Los espejos dan mala suerte, ya tienes mis ojos

Foto: Pixabay.

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RELATOS / UN AMOR DE VERANO

Una historia de espejos y miradas, mechones de pelo y minas. “Espejo no, atajó él, los espejos dan mala suerte, ya tienes mis ojos. Y María Fernanda, que conocía aquella mirada de azogue, no discutió”. Relato de verano número 20 de la serie que os está ofreciendo ‘El Asombrario’ en colaboración con el Taller de Escritura de Clara Obligado.

POR LUZ D MONTERO ESPUELA

María Fernanda Guarayo pasaba las mañanas en su dormitorio. Se levantaba pronto, tomaba un jugo de papaya y volvía a tumbarse un rato. Después, se lavaba con el agua que cada noche dejaba en el patio para que recogiera la luz de la luna. Una vez vestida, comenzaba la ceremonia del peinado. María Fernanda tenía una hermosa y abundante mata de cabello que Edson Mendieta descubrió el primer día que fue a hacer unos trámites de la mina en la municipalidad: el padre de María Fernanda era el alcalde de San Cristóbal y recurría a su hija cuando se atascaba con el papeleo.

Cuando la vio entrar, su mirada se distrajo en el negro del cabello; ella se demoró en los mechones de seda de maíz que asomaban bajo el sombrero de él.

Edson Mendieta volvió muchos días más, inventando trámites imposibles que sólo ella parecía entender, aunque el alcalde apenas los viera hablar: así somos los andinos, le disculpaba, parcos y reservados. Porque don Facundo comprendió pronto que, esta vez, lo de su hija iba en serio. A él no le importaba demasiado, nadie se atrevería a decir nada a la cara, pero quería evitarle disgustos a ella, de modo que una noche, cenando los tres, rompió el silencio habitual para hablarles de una casita con jardín que había comprado en Kulpina. Al día siguiente cargaron algunos muebles en un camión y Edson y María Fernanda se instalaron en ella.

Cada mes, Edson pasaba veinte días en la mina y marchaba diez a Chile; esas ausencias, que parecían dilatar los vacíos de la casa, ella las aprovechaba para coser manteles, bordar toallas o cortarse algún vestido.

El nuevo hogar se fue haciendo con platos decorados con capuchinas rojas, una olla, dos copas de cristal tallado, un baúl verde para el dormitorio, una colcha blanca para la cama de bronce, antojo de María Fernanda que, cuando no estaba cosiendo, dibujaba: colibríes azules para el baño, flores amarillas para la cocina.

Cada noche, cuando Edson llegaba, lo primero que hacían era jugar a encontrar lo nuevo. Después, deshacía muy lentamente las trenzas de María Fernanda.

De sus estancias en Chile siempre regresaba con algo, mal envuelto en hojas de periódico: una cafetera, jabón de arrayán, un colgante, semillas de hibisco.

Alguna vez, María Fernanda se preguntaba qué habría al otro lado de la cordillera, pero entonces Edson llegaba y la envolvía con su cuerpo mientras susurraba, “traje un vino chileno que esta noche tú y yo nos vamos a beber”.

Un día Edson no encontró nada nuevo, ni dibujos, ni bordados, ni caminos de mesa. Solo nos falta un gran espejo en el dormitorio, aclaró ella. Espejo no, atajó él, los espejos dan mala suerte, ya tienes mis ojos. Y María Fernanda, que conocía aquella mirada de azogue, no discutió. Compró más semillas y rastrilló la tierra. Tráeme algunas piedras, pidió, voy a hacer un jardín japonés.

Una tarde de verano, el 13 de febrero, se oyó una explosión. Esa noche Edson no bajó a dormir.

A la mañana siguiente, en la puerta de la casa apareció Rafael Mendoza, su asistente, un muchacho joven que a veces le acompañaba, al que nunca había oído hablar. Cuando María Fernanda lo vio frente a ella, con las dos manos estrujando su gorra, no necesitó que dijera nada. Rafael Mendoza permaneció mudo ante aquella mata de cabello desatada.

María Fernanda intentó seguir en Kulpina, pero cuando su padre fue a visitarla comprendió que debía sacarla de allí o se quedaría sin hija. Cerraron la casa, volvieron a San Cristóbal sin decir una sola palabra y así estuvieron días y días.

Una mañana en que los dos estaban en el despacho de la municipalidad, apareció Rafael.

–Hace tiempo que debía haber venido –le dijo–. Había algo para usted entre las cosas del ingeniero Edson. Si me lo permite –continuó– mañana a la tarde se lo traigo.

María Fernanda pareció no entender, pero acertó a decir que sí. Y lo hizo porque, por primera vez había oído su voz y al mirarle descubrió unos ojos grises y necesitados.

Como si fuera Edson quien llegara, al día siguiente se lavó, peinó su cabellera y eligió el vestido azul que aún no había estrenado.

Rafael Mendoza apareció a la puesta de sol. Iba limpio, su cabello mojado aún olía a jabón, llevaba una camisa blanca abotonada.

–Buenas noches, María Fernanda.

–Buenas noches, Rafael, respondió ella.

–Aquí tiene lo que le dije.

Y, extendiendo su mano derecha, le ofreció una caja, envuelta en papel charol rojo. María Fernanda tomó asiento.

–¿No va a abrirlo?

–¿Cómo sabes que era para mí? –preguntó mientras deslizaba sus dedos por el papel.

La mujer esperaba una respuesta que Rafael no dio, atento a un ritmo que solo él parecía oír y que seguía con el pie.

Un espejo, con marco y empuñadura de plata repujada, quedó entre sus manos. María Fernanda buscó fuerzas para levantarse y despedirle.

–Tiene un lindo trabajo la plata, ¿no? –dijo entonces Rafael.

María Fernanda volvió a buscar los ojos asustados de él.

–¿El ingeniero Edson nunca te dijo que los espejos dan mala suerte? ¿De dónde eres?

–De aquí mismo, de San Cristóbal. Nos hemos cruzado muchas veces…

María Fernanda se puso en pie. Aún tardó en decidirse.

–Quizá entonces sea tiempo de que tú y yo hablemos, Rafael. Creo que queda un poco de vino chileno por ahí.

¿Quieres escribir? Ven al Taller de Clara Obligado. En septiembre reanudamos nuestros cursos de verano

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Comentarios

  • Maria Jesus Fernandez Sanchez

    Por Maria Jesus Fernandez Sanchez, el 24 agosto 2019

    Hola buenas tardes, he leido el relato de «Los espejos dan mala suerte, ya tienes mis ojos para mirarte», me ha encantado, siempre me ha encantafo leer, una de mis pasiones, siempre he pensado en intentar escribir, y por ello siempre he tenido la tentación de ir a un taller literario, para enfocar y saber plasmar mis pensamientos e ideas en el papel. Quisiera saber si me podeis dar información para apuntarme a vuestros talleres, etc ; «Taller de escritura Clara». Un saludo.

    • Asombrosio

      Por Asombrosio, el 24 agosto 2019

      Hola María Jesús

      Al final de cada uno de los relatos que estamos publicando hay un enlace a la página web del Taller de Escritura de Clara Obligado. En ella podrás encontrar toda la información sobre cursos y demás. Te dejamos también el enlace en este comentario para facilitarte el acceso. https://escrituracreativa.com/ muchas gracias por tu interés.

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