Gente sin casa, casas sin gente (solo con especuladores y VUT)

Los pisos turísticos ilegales son uno de los grandes culpables de la especulación inmobiliaria. Foto: Manuel Cuéllar.

Puedes contactar con el autor, Daniel Jiménez Lorente, aquí.

Seguimos en ‘El Asombrario’ tocando los temas de la ciudad que nos importa, de cara a las elecciones municipales y autonómicas. Y ya que la vivienda ha entrado en el debate (con el permiso de ETA y con muchas falsedades también), cojamos la casa por los cuernos y digamos cuatro verdades. Empezamos con una: Libertad no es solo poder tomarse una caña, sino no sentirse un extraño en tu propia ciudad cuando sales a tomarte una cerveza y no entiendes cómo pudieron cambiar tanto en tan poco tiempo esas calles que antes sentías como tuyas. Y libertad también es poder elegir entre tomarte esa cerveza en un local de tu ciudad, de una ciudad que sientes como parte de tu identidad, o en tu propia casa, sin miedo a que te echen, a que te hagan la vida imposible por las VUT o a que no puedas acceder a ella a unos precios razonables, por la intensa labor de especuladores y corruptos diversos que han aprovechado las burbujas inmobiliarias para empresas diversas, desde enriquecerse a financiar partidos políticos… 

¡Ni casas sin gente, ni gente sin casa! Este es uno de los gritos de guerra más reconocibles de los diferentes movimientos y colectivos por el derecho a la vivienda digna. Quien escribe estas líneas lo  escuchó por primera vez en las manifestaciones y protestas de VdeVivienda, claro precedente de las plataformas antidesahucios que fueron creadas en parte por los militantes de estas Asambleas populares por el derecho a la vivienda surgidas en ciudades como Barcelona, Madrid, Zaragoza o Sevilla, y, posteriormente, rebautizadas bajo el nombre de VdeVivienda.

Si recordamos ahora este movimiento de mediados de la primera década del siglo XXI no es por una cuestión de nostalgia. Viene a cuento porque gracias a VdeVivienda, y sus ramificaciones posteriores, se logró introducir con fuerza en el debate público cuestiones como la especulación inmobiliaria, los desahucios, las viviendas vacías o la necesidad de un parque público de viviendas. Temas que han vuelto a ocupar el primer plano de la actualidad tras la aprobación de la Ley de Vivienda o los anuncios del Gobierno de Pedro Sánchez sobre los pisos de la SAREB, la construcción de viviendas en terrenos del Ministerio de Defensa o los avales del ICO.

Recordamos que desde VdeVivienda se planteaba hace casi dos décadas que la solución al problema de la vivienda no radicaba en construir más. Entonces sonaba muy rompedor, pero ahora esta postura parece más que razonable si analizamos en profundidad los hechos. Tengamos en cuenta que España construía más que nadie antes del estallido de la burbuja inmobiliaria de la primera década del siglo. En el año 2004, en nuestro país se comenzaron a construir cerca de 675.000 viviendas, según datos de SEOPAN, la asociación de las grandes constructoras. Una cantidad que supera a la suma conjunta de las que se iniciaron en Alemania, Italia y Francia.

Si tenemos en cuenta lo que nos dice la teoría económica ortodoxa, tamaña oferta de viviendas debería haber tirado de los precios hacia abajo. Nada más lejos: según un informe de entonces de CC OO, el precio de la vivienda en España subió 14 veces más que los salarios entre 1987 y ese año récord de construcción, 2004. La razón es muy sencilla: el mercado de la vivienda estaba, como todos, intervenido. En concreto, la intervención se llamaba “tinglado inmobiliario” o también “capitalismo popular del ladrillo”. Diferentes denominaciones para referirse a un mismo sistema naturalmente corrupto y especulador en el que pastaban alegremente ayuntamientos, constructoras, inmobiliarias, bancos, cajas y políticos de todas las tendencias.

Frente a este modelo, VdeVivienda apostaba por dar uso a los más de tres millones de viviendas vacías que ya teníamos por aquel entonces. De hecho, planteaba una decida actuación para crear un parque público de viviendas en alquiler a través de la expropiación del uso de las viviendas vacías en manos de los grandes especuladores y acaparadores. Es decir, las viviendas seguirían en manos de sus propietarios, pero serían cedidas en uso a personas sin alojamiento a cambio de una renta baja que garantizara simplemente el correcto mantenimiento de los inmuebles y que, en ningún caso, supusiera el lucro de quienes especulan con un derecho reconocido en el artículo 47 de la Constitución. Artículo que además encarga a los poderes públicos el mandato de establecer “las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación”.

La propuesta de VdeVivienda de dar uso a las viviendas vacías conecta con la actualidad no solo por el tema del derecho a la vivienda en sí, sino también por el debate tan de nuestro tiempo sobre el modelo de ciudad al que debemos caminar en un contexto de emergencia climática y de alta contaminación ambiental y precariedad económica, que nos va a exigir mayor justicia, eficiencia y sostenibilidad a la hora de gestionar los recursos. El consenso entre los expertos en materia urbanística es que la ciudad debe crecer en intensidad y complejidad de servicios, y no tanto en extensión territorial. Se trata, por tanto, de dar un mayor y mejor uso a la ciudad ya existente, como defienden desde modelos como los de las supermanzanas o las ciudades 15 minutos. Y que también resuena en los planteamientos que realizaba el colectivo asambleario por el derecho a la vivienda.

