Gonzalo Torné: «La traición estructura el mundo»

El escritor Gonzalo Torné.

El escritor Gonzalo Torné.

El escritor Gonzalo Torné.

“Con ‘Años Felices’, Gonzalo Torné confirma el proyecto intelectual-narrativo que comenzó con ‘Hilos de sangre’”, decía la editora Silvia Sesé en la presentación de la nueva novela del escritor barcelonés. Para Sesé, ‘Años felices’ (Anagrama) puede definirse como una novela sobre cómo “las aspiraciones y los ideales se amoldan al tiempo”, algo que confirma el autor, que define ‘Años felices’ como la construcción de una familia de sentimientos, de la deslealtad hasta la traición, pasando por la decepción, a partir de la cual indaga cómo a lo largo de los años la relación de amistad de cuatro amigos se fractura e, incluso, se pervierte por las pretensiones sociales y profesionales de cada uno.

Torné aborda la incoherencia del individuo, una incoherencia motivada muchas veces por la inevitable “decepción hacia las pretensiones absurdas de los demás”. A partir del protagonista, y como ya había hecho en sus anteriores novelas, Torné indaga sobre el papel de la burguesía catalana durante la posguerra; admirador de Naipaul, de quien le interesa su “mirada general sobre el colonialismo”, Torné aplica esa mirada hacia la sociedad burguesa catalana y anuncia su intención de abordar, en sus próximos trabajos, el tema del nacionalismo y de la corrupción. Asimismo, admirador de Henry James y de Jane Austen, “cuya mayor aportación a la literatura es su indagación en el concepto del dinero”, en Años felices la influencia de dichos autores es más que evidente: Torné construye una novela “aparentemente amable” a partir de una mirada irónica que, más allá de algún momento explícitamente cómico –la descripción del padre judío de uno de los personajes-, tiene que ver con una idea de “comicidad cáustica, de comicidad negra”.

La crítica ha leído ‘Años felices’ a partir de la tradición literaria anglosajona mencionando nombres como Naipaul (que tú mismo has reconocido como referente), Colm Tóibín, Henry James y, añadiría, Philip Roth y Safran Foer. ¿Es ‘Años Felices’ una novela anglosajona?

La novela ha provocado un derrame de referencias, sí. A la mitad (Foer, Franzen, Foster Wallace, Reza, Slater…) no los he leído. Pero da igual, entiendo que es un indicador para los lectores y una cortesía hacia mí. El libro transcurre en Estados Unidos, entre letraheridos, y hay bastantes referencias, más o menos oblicuas, más o menos cómicas, a la literatura anglosajona, pero en la medida que son “observados” desde fuera, es un libro que no hubiese podido escribir ninguno de ellos. Como también integra preocupaciones y tonos bastantes personales creo que, para bien o para mal, es una novela mía.

¿Hay una voluntad en Gonzalo Torné de trascender el concepto tan discutido de literatura nacional?

Uy, no, no, ¿trascender hacia dónde? El “estilo internacional” con sus prosa chata y lista para traducir, sus manidos temas literarios y sus propósitos transparentes es horrible. Es cierto que me siento incómodo con lo territorial, no sé a qué me obliga ser un escritor «español» ni qué significa ser novelista «catalán”, pero preferiría reducirme y reducirme hasta convertirme en un novelista que solo ha podido salir de su calle, pero que escribe obras de significación tan universal como fuese posible. Un lío. Últimamente digo que soy un escritor de Barcelona, pero eso tampoco quiere decir nada, es una manera de resumir de manera bastante insatisfactoria este juego de incomodidades.

Tu anterior novela ha funcionado muy bien en el mercado internacional. No son pocos los autores españoles o que viven en España que han comentado que sienten que su literatura es más comprendida o apreciada fuera. ¿Tienes una sensación similar o, por el contrario, sientes ese reconocimiento que otros echan en falta?

Mi impresión es que en España me tratan muy bien. Mis libros se publican, se leen y se han debatido mucho. Es verdad que tampoco aspiro a que pongan una estatua o que me rían todas las gracias. Que te traduzcan es una experiencia fantástica y algunas de las críticas han sido generosísimas y han reparado en aspectos importantes para mí como la comicidad. Tampoco creo que la traducción legitime nada, hay escritores que son tan buenos (originales, ideosincráticos, complejos, sutiles) que cuesta un horror que los traduzcan, creo que Últimas tardes con Teresa no está traducida al inglés, ya me dirás. Y hay un montón de novelística que circula bien en traducción gracias a lo complaciente y previsible que es.

