Frente a tanta barbarie, siempre nos quedarán los bosques y las bibliotecas

Una macroexplotación de cerdos. Foto: COORDINADORA ESTATAL STOP GANADERÍA INDUSTRIAL

Frente a los rascacielos chinos para criar un millón de cerdos al año, frente al proceso a los activistas de Rebelión Científica por abrirnos los ojos a la crisis climática, frente a tanto puñetazo en los ojos, siempre nos quedarán los bosques y las bibliotecas. Como la Torrente Ballester de Salamanca, donde se organizan encuentros entre escritores, editores, naturalistas, músicos, artistas, divulgadores y lectores de la naturaleza.

Hay noticias que son como un puñetazo en los ojos. Leo estos días que China proyecta construir un rascacielos para explotar al año a más de un millón de cerdos destinados al consumo humano. Al parecer, el país asiático quiere dejar de depender de otros proveedores como España. Si pensábamos que el horror estaba aquí,  en las macroexplotaciones (habría que dejar de llamarlas granjas, por favor) que se comen el mundo rural, contaminan ríos, acuíferos, suelos y condenan a miles de cerdos a malvivir en unas condiciones infernales, si pensábamos eso, digo, estábamos equivocados. Siempre se puede ir a peor. Las macroexplotaciones convierten a los animales en pura materia prima y su vida malograda en un apunte en la cuenta de resultados.

Otro puñetazo en los ojos. Quince científicos y activistas de Rebelión Científica procesados por arrojar pintura biodegradable al Congreso de los Diputados. Me ha costado encontrar esta noticia, que apenas ha tenido repercusión en los medios generalistas. Nos interesan más otras cosas. O simplemente queremos mirar hacia otro lado, como con el consumo de animales, por disonancia cognitiva.

El cambio climático es el síntoma de un planeta que ya tiene fiebre. Si la temperatura sigue aumentando, como parece que va a ocurrir porque las emisiones siguen incrementándose, el problema no es que haga un poco más de calor en verano, como creen algunos,  incluso los bienintencionados, sino que la Tierra será directamente inhabitable. La sequía que vivimos es solo un anticipo de lo que se avecina. Europa es además el continente donde más están subiendo las temperaturas. Ya no hay tiempo para las medias tintas o los mensajes tranquilizadores, lanzados desde posiciones  paternalistas que hacen creer a la gente que podemos seguir viviendo como si no ocurriera nada, con pequeños ajustes. La paradoja de todo esto, un tanto siniestra, es que se procesa a quienes gritan que ya apenas hay margen para evitar los efectos más devastadores del cambio climático, mientras quienes se enriquecen con la muerte de los demás siguen haciendo caja.

Podría seguir con esta enumeración de golpes, casi hasta el infinito. Pero de vez en cuando es necesario buscar consuelo, reconciliarse con el mundo. ¿Dónde? Un lugar que casi nunca defrauda es una biblioteca.  Las micorrizas que conectan los árboles tienen terminaciones en estos bosques de libros. Nos ayudan a respirar, oxigenan nuestras mentes.

El pasado fin de semana me escapé a uno de estos bosques, la Biblioteca Torrente Ballester de Salamanca. Desde hace dos años,  Isabel Sánchez, coordinadora de las Secciones de la Red de Bibliotecas Municipales de Salamanca, propicia un encuentro entre escritores, editores, naturalistas, músicos, artistas, divulgadores y lectores de la naturaleza. Este año el hilo conductor era el silencio del jardín y la palabra poética. Como ocurre con la música, la literatura sería inviable sin el silencio. Salamanca, con un legado arquitectónico bellísimo y único, pero rácana en árboles, me llevó a momentos dulces de mi juventud. El encuentro de la Biblioteca del Bosque me confirmó, una vez más, que hay una salida a un mundo que camina hacia el ecocidio, que la naturaleza es como la Biblioteca de Babel de Borges: es infinita y contiene todos los libros posibles. Desde una simplicidad radical, en ella podremos encontrar algunas de las respuestas a nuestras preguntas más acuciantes.

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