Después de las viviendas, la ciudad entera

Que se hable tanto en los foros nacionales e internacionales de estos modelos de ciudad más sostenibles e inteligentes no significa que realmente vayamos en esta dirección. Todo lo contrario, sobre todo en el caso de las grandes urbes, cada vez más diseñadas para ser rentables y para atraer negocios e inversiones del exterior, y no para garantizar el bienestar de sus propios ciudadanos ni por supuesto la sostenibilidad.

Esta es quizá la gran diferencia respecto a la situación de la vivienda a principios del presente siglo. Entonces, el problema principal era el estallido de la burbuja inmobiliaria, que se llevó por delante las viviendas y los sueños de miles de familias que no pudieron hacer frente a sus hipotecas.

Problema por supuesto que no ha terminado. Aunque no estemos en los peores momentos de la crisis provocada por el estallido de la burbuja, cada día se siguen produciendo alrededor de un centenar de desahucios. Recordamos además que el Euríbor continúa con una clara tendencia ascendente que vuelve a ser motivo de preocupación.

A este viejo problema se ha unido otro nuevo, de la mano del lucrativo negocio que supone para los fondos de inversión y determinadas plataformas digitales las Viviendas de Uso Turístico (VUT), que están generando una nueva burbuja, en este caso del alquiler.

Según un estudio elaborado por Tecnocasa en colaboración con la Universidad Pompeu Fabra, durante el segundo semestre del pasado año, la oferta de alquiler se desplomó un 27% a nivel nacional. Cifra aún mayor en el caso de las ciudades con alta oferta de VUT. Como en Madrid, donde el desplome llegó al 38%; hasta el 41% se situó en Barcelona; y en Valencia, las viviendas disponibles para alquiler se redujeron en un 41,5%.

Paradójicamente, aquí sí funciona la ley de la oferta y la demanda. A menor vivienda para alquilar, mayor precio de las disponibles. De media, el precio de la vivienda en alquiler se incrementó en 2022 un 8,4%, según Idealista. Si nos centramos en las grandes ciudades con alta presencia de las VUT, las subidas fueron mucho mayores. Hasta un 25,7% en Barcelona o un 20,9% en Valencia. En Madrid, fue sólo del 11,2%, pero recordamos que la capital ya lleva mucho tiempo en unos precios históricamente muy elevados.

Otra de las consecuencias de la alta concentración de VUT es que la oferta de servicios en estas ciudades se enfoca principalmente al ocio y la diversión de los turistas, obviando las necesidades de los residentes. Basta para comprobarlo con echar un breve vistazo al perfil en Twitter de SOS Madrid Centro donde se denuncian frecuentemente problemas de ruido, suciedad e incluso vandalismo. El colectivo vecinal también critica duramente lo que parece una evidente dejación de funciones por parte de las Administraciones, sobre todo del Ayuntamiento de Madrid, que pareciera, según estos vecinos, más preocupado por seguir aumentando la oferta de VUT y de terrazas de bares que por el bienestar de la ciudadanía madrileña.

La intención de fondo es, nada más y nada menos, que la privatización de todo el espacio urbano, puesto por completo al servicio del negocio. Empezaron quedándose con las casas. Y ahora quieren la ciudad entera. Y los que quieren quedarse con todo son los mismos que denuncian la “intervención” del mercado con medidas tan moderadas como las ya mencionadas. Son los mismos que participaron de manera entusiasta en la burbuja inmobiliaria de los primeros años del siglo, y que tras el estallido de la misma y las consecuentes ejecuciones hipotecarias, acabaron convirtiéndose en los grandes caseros del país. Son principalmente los fondos de inversión y los grandes bancos, así como sus altavoces políticos y mediáticos. Obedientes voceros que no han dudado en desviar el asunto extendiendo el bulo de que estas tibias medidas legales y políticas favorecen a esos okupas imaginarios que llenan tertulias, informativos y anuncios. Un guion dictado desde fuera que, por mucho que sea totalmente falso, va a seguir siendo repetido por tierra, mar y aire sin ningún pudor.

Esto no significa que no haya que dar la batalla en todos los foros en los que se plantee esta lamentable manipulación de los hechos. Pero no será en este terreno de juego, totalmente desnivelado, donde se podrán cambiar las cosas. Sino mirando hacia los vecinos y vecinas. Conversando cara a cara con ellas. Haciendo ciudad, como se hacía en las asambleas de la vivienda. Porque, frente a quienes quieren diseñar ciudades que miran hacia afuera para atraer turismo e inversiones, debemos responder mirando hacia dentro. Generando alianzas con y entre quienes habitan los entornos urbanos y saben de sobra cuáles son sus problemas y qué necesitan verdaderamente para ser libres.

Porque libertad no es solo poder tomarse una caña, sino no sentirse un extraño en tu propia ciudad cuando sales a tomarte una cerveza y no entiendes cómo pudieron cambiar tanto en tan poco tiempo esas calles que antaño sentías como tuyas. Y libertad también es poder elegir entre tomarte esa cerveza en un local de tu ciudad, de una ciudad que sientes como parte de tu identidad, o en tu propia casa. En tu vivienda, porque “disfrutar de una vivienda digna y adecuada”, tal y como dice la Constitución, debe ser un derecho para todas las personas, y no el negocio y el privilegio de unos pocos.

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