Gaza: Todos percibimos que hay algo que se está yendo de las manos

Foto: Palestinian News & Information Agency (Wafa) in contract with APAimages. Ali Hamad apaimages

La otra noche cené en Barcelona, al borde del mar. Al ver la superficie oscura reflejando las luces ondulantes no me quité de la cabeza, durante toda la fiesta, esa otra orilla de ese mismo mar donde, al mismo tiempo que nos servían el jamón y las cervezas, la población estaba aterrorizada, a oscuras, sin electricidad, comida o agua, huyendo de un sitio a otro, escapando del trueno de las bombas, encerrada en una ratonera. Imaginaba niños gritando por todas partes, madres llorando, cuerpos aplastados por los cascotes, explosiones iluminando los rostros rígidos de los que amas. ¿En qué piensa uno cuando está esperando un bombardeo?…

Yo pensé que si bajaba a la orilla y metía los dedos en aquel mar barcelonés estaría tocando la misma agua que baña las playas de la Franja de Gaza, donde en ese mismo instante mucha gente estaría también tratando de refugiarse. No habría luces reflejándose en el mar de Palestina.

Las tragedias y los conflictos suelen importarnos proporcionalmente a su cercanía: es una ley humana; y periodística. Lo que nos toca de cerca, nos toca el corazón; lo que nos toca de lejos, a veces ni nos roza. Vemos guerras lejanas por la tele como si fueran películas de acción. Pero otras veces sí que nos implicamos personalmente. Después del atentado de las Torres Gemelas sentí mucho miedo, como si la Tierra se fuera a salir de su eje en cualquier momento. La invasión de Ucrania me llenó de indignación y compasión, también de terror a que se produjera una guerra nuclear. Lloré mucho, aquí y allá a través de los días, tras los atentados islamistas de Atocha, en 2004. Yo vivía no muy lejos.

Pero creo que nunca me había tocado tanto ninguna otra catástrofe como ahora Gaza. Retuiteo compulsivamente, como por pulsión nerviosa, como si así, con cada información difundida, pudiera colaborar al fin de la tragedia. Miro vídeos que no quiero ver. He visto demasiados cadáveres de niños. Siento mucha rabia. Me horrorizó el ataque de Hamás, y me horroriza ese horror multiplicado que ejerce el Estado de Israel sobre la población civil, como si ambas fuerzas enemigas, mano a mano, colaboraran para extender el sufrimiento de los inocentes.

Soy padre de una niña de dos años. Dicen que cuando uno es padre, es padre de todos los niños del mundo. Es una exageración, pero no puedo evitar sentir una parte infinitesimal del dolor de los niños palestinos, de sus madres, de sus padres. Miro a mi hija jugando tan feliz en el salón de una casa confortable y se me saltan otra vez las lágrimas pensando solo en la remota posibilidad de que ella, nosotros, podríamos haber nacido en aquel lugar. La mitad aproximada de la población gazatí son menores: Gaza es la ciudad de los niños convertida en un infierno.

El asedio es dramático y lo estamos viendo hora a hora, lo percibo más dramático que cualquier otro conflicto que estas generaciones hayan vivido. Pueden aniquilarte en un segundo con una bomba nuclear, pero no imagino el horror de ser asediado durante días en una jaula de la que es imposible escapar y en la que es imposible esconderse. En Gaza lo peor no es que te maten, lo peor es el terror constante, el dolor por la muerte de los que quieres, lo peor es el llanto de los huérfanos, los miembros fantasma de los mutilados, los enfermos que no pueden recibir su tratamiento, el hambre, la sed, la oscuridad, la incertidumbre sostenida durante días y días de agonía. Pienso en el martirio, también, de aquellos que Hamás mantiene secuestrados. Y en todo lo que quedará después.

La impotencia. Se discute sobre los asuntos políticos y militares, y se mezclan con las cuestiones humanitarias. Pero no importa ahora qué parte tiene razón. No tiene sentido vengar el horror de Hamás con un horror cien veces más grande contra gente igualmente inocente. Y no podemos exigirle lo mismo a lo que la comunidad internacional considera una banda terrorista que a la considerada más avanzada democracia de Oriente Medio. Necesitamos una respuesta no solo humanitaria, sino también humanista.

Se puede tomar partido en cuanto al conflicto, pero no en cuanto al exterminio de civiles. Todas las víctimas inocentes son iguales. Pero las víctimas palestinas siempre han sido abrumadoramente mayoritarias. Siempre son más. Siempre es el Estado de Israel el que acaba machacando a la población inocente palestina. Atacar a la población civil es un crimen de guerra, aunque en el seno de esa población se escondan terroristas. Amenazarla con bombardeos si no abandonan sus casas es un crimen de guerra, aunque en esas casas y ciudades haya nidos de terroristas. Matar a escudos humanos es un crimen de guerra. Hay un riesgo grave, dice la ONU, de una limpieza étnica masiva. Israel está matando trabajadores de Naciones Unidas, médicos, periodistas. Hay 120 ciudadanos españoles atrapados en Gaza. En el momento en que escribo esto las bajas producidas por Israel ya doblan las 1.400 producidas por Hamás. ¿Cuántas veces más hay que doblarlas?

No hay líderes fiables. En Israel gobierna la ultraderecha belicista. En Gaza un grupo islamista radical. Están debilitadas las opciones laicas y progresistas. No se ve forma de avanzar en una paz tantas veces saboteada. No hay líderes mundiales que se ocupen con la suficiente firmeza; aunque parece que ahora Estados Unidos y la Unión Europea están cada vez más concernidas por el desastre. Están viendo que hay algo que se les va de las manos. Que algo importante y horrendo está pasando. Pero no hay un peso moral que tenga la entereza para oponerse a esta matanza. Puedo entender ahora la impotencia del movimiento Anti Vietnam en los años 60, cuando Estados Unidos regaba a las poblaciones campesinas con napalm. Tiene que surgir algo similar en estos tiempos de desintegración moral.

El pueblo palestino lleva demasiados años siendo invisible para los gobernantes del mundo, obsesionados con halagar a Israel como a un bully mimado que incumple sistemáticamente la legislación internacional, sin consecuencias. Pero es posible que la matanza de Gaza cambie las cosas: la empatía popular con el pueblo palestino vuelve a ser fuerte y se manifiesta por todo el mundo. La gente también percibe que hay algo que se está yendo de las manos. La opinión pública es cada vez más consciente de la hybris hebrea, de su desproporción. ¿Cómo lidiará la conciencia de Israel con este drama en el futuro? ¿Qué pensarán las nuevas generaciones de palestinos que ahora tratan de exterminar, pero que inevitablemente seguirán ahí con el paso de los años?

Hay que detener la matanza de Gaza AHORA.

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Comentarios

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