Fotografiar bosques: los consejos de los profesionales
Personas aficionadas y profesionales de la fotografía –como Jorge Sierra y Francisco Márquez– abren el objetivo y nos enseñan las esencias forestales que logran captar. Fotografiar la neblina que se levanta perezosa entre masas boscosas de los Pirineos, el posado fugaz de una paloma turqué entre la laurisilva del norte de la isla de La Palma, la recogida de las castañas en castañares de León, el arte de Agustín Ibarrola en el bosque pintado de Oma, en Urdaibai (Vizcaya), el rojo encendido de los frutos de escaramujos, acebos o ruscos entre robledales del Sistema Central… Llega el otoño, época fotogénica por excelencia para estos paisajes, con los ocres, naranjas, rojos y amarillos de las hojas de los árboles. Pero el bosque es también musgo, aves, hongos, niebla, corcho, insectos, resina, llovizna…
“Lo mejor es no salir con una idea preconcebida de lo que quieres fotografiar, sino dejarte sorprender e impresionar por un momento, un rincón, un ave, una hoja…”. Similar comentario hace tanto una fotógrafa profesional especializada en naturaleza, Clara Ochoa, como Javier Duluoz, editor de vídeo, realizador y aficionado a la fotografía. Ochoa añade además algo muy importante para quienes quieran introducirse en la fotografía entre bosques: “Algunos parques forestales urbanos ofrecen grandes posibilidades, incluso para fotografiar aves de tendencia forestal, como carboneros, herrerillos o petirrojos, que en la ciudad se muestran más confiadas al estar acostumbradas a la presencia humana”.
Esos bosques urbanos nos demuestran que, de partida, no hay que obsesionarse con buscar los hayedos o robledales más alejados para captar imágenes de áreas boscosas que nos satisfagan. Igualmente, seguro que no muy lejos de nuestra vivienda rural o urbana queda un arroyo o un río con sus orillas arropadas con álamos, alisos y sauces, es decir, un bosque de ribera o de galería. Para fotogénicas en otoño, pocas escenas como las de las alamedas con sus amarillos intensos. Encinares más o menos adehesados, pinares, sabinares o acebedas ofrecen también instantáneas a inmortalizar, con sus verdes permanentes adornados de frutos.
Estos últimos, especialmente pinares, encinares y alcornocales, añaden al paisaje natural el humanizado producto de su explotación tradicional y sostenible desde hace siglos. Con el debido respeto y permiso de las personas y/o entidades que trabajan en estas labores, hay posibilidad de obtener imágenes, a partir de las primeras lluvias otoñales, de la recolección de castañas o setas, y en otros momentos de la extracción de resina de los pinos o del corcho de los alcornoques. En bosques tan transformados como los europeos, es interesante saber reflejar también estas escenas, que incluyen paseos relajantes dentro de la gama del ecoturismo.
Captar la melancolía entre los bosques
Una vez en una de estas masas forestales, hay que tener en cuenta que la luz no es solo cosa del sol. “Se puede pensar que un día completamente despejado es el ideal para fotografiar el bosque, pero no es así, ya que las sombras y contrastes que provoca el sol complican la toma de imágenes, a no ser que elijamos el amanecer o el atardecer. Yo prefiero un día nublado, con niebla, incluso con llovizna”. Así lo explica un fotógrafo de naturaleza de largo recorrido, Jorge Sierra, para quien algunas de sus fotos preferidas en este ambiente son “primeros planos de una seta, por ejemplo una Amanita muscaria, pero también de hojas, musgos, a ras del suelo, con un gran angular que permita sacar de fondo el bosque algo desenfocado”.
Javier Duluoz viene de fotografiar en Italia, en el Trentino, otro concepto de bosque (Arte Sella) a tener en cuenta, el que integra entre árboles manifestaciones artísticas al estilo del Bosque de Oma de Agustín Ibarrola en la Reserva de la Biosfera de Urdaibai (Vizcaya) o los Caminos de Arte en la Naturaleza entre robledales de roble melojo en la Sierra de Francia (Salamanca). Duluoz, en la línea de lo expuesto por Sierra, añade: “Me gustan mucho la nieve, la neblina, la lluvia… Aportan algo de irrealidad, un tono más melancólico y misterioso, que incluso te permite evadirte y adentrarte casi en un bosque encantado”.
Clara Ochoa añade un elemento más a este encantamiento: “Los ríos y arroyos bajan ahora con más caudal y es un buen momento para intentar conseguir, con largas exposiciones, el efecto sedoso del discurrir del agua entre las piedras”.
