¡Esto es la Galia!: resistencia y éxito de los comuneros rurales

Bosque de frondosas. Foto: Comunidad de Montes de Couso.

Si pusiéramos una lupa sobre el mapa de España y la acercáramos al Noroeste, encontraríamos sobre sus montes a pequeñas comunidades que a lo largo de la historia han resistido la injerencia de distintos poderes para preservar su territorio. Reductos con un sistema de gobernanza propio que ha sobrevivido entre dominios públicos o privados. Hoy ponen el mundo digital al servicio del mundo natural, cooperando en red o desarrollando iniciativas emprendedoras, con el móvil en la mano pero con la mirada al frente y los pies en la tierra: «Esto es la Galia. Somos una isla, pero si hubiese más Comunidades de Montes apostando por lo mismo, la cosa cambiaría, porque el patrimonio que tenemos es incalculable, y hay que saber gestionarlo». Veamos la cantidad de iniciativas y buenas prácticas que han puesto en marcha los comuneros de Couso para recuperar su bosque autóctono y dar un valor al monte más acorde con los nuevos e inciertos tiempos que corren.

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El entrecomillado que acaban de leer en la entradilla lo dice Xosé Antón Araúxo, presidente de los comuneros de Couso, una aldea gallega reconocida por la ONU como referente ecológico por su ambicioso proyecto de restauración forestal, promoviendo otra forma de vivir. Sus montes pasaron de ser una escombrera de donde retiraban frigoríficos o hasta un yate abandonado a recuperar el bosque autóctono y cultivar setas japonesas, frutos rojos y castañas. Tienen hasta una moneda digital para promover el pequeño comercio. Nada de bitcoins. Se llama Sabia.

Sus reuniones de la comunidad no son junto al ascensor, ni en el garaje, sino entre los árboles: robles, castaños, cerezos, nogales, abedules… Empiezan a devolverle el color al monte y a reconquistar viejos feudos usurpados durante décadas por vertederos y plantaciones de eucaliptos. El Bosque da Lingua rendirá culto a la naturaleza y la lengua gallega, y el Bosque da Memoria se convertirá en un bello santuario donde cada árbol recuerde junto a una inscripción en piedra a las personas que nos han dejado. Las donaciones están abiertas por crowdfunding y según la cuantía están recompensadas con productos del bosque o con un espacio para la posteridad en el Bosque da Memoria, donde un árbol a elección crecerá en su nombre.

Estas son sólo dos de las iniciativas por las que la ONU reconoció en 2019 a los comuneros de Couso en la lista ICCA (Áreas Conservadas por Comunidades Locales), que en España distingue a cinco colectivos, cuatro de los cuales son gallegos. Y no es casual, porque beben de una bonita y olvidada forma de gestión rural que ha pervivido en estas zonas: las Comunidades de Montes Vecinales en Man Común (CMVMC), de las que solo pueden ser miembros los habitantes del territorio, distinguidos por la vieja expresión «casas con fume», es decir, casas con humo, habitadas. Una desconocida forma de propiedad que ni es pública ni privada, pero que ocupa la cuarta parte del territorio gallego. En Asturias y Castilla y León también empiezan a recuperarse.   

Bosque de hadas de As Rasas. Foto: Comunidades de Montes de Couso.

Damián Copena, profesor de Economía en la Universidad de Oviedo, ha dedicado gran parte de su investigación a las Comunidades de Montes y explica su difícil encaje en el ordenamiento jurídico, que las declara como propiedades «privadas colectivas», siendo un vestigio del derecho germánico frente al derecho romano: «Por ley son indivisibles, inembargables, inalienables e imprescriptibles. Además son democráticas, porque funcionan por asamblea, y abiertas, porque no es una comunidad cerrada sino que incluye a quien se instale para vivir en ella. Estas características les dan una potencialidad para desarrollar iniciativas sostenibles con una racionalidad no economicista y que prioricen el bien común».

El Renacimiento de los comuneros

«Casas con fume, montes sen lume (sin fuego)», claman la historiadora Lara Barros y el ingeniero forestal Diego Sánchez en una guía sobre esta antiquísima institución cooperativa que se remonta como mínimo a la Edad Media. Aquí la naturaleza sí es un patrimonio común, y como tal, el sentido práctico no está reñido con la conservación, al contrario, revierte en beneficio de todos. Conceptos tan de actualidad como gobernanza o sostenibilidad eran el pan de cada día para estas «comunidades que con un sentido de cooperación y responsabilidad colectiva, llevan siglos custodiando y gestionando territorios y recursos naturales», explican los autores.

