La ‘explosiva’ burbuja del regadío en un país que se seca

En España tenemos medio millón de hectáreas de regadío más que hace dos décadas.

Un reciente informe de Greenpeace pone el dedo en la herida de la sequía: hay que reducir ya las zonas que se riegan en España, con recortes urgentes en la cuenca del Guadiana, porque el cambio climático va contra la tendencia agrícola actual –que acapara el 80% del consumo de agua en nuestro país–. En un país que se seca un poco más cada año, tenemos medio millón de hectáreas de regadío más que hace dos décadas. Completamente inSOStenible.

Cuando se recorren los kilómetros que separan Pozuelo de Calatrava de Daimiel, en Ciudad Real, los campos verdes parecen estar llenos de periscopios. En realidad, son bocas de riego, esparcidas cada pocos metros, que sustraen agua subterránea para regar campos de cultivos desde hace años. Ahora, un informe de Greenpeace lo pone blanco sobre negro: En un país que se seca un poco más cada año, tenemos medio millón de hectáreas de regadío más que hace dos décadas y van en aumento, mientras embalses y acuíferos se vacían a pasos agigantados. En el mismo país donde hay pueblos que no tienen agua para beber, se exportan millones de litros en forma de fresas, naranjas o melocotones a países que no sufren el estrés hídrico que se sufre en la península ibérica.

La misma situación visible en Castilla-La Mancha, la comunidad autónoma en situación más crítica, se observa cuando se recorren las tierras olivareras andaluzas o las de viñedos en la Ribera del Duero, en Castilla y León. Desde hace unos años, se están regando cultivos que eran de secano para sacarles más productividad y, a medida que las lluvias van disminuyendo, la “burbuja del agua”, como denuncia la ONG ecologista, se concentra en sobreexplotar los acuíferos –el agua retenida en el subsuelo– como si no tuvieran fin. Pero sí lo tiene, así que de seguir así va a explotar, lo mismo que lo hizo la otra burbuja, la inmobiliaria, en 2010, agravando la crisis.

Este primer informe sobre el regadío pone cifras a lo que es ya visible en gran parte del territorio nacional. Es sabido que hay poca agua tras un 2022 muy cálido y seco y lo que llevamos de 2023 en la misma línea, pero, además, resulta que la que hay está contaminada y se gestiona mal, como señala la investigación La burbuja del regadío en España. Gran parte de la responsabilidad recae en el sector agrícola, que consume el 80% del total de la disponible porque, como se destaca,  entre 2004 y 2021, los regadíos legales han aumentado un 16%, mientras los ríos han perdido caudal y los embalses marcan mínimos históricos: los tenemos al 47,5% de su capacidad incluso después de las últimas lluvias. “A esas cifras”, denuncia Julio Barea, responsable de Agua en Greenpeace, “hay que añadir las hectáreas regadas ilegalmente, que ni se sabe las que son, porque no hay transparencia en estos datos” . Ilegalmente, como en Doñana, donde ahora se quiere legalizar el delito, se calcula que podría haber hasta un millón de pozos repartidos por la geografía nacional.

Si ese dato real sobre el agua se desconoce, lo mismo pasa con el que se exporta, en forma de frutas y verduras o carne, desde un país en el que los modelos auguran una desertificación galopante para el 70% del territorio por los impactos ya evidentes del cambio climático.

Lo que sí se conoce es que, pese a todo ello, en cuencas como las del Ebro, Duero, Segura o Guadiana aún proponen aumentar más la superficie de regadío, con nuevas decenas de miles de hectáreas. Como curiosidad, Barea menciona que ya tenemos tanta superficie regada como los Países Bajos –unos cuatro millones de hectáreas legales–, un país en una latitud mucho más al norte. También hay cifras del estado de los acuíferos: el 45% de las aguas subterráneas se encuentran en mal estado.

“Con esta situación, nos encontramos que los partidos utilizan el agua electoralmente, mientras que se están aprovechando las reservas de los acuíferos. Pero no hay que aumentar, sino que hay que recortar estas zonas de regadío en medio millón de hectáreas y hacerlo a las grandes empresas y no a los pequeños agricultores, que están siendo expulsados del campo, porque sin agua no pueden sacar adelante sus tierras”, señala Barea.

