Fernanda Trías, cómo destruir lo que más quieres por los miedos
La escritora uruguaya Fernanda Trías pasó recientemente por España, por Madrid, Ávila y Salamanca, hablando de su novela ‘La Azotea’, la primera que publicó, en su país en 2001, y que ahora ha llegado a España como excelente tarjeta de presentación de una nueva editorial, Tránsito. ‘La Azotea’ me ha conmovido, me ha angustiado hasta el punto de tener que detener la lectura por momentos, hasta tener que cerrar el libro para tomar aire. Por eso no quería dejar pasar una nueva entrevista con ella, como ya hicimos hace cuatro años a propósito de ‘La ciudad invencible’.
‘La azotea’ fue tu primera novela publicada. La escribiste muy joven…
Entre los 22 y los 23 años. Fue lo primero que publiqué, aunque no lo primero que escribí.
¿Y cómo es tu acercamiento a ella ahora tanto tiempo después?, ¿cómo la sientes?
Ha estado muy viva estos últimos años. Sí fue más raro entre 2001 que la publiqué y la edición venezolana de 2010. Cuando entonces me ofrecieron una nueva edición, yo dije: sí, pero dejadme leerla y revisarla. Me tomé un mes encerrada. Yo necesito estar encerrada para cualquier conexión con esta novela. Me encerré un mes, la leí bien y corregí algunas cosas, sobre todo de coherencia. Como tiene tantos saltos en el tiempo, que va reconstruyendo la historia, para arriba y para abajo, como un puzle, había algunas pequeñas incongruencias, detalles temporales. Me tocó, por ejemplo, cambiarle la estación a una escena. Ese tipo de detalles. La dejé ya como un mecanismo muy cerrado para ver la progresión de la debacle. A partir de 2010, la novela no ha parado de tener lectores, y ya no la he vuelto a tocar. Y esa, la versión que yo considero definitiva, es la que llega ahora a España.
¿Cómo ves a los personajes?, ¿los sientes igual que cuando la escribiste?
Sí, la verdad es que yo me sentía muy cercana a ellos, no me resultó difícil volver a acercarme al libro en 2009, porque entonces yo aún podía conectar con el estado de ánimo, con el alma, digamos, con el que había escrito La Azotea. Ahora, en ese sentido, ya la siento más lejana.
¿Cómo era ese estado anímico?
Era mucho más…, mucho más… negativo, más oscuro. Yo tenía muchas fobias, muchas; salía poco, no me relacionada prácticamente con nadie, excepto con Levrero [el escritor uruguayo Mario Levrero, 1940-2004, al que considera su maestro], que era como mi azotea. Escribía toda la noche, hasta que se hacía de día… Te cuento por ejemplo que la escena en que la protagonista sale a comprar una pecera con peces es muy cercana a mí. Se produce en un mercado callejero muy famoso de Montevideo; yo cuando terminaba los sábados por la noche de escribir, ya de domingo por la mañana, solía salir a ese mercado y siempre, siempre me paraba en ese puesto de animales, con jaulas con conejos y donde te vendían peceras y toda la parafernalia para decorar la pecera, y los peces. Eso yo lo viví de una manera parecida.
Eso te iba precisamente a preguntar, ¿cómo fue el proceso de escritura de una novela tan claustrofóbica?
Escribía por la noche; a las seis de la tarde empezaba a sentirme como que ya podía empezar a escribir y escribía toda la noche. No tanto tiempo. En dos sentadas: un mes y otro mes. Pero tuve un momento en el medio en que sentí que necesitaba parar; hubo un momento en que llegué hacia la mitad y no estaba segura de hacia dónde avanzar; necesitaba hacer una pausa para dejar que la historia se decantara y no equivocarme de dirección, porque a veces si te desvías un grado, a la larga, ése es un desvío demasiado enorme y volver atrás es dificilísimo. Entonces, yo estaba en ese momento como trancada, hablé con un amigo; no se la mostré a nadie hasta que terminé, entre otras cosas, por las propias fobias; pero a ese amigo le conté la historia, y su comentario fue: o sea, hay un punto en que el carcelero se convierte en prisionero. Y me acuerdo que esa frase fue la clave que me terminó de destrabar, y dije: ah, claro, es que al final ella, la protagonista, está presa de sus propias decisiones. Cuando estás prisionero de tus propias decisiones, no te queda otra que seguir para adelante, llevarlo al límite, aunque vos sepas que eso está yendo a más. Esa fue la decisión que necesité entender para ya llegar hasta el final.
¿Has notado reacciones distintas de cuando se publicó en 2001 en Uruguay y ahora en 2018 en España?
