García Maldonado: ¿por qué no encontramos nuestro lugar en el mundo?

El escritor y articulista Antonio García Maldonado.

Tan cerca de la literatura como de la política y la filosofía, el consultor y profesor de Asuntos Públicos Antonio García Maldonado (Coín, Málaga, 1983) publica ‘El final de la aventura’, un profundo y reflexivo (y auto-reflexivo) ensayo sobre la incertidumbre y ansiedad de nuestro tiempo, sobre el desánimo social por “una falta de sensación de pertenencia, de encontrar algo tan básico como nuestro lugar en el mundo”. Nos contesta a nuestra Entrevista 10. Diez preguntas a partir de 10 extractos del libro. ¿Por qué no encontramos ‘nuestra aventura’?

1.Empezamos por la coda. “Este libro comenzó a escribirse durante el confinamiento por la pandemia del virus SARS-CoV-2 (…) Al fin y al cabo lo que trata de interpretar el libro es el malestar de fondo”. Y más adelante, ya casi al final, reconoces: “Este libro es, sobre todo, producto de mis propias dudas y de mi propio malestar. El primer impulso que lo movió fue la introspección personal ante el hecho de un decaimiento de ánimo muy fuerte”. ¿Cuál es tu estado de ánimo, Antonio?, ¿cuál era antes de la pandemia, durante el confinamiento, ahora?, ¿te notas cambiado?

Más allá de que sea verdad o no, tengo el impulso casi instintivo de decir que me encuentro bien, porque he sido un privilegiado toda mi vida y también lo he sido durante la pandemia y el confinamiento. Además, mi día a día ya era antes bastante parecido a lo que fue en esos meses, porque soy bastante casero, militantemente casero, y durante el encierro podía salir a pasear a Montalbano. Pero eso no quita que no viera y viviera todo con angustia y me preguntara mucho sobre seres queridos en la distancia, que me perturbaran las cifras de muertos, el colapso económico… Todo esto pilló a mi hijo fuera de España, y estuve más de medio año sin verle, y eso me afectó. Pero, por no eludir tu pregunta, sí, este libro nace de un malestar y un desánimo personal previo a la pandemia. Sin embargo, tras un proceso de introspección fuerte, lo identifiqué con algo más general, más de fondo, que me trascendía a mí, que podía hablar de algunos rasgos nocivos de una época. Ese es el origen de El final de la aventura.

2.Y vamos ahora al comienzo, comienzo. ¿Por qué este título, ‘El final de la aventura’, si tú mismo reconoces que la aventura no ha terminado? ¿No tendrá algo de gancho como ‘el final de la historia’ de Fukuyama?

Efectivamente, el nombre tiene esa intención irónica respecto a los títulos que, más que describir, parece que decretan cosas: «Esto es así, listo, de modo que no te opongas y adáptate o muere». En este caso, el concepto del final de la aventura funciona como un conjuro y no como un diagnóstico. Defino aventura como aquella empresa en la que uno vuelca su vocación personal, sus elecciones individuales, y, quizá sin pretenderlo, contribuye a la ampliación de los horizontes colectivos. Te pongo un ejemplo del que hablo en el libro: cuando un buscador de oro o de mejor suerte se iba al oeste en Estados Unidos en el siglo XIX, solo pretendía prosperar, quizá salvarse de una condena por la que lo buscaban, pero, al fin y al cabo, estaba haciendo algo que trascendía su elección. Es lo mismo que ocurría con los grandes viajes y exploraciones de la Era de los Descubrimientos, o con el impulso obsesivo de tantos científicos o ingenieros más cercanos a nuestros días, que gracias al desarrollo de sus obsesiones, en muchos casos neuras y locuras, consiguieron grandes progresos para todos. Por eso doy tanta importancia en el libro a los discursos que construimos alrededor de los trabajos y las distintas ocupaciones, de nuestro papel en la sociedad, más allá del grado de formación de cada uno. Lo que me planteo son los peligros no tanto de que no haya un futuro, una aventura, una historia, sino de que ésta, dado que los conocimientos son cada vez más profundos y, por lo tanto, el acceso a él es más complejo y caro, haya pasado a vía estrecha, apta para menos gente, una vanguardia científico-técnica y económica que sigue viendo el mundo como ese lugar fascinante, frente a una inmensa mayoría que no encuentra su lugar y a la que se exige resignación.

