Explicación no pedida

Foto: MANUEL CUÉLLAR

CUENTOS DE VERANO

La cuarta entrega de la serie Cuentos de Verano nos llega desde México.

OVIDIO RÍOS

Salí de trabajar a eso de las cuatro y media. ¿Su hora de salida es? A las cuatro. Le escucho. Caminé por Brasil, crucé la Plaza 23 de Mayo, me fui por República de Venezuela. En realidad es Belisario Domínguez. ¿Cómo? Sí, después de Brasil, la calle se llama Belisario Domínguez. Ah. Siga. Crucé la calle y caminé por Palma, llegué a Cuba. ¿Al puesto de periódicos? Exacto. ¿Qué hora era? Las cuatro y media. ¿Llegó en menos de un minuto? Bueno, cinco minutos después. ¿Se detuvo en el camino? No. ¿Camina lento? ¿Qué importa? Le sugiero que nos dé todos los detalles. ¿Todos? ¿No puede recordar lo que hizo hace tres días? Pues sí, las cosas importantes sí. ¿No fue importante que le robaran doscientos pesos? Me robaron cien. Usted parece una persona de «armas tomar». No, en realidad soy una persona pacífica. El ser pacífico no quiere decir que no sea un hombre de decisiones, háblenos de su trabajo. ¿Mi trabajo? Sí, por favor. ¿Necesito un abogado? No sé, usted dígame. Mire, yo sólo llegué al puesto de periódicos, le pedí una tarjeta telefónica de cien pesos, le pagué con uno de doscientos y no me dio mi cambio, se lo pedí y me dijo que ya me lo había dado. Y le dijo que no era cierto. Así es. ¿Y qué más? ¿Qué más? Sí, dígame, le escucho. Pues nada, me fui. ¿Se fue? Sí. ¿Inmediatamente? No, bueno, busqué una patrulla. Pero no había. Exacto. Ahí fue cuando llamó a emergencias. Sí. ¿Por qué marcó ese número? ¿El cero sesenta y seis? Ajá. Porque es el único que me sé en caso de emergencia. ¿Y cuál era su emergencia? ¿Mi emergencia? Ajá. Ninguna, se lo dije a la señorita que me contestó. ¿Qué le dijo? Que no era una emergencia pero que no sabía qué hacer. ¿Y qué le dijo? Me pidió mi nombre, de pronto pensé que era una contestadora, no me ponía mucha atención. Ajá. Me pidió mi ubicación, le dije donde estaba. ¿Dónde estaba?  Ya le dije, en Palma y Cuba. Ajá. Me preguntó cuál era mi emergencia y le dije que una señorita no me dio mi cambio, me dijo que si ésa era mi emergencia, le repetí que no sabía a dónde llamar, me dijo que buscara un oficial de policía cerca y sonrío. ¿La señorita se sonrió? Bueno, rió. ¿Cómo sabe que rió? Bueno, lo supongo, le costaba trabajo hablar. Reír y sonreír no es lo mismo. Lo sé. Prosiga. Me dijo que buscara una patrulla. ¿Y la buscó? Sí. ¿En dónde? ¿Cómo en dónde? Sí, ¿en dónde buscó la patrulla? Pues recorrí la calle con la mirada. ¿Y usted seguía en el puesto? Sí, claro, me quedé ahí para que la señorita se diera cuenta que no me iba a ir sin mi dinero. Claro. Nunca me habían robado así. ¿Ya le habían robado antes? No. ¿Entonces por qué dijo: «Nunca me habían robado así»? Eh. ¿Es un decir? No. ¿Entonces? Una vez me quitaron mi billetera. ¿Quién se la quitó? No sé. ¿Cómo sabe que se la quitaron? Porque quise pagar algo en una tienda y metí mi mano en la bolsa trasera del pantalón y no traía mi billetera. ¿Y no la dejó en su casa? No, recordé que en la estación del metro Hidalgo, al hacer el transborde de línea y subir por la escalera eléctrica, sentí un pequeño golpe en el hombro, miré hacia atrás y vi que el señor se intimidó por mi forma de voltear. ¿Fue usted agresivo? No. ¿Y entonces porque se iba a intimidar? Porque él traía mi billetera. ¿Y no se la quitó? No, me di cuenta en el recuerdo. ¿No será su imaginación? Su mirada era como la de quien es descubierto. ¿Cómo es esa mirada? ¿Nunca lo han descubierto en algo? ¿Cómo