Es muy triste cuando los padres se van para siempre

Foto: Pixabay.

“Si quiere que las llamas se vean desde el pueblo, cada pira debe tener más de diez o quince metros. Esa zona de la montaña está despejada y, a pesar de las ráfagas de aire, la combustión tirará hacia el cielo y las llamaradas ascenderán. Les echa de menos, es muy triste cuando los padres se van para siempre”. Estamos llegando al final de nuestra serie ‘Relatos de Agosto’ en colaboración con el Taller de Escritura de Clara Obligado.

POR EVA MANZANO PLAZA

Acababan de llegar en coche a la sierra. Caía la tarde y la chimenea era el primer ritual del fin de semana. Costaría una discusión encenderla. El viento, ese viento invencible y desobediente, empujaría el humo hacia dentro y el salón se nublaría como un barco en el mar. Si la leña estaba mojada, la discusión sería más fuerte.

La vida es muy frágil, piensa el niño. Un solo tronco de madera puede hacer explotar la casa y, sin mover los labios, suplica. El niño habló con el árbol cortado que estaba dentro de la chimenea.

–¡Sécate ya, por favor! ¿No ves lo que pasa? Si tardas mucho, se odiarán durante días. Por favor, ¡sécate y arde!

Las llamas se asomaron tímidas entre el periódico arrugado. Parecían lenguas azules que fueran a decir algo y luego cambiaran de opinión y desaparecieran. La habitación olía a papel, a humedad, a frío.

–¡Quítate! Lo haces mal. ¿No ves el humo que hay? –dijo el padre–. ¡Quítate!

La madre se apartó. Primero asustada y después furiosa.

–Siempre lo mismo, ¿qué te crees? –dijo la madre–. ¿Qué, lo vas a hacer tú mejor?

La madre apoyó la cabeza en la ventana, pensaba que ojalá fuera lunes, que no fuese tan de noche ni hiciese tanto frío. Anochecía, era la hora de las sombras. Todo pareció indicar que las tinieblas se quedarían al día siguiente hasta engullir cualquier luz de los ojos.

Ahora se mirarán sin verse. Otra vez, no. Lo arreglaré, promete el niño. Me da mucho miedo cenar con desconocidos.

Les cambia la voz y no se dan besos ni se ríen. Cuando hablan, utilizan la voz muerta; es horrible saber que la llevan dentro. Ya están aquí los abismos que alargan la casa como si fuera un chicle. Las habitaciones se alejan, y la mesa y las sillas crecen.

El niño sentiría su cama inmensa, porque las camas serían páramos. Y las paredes formarían muros alrededor de sus padres y surgirían fosos que caminarán con ellos.

Las manos del hombre chocaron contra el suelo para demostrar su enfado. Esas manos grandes que saben hacer tantas cosas, se dice el niño. Y cuando las pavesas minúsculas volaron por encima del sofá, el niño se volvería de ceniza y suspendería el cuerpo en el aire como esa cometa que se le escapó una vez.

Más allá del jardín, cruzando la carretera, los árboles le miraron. Entonces cogería las manos de sus padres y sobrevolarían por encima del bosque, callados como un paracaídas.

Hasta mucho después, el niño no sabrá en quién iba a convertirse, creía que el futuro se escondía de él. En lo alto de las montañas, el silencio está a su lado, los dos en equilibrio sobre los riscos. El niño ha crecido y piensa que el resto de la vida te pareces a lo que fuiste. Le ha costado meses acarrear la leña hasta lo alto. Termina de colocar la última madera, lo hace con la máquina vieja, ve sus manos mientras coge la pala para descargar y observa las quemaduras que parecen la continuación de una corteza.

Las cinco hogueras gigantes forman palabras como “grande”, “amor”, “puerta”,… Gozan no okuribi, “despedida de fuego”. Los espíritus vuelven al mundo. Da igual que sea europeo, se dice, lo que importa es el ritual. Si quiere que las llamas se vean desde el pueblo, cada pira debe tener más de diez o quince metros. Esa zona de la montaña está despejada y, a pesar de las ráfagas de aire, la combustión tirará hacia el cielo y las llamaradas ascenderán.

Les echa de menos, es muy triste cuando los padres se van para siempre. ¿Le echarán de menos a él? ¿Vendrán este año?, pensará, mientras enciende las letras. Ha pasado demasiado tiempo sin verles. En la despedida de fuego, los difuntos regresarán cuando se apaguen las palabras y queden solo las ascuas de las hogueras.

Es muy agradable volver a estar de nuevo juntos, mirando las llamas que arden concentradas tan solo en arder. El fuego tardará en apagarse.

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Comentarios

  • Marga Cancela

    Por Marga Cancela, el 21 agosto 2021

    Turbador. Tú, siempre tan emotiva y tierna. ¡Enhorabuena, Eva!

  • Rigoberto Nuñez Gonzales

    Por Rigoberto Nuñez Gonzales, el 17 junio 2022

    Interesante,creativo y reflexivo.El lenguage del relato es muy sensorial,visual,sensitivo.
    Felicitaciones.Excelente manera de facilitar el desarrollo creativo de escribir.
    Saludos desde ,Lima,Callao-Peru

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