Cómo evitar la culpa climática: Andreu Escrivà frente a la ‘ecoansiedad’
‘Y ahora yo qué hago’ (Capitán Swing) no pretende, como el autor expresa, ser un recetario para una vida baja en carbono, ni tampoco una hoja de ruta sobre la transición ecológica. Con el subtítulo ‘Cómo evitar la culpa climática y pasar a la acción’, anima a no sentirnos impotentes ante lo que muchos califican el mayor reto al que tenemos que enfrentarnos en el siglo XXI. Hablamos con su autor, Andreu Escrivà, uno de los mejores divulgadores en España sobre cambio climático.
El impacto global de la actividad humana desde la Revolución Industrial es enorme e imparable. Entre 2000 y 2018, las emisiones globales de CO2 crecieron un 41%. Existen suficientes evidencias de cambios significativos para reconocer la intensa agresión del hombre a la naturaleza y su biodiversidad. Un millón de especies están en peligro de extinción, incluyendo la nuestra. El objetivo del Acuerdo de París de limitar el aumento de la temperatura a 2 grados centígrados es imprescindible. “Los grados que vienen después de los 2 ºC son los que nos harán perder el control al activar procesos que no seríamos capaces de contener y que justo ahora empezamos a comprender”. Tenemos perfectamente identificados a los principales contaminadores climáticos. Entonces, ¿por qué no actuamos en consecuencia? Escrivà quiere impulsar los cambios necesarios para “activarte a ti mismo e impulsar el cambio en los demás”. Esperanzado en cuando a las posibilidades del Homo sapiens de frenar este proceso, intenta orientar para controlar también lo que ya se denomina “ecoansiedad”.
Escrivà es licenciado en Ciencias Ambientales y doctor en Biodiversidad. Actualmente trabaja en la Fundación València Clima i Energia, donde es el responsable del Observatorio del Cambio Climático.
Recientemente ha sido ‘El día global de Acción por el Clima’ y se desarrollaron manifestaciones para recordar el problema del cambio climático. ¿Qué opinión te merecen? ¿Esto es pasar a la acción?
Mi opinión no puede ser más que positiva. Hemos estado muchos años desde el activismo, la universidad, técnicos y gente que nos dedicábamos al clima planteando la gravedad del asunto y por supuesto involucrándonos, pero no habíamos sido capaces de movilizar a la gente, de transmitir la urgencia a la sociedad. Se están llevando a cabo por gente joven y con unas demandas razonablemente concretas como oír lo que dice la ciencia para resolver este reto. Lo que pasa es que tenemos que entender que la acción no acaba en una manifestación. Deben ser un instrumento y no un fin en sí mismo, porque, si no, estaríamos cometiendo el mismo error que las Cumbres del Clima, que parecen un fin en sí mismo y no un instrumento para conseguir algo.
No te gusta hablar de crisis o emergencia climática, prefieres hablar de cambio climático. ¿Hay alguna razón?
Sí, creo que el cambio climático no se puede banalizar como concepto. Es un proceso físico que está sucediendo, medible y absolutamente irrebatible. Me gusta algo más crisis que emergencia, porque la crisis evoca a momentos decisivos que ha vivido este planeta. Ha habido crisis de biodiversidad y por tanto es una terminología que tiene un sentido también muy tangible. Evito la palabra emergencia, sobre todo ahora que estamos viviendo una. Pero si no actuamos ahora, cuando esta emergencia realmente suceda tampoco haremos nada. Creo que emergencia se ha banalizado mucho, por eso no estoy muy a favor de las declaraciones de emergencia climática, porque son más cosméticas o simbólicas que otra cosa. Lo que pasa es que llega un momento en que hay gobiernos que la declaran y tú, si no lo haces, parece que quedas mal. Así como la subida del mar o la temperatura es tangible, sí se puede banalizar o manipular lo que significa una emergencia.
Así que creo que el concepto social de emergencia en estos momentos es un incendio, un terremoto, un huracán. Si hablamos de emergencia climática y seguimos sin hacer nada, lo que estamos dando es un mensaje de incoherencia a la hora de actuar y por tanto estamos desincentivando la acción por el clima.
Muchos piensan que el siglo XXI es el de la gran prueba, ya que los seres humanos se han convertido en los mayores depredadores del planeta además de los más contaminadores. ¿Estos son mensajes apocalípticos o coherentes con los retos que hay que abordar?
Yo creo que los retos están ahí y los tendremos que enfrentar. Para mí el mensaje apocalíptico sería que no vamos a ser capaces de enfrentarlos. Otra cosa es cómo sale, que espero que sea razonablemente bien, pero vamos a tener que tomar decisiones en los próximos cinco, diez, veinte años que van a marcar el curso de la historia de la humanidad durante siglos.