Si uno lee ‘Años felices’ y, posteriormente, revisa los nombres de autores españoles cuyas obras te interesan, uno percibe gran discrepancia entre la literatura de dichos autores y tu novela. ¿El Torné lector no siempre va de la mano del Torné escritor?

No, claro, sería horrible. No soporto las escuelas y sus restricciones. A mí dame a leer a los buenos de cada escuela.

A diferencia de tus anteriores novelas, ‘Hilos de sangre’ y ‘Divorcio en el aire’, en ‘Años felices’ “sales fuera” y sitúas la narración en Nueva York, prescindiendo de coordenadas temporales y con pocos datos geográficos. ¿Por qué esta aparente falta de determinación temporal?

Años felices es una novela sobre marcharse y empezar de nuevo en otro sitio, y esta clase de éxodos suponen casi siempre un desdibujado del contorno histórico. El recién llegado no conoce la historia de las calles, de la ciudad, de los hábitos, ni qué significa leer una cabecera o ser de un barrio. También quería plantear un pequeño experimento “social”: qué pasaría si un grupo de amigos tuviese todo lo necesario para que su amistad se prolongase en el tiempo. ¿Lo lograrían? ¿Cuándo empezarían a torcerse las relaciones y por qué? ¿Hay alguna contradicción entre los valores de la amistad y las ambiciones personales? Ese es el motivo por el que al principio la novela está situada en una especie de País de las Hadas intemporal (un personaje dice que Nueva York es “el acceso fácil a la esperanza”), ajenas a las presiones sociales que regresan a su debido momento.

Con ocasión de tu anterior novela, refiriéndote al narrador, hablabas de un “discurso connotado”. En esta ocasión, que juegas con una pluralidad de narradores, ¿podemos hablar también de “discurso connotado”?

Con “discurso connotado” me refería al narrador, que no es una voz neutra que se dirige al lector sino un personaje que le habla a otro con un propósito concreto. Aunque en Años felices la identidad de quien habla y de quien escucha y los motivos por los que ambos tienen esta “conversación” son algo enigmáticos.

Una vez más, sitúas al lector como voyeur, anulas el narrador omnisciente y haces hablar, casi a modo confesional, a los personajes. Más allá de que te sientas cómodo con esta estructura, ¿la anulación del narrador omnisciente responde a una concepción de la mirada narrativa?

Creo que el narrador entra y sale de la omniscencia de manera un poco caprichosa, en función de sus intereses. A veces se aleja de todos, otras se acercan tanto a un personaje que se funde con el tono de su mente. Conjetura, afirma, desdice a los personajes, emplea mucho las interrogaciones retóricas y al final se confronta con otro narrador que tiene un interés menor en la historia, pero conoce el desenlace de la vida de todos los personajes. Creo que casi todos los libros que me gustan entran y salen de las categorías estas de taller (omniscencia, estilo indirecto libre, tercera persona) que a fin de cuentas no sirven para nada.

En un momento del auge del yo, una termina por preguntarse si todavía tiene sentido seguir escribiendo con un narrador omnisciente.

Claro que se puede seguir escribiendo en una tercera persona que sepa muchas cosas sobre las personas, ¿por qué no iba a poderse? La idea de que la “forma del mundo” condiciona las “técnicas novelísticas”, que impone unas y suprime otras, es un disparate. Se puede escribir de cualquier manera.

Recientemente se publicó un artículo acerca del cansancio del yo y la autoficción. En tu caso, que nunca has practicado la autoficción y como crítico literario, ¿hemos llegado verdaderamente a una saturación del yo o más bien no se trata del yo sino del estilo –el modo- con el que éste se aborda?

La literatura del yo tiene peligros muy evidentes, corre el riesgo de magnificar su experiencia como los adolescentes, tratar situaciones tan corrientes como divorciarse o perder el trabajo o la muerte de un padre como si fuesen exclusivas, dedicarse a posar en un retrato favorecedor o para dar lástima… En la medida en que la novela es una respuesta a la complejidad de la vida estas pérdidas son casi angustiosas, empobrecen nuestra mirada. Pero si el novelista es talentoso y precavido, ¿por qué no va escribir un libro estupendo desde la auto-ficción?

Afirmaste que uno de tus puntos de partida en el momento de concebir la novela es “el brío estilístico y narrativo de la literatura judía estadounidense”. En ‘Años felices’ abordas la cuestión judía a través del personaje de Kevin Prichard. ¿El interés por el estilo de la literatura judía se enlaza así también con un interés por el tema judío y cuánto están entremezclados estos dos intereses?

