“Nadie entiende el mundo, pero la gente quiere entender la danza”

La coreógrafa Carmen Werner, de 70 años, fundadora de Provisional Danza. Foto: Juan Carlos Toledo.

La coreógrafa Carmen Werner me recibe en un hotelito de Aravaca que heredó de su abuelo y que hoy aloja el estudio de Provisional Danza, la compañía que ella misma fundó en 1987. Mañana, 23 de mayo, en la Sala Cuarta Pared, estrena ‘1953’, una pieza que lleva por título el año de su nacimiento. Hablamos sobre el largo recorrido que ha hecho desde que empezó a trabajar como profesora de educación física hasta recibir en 2007 el Premio Nacional en la categoría de creación. Aunque se trata del único estreno absoluto que acoge ‘Madrid en Danza’, la 28ª edición del festival viene cargada de grandes producciones, como las del israelí Hofesch Schechter, la belga Ann van de Broek o la canadiense Marie Chouinard.

Por IGNACIO VLEMING

Me encanta este lugar.

Lo compró mi abuelo cuando vino huyendo de Alemania. Al estallar la Guerra Civil, toda la familia se marchó a Astorga menos él y, al volver a Madrid, se lo encontraron muerto. ¿Has visto la palmera, qué maravilla? ¡Una palmera en Madrid! Esto es un pequeño paraíso.

Así que lo de Werner no es un seudónimo.

No, no. Una rama de mi familia es toda alemana, de Colonia. Pero yo no sé decir ni una palabra en alemán.

¿Aficionados a la danza?

Qué va. Yo con cinco años ya quería bailar. Al principio les hacía mucha gracia y se reían, pero cuando les dije que quería dedicarme a la danza, eso les empezó a parecer una ordinariez. Utilizaban exactamente esa palabra: ordinariez. Mi madre había estudiado Filosofía y Letras y se hicieron a la idea de que yo iba a hacer lo mismo, pero, aunque no lo odiaba, la verdad es que no me atraía mucho. Como no había posibilidad de ir a una academia, les propuse que estudiaría Educación Física, que al menos tenía que ver con el movimiento del cuerpo. Me dijeron que si no sacaba sobresaliente en el Preu no me dejarían, pero con mis cojones saqué sobresaliente y no les quedó más remedio que aceptarlo. Afortunadamente, porque fue así como me introduje en el mundo de la danza.

¿Cómo te formaste?

Fui a Karen Taft a estudiar ballet y también a la escuela de Carmen Senra, donde Christine Tanguay me enseñó la técnica de Martha Graham. Luego allí había muchos cursos para aprender lo de José Limón o Merce Cunningham. Cuando llegaba el verano, me iba los tres meses de vacaciones que me daban en el colegio a Londres, donde aprendía otros lenguajes.

¿Quienes fueron las pioneras de la danza en Madrid?

Carmen Senra movió todo. Luego estaba Bocanada danza, fundada por La Ribot y Blanca Calvo y de donde salió también Iñaki Azpillaga. Eso era una bomba.

¿El primer espectáculo de danza al que fuiste?

El primero no lo recuerdo, pero sí uno de los que más me impactó. El Festival de Otoño trajo Café Müller, de Pina Bausch, en 1985 y me quedé flipando en colorines porque todo era tan diferente a lo que yo había visto hasta entonces… Después de los aplausos, como yo seguía tan alucinada, los acomodadores me tuvieron que echar.

¿Y la primera coreografía que montaste?

No me acuerdo del nombre, pero sería alrededor del año 75. Entonces trabajaba todavía en el colegio, donde daba las extraescolares, como voleibol, balonmano o natación, pero los viernes me dejaban hacer lo que yo quería. Cogí a un grupo de 13 personas y empecé a enseñarles a bailar y monté una pieza que movimos por las residencias de estudiantes.

¿Qué te dijeron tus padres cuando abandonaste el colegio y montaste tu compañía?

No les gustó nada. Me preguntaban si estaba bien de la cabeza. Me decían que eso no tenía futuro, que no me daría de comer. Es decir, me ponían sobre la mesa la pura realidad.

Pero veo que sí has podido comer…

Me nutro, pero no como maravillas. Mi madre se puso enferma y pasó una temporada larga en el hospital. Yo me pedí un permiso sin sueldo para atenderla, pero a la vez descubrí que tenía mucho tiempo libre. Aquello me pareció estupendo, porque podía hacer lo que me daba la gana. La actividad física, moral e intelectual desde que monté la compañía ha sido tan exagerada que es raro que haya llegado hasta aquí. Pero todo me parece tan apasionante que entonces no lo he pensado. La gente dice que hemos hecho 70 piezas. Yo no sé, he perdido la cuenta, creo que son más, un mogollón.

Se ha hablado mucho de la necesidad de montar una Casa de la Danza, que ofrezca espacio a las compañías.