Las aves, grandes secundarias del bosque
Pero a Ochoa lo que le motivan especialmente son las aves forestales: “Sé que muchas personas con cámara no son pacientes, porque no se ven a la primera, pero hay que esperar un movimiento, un canto, para que carboneros, trepadores o pájaros carpinteros nos guíen la mirada hacia su revoloteo entre hojas y ramas, y más ahora, en pleno paso post-nupcial hacia África, que se ven más especies. Es cierto que muchas veces no me llevo la foto que soñaba, pero es muy emocionante”. Por propia experiencia, si te dejas llevar, sin buscarlo, aparecen lo mismo un pico picapinos perforando un tronco, que unos buitres leonados descansando en lo alto de unos pinos o, casi a la vez, cornejas, abubillas y palomas torcaces perchadas en ramas secas de algunos árboles.
“Posiblemente la foto que me relanzó como fotógrafo, allá por 1985, sea la de una lechuza saliendo de noche de su nido dentro de un alcornoque, en una dehesa toledana de alcornoques, encinas y fresnos”. Francisco Márquez, fotógrafo y cineasta de la naturaleza, recuerda con especial cariño esta imagen que requirió, como en algunos casos se sigue haciendo, de un escondite camuflado o hide situado en altura. Es una muestra de que para conseguir algunas imágenes sí se requiere paciencia, equipo y destreza profesional. En algunos casos, y gracias a empresas con hides instalados en varios hábitats para atraer a la fauna, bosques incluidos, se facilita la tarea. También hay escondites de este tipo de acceso público, como el instalado en el bosque navarro de Orgi.
De la fotografía a los micro-documentales
No obstante, como apunta Márquez, hoy en día, entre las cámaras digitales, algunos móviles y los programas de edición gráfica se pueden obtener muy buenos resultados. “Hay que tener en cuenta», señala, «que en esa época se trabajaba con cámaras analógicas y película (diapositivas) sin posibilidad de estar viendo el resultado de tu trabajo al instante. Lo más difícil era el control de los flashes electrónicos que utilicé para iluminar y ‘congelar’ a la lechuza en vuelo, porque era vital afinar mucho con la intensidad de su luz, para no sobreexponer la imagen”. Como el mismo dice, “estas dificultades te obligaban a aprender el oficio muy bien, te hacías un fotógrafo de verdad porque tenías que dominar la naturaleza de la luz a la perfección”.
Ese dominio es palpable cuando se accede a los trabajos que siguen haciendo fotógrafos profesionales como Márquez, Sierra, Ochoa u otros como Andoni Canela, Oriol Alamany, Iñaki Relanzón o Leire Unzueta, otra enamorada de los días de niebla y lluvia. El minimalismo que impregna buena parte de la obra de Unzueta entre bosques lo persigue también Márquez en algunos de los trabajos como cineasta y director de la productora audiovisual Unicornis Films. Un ejemplo son los micro-documentales –en torno a un minuto– de la serie HaikuNature para la plataforma CaixaForumPlus. No hay lechuzas, pero sí mochuelos en un nido en una encina, mirlos, pinzones y gavilanes entre hayedos, quebrantahuesos entre bosques de montaña y jaras, retamas y zorros entre el bosque mediterráneo.
Cursos para aprender con los mejores
Instantáneas de bosques también refleja Jorge Sierra en su trabajo como videógrafo, con más de doscientos pequeños documentales en su canal de Youtube. Wild Spain. “De esas experiencias recomiendo acercarse a buscar imágenes en bosques quizá con menos renombre, como la Dehesa Bonita de Somosierra en Madrid, el Parque Natural de la Sierra Cebollera en La Rioja o el Área Natural Recreativa Bosque de Orgi en Lizaso, Navarra”. Javier Duluoz cita un clásico, el hayedo de Tejera Negra, en Guadalajara, y Claro Ochoa tira hacia el sur: Los Alcornocales en Cádiz y las masas relictas de pinsapos de las sierras de Grazalema (Cádiz) y de Las Nieves (Málaga).
Para acabar por la senda del aprendizaje guiado, lo bueno que tiene la reconversión que han practicado algunos fotógrafos de la naturaleza, como el paso a los documentales de Márquez y Sierra, es que otros compañeros, como Oriol Alamany o Iñaki Relanzón comparten ahora sus conocimientos organizando cursos de fotografía sobre el terreno, en pleno bosque. “El objetivo de este taller de fotografía de paisaje es explorar algunas de las localizaciones favoritas del fotógrafo Oriol Alamany, gran conocedor del Valle de Aran. Aquí se entremezclan bosques, prados y cursos de agua. El verde oscuro de los abetos se combina con los amarillos, naranjas y rojos de los árboles de hoja caduca. Es un fin de semana para disfrutar del colorido, las tonalidades, la composición y la luz”. Una última advertencia: tanto los cursos de Alamany como los de Relanzón se llenan enseguida.
No hay comentarios