España desde arriba; Iñaki Urdangarín

BAJO EL MANTEL

La autora reflexiona sobre los correos electrónicos del marido de la infanta Cristina en los que se exponen presuntas infidelidades. Sobre la pérdida de respeto personal y familiar. Sobre misivas casi indestructibles que pueden siempre caerle a uno encima como una cagada de gaviota

ALMUDENA SOLANA

España vista desde arriba es esta misma mesa de café. El estómago cerrado; las galletas sin tomar que se convierten en unos labios que dan seriedad a la escena. Después, las grandes protagonistas son unas tazas que, si las observamos en diagonal, ya no son tazas en sí sino unos ojos enormes que no se pueden cerrar cuando escuchan a las dos personas que todavía  tienen el café a medio tomar.

Hablan tanto de Iñaki Urdangarín y sus mensajes de amor duplicado que la taza no tiene que esforzarse mucho para que su propia asa se convierta en oído, y apuntale toda la oreja en si para no perder detalle de esa persona de la que hablan, ese nuevo caso de animal racional presuntamente infiel: el marido de la Infanta Doña Cristina, pongamos por caso, que muestra un nuevo ejemplo en su curriculum vital de no haber respetado a nadie más, empezando por su casa. Este último detalle conocido de sus acciones no nos debe incumbir a nadie más que a los afectados, eso es cierto. Pero debe defenderse de si mismo y de sus enemigos. Ha sido él quien ha espolvoreado sus delirios e infidelidades con ese azúcar glass con el que quedan recubiertos todos los mensajes electrónicos, esos de falso papel, que nunca mueren. Es difícil pedir respeto y honor cuando uno mismo lo ha perdido hacia si mismo.

Las dos tazas escuchan, miran con sus ojos hacia arriba, y piensan. Ni pestañean. Las tazas, igual que los peces, no tienen pestañas.

Cuando uno lanza mensajes al espacio, así, como hacia arriba…. Pueden caer en cualquier momento, como una cagada de gaviota. Porque también hay gaviotas con ganas de, en los sitios reales, esas maravillosas playas.

Parece que lo amargo y lo dulce se atraen. De esto no se habla cuando no hay mantel, porque cuando hay prisa no hay tejidos sino mucho diseño; platos con pretensiones que nos quieren recordar que un local llamado café también puede ser hogar, dulce hogar.

España siempre fue un país de bares y de mesas a medio limpiar. Las servilletas de papel en el suelo, a los pies de los zapatos, bien cerca de la barra, junto a las cabezas de las gambas o incluso algún caracolillo de mar. Todo al suelo y aún más suciedad en camino… Y ruido metálico en la voz del camarero.

–       ¡Una de bravas!

Afortunadamente hemos evolucionado en los servicios y la higiene, pero el recuerdo de esta escena nos trae al oído, sin embargo, la algarabía de lo que era la vida más ruidosa, más viva. La limpieza de hoy, el orden en las mesas, la acústica de los locales algo más cuidada; el suelo sin servilletas. Todo es mejor. Pero se nos nota que este país  pasó del hambre a la gastronomía y algo en medio se quedó sin cubrir.

Todo eso lo veo en esta mesa de un Café. Veo España desde arriba: café a pares, unas cucharas enfrentadas en medio del orden, bocas cerradas y abiertas a la vez, las galletas dejadas de lado y con ellas, el lado dulce despreciado. Sólo café. Solo. A medio tomar.

Que vuelva Celia Cruz, que vuelva…

-¡Azúcar!

Te espero, hasta el próximo jueves.

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