¿Por qué las llamamos ‘fake news’ cuando queremos decir mentiras?

Tergiversación / Colección Juli Capella / los díez©

¿Por qué en la dramática situación que estamos viviendo se le da altavoz a personas que no tienen nada sustancioso que decir, personas que solo ofrecen productos polisaturados de mentiras y bulos ultraprocesados con serio riesgo de generar colapso en las conexiones neuronales y, a la larga, estupidez crónica? Este mes, el poema visual de ‘Objetivo Subjetivo’ va dedicado a todas esas personas que retuercen los hechos, la realidad, con intenciones aviesas. 

La verdad es que yo hubiese preferido utilizar la palabra bulos en vez de mentiras, pero una de las recomendaciones que me hicieron cuando comencé a escribir estos artículos es que procurase dotarlos de unos titulares atractivos, que llamasen la atención e incitasen al potencial lector a fijarse en ellos; y es cierto que la palabra bulo puede resultar arcaica, con unas connotaciones que vienen de muy atrás y que seguramente la hagan candidata, dentro de muy poco, a ocupar un lugar en el cementerio de las palabras olvidadas.

Sin embargo, a mí me resulta interesante; encuentro que la sonoridad del término bulo genera una visualización que, al menos en mi caso, la acerca a la imagen que me he podido formar, aunque suene chocante, del concepto de colesterol. En definitiva, la ingesta de bulos, ya sea por vía escrita o audible, precisamente por la cercanía de los órganos de la vista y el oído al cerebro, lo que puede provocar a medio o largo plazo es un colapso, no en la circulación del sistema sanguíneo, sino en la sinapsis de las conexiones neuronales.

Por ello, una dieta que contenga en sus más diversas formas derivados de las mentiras (falsedades, embustes, falacias, engaños, falsificaciones, calumnias…) y tergiversaciones a modo de alimentos ultraprocesados puede provocar en algunas personas afecciones como falta de criterio, desorientación mental, incapacidad para discernir entre lo verdadero y lo falso, para llegar en los casos más graves a la ignorancia y, en situaciones límite, a un estado vegetativo de estupidez crónica.

Así, es recomendable una actividad intelectual crítica y continuada, con ejercicios constantes de reflexión y esfuerzo neuronal, que nos permitan eliminar de nuestra mente las toxinas paralizantes y nos proporcionen una agilidad psíquica óptima; eso sí, siempre podemos darnos el capricho de saborear cuentos y ficciones, sabiendo precisamente que lo son, que nos aporten la glucosa necesaria para generar pensamientos e ideas y que nos faciliten los sueños.

Por eso, sigo sin explicarme por qué, en la situación que estamos viviendo y en el escenario en el que trascurre nuestro día a día, se le dé voz, bueno, mejor dicho altavoz, a alguien que no tiene nada que decir, al menos nada sustancioso, algo con que saciar nuestro apetito de conocimiento, y que solo puede ofrecer productos saturados de mentiras y muchos bulos. Hubiese sido entretenido, en una pequeña dosis, a modo de aperitivo, tal vez en forma de esperpento o caricatura, pero nunca como plato principal de sendas cenas dominicales.

Tal vez la respuesta pudiese ser sencilla; ya se sabe: “(prime) time is money”.

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