3.Escribes: “No pretende este ser un libro cenizo, otro más que pontifica y se lamenta sobre malestares sin ofrecer una salida o, al menos, puertas entreabiertas tras las que explorar. ¿Dónde residen hoy las aventuras potenciales capaces de integrar a la comunidad en proyectos colectivos?”. Y explicas que ahora, como colectivo, como Humanidad, estamos ante el reto de dos grandes aventuras: la exploración espacial y el reto de la emergencia climática: “La lucha contra el cambio climático es uno de los retos determinantes que la comunidad va a afrontar de forma colectiva (…) Nos obliga a mirar la realidad de forma distinta, más atenta a lo común y a los esfuerzos colectivos (…) Por eso puede concebirse este desafío como una aventura que, recordemos, podía definirse como una empresa capaz de aunar la vocación y el esfuerzo individual y el ensanchamiento de un horizonte colectivo”. ¿Miras con optimismo nuestra manera de acercarnos como colectivo al gran reto que supone la crisis climática?

Tiendo a ser optimista, aunque sólo sea como estrategia de supervivencia. No tengo una visión ni trágica ni cínica de la vida, y quizá ingenuamente pienso que la inmensa mayoría de la gente es bastante razonable, y que poco a poco nos vamos concienciando de la emergencia climática. Lo noticioso y lamentable suele ser la excepción, pero no la norma. Y también hay que entender a la gente que, literalmente, no se puede permitir reducir sus emisiones comprando un coche limpio pero carísimo.

Pero lo que yo observo, en mi entorno familiar, en mi trabajo, en mi vida en definitiva, es que hay un compromiso creciente respecto al medioambiente, y eso conlleva una idea de fondo bastante poderosa como es que todos estamos juntos en esto, que no hay paraísos o urbanizaciones de lujo con seguridad a las que retirarse para huir de los peligros de la sociedad, esa tentación noventera. Desde luego, a largo plazo, y si se cumplieran los peores escenarios, no los hay. De inicio, se trata de una reacción a una amenaza colectiva, y no de algo propositivo respecto a una idea o proyecto que abarca a una sociedad, pero tiene un potencial enorme para actuar como elemento omniabarcador, como aventura en la que todos podemos pensar que nuestra actuación, nuestro papel, por más humilde que sea, cuenta. Será importante saber interpretar bien ese momento, y construir discursos más inclusivos y refinados, lejos de ese thatcherismo camuflado en un discurso meritocrático que tanto daño ha hecho a la economía y a la salud mental de tantos ciudadanos.

4.“Stephen Hawking en sus últimos años insistió con especial énfasis en que debíamos abandonar la Tierra en los próximos cien años. Una de las razones por las que debíamos hacerlo era, según él, el potencial destructivo de los virus creados o modificados en laboratorios”. “Sagan fue uno de los convencidos de que nos acercábamos al momento en el que el ser humano comenzaría a mudarse a otro planeta: ‘Dentro de un milenio nuestra época se recordará como el tiempo en que nos alejamos por primera vez de la Tierra y la contemplamos desde más allá del último de los planetas, como un punto azul casi perdido en un inmenso mar de estrellas”. ¿Tú también estás convencido de esto, no da un poco o un mucho de vértigo?

Aquellos que nacieron a mediados del siglo XIX y murieron a edad provecta pero razonable en las primeras décadas del XX, pasaron de una vida ruda similar a la de la Antigüedad a otra en la que había higiene, alcantarillas, radio, televisión, telégrafo, rayos X, aviones comerciales y, sobre todo, anestesia. Murieron asomados a las Teorías de la Relatividad Especial y General, pero habían nacido en un momento en el que las epidemias se explicaban por la degradación moral, los miasmas y los humores, y en el que el paracetamol era una sangría sin contemplaciones. Ese salto es mucho más drástico e increíble que el que hoy plantea la exploración espacial. Al lado de aquellos avances, de aquella magia ante los ojos de sociedades iletradas, los proyectos para viajar a Marte o analizar Venus o el Sol, palidecen. Creo que sí, que lo veremos, y que sobre todo lo verán nuestros hijos y nietos, y por eso se llama así –La colonización espacial como la aventura de nuestros hijos– el último capítulo de la segunda parte.