Durante mucho tiempo hemos mirado a los montes como un trasfondo marginal de la civilización, como lugares pintorescos, agrestes e incultos: que te llamaran montuno no era muy halagador, pero los que tienen orgullo montaraz saben que los montes están por encima de prejuicios urbanitas y también connotan perspectiva, fortaleza y espíritu de supervivencia. Han sido las zonas más castigadas por la despoblación y el abandono, y por ello, en las últimas décadas, han sido también el blanco fácil de las olas de incendios, la avalancha eólica o las especies invasoras.

El exilio rural y la globalización urbana fueron una sucesión de apisonadoras de las que, bajo la nueva perspectiva ambiental, empiezan a recuperarse. Ante la crisis climática y energética los montes se perfilan ahora como una barricada natural o un cinturón verde de las ciudades, como sus pulmones, su huerta y su botica, y como un laboratorio para investigaciones científicas, que experimentan con la naturaleza en busca de innovaciones sostenibles.

Montes multifuncionales, montes vivos

En Couso así lo están haciendo mediante convenio con la Universidad de Vigo para erradicar la plaga de acacias, o con empresas privadas para innovar en el aprovechamiento de su biomasa forestal, con enfoque alimentario o medicinal. Nuevos druidas para nuevos tiempos, capaces de metabolizar el bosque o hacer frente a enemigos como la velutina, que ha diezmado la población de abejas. El número de proyectos que despliega esta pequeña aldea es abrumador. Sus 84 comuneros son propietarios de 330 hectáreas que gestionan con perspectiva multifuncional, es decir, compatibilizando la función económica, ambiental y social.

Cultivo de Shiitake en Couso. Foto: Comunidad de Montes de Couso.

Damián Copena señala que esta perspectiva va más allá del tradicional aprovechamiento productivo: «La función social es también muy importante en cuanto a servicios que van desde la cultura a las traídas de aguas, supliendo muchas veces actividades que tendrían que estar haciendo las administraciones públicas. El caso de Couso es paradigmático porque es la comunidad como conjunto la que está movilizándose, no un comunero aislado o una persona ajena, y eso le da mucha más fuerza a esa misión colectiva».

Desde un huerto solar a una moneda social

«Con las crisis que tenemos y se ven venir, la revolución del futuro va a ser alimentaria”, explica Antón, presidente de la Comunidad. “Pero las administraciones andan a lo suyo. Nosotros, humildemente, queremos prepararnos. Creemos que la educación ambiental de los más pequeños es fundamental, por eso el Bosque da Lingua cumplirá una doble función educativa». En el terreno donde cultivan grosellas, frambuesas y arándanos, que comercializan al fresco o en mermeladas, proyectan instalar un huerto solar. Otro de sus productos estrella es el shiitake, seta que cultivan insertando el micelio en los troncos y tocones de los árboles y sellan luego con cera de abeja. Con ello evitan que el eucalipto rebrote y así se pudra, sacándole partido culinario.

Durante el verano de la pandemia, Couso fue noticia por acondicionar la vieja presa de regadío como piscina comunitaria, junto a un lavadero de 1948 que también restauraron para el baño de los niños. Todo enmarcado por una superficie de 5 hectáreas repoblada de castaños. Tienen también preparado un refugio de anfibios (ranas, salamandras, tritones) y el terreno para un anfiteatro con vistas al valle, que quieren destinar a conciertos. Quizás algún día las Tanxugueiras actúen en él…

Además han abierto dos rutas de senderismo, la de los molinos y la de grabados rupestres. «Tenemos también en proyecto una ruta de cicloturismo adaptada, donde instalaremos placas solares para puntos de recarga, de bicis o coches», añade Antón. Por si fuera poco forman parte del Consello da Sabia, iniciativa que pone a disposición de los pequeños productores una moneda digital, la Sabia, mediante la que hacen intercambios de ropa, alimentos o se paga a quienes participan en la temporada de castaña.