Voy a poner un ejemplo, ya que vivo en Valencia: si la mitad de esta acaba sumergida dentro de 200 años, será una consecuencia de lo que nosotros decidamos ahora. Esto es poner mucho peso, pero es así. Por suerte, los seres humanos a lo largo de su historia han sabido sobrevivir a través de su imaginación y creatividad y han logrado realizar cambios de paradigmas a nivel social. Es difícil de asumir que una especie como la nuestra sea incapaz de producir esos cambios. Pero la solución no será mágica.
Dibujas en tu libro los escenarios del cambio climático y dices que no hay soluciones mágicas… Pero alguna será posible.
Por contextualizar, durante estos años me he dado cuenta de que la gente piensa que hay algún botón en algún sitio, que los políticos no lo pulsan porque las empresas tienen intereses. No hay ningún botón. Aunque nos pusiéramos a poner huertos solares forrando toda España o molinos de viento, solucionaríamos, tal vez, solo la energía, pero seguimos esquilmando, deforestando, perdiendo diversidad, seguimos consumiendo múltiples materiales. Por lo tanto, no hay una cura única para el cambio climático, no hay una vacuna única. Dejamos de comer carne y ya está, no compro esta ropa y ya está, dejamos de comprar tecnología y ya está.
Me preocupa que la gente no actúe porque cree que hay algún resorte en algún sitio que va hacer que ellos puedan continuar con su vida del día a día. Creo que hay múltiples soluciones o formas de abordar el cambio climático que son todas complementarias y que ninguna por sí sola es capaz de solucionar esto y, por supuesto, que algunas son más importantes que otras.
A pesar que no hay una solución mágica, sí tenemos muchos conocimientos y tenemos claro lo que deberíamos hacer. Tiene que haber barreras sociales, políticas y geopolíticas para llevarlas a cabo. Yo no soy optimista, pero sí tengo esperanza de que sepamos utilizar nuestras mejores herramientas cognitivas, sociales y culturales para enfrentarnos a estos riesgos. Nuestro desarrollo evolutivo nos permitió hacer previsiones de futuro, como almacenar grano para una posible sequía, ahora tenemos que ser capaces de actuar incorporando lo que va a pasar en el futuro, que es algo que de momento no estamos haciendo.
La pandemia de la covid-19 nos está demostrado que dejarlo todo para el último momento no es una buena idea.
Se acaba de inaugurar una especie de reloj en Manhattan con una cuenta atrás para el cambio climático. Nos quedan seis, siete años para actuar, nos dice. Pero si a la gente le estamos diciendo que quedan estos años más o menos, esto lleva a pensar que es como un examen que estudias a última hora y lo apruebas. Evidentemente no es así, por eso yo incido en el libro en que ahora es cuando hay que actuar, porque cuando le veamos las orejas al lobo puede que sea ya tarde. No podemos darnos cuenta del precipicio cuando estemos cayendo por él. No nos lo podemos permitir.
Ya se dice que hemos perdido mucho tiempo. ¿Seguimos dormidos o estamos ahora más despiertos?
Me gustaría pensar que estamos percibiendo ya ese riesgo de forma real, pero piensa en esa gente que va a nacer ahora y que estará viva en 2100; hasta me jugaría que algún lector llegará a esa fecha, así que es normal que la gente joven vea que esto va de ellos. Todos los informes del IPCC (el grupo de expertos en cambio climático que elabora los informes de referencia mundial) acaban sus gráficas en 2100. Tal vez para muchos es muy lejos, pero para otros será su vida, su gráfica. Es posible que cuando lo mira una persona de 50 o 60 años no se siente tan implicada. Las generaciones del informe Brundtland tienen hijos ya. Se piensa que el paradigma del cambio climático sucederá en 2030 o 2040, pero las temperaturas ya han subido un grado, así que el proceso ya está en el presente.
Se puede tener una conciencia clara del problema, pero no de cómo abordarlo. De ahí lo de minimizar la culpa en tu libro.
Hay elementos de psicología que me interesan mucho, como la disonancia cognitiva estudiada con el tabaco; se sabe que es malo, pero se sigue fumando sin incorporar el conocimiento que se tiene de sus efectos. Muchas personas ya han ofrecido mucho conocimiento sobre el cambio climático y su gravedad, pero seguimos pensando en el botón mágico o que reciclando somos unas grandes ciudadanos y que con coger la bici ya lo tenemos todo resuelto y somos fantásticos o bien directamente no sabemos qué hacer. Necesitamos conocer los cambios sistémicos que intervienen. Hay ya una conciencia del problema, pero tenemos que obtener una hegemonía en la acción y la capacidad de impulsar soluciones y transformaciones reales.