5.“Tras conversar con el propio Putnam, Hari escribía algo interesante: ‘Hacemos menos cosas juntos que todas las generaciones de humanos que nos precedieron (…) Las estructuras que garantizaban que nos cuidáramos los unos a los otros –desde la familia al vecindario- se derrumbaron”… La incertidumbre, la inseguridad, sentir que no alcanzamos a comprender tanta innovación tecnológica, y adaptarnos a ella, que nos supera y nos adelanta continuamente…, todo ese magma ha hecho crecer algo sobre lo que tú has reflexionado en más de un artículo en ‘El Asombrario’: la depresión y la ansiedad.

Así es. Hay algo llamativo en el hecho de que estemos, como dicen Steven Pinker, Hans Rosling o Johan Norberg, mejor que nunca en cuanto a hechos mensurables como la esperanza de vida, la renta global, la disminución de pobreza extrema y un largo etcétera, y asistamos a este gran cabreo de tantos sectores. Pero, si lo miramos de cerca, no es tan misterioso: uno es hijo de su tiempo y de su espacio, y si tiene un problema durante el parto no se consuela con la cifra de neonatos muertos en el siglo XVI, ni con las miles de personas que han salido de la miseria en los arrabales de Yakarta.

Las cifras de personas con trastornos ansioso-depresivos en sociedades ricas son realmente escandalosas, y eso dando por buenas esas cifras, que sin duda no tienen en cuenta a muchos que, por falta de medios o por creer que se verán de alguna forma perjudicados, ni siquiera están diagnosticados. Mi bisabuelo o mi abuelo dispensaban medicinas muy distintas de las que dispensan mi padre y mi hermano en su misma farmacia, y eso nos dice algo, algo malo, de nuestra sociedad. Nos enseña un progreso en muchas cosas, pero también una carencia en otras, y no se puede bajar los brazos y resignarse a que eso sea así. Que tengamos fármacos paliativos no debe interpretarse como vía libre para que las cosas sigan igual, sino como un incentivo para acabar con la situación con muchas más garantías. Y lo que nos dicen los expertos y los especialistas en los distintos campos que tratan estos trastornos es que hay una falta de sensación de utilidad, de pertenencia, de algo tan básico como el lugar en el mundo. Yo lo he objetivado en el concepto más ensayístico, si quieres literario, de aventura.

6.Esa incertidumbre provoca más efectos colaterales (nos vamos a la página 115 de tu libro)…: “De ahí que regresen, como señalan otros expertos de distintos campos, los relatos nacionalistas en momentos de crisis. Una necesidad básica insatisfecha bien explotada por los demagogos produce monstruos”… Preocupante esta proliferación de demagogos sin escrúpulos, ¿no? Y tú que has estado muy cerca de los políticos lo sabrás bien…

Yo creo que los demagogos son hijos de una demanda, y es esa raíz la que me interesa ir a observar. ¿Por qué ocurre eso? Goethe decía que prefería la injusticia al desorden, pero lo que vemos es que la democracia funciona con los términos cambiados y muchos ciudadanos prefieren el desorden del demagogo a lo que perciben como la injusticia del tecnócrata, por hablar en términos de la crisis de 2008. Dicho eso, mi experiencia en política, tanto en la Presidencia del Gobierno, como en la del Senado, ha sido para mí realmente positiva, muy grata, y en términos anímicos, muy reconfortante. Yo soy menos cínico ahora que antes de trabajar en ambas instituciones. Y no la circunscribo a mis compañeros de trabajo, sino también a los contendientes políticos, con muchos de los cuales tengo una amistad profunda, y más de uno sale citado en el libro. Creo que hay que ir un paso más allá, y culpar a determinados políticos es ineludible, pero no sirve de nada si no vamos más lejos, porque hay algo de la época, de incentivos y demandas mucho más profundos que corremos el riesgo de olvidar si nos centramos en el muñeco de paja de la política.

Russell Crowe es el capitán Aubrey en la película ‘Master and Commander’.