Desde Ayamonte, la científica, y también hortelana, Reyes Tirado explicaba en la presentación del informe cómo su pequeño terreno está rodeado del nuevo cultivo del aguacate, que consume mucha agua y va bajando el nivel del acuífero de su comarca. “Es como una bañera con muchas bocas y, cuando se vaya vaciando, no me llegará, y yo no tengo dinero para obras hidráulicas o para traer hasta aquí agua embalsada. Al final, siempre ganan los grandes”, argumentaba.

Por ello, la cuestión en la que incide Greenpeace es el cambio de un modelo agroalimentario, que concentra el sector agrícola en pocas manos para un negocio que no sólo sale de nuestras fronteras, sino que también tira ese valioso recurso por un desagüe sin fin: el del desperdicio alimentario. Cada año, según recoge su informe de una investigación de la Universidad de Comillas, echamos a la basura un millón de toneladas de alimentos. Muchos, por su forma o color. Son el equivalente a 131 litros por persona y día.

Joan Corominas, de la Fundación Nueva Cultura del Agua y miembro de la Mesa Social del Agua de Andalucía, apunta otra preocupante cuestión, que tiene que ver con regar lo que antes era de secano, como las viñas: “En Andalucía se han puesto 800.000 hectáreas de olivar en regadío y se ha multiplicado la producción de aceite en 20 años, pero, como consecuencia, el precio bajó, así que los agricultores que siguen en secano se han empobrecido y los que pusieron regadío también, porque subió el precio de la energía. Sólo sobreviven los más grandes con olivares en extensivo. Hemos comprobado que el 72% de los derechos del agua los acumulan el 0,9% de los que tienen más de 50 hectáreas. El agua no da riqueza para todos. Y eso se ve en que las provincias andaluzas con más regadío, como Almería o Huelva, son las más pobres”, añadía.

Algo similar pasa en Castilla-La Mancha, donde ha habido años con tanto excedente de vino que no sabían qué hacer con él, hasta el punto que se usó para gelatina de mosto por alguna cadena de alimentación –esta misma temporada no saben qué hacer con tanto vino en Extremadura y La Rioja– e incluso se ha dado el caso de dar de comer lechugas a las ovejas manchegas porque tenían demasiadas.

Pero cuando llegan las vacas flacas y deja de llover en primavera y de nevar en invierno, se resucitan soluciones que, indican los ecologistas, no pueden pasar por nuevos embalses o trasvases, como demandan organizaciones agrarias. “Lo que hay que hacer es disminuir la demanda y adaptarse a lo que haya disponible. En las costas sí podrán desalar agua, pero en el interior es imprescindible cuidar los acuíferos. Muchas organizaciones agrarias tienen un discurso que no es real”, explica Barea. Corominas, por su parte, destaca que algunas ya comienzan a ser conscientes de la realidad.

Pese a la complejidad de la situación y del cambio necesario, como reconoce Eva Saldaña, directora de Greenpeace, para que la burbuja no estalle se propone una hoja de ruta con cinco puntos clave.

Uno de estos puntos es la mencionada adaptación al agua que se tiene, lo que implica el recorte del regadío en las mismas 500.000 hectáreas (un 16%) que ha aumentado este siglo, especialmente en zonas críticas como son la del Guadiana y Castilla-La Mancha. Destaca que casi el 14% de esos regadíos se localizan en espacios tan valiosos como son las Tablas de Daimiel, Doñana o el Mar Menor. Y como hay que recortar, abogan por prohibir nuevos regadíos para industrias o grandes explotaciones en zonas ya tensionadas.

También consideran fundamental que el reparto de este recurso sea equitativo en cantidad y calidad, sin que los grandes propietarios salgan beneficiados y una Política Agraria Europea (PAC) que sea sostenible, y no favorezca el regadío, como ocurre ahora.

Greenpeace tiene previsto trabajar con el mundo rural para que estos datos calen entre los usuarios del agua agrícola por encima de mensajes poco realistas, que siguen apostando por una producción que no puede conseguirse sin agua y pueden hacer explotar esta burbuja en conflictos territoriales de compleja resolución.

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