Fuera de esa escena creo que el judaísmo no tiene un papel relevante en mis novelas. A veces he dicho medio en broma que la mejor disposición de un novelista es la de agente doble que de alguna manera trabaja a favor de ambos “bandos en tensión”, sin dejarse asimilar por ninguno. Esta manera de escribir es muy evidente en los prosistas judeo-americanos, pero también de una treintena más de novelistas, y mis “bandos” y las “tensiones” que me interesan no son para nada las suyas.

El estilo es para ti el principal objetivo en tus obras. Si la literatura es estilo, ¿compartes el análisis que Rubén Martín Giráldez hace en ‘Magistral ‘ en contra de una literatura que no supone riesgo y es pobre lingüísticamente?

El estilo es algo así como el vehículo en el que recorremos la novela. Es muy importante porque define el tempo, la cantidad de paisaje que veremos por la ventanilla y a qué distancia. Pero no es lo único. También es decisivo lo que vemos durante el viaje y la elección previa de lo que queremos enseñar y en qué orden. Riesgo es una palabra sobre la que tengo muchas precauciones. ¿En relación a qué? Solo la entiendo en oposición al mercado, que es una instancia valorativa insignificante. Para un novelista que de verdad intenta echarte del libro como Giráldez, se la escuchas usar a veinte cantamañanas.

Uno de los temas, si no el tema, de la novela es la traición: la traición a los demás y la traición a uno mismo para llegar a afirmar que la ‘traición estructura el mundo’. Si la traición es inherente al individuo, ¿la honestidad o la sinceridad son ideales que, como tales, son imposibles de poner completamente en práctica?

La novela da vueltas a un juego de emociones que me parece que tienen un aire de familia: la traición, la decepción, el desencanto con uno mismo. Es un tema muy complicado porque todos llevamos vidas imaginarias en la mente de otros y a veces lo que decepcionamos son expectativas imposibles y que no tienen nada que ver con nosotros y otras abandonamos planes que trazamos con una mente juvenil que no sabía nada sobre el mundo. Claro que otras veces se traiciona con los ojos abiertos. ¿Cuándo somos inocentes y cuándo somos responsables y como integrar estas deslealtades a nuestra vida? Estos problemas, demasiado complejos para la moral cotidiana, conforman el tejido de la novela.

A través de Alfred y, en parte, también a través de Osborn, pones frente a frente cómo el reconocimiento económico-social es debido a enriquecimientos poco lícitos. En este sentido, sobre todo si pensamos en el catalán Alfred Montsalvatges, ¿podemos leer un replanteamiento crítico de la alta sociedad burguesa catalana?

En Años felices insisto en algo que ya apuntaba en Hilos de sangre, y es que la Guerra Civil no fue una previa del Barça-Madrid. El franquismo no solo hizo todo lo posible para destruir la inteligencia liberal en España, sino que contó con la connivencia de buena parte de las élites catalanas. La Transición prolongó de tapadillo esta alianza, basta con ver la compenetración con la que el pujolismo y las estructuras corruptas de la derecha han robado a manos llenas. De alguna manera, la burguesía catalana logró compatibilizar esta alegría contable con el programa de destrucción de la lengua y la cultura catalana. Alfred Montsalvatges es de los que no pudieron soportarlo.

En la novela, a través de Alfred, que sueña con ser escritor, planteas cómo la denominada vocación no puede desligarse del contexto económico: Alfred quiere escribir, pero no tiene tiempo suficiente pues debe trabajar para poderse mantener.

En la medida en que no podemos aplazar la nutrición y que es muy fastidioso sobrevivir en la calle el primer problema que debe resolver quien quiera ingresar en la vida del espíritu es la vida material. Es un equilibrio muy difícil, porque, como Alfred no tarda en comprobar, es casi imposible salir «indemne” del trabajo.

En relación a esto, en un momento dado se dice que Osborn, en tanto que rico, puede en cualquier momento montar una editorial. ¿El prestigio literario está muchas veces relacionado con la clase social?

En algún momento se dice que el dinero es una “máquina del tiempo” y también una “felicidad abstracta”, te permite acelerar procesos y fantasear de manera verosímil con el futuro. El dinero y la manera cómo altera las relaciones y sus posibilidades y limitaciones ejerce una presión constante (casi obscena) sobre la narración. En el plano literario, el dinero está relacionado con las oportunidades empresariales, en el tiempo que te permite dedicar a tu vocación… pero el “prestigio” creo que depende de lo que la obra suscita en el gusto y el juicio, por eso la literatura es tan justa y tan cruel, porque en cierto sentido (en el más importante) da igual de dónde vengas y si “eras alguien”.

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Comentarios

  • mentalmente

    Por mentalmente, el 20 febrero 2017

    La democracia ciudadana impediría la traición política.

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