Flotats: teatro para defenderse de la superficialidad de la maldad

El actor y director Josep María Flotats.

Josep María Flotats regresa a los escenarios con ‘París 1940’, una obra que recoge las lecciones sobre arte dramático de Louis Jouvet, su maestro, y su forma de entender el teatro. Hasta el 8 de enero en el Teatro Español (Madrid). 

“Septiembre de 1939. El ejército alemán invade Polonia”, anuncia una voz distorsionada a través de una radio antigua. Estamos en un teatro –en la realidad y en la ficción–. Sobre el escenario, el maestro Louis Jouvet da lecciones de interpretación a su joven e inexperta alumna Claudia, la cual se prepara con gran empeño el personaje de Doña Elvira, del Don Juan de Molière. Tras el boletín informativo radiofónico, la voz de una soprano cantando en francés irrumpe para revelarnos que nos encontramos en París. De repente, hemos viajado en el tiempo, a los albores de la Segunda Guerra Mundial.

Así da comienzo París 1940, una obra teatral dirigida y protagonizada por Josep María Flotats quien, a punto de cumplir 84 años, asume con fortaleza y entusiasmo esta función que sirve de homenaje a Jouvet, su maestro, aquel con el que descubrió la magia de la interpretación. “Durante mi paso por el Conservatorio Nacional de Arte Dramático de Estrasburgo, cuando apenas intuía el misterio inmenso de la naturaleza del teatro, descubrí, en un libro que me había aconsejado uno de mis profesores, todos los grandes principios de mi arte, expresados de un modo extraordinariamente sabio y sencillo a la vez”, explicó Flotats en la rueda de prensa de presentación de la obra.

Enseñanzas que fueron recogidas en un cuaderno por la secretaria de Jouvet, Charlotte Delbo, una judía deportada a Auschwitz por pertenecer a la Resistencia Francesa, la cual decidió –sabedora de que el nazismo las censuraría– transcribir las lecciones del genio francés. Ahora, en una suerte de diálogo dramatúrgico, Flotats continúa expandiendo su legado al igual que un predicador que reivindica la existencia de su dios. “Después de 60 años de experiencia, la obra de Jouvet sigue siendo una biblia para mí. Siempre me refiero a ella cuando las dudas me invaden”, revela el actor y director catalán.

A la hora de abordar el proyecto, Flotats tuvo claro que debía ser él quien encarnase a Jouvet. Una necesidad que nace de querer tener el control en todas sus formas. De que no quede nada por contar. “Cuando uno se enamora de un texto, y tiene la necesidad de comunicarse con los demás gracias a ese texto, lo quiere interpretar. Lo hace suyo porque le emociona, lo vive y lo declama de una manera única y quiere enseñarlo al público”. Motivo por el cual no ha querido buscar otro actor, con otra sensibilidad, para que haga de Jouvet. “No digo que mi sensibilidad sea mejor, pero no quiero compartir la novia”, bromea.

Así, asumiendo los conocimientos de su maestro, Flotats define la experiencia teatral como “inextricable, cuya técnica no es del todo científica porque no es repetible. Nadie se imagina lo que pasa antes de levantarse el telón”, dice el catalán. Un trabajo, para él, casi circense. “Detrás de esos triples saltos mortales emocionales que realiza un actor, hay infinitas horas de trabajo”.

Jouvet representa –como también defendería Stanislavski a través de su método– la quintaesencia del sentimiento en la actuación, siendo este la materia prima con la que desarrollar un oficio que vive de las emociones. “París 1940 me permite dar a conocer en vivo el método que me ha formado y, también, explicarme a mí mismo, en la medida de lo posible, mis deseos, mis esperanzas, mis sueños artísticos y mis temores”, dice Flotats. Sentimientos que convierten al actor en un transmisor de la naturaleza humana, con sus conflictos internos en los que vernos reflejados.

“Somos los últimos mohicanos”

Así, a través del ensayo de un fragmento del Don Juan de Molière en el que Doña Elvira se despide de su amante, se extrae una reflexión sobre el oficio de actor y sus miedos para conseguir que la emoción sea pura y verdadera, algo que no todos logran alcanzar. “Deja a un lado tus conceptos, tus ideas, créeme, trabaja el sentimiento. (…) No puedes decirte: voy a interpretar esto como una aparición, y darlo confortablemente, sin esfuerzo, sin dolor. ¡Ah, no! Sería demasiado fácil. Tienes que desarrollar tu sentimiento, violento, profundo”, exclama Flotats encarnando a Jouvet sobre el escenario.

Una lección que parece olvidarse en esta vorágine digital donde la instantaneidad del producto artístico lo convierte en superficial. “Estoy convencido de que en esta etapa de teléfonos móviles y pantallas, somos los últimos mohicanos, estoy seguro de que esta forma de entender el arte morirá”, lamenta el dramaturgo.

Por eso, el director catalán defiende que el arte nunca puede empezar de cero. “Los arquitectos estudian minuciosamente la construcción del Acrópolis de Atenas para luego acabar diseñando un bloque de viviendas”, dice. En el teatro ocurre lo mismo: “Siempre habrá maestros que nos guíen el camino”. En eso, Jouvet es un manual. “Trabajo siguiendo las enseñanzas de Jouvet por convicción profunda y un sentido de lealtad al arte escénico”, expresa Flotats, quien lucha por trasladar esa idea a los actores jóvenes con los que trabaja. “No solo trabajamos la coreografía del movimiento con el decorado, sino que vamos a la esencia. Quiero que el actor entienda el por qué, el cómo, para qué y para quién hacemos teatro. Una vez comprendido eso, el sentimiento traspasa al patio de butacas”.

En ese sentido, Flotats hace suyas unas palabras de Jouvet: “En el fondo de mí mismo, no estoy inquieto por el teatro, lo amo demasiado y sé demasiado bien su superioridad y su poder real; para mí es una religión del espíritu, pero no estoy seguro de que todos los que lo practican o que lo viven estén igual de convencidos, que no tengamos que soportar algunos años de pobreza en todos los aspectos, y de eso es de lo que hay que prevenir a los que vienen”.

Para la joven actriz Natalia Huarte –que interpreta a la actriz que prepara con esfuerzo el personaje de Doña Elvira– esta obra la conecta con sus inicios en la RESAD. “Preparando la obra, rescaté de un cajón todas esas notas que yo guardaba en los cuadernos y que me hicieron entender el oficio”, cuenta. Un aprendizaje que la llevó a preguntarse y reflexionar “sobre quiénes somos y cómo nos relacionamos” y, lo más importante, “qué queremos transmitir a los que vienen a ver nuestro trabajo”. Lo cierto es que, a través de esa clase magistral que supone la obra, el público asistente se convierte en testigo privilegiado de ese proceso creativo, siempre oculto y misterioso. Un misterio, el del teatro, que conecta con lo humano y, por tanto, es universal.

Conforme la obra llega a su fin, bajo el contexto histórico en el que se sitúa, la cruel realidad se impone a la ficción. Los nazis han ocupado París. Entonces, en ese preciso instante, con el ejército alemán asediando París, las enseñanzas de Jouvet adquieren un significado aún mayor. Sus lecciones sobre el sentimiento son, ahora, una defensa ante la superficialidad de la maldad.

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