Una gran novela sobre un hombre que decidió parar y subirse a una columna

Retrato de Uri Costak subido a su cuenta de Instagram.

Retrato de Uri Costak subido a su cuenta de Instagram.

Tres novelas me han emocionado y atrapado últimamente: ‘La hija del comunista’, de Aroa Moreno. ‘Kramp’, de María José Ferrada. Y esta semana he sentido una inmensa felicidad al descubrir ‘El Estilita’, la primera novela de Uri Costak (ediciones Destino). Un cuento sobre el arte, sobre lo que somos y lo que nos gustaría ser si nos detuviéramos a mirar durante un segundo a nuestro alrededor y nos viéramos reflejados en los ojos de quien nos mira. Toda una sorpresa.

En el primer semestre de este año disfruté de la aparición en nuestras letras de Kramp, la primera novela de la chilena María José Ferrada. No me cansaré de decirlo: sus 117 páginas son lo mejor que he leído en mucho tiempo. La voz, su originalidad e inspiración son únicas porque son verdad. Pues bien, el disfrute y el descubrimiento han vuelto a ocurrir, y esta vez la sorpresa ha sido aún mayor. Cuando creía que el segundo semestre del 19 se cerraría en blanco, después de haber buscado y rebuscado, leído, olfateado y husmeado hasta la saciedad entre nuestros autores y autoras y durante mi reciente periplo por Argentina, Chile y Uruguay, la ficción ha vuelto a la carga y felizmente lo ha hecho en casa.

La empecé ayer a media tarde. Un par de horas después la había terminado. Al rato salí a dar un paseo, cené, me acosté y volví a leerla. Quería estar seguro de que no me equivocaba y para ello repetí el ritual que ya había vivido con Kramp durante un eterno trayecto de avión entre Miami y BCN. Releí. Despacio. Busqué a conciencia las trampas y los desajustes que no podían faltar en una primera novela: alguna nota desafinada, excesos, carencias… el error. Qué sé yo.

Nada. No encontré nada.

Lo que me envolvió, a las 03:30 de la mañana, fue un silencio sepulcral y una felicidad inmensa porque acababa de descubrir a un autor (y a un autor hombre, cosa que rara vez me ocurre, y español, cosa que me ocurre aún con menos frecuencia, porque reconozco que apenas los frecuento): El estilita son 140 páginas de amor a la ficción, al lenguaje, a la sencillez y a la música de lo escrito. Hay un hombre que sube a una columna y mira, y un pueblo que lo mira mientras él mira, y un lector que mira a un pueblo que mira y todo es un cuento sobre el arte, sobre lo que somos y lo que nos gustaría ser si nos detuviéramos a mirar durante un segundo a nuestro alrededor y nos viéramos reflejados en los ojos de quien nos mira.

Mirar al otro, de eso se trata. Mirar sin esperar, con la bondad de quien mira para saber. Uri Costak no se cree quién es y eso ayuda, como le ocurre a María José Ferrada con su Kramp o a Aroa Moreno con La hija del comunista. Los tres han escrito sus novelas como lo han hecho porque corrían la carrera descalzos y nadie en el estadio contaba con ellos. Nadie los miraba. En el caso de Uri, seguramente si El estilita hubiera llegado a nuestras librerías como una traducción del francés y en una editorial independiente, habría sido una pieza fácilmente codiciada. Pero la suerte ha querido que su camino sea otro. Como Ferrada y Moreno, también él ha partido bajo el falso techo de un sello amparado por el paraguas de un gran grupo (y digo “falso techo” porque una primera novela no suele, salvo contadas apuestas, pasarlo bien en casas donde por lógica juega en el banquillo) y eso, desafortunadamente, impide en ocasiones que voces únicas como la suya tarden más en respirar.

El estilita (que publica Destino en castellano y Ara Llibres en catalán) es un pequeño gran milagro: una fiesta hermosa en la que vemos bailar a Baricco con Calvino, a Jeanette Winterson con Maxence Fermine y su delicada Nieve, es Amélie y es Delicatessen y es de una finura, de un buen gusto y de una generosidad con el lector que no se encuentran ya. El porqué es muy sencillo: Uri Costak no okupa las páginas. Al contrario: las arranca y nos las ofrece, llenas de capítulos brevísimos, pinceladas, escenas sin adornos… Nos regala algo y eso, esa capacidad de crear como quien regala algo, es lo que lo hace único. Costak trabaja con una magia extra virgen porque no sabe que lo que él hace con las palabras no se aprende. No, la vulnerabilidad de lo humano no se aprende. Y eso es también lo que lo une a Ferrada y a Moreno: los tres cuentan cómo respiran y con eso, con esa respiración de corredores de fondo que transitan descalzos sobre el tartán del estadio, hacen música. La mejor música.

Hoy es para mí un día inmensamente feliz porque hay un autor en este país que hace algo único. Su nombre es Uri Costak. Es ese que corre descalzo. Va en cabeza y ni siquiera se ha dado cuenta porque mira al público y sonríe al verlo sonreír, como si estuviera en una fiesta y no en una carrera.

En su dorsal lleva grabada una de las frases de su protagonista.

“Todo lo que no se da… se pierde”

Así es.

Siempre.

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Comentarios

  • Rocío

    Por Rocío, el 16 noviembre 2019

    Gracias por esta estimulante reseña. Hace tiempo que no me siento atrapada por una lectura, que no me emociona ni me conmociona lo leído y añoro esa sensación que tan bien describes.
    Busco el libro sin falta, «El estilita», quiero leer y releer de esa forma apasionada de la que nos has hecho partícipes.
    Gracias de nuevo

  • Ana

    Por Ana, el 23 abril 2020

    En cuanto he podido leer la reseña, ya lo quería leer. Me ha parecido una novela absolutamente deliciosa que me ha conmovido. La he terminado en poco más de una hora absolutamente atrapada. Gracias Alejandro Palomas por tus recomendaciones literarias.

    Un abrazo,
    Ana

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