Los montes tienen memoria

«Antes, entre la gente del campo había una cultura más solidaria, no como ahora”, recuerda Antón. “Pero eso va a volver, no va a quedar más remedio. El sistema de las Comunidades de Montes creo que va a ser un modelo de futuro». Damián Copena explica que durante la usurpación franquista, la administración forzó la forestación masiva de coníferas y eucaliptos, monocultivos destinados a la industria maderera o celulosa que le lavaron la cara al monte. Y la memoria… Al acabar la dictadura, los Montes Vecinales fueron recuperados por sus legítimos dueños, los vecinos y vecinas, apelando a la documentación histórica y remontándose a veces al Catastro de Ensenada «pero con un contexto socioeconómico totalmente diferente, pues se había perdido la conexión ancestral con el monte».

La historiadora Lara Barros es impulsora de la bonita iniciativa Mulime, que indaga en la documentación histórica para recuperar la memoria de estas comunidades o acreditar su uso inmemorial de los montes, legitimando su propiedad vecinal o clarificando su delimitación. «La historia de los Montes Comunales es apasionante porque es una figura histórica muy arraigada y que siempre dio pie a mucha conflictividad. Cuando no era contra el monasterio de turno era contra el Señor feudal. En el siglo XIX fue contra la administración del Estado liberal con la desamortización y en el siglo XX contra el franquismo. Un proceso muy largo en el que las Comunidades de Montes siempre resistieron la injerencia de diferentes poderes».

Y lo siguen haciendo, por ejemplo ante las eólicas. «En general el proceso eólico no tiene en cuenta a estos propietarios. Les es impuesto”, explica Copena. “A diferencia de otros lugares del mundo, no tienen la posibilidad de desarrollar parques eólicos cooperativos, lo que podría ser una alternativa. Hemos hecho estudios y tenemos estimado que lo que reciben los propietarios es entre el 1% y 2% de la facturación media de los parques. Además, si se consideran de utilidad pública existe la posibilidad de expropiación, lo que condiciona cualquier proceso de negociación como una espada de Damocles. Frente a esto, la Comunidad de Montes de Vincios fue referente en la resistencia y oposición al parque eólico de la Serra do Galiñeiro».

La gobernanza de las tierras mancomunadas

La recuperación de aquella conexión ancestral se hizo esperar. El dinamismo comunero actual era impensable hace 15 o 20 años, pero según Copena hoy la tendencia se acelera. En parte porque recursos que entonces no tenían valor de mercado hoy sí lo tienen, y en parte por «grandes cataclismos»: «Las olas de incendios de 2017 supusieron para muchas comunidades un cambio de chip en cuanto a la forma de gestionar el monte, queriendo ser más resilientes». La solución, como tantas veces, la encontraron echando la vista atrás.

La recuperación del bosque autóctono para sustituir las especies pirófitas fue una de las primeras medidas, pero también es importante la gestión del matorral mediante la reintroducción de razas autóctonas en peligro de extinción, como las vacas morenas o el caballo de pura raza gallega. La casuística de las comunidades es tan rica y diversa como el propio paisaje, y están floreciendo por los montes iniciativas de lo más variopintas para dinamizar el turismo rural, la artesanía o la gastronomía.

Hoy en día, muchas comunidades siguen reclamando la devolución de sus tierras, como en Asturias, donde se estima que el 80% de los montes considerados públicos podrían ser vecinales. «Los Montes Vecinales se enmarcan dentro del llamado Gobierno de los bienes comunes, cuyos principios fueron establecidos por la Nobel de Economía Elinor Ostrom. Ostrom demostró de forma científica que, al contrario de lo que muchos estudios sostenían, la gestión colectiva de los bienes puede ser incluso más óptima que la acción estatal o privada».

«Las Comunidades de Montes son una importante herramienta comunitaria y vecinal con la que poder ir construyendo un mundo rural agroecológico”, concluye Copena. “Sería muy positivo conocer y apoyar, por parte de quienes creemos en un mundo rural vivo, estas iniciativas vecinales que están dinamizando los espacios rurales».

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Comentarios

  • Eduardo Beiras Garcia

    Por Eduardo Beiras Garcia, el 11 marzo 2022

    Ahi se constata el divorcio entre la politica «oficial» y la vida real. Desde niño oia la expresion Montes en Man Común. Ahora, además la veo. Media Galicia deberia volver ser así. Non hai fronteiras.

  • María Rosa González Diego

    Por María Rosa González Diego, el 12 marzo 2022

    Es un orgullo formar parte de la Comunidad de Montes de Couso que tan bien ha descrito Alber Pereiras. Un apasionado del Val Miñor y su historia. Imposible dejar de mencionar a Antón por su gran labor en esta Comunidad que no siempre es debidamente reconocida. Seguro que seguiremos avanzando en los nuevos proyectos.

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