Lo que me sorprendió fue recibir lecturas tan parecidas en lugares tan distintos. Me sorprendió. Sé que España lee de otra manera, y yo no sabía cómo se iba a reaccionar aquí, en parte me preocupaba, en parte me generaba cierta incertidumbre.
Has cambiado tú, ha cambiado el territorio…
Y ha cambiado la historia, el estado en el que se encuentra el mundo. El momento histórico es totalmente distinto. Los temas candentes hoy son otros.
Algún comentario sobre ‘La Azotea’ que te satisfaga especialmente.
Casi siempre lo que más me gusta que me digan es eso de: lo agarré y no pude parar hasta el final.
No me pasó a mí. Tuve que parar y tomar aliento. Aplazar su lectura para el día siguiente… Y creo que ése sí es síntoma de lograr lo que pretendes.
Sí, pero me agrada cuando un lector me dice que, a pesar de que se ahogara, de lo claustrofóbico, atravesó la experiencia de lectura. Porque realmente yo la vivo como una propuesta: te propongo este mundo, a ver si lo puedes habitar y atravesar… Eso es lo que tiene el género de la novela que a mí me gusta: que te propone habitar un espacio, un mundo, durante X tiempo.
Volvamos a la Fernanda Trías que escribió ‘La Azotea’. En aquel momento, ¿tenías fobia social?
Sí…, sí, la verdad es que sí… Además, es que yo entonces no era la persona con la que estás hablando ahora, en el sentido de que yo entonces no podía hablar. Yo era muda… Realmente.
¿Por timidez?
Por miedos… Justo esa es la emoción que está ahí en la novela. El miedo. Eso de que a mí la gente, y todo en general yo lo sentía sumamente hostil, siempre pensando: ¿qué me quieren hacer? Y me llevó años superarlo. Por supuesto no fue trabajo de un año. Ojalá escribir La Azotea me hubiera curado, tipo antídoto, pero no…
Clara, la protagonista, ve todo en el exterior como un peligro, incluso la vecina que le ayuda y le hace los recados, incluso la policía, de la que dice que lo único que quieren es inmiscuirse en tu vida para dañarte.
Exacto. Esa paranoia también me parecía interesante explorar. Todo puede ser una amenaza.
Ahora que ya has cambiado, ¿qué paranoias ves en la sociedad que más daño nos hacen?
Yo creo que eso del infierno son los otros siempre está presente, pero digamos que se ha actualizado. Cuando yo lo escribí no estaba por ejemplo la locura del terrorismo en Occidente. El ataque a las Torres Gemelas vino poco después. Y eso de alguna manera es extraño, porque Carmen, la vecina, simboliza a ese extranjero. Al final, lo extraño es que el libro ahora lo puedes leer también desde otros lados. Carmen es ese miedo al otro, al distinto, al extranjero. Y la protagonista la ve como la jefa de la secta que quiere destruir a su familia. El miedo a la policía sí tiene ya unas raíces vinculadas con la historia uruguaya. Yo crecí en dictadura y mi madre siempre me decía: si tienes algún problema, si te pasa algo en la calle, no vayas a un policía. Es la última persona en la que debíamos confiar. Imagínate… Haber crecido en dictadura yo creo que sí tuvo que ver en ese miedo al otro, porque ahí hay que desconfiar en todo el mundo, y solo podías confiar en tu núcleo más próximo, y todo era silencio. Siempre alerta. En la casa no se hablaba de nada, para que los niños no lo repitieran. No fue una influencia consciente, La azotea no estaba escrita desde ahí, porque a veces me han preguntado, a veces ha sido interpretada la novela desde ese lado, pero sí es obvio que a mí me influyó crecer en ese ambiente de opresión y desconfianza.
¿Qué tabús, qué prejuicios nos están haciendo más daño?
La falta de libertad. Y lo más terrible es la falta de libertad que cada uno se impone. Eso me sorprende; ver cómo la gente se autocensura, yo eso se lo noto mucho a la gente joven, doy clases en la Universidad, y lo noto. Cómo se autolimitan la manera de vivir. Y yo siempre digo: ¿¡pero qué te importa lo que digan los otros, qué te importa!? Yo ahora lo digo muy libremente, porque en mi vida he tratado de romper con todo lo que se esperaba de mí, lo que se esperaba que yo hiciera, que yo escribiera. Cómo tenía que vivir yo; las cosas que se esperan de una mujer…
¿Y cómo conseguiste salir de ahí?