Ni idea. En cualquier caso, la danza siempre es la hermana pobre, la hermana que no quiere ni su puta madre. De todas las artes escénicas es la que menos dinero da, la que menos subvenciones recibe, la que menos se programa… ¿Qué te voy a contar? Pero hay muchas compañías, muchas ganas, mucha gente… Deberían equipararnos a las demás artes.

‘1953’ es una pieza sobre tu vida, según he entendido.

Pues has entendido mal. A ver, me basé en una película titulada Harold y Maude, de Hal Ashby. Me gustó muchísimo la historia y empecé planteándosela a la compañía. Qué pasa… no te quiero destripar la trama, pero no te la esperas y tiene humor. Es verdad que habla de mí, pero habla de todos, de todos los que estamos ahí presentes y un poco de la vida. Habla de la vida.

En Provisional Danza vuestra forma de trabajar es muy participativa.

Al principio hay una reunión de mesa en la que yo planteo la idea y doy unos días. Casi siempre partimos de una película, un cuadro –Edward Hopper me encanta– o un libro. En una pieza anterior trabajamos con un tratado filosófico de Carlo María Cipolla, Leyes fundamentales de la estupidez. Luego nos reunimos, cada uno empieza a aportar una cosa… En esta primera fase son todo palabras. Luego hacemos una improvisación. Yo lo grabo, yo lo grabo todo, y me lo veo 80 veces. El equipo que tengo es un equipazo. Poco a poco vamos escribiendo la pieza, hay escenas que se quedan y otras que se van fuera. Esto no es que yo dirija y aquí no se mueve nadie. Al contrario, cuánto más aporte la gente, mejor.

¿Son siempre los mismos bailarines?

Sí, están en plantilla y cobran un sueldo fijo. He tenido bailarines que ahora son grandísimos coreógrafos e intérpretes. Por aquí han pasado Rafael Pardillo, Emilio Urbina, Félix Lozano, Daniel Abreu, Janet Novás, Victoria Pérez… Te puedo enumerar una tonelada.

¿Lo que haces es danza-teatro?

Es danza de la vida, pero a mí la etiqueta que me pongan ni me molesta ni me importa. Lo que me gusta es comunicar. Es verdad que tenemos texto, tenemos humor.

Es interesante que la danza incorpore el humor.

Yo antes era siempre muy dramática, diría que trágica. Pero no sé por qué un año, de repente, cambié, como si me hubieran dado la vuelta a la camiseta.

¿Esperáis que el público se ría?

No, yo del público lo único que espero es que no se aburra. Sabes lo qué pasa con la danza, que el público enseguida dice que no lo entiende y yo siempre me pregunto si les pasa lo mismo con un cuadro de Picasso o cuando miran un árbol. ¿Necesitan saber siempre lo que les quiere contar? ¿Entonces por qué con la danza sí? La danza contemporánea lo único que pretende es transmitirte una emoción a través del movimiento. Realmente tú puedes interpretar lo que te salga de las narices. Cuando alguien me dice que no lo entiende, me dan ganas de decirle que yo tampoco le entiendo a él, aunque me esté hablando en ese momento. Pasa una cosa rara, porque a la vez estamos viviendo en un mundo en el que no se entiende nada, ni en la economía ni en la sociedad ni en la pandemia. Y como en el año 2023 no hay explicaciones, el por qué se lo inventan y tú te lo crees, porque no tienes más huevos.

¿Pero el público que va a ver danza no es un público siempre entregado?

Yo creo que suele ser un público escéptico. Pero todo depende; cuánto más profesional eres, más escéptico te vuelves. Eso es así en todas las profesiones. Pasa lo mismo con la poesía.

Una amiga me dice que a los críticos de danza, como han visto mucho ballet, lo único que les preocupa es cómo colocas la pierna.

Totalmente de acuerdo. En la clásica te doy la razón en eso, porque el ballet es técnica por técnica y la sonrisa está donde tiene que estar y el pie se levanta hasta donde se tiene que levantar. Pero en la danza contemporánea, como es tan libre, puedes hacer lo que te dé la gana…, ¿que te gusta?, bien, ¿que no?, pues esto es lo que hay.

¿Es imprescindible tener formación en ballet clásico?

Lo que es imprescindible es saber bailar. Por muy acróbata que seas, por muy buena forma física que tengas, si no sabes determinar lo que quieres hacer, no lo vas a hacer, porque entonces vas a repetir siempre lo mismo. Ahora sucede que hay que gente que baila que te pasas, pero sólo algunos tienen técnica y el control corporal. Los que tienen control corporal, que es la clave, hacen lo que se propongan.

En la danza contemporáneo se manejan códigos distintos, imagino que eso implica ciertas dificultades para su comprensión.

No te lo voy a volver a repetir. En la danza contemporánea puedes interpretar lo que te dé la gana. No hay un código patrón, cada vez es distinta. Tú en ballet clásico puedes hacer algo muy concreto que se llama developpé, a 45 a 90 o a 180. Pero aquí no se llama nada. No te lo voy a volver a repetir, porque realmente el arte contemporáneo es otro mundo.

¿Y cual es tu relación con la ‘performance’?

Yo nunca he hecho performance, pero me encanta

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