para tu desarrollo profesional, que alguien piense en ti para un puesto, pero que no quiera en él a una persona homosexual.

Imagino que en estos años has vivido episodios de homofobia en el trabajo.

Sí. Viví una época en la que hacer comentarios homófobos no estaba tan mal visto. Luego, como la vida es pendular, pasamos a una época en la que se censuraba a la gente por ser homófoba y machista. Ahora mismo estamos viviendo una época regresiva donde se considera que no poder hacer comentarios homófobos es una conculcación de las libertades. En el trabajo viví situaciones donde había risitas o te llegaban comentarios de ciertos compañeros que decían que tenían que caminar con el culo pegado a la pared. Entonces no había salido aún del armario, algo que hice tarde, y tampoco me sabía defender. Desgraciadamente, a esa gente se le está dando voz ahora a través de partidos políticos y organizaciones conservadoras, y se está volviendo a legitimar un discurso de odio. Cuando tú tienes que explicar o justificar la colocación de una bandera en un lugar, ya estás dando pasos atrás, porque de alguna manera te están inoculando el virus de la autocensura. Así es cómo, poco a poco, van ganando la batalla cultural. De momento, esa gente ya ha conseguido que todos esos consensos a los que habíamos llegado, tanto en el tema de la sexualidad como del machismo, tengan que ser explicados y justificados.

Hablando de decepciones, ¿alguna de las celebridades a las que tuviste ocasión de entrevistar te ha sorprendido para mal?

Recuerdo una vez que fui al plató de El informal para entrevistar a Inma del Moral. Charlé con ella al final del programa, pero me respondía con monosílabos, se reía de las preguntas y, en definitiva, me encontré con una persona a la que no le interesaba lo más mínimo darme la entrevista. Otra de las personas más desagradables que me encontré fue Jade Jagger, hija de Mick Jagger. Vino a hacer la promoción de un avión que había customizado para Vueling y su representante me dijo que no se le podía preguntar ni por su padre ni por su madre. Le dije que me marchaba y la dejé sin hacer la entrevista. Quizás fue una de las experiencias más desagradables, porque perdí una mañana. También pensé que hay gente que de una u otra forma ha vivido gracias a la prensa del corazón y que, sin embargo, no respeta lo suficiente el género, o bien confunde los medios del corazón con agentes de comunicación.

También hay gente que todavía mira a la prensa del corazón por encima del hombro.

Así es. Cuando trabajaba en Semana, algunos me preguntaban cómo podía trabajar en esa revista. En primer lugar, le debo a Semana años felicísimos de mi vida. Gracias a ella he podido vivir experiencias maravillosas: que Cameron Díaz se levantara y me trajera un zumo de naranja natural porque yo tenía faringitis, que Paco Rabal se fumara un pitillo a escondidas y me pidiera que no se lo dijera a Asunción [Balaguer], o irme a Torre del Mar para celebrar el 73º cumpleaños de Carmen Sevilla y morirnos juntos de la risa mientras ella me contaba anécdotas vividas con Lola Flores, Paquita Rico y Marujita Díaz. Yo soy quien soy gracias al hecho de trabajar en el mundo del corazón. Además, el corazón es cultura. ¿Cómo valoras tú si no el impacto de Lady Di en la cultura popular? Igual muchos de los que me miraban por encima del hombro pagarían hoy por tener mi situación laboral actual y por haber vivido todas esas experiencias. La curiosidad es innata al ser humano, y la gente en el fondo muere por saber sobre todos esos personajes.

¿Siempre quisiste dedicarte a la prensa del colorín?

Fíjate, no tenía en mente dedicarme al corazón. Quizás por mi personalidad, la gente lo tenía mucho más claro que yo. Quería entrevistar a Murakami o hacer periodismo deportivo para poder seguir el circuito tenístico en la época gloriosa de Conchita Martínez y Arantxa Sánchez Vicario. Entré en el periodismo por azar. Un apartado de correos que no especificaba el puesto de trabajo me llevó a mandar mi currículum a un medio del corazón, por insistencia de mis amigos. Mandarlo me permitió tener una vida llena de experiencias riquísimas y conocer a gente maravillosa, porque, contrariamente a lo que muchos piensan, en el periodismo del corazón hay tipos preparadísimos y cultos como Jesús Mariñas o Agustín Trialasos. Jesús era muy buen compañero y fue una de las personas que más me ayudaron cuando llegué a la profesión. Cuando perdí un trabajo, él fue uno de los primeros que pidió mi teléfono y me llamó para preguntar si me podía ayudar en algo. Siempre le estaré muy agradecido.

Hablas de felicidad en el trabajo, pero tengo la sensación de que antes de fichar por ‘Mujer Hoy’ te sentías algo desencantado con la profesión.

Estaba desencantado con los métodos de trabajo. El Langui dijo en una entrevista que él tenía el nivel de autonomía que tenía gracias a que su madre le ponía el bote de Cola Cao cada vez en un lugar más alto. Eso está muy bien si tú eres El Langui y tienes problemas de movilidad. Era una buena metáfora de cómo a veces te ayuda en la vida el hecho de no ser acomodaticio. Está muy bien que a ti te exijan en tu trabajo y que te pongan el listón más alto. Yo también lo hago, porque soy muy autoexigente. Lo que no es razonable es que pongas a la gente en situaciones extremas, que lleves a esa persona a no poder dormir porque no sabe qué temas te va a proponer el lunes o porque sabe que nada es nunca suficiente. Gracias a esa situación, salí de aquel trabajo y tuve el tiempo necesario para recuperarme y escribir esta novela. Ya no estoy dispuesto a asumir la precariedad como estilo de vida. Soy consciente de que puedo tener este discurso, porque he sido muy hormiguita y porque, por suerte, soy muy austero en mis gustos. Hasta cierto punto, hoy puedo elegir y decir no, y ese es un lujo que no todo el mundo se puede permitir. Desgraciadamente, hay gente que tiene que dar lo mejor de su vida personal y laboral a cambio de un dinero que les lleva a la precariedad extrema. Vengo de una familia humilde y soy un hombre hecho a sí mismo que se ha podido subir al ascensor social. Creía en la cultura del esfuerzo cuando en la época socialista las becas eran muy grandes y te permitían pagar las estancia y los estudios en una ciudad como Madrid, por lo que tú te podías dedicar solamente a estudiar. No creo en la cultura del esfuerzo tal y como nos la venden hoy, porque es mentira. Tu origen predetermina mucho tu trayectoria vital.

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