Sufriendo. De a poco. De a poco con determinadas luchas personales. En La ciudad invencible (novela publicada en España por Demipage) están otras claves. Pero te puedo decir que teniendo que atravesar cosas duras y de alguna manera levantándome de ahí, yo creo que tuve que trabajar la parte de la fortaleza, y también trabajando el miedo. En La ciudad invencible hablo mucho del miedo, y la escribí en 2012. La ciudad invencible es totalmente distinta, es de autoficción; relata un periodo específico de mi vida, cuando viví en Buenos Aires, que fue un periodo bastante dramático de mi vida, y justamente ahí hablo mucho del miedo. Y de empezar a romper con eso. Es una novela escrita en capítulos breves, como burbujas con un título. El miedo a salir, a vivir con los humanos, en comunidad, existir en ese contexto con los otros. Pero también es muy fuerte el miedo a la pérdida. Porque acá yo siento que todo lo terrible que hace la protagonista de La azotea lo hace por miedo a perder a esas personas que ama, ese núcleo, al que a fuerza de proteger, proteger, proteger, termina destruyendo. Que es lo que realmente hacemos las personas, lo que pasa que llevado a un extremo. Y llega al extremo a partir del miedo a la pérdida, de ese mundo resguardado en el que ella siente que puede existir la felicidad perfecta, cuando en realidad nunca existió.
Escribiendo ese personaje, alguna vez sentiste tanta compasión por él que quisiste salvarle, darle una segunda oportunidad, que se redimiera. ¿Tuviste en algún momento la tentación de dar una salida a esa mujer, de dignificarla al final?
No. (Tajante). No, porque ya la venía venir. Es un sin retorno. Ella ya había cruzado ese límite, vive en un punto de no retorno.
Fuiste implacable con Clara.
Ella es implacable. Yo creo que no podía ser de otra manera.
¿En qué estás ahora?
Estoy con una novela, que es la que vine a trabajar en marzo en la Casa Velázquez, con el premio de una residencia [el premio Segib/Eñe/Casa Velázquez]. Se llama Mugre Rosa. Pero está mutando todavía. Porque todavía yo estoy en ese periodo de descubrir qué es lo que estoy queriendo contar, lo que me pasó con La Azotea, como te contaba antes. Pero sí te puedo decir que es una novela que ocurre en una Montevideo distópica, y eso es distinto para mí. No me gusta la sensación de repetirme. Me gusta probar cosas nuevas, para sentir ese desafío. Entonces, ahí hay una especie de enfermedad o catástrofe mental, algo así, no se explica bien, y en ese entorno de derrumbe de la ciudad, de caos, ocurre la historia. Es distinto, pero…, como ves, sigue siendo lo mismo, siguen habitando los miedos.
No te gusta repetir fórmulas aunque hayan tenido éxito; prefieres arriesgar…
En realidad, es que yo veo la escritura como un proceso totalmente ligado a mi vida, a mi transformación, yo vivo la literatura así, ¿por qué entonces querría escribir como a los 23 años? Y yo me digo: bueno, y si no sale tan bien, sale distinto, y a mis lectores anteriores no les gusta, ¿qué pasa? Bueno, pues no pasa nada, porque es mi vida, ¿no?
¿Cómo es tu vida ahora?
Vivo en Bogotá; fui en 2015 para presentar una edición de La azotea en una feria, y me fui quedando, me fui quedando, y hasta ahora.
¿Cómo ves Colombia?
Como siempre, está incierto el panorama; claro que la ciudad, Bogotá, es vivible ahora, y ahora se puede viajar, incluso por carretera, se pueden hacer cosas que antes no se podía, como salir a recorrer el país; yo en los 90 no me habría quedado en Colombia. Pero me desilusioné bastante cuando ganó el presidente actual, porque yo tenía unas ilusiones de estar en un lugar muy dinámico, en el que algo realmente estaba cambiando, y al final me di cuenta de que no, que la población eligió que yo terminara viviendo en un país con una derecha recalcitrante.
¿Y puedes vivir de la literatura?
Soy profesora en la Universidad y en otros lugares, doy clases de escritura creativa. Hay muchos proyectos de trabajar con víctimas de la violencia, violencias de todo tipo, a través de la escritura como proceso terapéutico, para empoderar a comunidades a hablar sobre sus historias, como la comunidad LGTBi. Y hay tanto por hacer en ese campo que yo lo encuentro enriquecedor, porque yo sí siento que ahí puedo hacer y aportar cosas.
Comentarios
Por c, el 19 noviembre 2018
el dilema es saber en quien se puede confiar
y creo que la respuesta es
en quien sea asertiv@ , empatic@
y sepa sonreir , sea lanzando la sonrisa o devolviendola a otra.
Es verdad que hay gente que atrae lo que dice
querer evitar y establece luchas d poder
pero tbn que confiar ciegamente es peligroso