7.“¿Tiene algo que ver que sepamos tanto como especie con que nos sintamos peor? ¿Por qué no parecemos valorar el progreso objetivo?”. ¿Por qué, Antonio? Y me parece que esta pregunta es la esencia del libro. ¿Te hubiera gustado vivir en otra época?

Buena pregunta esa, y aunque parezca increíble, me pilla de sorpresa. Pero no, no habría querido vivir en otra época, más allá de la curiosidad que me generan muchos personajes y momentos históricos. Habría viajado al XIX inglés para contarle a mi madre cómo era la época victoriana, que tanto le apasiona, pero para poco más. La nostalgia es demasiado destructiva como para idealizarla. No me gustaría por dos razones: primero, porque ya no estaría aquí, y la idea de morir no me agrada, al menos por ahora. Y, sobre todo, porque sí creo en la idea de progreso, en que, pese a altibajos y retrocesos, las cosas tienden a mejorar, la vida a ser más grata y fructífera. Esa secuencia no se ha roto, antes al contrario, pero lo que sí ha cambiado es la percepción de nuestro lugar en ese progreso, esto es, en ese futuro. No creo que el problema sea que la gente no perciba ese progreso, esas aventuras, sino que no se sienten parte de él porque se la excluye económicamente, en primer lugar, y después con discursos muy nocivos. El final de la aventura trata de desenmascarar ese equívoco, porque aventuras hay, y el futuro tiene que seguir siendo tierra de promisión.

8.“¿Por qué no seguimos pensando, como el capitán Jack Aubrey de la Armada británica de las guerras napoleónicas, retratado en ‘Master and Commander’, que vivimos en una era fascinante?” La ‘Surprise’ y Aubrey recorren todo el libro. ¿Es tu gran aventurero? ¿Y el científico/aventurero que más fascinación te produce? ¿Humboldt, Darwin? ¿Qué personaje histórico te hubiera gustado ser?

Master and Commander, y en concreto el capitán Jack Aubrey y el naturalista Maturin, son el hilo conductor del libro porque la película me ofrecía un ejemplo de casi todo lo que quería tratar en El final de la aventura: la pasión por el conocimiento, la sed de aventuras que no reniega del puerto del que sale, ni de quienes se quedan allí –todo eso, su fragilidad, es lo que, en el fondo, la mueve–, el saber a golpe de observación que hoy ya no es posible, o el diálogo entre la fuerza bruta, las emociones y la razón. Todo eso está en las escenas de una película total, que además resume una de las verdades de la historia del ser humano y del progreso: una aventura lleva a otra. Y otro aspecto que no es anecdótico es que la película transcurre durante las guerras napoleónicas, comienzos del siglo XIX, que es cuando nuestro mundo adquiere los contornos que tiene hoy, aunque se haya refinado política, científica y tecnológicamente. Pero, por no obviar tu cuestión sobre qué personaje me gustaría ser, elegiría a Joseph Lister, el médico que revolucionó la medicina victoriana, que transformó la cirugía de carnicero en algo parecido a la maravilla que es hoy, y quien a su vez, pese a los dramas que veía a diario, mantuvo durante toda su vida una actitud esperanzada hacia las promesas del conocimiento y, por tanto, del futuro.

9.Junto a Aubrey, hay otro nombre, contemporáneo, y del que tú estás muy cerca, el filósofo Manuel Cruz, que va vertebrando el libro, y ha escrito el prólogo. “En su prólogo al libro de Sitges-Serra, el filósofo Manuel Cruz alerta de otra de las epidemias del siglo XXI y de la que aquí se habla en abundancia: la arrogancia tecnooptimista”. Tú has expresado a menudo que el ser humano no puede vivir en un continuo cambio, una continua adaptación, una permanente incertidumbre, que necesitamos ciertas zonas de confort (eso que ahora tan interesadamente denosta el neoliberalismo).