¿El argumento del colapso es buena o mala idea para la acción? Nos hablan ya continuamente de adaptación, incluso desde el Ministerio de Transición Ecológica español.
La adaptación va a ser necesaria, pase lo que pase. Si ahora mismo cortásemos todas las emisiones de carbono y de efecto invernadero, aun así tendremos que adaptarnos, porque realmente el mundo ya ha cambiado. La vendimia se ha adelantado, hay mucho más deshielo, el Mediterráneo ha aumentado su temperatura, así que sí, esto es serio, pero otra cosa distinta es la cuestión del colapso. Respeto mucho a las personas que se centran en él por el hundimiento de los combustibles fósiles, son reflexiones muy honestas desde posiciones académicas muy respetables, pero no me gusta cuando no se trata con esperanza. A mí esa narrativa del colapso no me sirve para lo que yo pretendo hacer ahora. Yo creo que nunca es tarde, pero, eso sí, no pensemos que vamos a revertir las temperaturas consumiendo más, creciendo más y que la economía va a seguir exactamente igual. La teoría del colapso es muy interesante, pero creo que hace un flaco favor cuando se confunde o confunde a la gente con una especie de derrotismo. Es una posibilidad muy real dado el camino que llevamos en algunas cosas de índole energético. Pero estamos en una encrucijada que podemos virar y no tenemos por qué resignarnos. Tal vez sigamos creciendo en esta economía capitalista liberal, pero hay que imaginar otros escenarios.
He visto un titular que ponía: fin de mes o fin del mundo. Como hemos visto con la pandemia, es difícil la elección entre la economía y la salud, ¿pasa lo mismo con el cambio climático?
El problema es haber enfrentado el medioambiente al progreso o al bienestar. Tampoco me gusta decir que con una economía verde podemos seguir creciendo. No se puede contraponer el respeto al medioambiente y el freno a la crisis climática con la salud o con el trabajo. Estas dicotomías son falsas. La mejor forma de garantizar el sueldo, los servicios sociales, la salud o la justicia social están en luchar contra uno de los elementos que más incide en estas cuestiones, que es la crisis climática o las cuestiones ambientales.
Ahora lo urgente prima sobre lo importante. Lo urgente es la recuperación económica, generar riqueza, concepto que no me gusta. Nuestro sistema debe proporcionarnos bienestar sin destrozar la base misma que la hace posible, olvidarnos de la falsa dicotomía del ser humano y la naturaleza. Necesitamos ecosistemas, agua, aire, vida.
Desde 2008 hay esta pulsión de dejarlo para luego, pero yo creo que ahora debemos decir que lo importante es afrontar los retos de la crisis climática y además hacerlo con unas perspectivas futuras de bienestar. Si unimos el progreso a un crecimiento depredador y consumiendo cada vez más, ahí tenemos un problema. No podemos devorar un planeta que es finito.
No me queda claro, al leer tu libro, si eres crítico o no con el Green New Deal.
(Risas). Es un concepto polisémico que pueden emplear algunas empresas energéticas que quieren mantener su posición de monopolio inundando todo de placas solares, pero también hay otras visiones más emprendedoras que hablan de transición justa, que hablan de la democratización de la energía. En esto está la debilidad y la fortaleza del concepto, que no podemos hablar de un solo Green New Deal. Yo personalmente soy crítico con esta apropiación que hacen algunos estamentos políticos o empresas de élite. Creo que es nuestra mejor opción, como dicen Emilio Santiago y Héctor Tejero, de forzar una prórroga, tener un poco más de tiempo para planteamos a qué futuro queremos ir. El Green New Deal es un instrumento, no significa que es un fin, es algo que puede dar impulso a la transición energética, la justicia social, pero tiene que abordar muchísimos otros retos que no tengan que ver solo con la energía. Hay que tener en cuenta también el transporte, la alimentación, las ciudades, el territorio, la biodiversidad. El decrecimiento también puede ser una de las opciones de futuro, pero para llegar a ese decrecimiento hay que llegar, no desde donde estamos ahora, sino desde otro sitio. El Green New Deal no es el elemento definitivo, pero sí una buena herramienta para impulsar la transición ecológica de forma decisiva y sobre todo con resultados.
¿El concepto ‘desarrollo sostenible’ ha sido una especie de contención a una crítica más radical al capitalismo en el que vivimos?
Tenemos un problema muy serio con la palabra sostenible. Ahora muchas cosas son sostenibles, pero en las etiquetas tal vez debería poner: tiene un impacto un poco menor, por ejemplo en los coches. Tú no puedes cosechar coches en la tierra. Aunque sean eléctricos, tienen baterías. En un supermercado encontré un envase que ponía: este envase es bueno para el planeta. Si fuera bueno compraríamos miles de ellos y ya está, el planeta se salva y el cambio climático está arreglado.