qué? No sé, un soborno. ¿Me está haciendo una oferta? No, no lo tome así. Es sólo que creo que todos mentimos alguna vez. ¿Usted ha mentido? Alguna vez, supongo. ¿Cómo cuál? No sé, no me acuerdo. ¿Hoy ha mentido? ¿Hoy? Sí, hoy. No, hoy no. ¿Y hace tres días? ¿Hace tres días? Sí. ¿Se refiere a que si le quería robar cien pesos a la señorita? No sé, usted dígame. No, claro que no le quería robar nada. ¿Entonces? Sólo quería justicia, señor; ¿sabe lo que es eso? En esto trabajo. No señor, usted no trabaja en la justicia, usted sólo cree que trabaja para hacer justicia. ¿Eso cree? Sí, señor; ¿cómo es posible que me tenga aquí mientras hay verdaderos ladrones en la calle? Cuide sus palabras, esto no es un juego, tenemos pruebas irrefutables que lo incriminan. ¿Me incriminan? Sí. ¡Por favor! ¿No me cree? Sí ya tiene las pruebas ¿por qué me interroga? ¿Se está declarando culpable? ¿Culpable yo? Sí, señor, culpable usted. ¿Pero de qué? ¿En serio no sabe lo que le pasó a la señorita Mendizábal? No sé, ni me interesa. ¿Sabe quién es la señorita Mendizábal? Me imagino que la señorita del puesto. No, la señorita Mendizábal tenía noventa y tres años, era la dueña del puesto donde usted compró su tarjeta telefónica. ¿Y qué le pasó? ¿No que no le importaba? ¿Me va a decir o no? Esperaba que usted me lo dijera. ¿Decirle yo? Tenemos la llamada grabada. ¿La llamada? La llamada que hizo al cero sesenta y seis. ¿Y? ¿Cómo y? Sí ¿y? Y usted dice que es abogado. Fui asistente de abogado. ¿Ya se retiró? No, bueno. Dígame ¿a qué se dedica? Soy desempleado. Pero usted dijo que fue saliendo de su trabajo cuando compró la tarjeta. En realidad iba saliendo de mi antiguo trabajo. ¿En el horario de salida? Fui a ver a un amigo. ¿Un amigo? Sí, un amigo. ¿Y tiene forma de comprobar que vio a su amigo? No. Lo suponía. Lo que pasa es que ese día él no fue a trabajar. ¿Y espera que le crea? No espero nada. Por supuesto que no espera nada, ni siquiera saber qué le pasó a la señorita Mendizábal. ¿Para qué es eso? ¿Esto? Sí, eso. ¿No sabe qué es? Gasolina. ¿Qué opinaría si rocío su silla como usted lo hizo con el puesto de periódicos? Yo no incendié nada. Dígame ¿cómo le hace uno para no quemarse las manos? No sé. Con esos brazos tan delgados ¿cómo cargó los galones? Yo no cargué nada. ¿Me va a dar el nombre de sus cómplices? No, no tengo cómplices. O mejor dicho, ¿me va a decir cuánto le pagó para que hiciera el trabajo sucio? Yo no tengo dinero. ¿De dónde sacó los doscientos pesos? Todo el mundo tiene doscientos pesos. ¿En serio? Deje eso ahí. ¿Ya ve? Deje la gasolina lejos de mí. ¿Le tiene miedo al fuego? Lo voy a demandar. ¿Y qué les dirá? Que me está torturando sicológicamente. ¿Y cómo se los va a decir si no le va a quedar ni un sólo milímetro de cuerpo sin quemar? Deje el encendedor lejos de mí. ¿Fuma? Ya me mojó los zapatos. Discúlpeme por fumar en un cuarto cerrado. No sea imbécil, nos vamos a quemar los dos. Dígame: ¿a quién llamó desde el teléfono público? A nadie. ¿Me va a decir? No llamé a nadie. Ajá. Sólo hacía tiempo para esperar a la patrulla.

Ovidio Ríos @ovidiorios79 (Tulancingo, Hidalgo,  1979). Es el autor de la obra de teatro y poeta. En 2009 y 2012 obtuvo la beca en la categoría Jóvenes Creadores del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes. Su blog es Tarareo ovidiorios.blogspot.mx

 

Puedes leer las anteriores entregas aquí:

´Palabras y sonrisas´de Andrés Barrero

‘El recado’, de Raquel Castro

‘La puerta blindada’, de Rafa Ruiz

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