Sí, Manuel Cruz lo ha expresado de forma magistral en sus últimos ensayos y artículos, y lo explica también en su generoso prólogo. No se trata de renegar de una tecnología y una ciencia que nos mejoran la vida, y que tienen el potencial de acabar con trabajos penosos y enfermedades dolorosas. En eso estamos todos, o casi todos, de acuerdo. Distinto es depositar en esos avances en las herramientas la solución a las dudas y debilidades de fondo, y hacer de eso discursos sobre el futuro en el que no quedará nada de lo que nos da miedo y nos genera angustia, pero tampoco nada de lo que da sentido a la existencia. La imperfección, e incluso la propia conciencia de la finitud, son indisociables de la fascinación que nos impulsa a la aventura. A veces pienso en esos tecnooptimistas más acérrimos, como los transhumanistas, y me acuerdo del personaje de Indiana Jones y la última cruzada que, ante la tesitura de elegir un cáliz que le dará la vida eterna, escoge el más refulgente, bebe y muere desintegrado: «Eligió mal», dice el fantasma del viejo caballero, que parece un trasunto del espíritu de la Historia.

Respecto a la renovación permanente, sí, me parece un discurso anti-ilustrado, ir por detrás de la máquina, como antes se iba detrás de las supersticiones. El discurso que ensalza el cambio y la incertidumbre como incentivador de la adaptación puede funcionar bien sobre el papel, como otros tantos, pero la realidad es tozuda y lo cierto es que mucha gente siente que está en un juego en el que le cambian las reglas en función de quien tiene las cartas marcadas a su favor en cada momento. Como esos grandísimos ejecutivos que recetan flexibilidad laboral en un libro o un artículo, pero lo primero que hacen en cuanto llegan arriba es blindarse el contrato con una indemnización y un plan de pensiones millonarios. Ese es el paquete completo que debería hacer sospechar a quienes creen disfrutarlo: tener el privilegio material, la razón intelectual y la verdad moral. Hay una gran contradicción en quienes defienden e impulsan el cambio pero se niegan a democratizar sus ventajas materiales y simbólicas.

10.Terminamos, Antonio, nuestra pequeña aventura en torno a tu magnífico libro. Veo que sientes admiración por otra persona que precisamente inspiró el nombre de esta revista en la que tú colaboras prácticamente desde su nacimiento: “Rachel Carson (1907-1964), una de las precursoras del ecologismo en Estados Unidos, escribiría años después en uno de sus libros que todo pensamiento valioso nace de un sentimiento de asombro que brota de la observación: “Aquellos que moran, tanto científicos como profanos, entre las bellezas y misterios de la tierra, nunca están solos o hastiados de la vida. Cualquiera que sean las contrariedades y preocupaciones de sus vidas, sus pensamientos pueden encontrar el camino que lleve a la alegría interior y a un renovado entusiasmo por vivir”. Entonces, tenemos el Eureka, ¿no?, la clave para no sentirnos ante el final de la aventura…

Claro, el Eureka existe, el problema no es tanto realidad como el lugar que el observador cree jugar, y los instrumentos y la formación que necesita para percibirlo, que cada vez son más sofisticados y más caros. Para unos la aventura puede estar en un sitio o en otro más lejano o más cercano, puede ser más épica o menos, pero no hay aventura completa sin eso que se ha dado en llamar «viaje interior», sintagma del que tanto ha abusado una autoayuda inane. Pero el concepto es veraz. Si uno no hace ese viaje, más que lanzarse a una aventura, lo que hace es huir, de uno mismo, del otro, de la realidad, de lo que sea. Eso se aprecia muy bien en la película Ad Astra, donde vemos que el astronauta al que interpreta Tommy Lee Jones se ha vuelto loco al ver defraudadas sus expectativas de encontrar vida fuera de los confines de nuestra galaxia: en eso tenía puestas todas las esperanzas, e incluso ante su altar había sacrificado la vida cotidiana con su hijo.

Como lo vemos en El corazón de las tinieblas, de Conrad, en Moby Dick, de Melville, y en tantas epopeyas clásicas. Para mí, toda aventura digna de llamarse así mira hacia el futuro con esperanza, pero se hace cargo del pasado, impulsada por las necesidades y angustias del presente. Somos seres en el tiempo, no en el espacio. O más en el tiempo que en el espacio, que es como muchos discursos insisten erróneamente en vernos.

Antonio García Maldonado estará firmando ejemplares de su libro ‘El final de la aventura’ esta tarde (6 de octubre) en la librería Tipos Infames, de Madrid. A partir de las 19.30.

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