Sí creo, como recojo en mi libro, y en palabras de Marina Garcés, que la sostenibilidad ha sido un freno a la crítica del capitalismo. Si es sostenible, ¿para qué vamos a cambiar más cosas? ¿Una batería es sostenible?, ¿y la minería que la permite? ¿Y la comida que nos viene de México o Argentina? Con este falso concepto de la sostenibilidad tenemos un problema, ha provocado que la gente se crea que su estilo de vida es correcto. Con un poquito de respeto ambiental podemos seguir creciendo, ese es el capitalismo liberal con una mano de pintura verde, y no es eso, el verdadero desarrollo sostenible es el hecho de que se pueda sostener en el tiempo, que tal vez es una perogrullada, pero a mucha gente se le olvida. Así que tenemos que ir a una redefinición del concepto.
En el libro hablas del concepto de ‘ecoansiedad’, ansiedad climática. ¿Qué significa?, ¿es una justificación?
La ecoansia existe. El libro para mí ha sido una especie de terapia, de ordenar las ideas de una persona ecoansiosa. Tenemos unas perspectivas muy negativas, con sensaciones de tristeza porque tu entorno va a desaparecer, va a cambiar y tú crees que no puedes hacer nada. La catástrofe eminente da una angustia vital, sobre todo para la gente que vive en territorios muy vulnerables, como zonas costeras o eminentemente agrícolas, que están viendo cambiar por ejemplo el patrón de las cosechas. Otra ecoansiedad a la que hago referencia es la percepción de que el problema del cambio climático es muy grande y te hace sentir impotente. Las empresas más importantes siguen siendo las mayores contaminadoras y tú te fustigas porque se te ha olvidado la bolsa de tela y tienes que usar una de plástico. Si coges el coche te sientes mal. Sientes que no es suficiente lo que haces. Es un maremágnum de emociones, de rabia, porque estas grandes empresas o los gobiernos no hacen nada y lo que genera es un estado de malestar y de parálisis que bloquea la acción.
¿Qué peso tiene la acción individual en la lucha contra el cambio climático? ¿Y la colectiva?
Llevamos 25 años de Cumbres y las emisiones no han bajado. Para ello ha sido necesaria una pandemia. Tenemos que tener una actitud crítica. De la acción individual y colectiva me interesa resaltar que esta concepción del neoliberalismo de lo individual que te lleva a concentrarte en tu parcelita es muy negativa. El mensaje de “tú ocúpate de lo tuyo” es pésimo a todos los niveles y no solo para el cambio climático, porque no genera lazos con tu comunidad y vas a querer menos transformaciones colectivas. Yo planteo que las acciones que podemos hacer como individuos no tienen por qué ser individualistas. La acción individual siempre suma, agrega, pero para transformar necesitamos acción colectiva, ya que toda acción colectiva viene de acciones individuales. Hay que generar sinergias, somos personas. Tampoco aquí se da ninguna dicotomía entre acción individual y acción colectiva.
Terminamos con dos párrafos de ‘Y ahora yo qué hago’ que aportan una clave que creemos que a menudo se nos olvida en nuestra manera de enfrentarnos al cambio climático y que Andreu Escrivà nos subraya hacia el final del libro: EL TIEMPO.
«Cuando se repasan la mayor parte de las acciones individuales frente al cambio climático –coger menos vuelos, cambiar de dieta, reducir el consumo superfluo, modificar la forma en que nos movemos–, hay un conector fundamental que las une: el tiempo. No es una cuestión tecnológica, ni siquiera de información. Es, básicamente, y como casi todas las cuestiones importantes en la vida, una cuestión de tiempo».
«Vivimos en un mundo que se está embalando vertiginosamente. Los cambios se suceden uno tras otro, las nuevas tendencias entierran a las previas con una celeridad inusitada. Estar al día es agotador, ya sea en viajes, ropa, gastronomía o música. Nos hemos acostumbrado a llenar todas y cada una de las parcelas de nuestra vida. En un nuevo efecto rebote, si conseguimos liberar un pequeño espacio temporal del día a día, no lo disfrutamos, no nos lo dedicamos, sino que inmediatamente lo llenamos con otra cosa. Necesitamos ser productivos -incluso en nuestros momentos de ocio- como si fuese un mandato supremo al que no podemos escapar, mientras que el concepto actual de ‘gestión del tiempo’ nos arruina la vida, dándonos a entender que carece de sentido si no pasan cosas a todas horas, si no vivimos en un estado de excitación permanente».
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