Grindr, Spotify, Iberdrola, Ben Hur, Mon Chéri

Una escena de Ben Hur.

Una escena de Ben Hur.

Una escena de Ben Hur.

Una escena de Ben Hur.

En el relato de hoy, el sexto de nuestra serie de Agosto en colaboración con el Taller de Escritura de Clara Obligado, se acumulan durante una Semana Santa pequeños gestos cotidianos que generan ansiedad, tratan de ahuyentar la ansiedad y generan aun más deseo y ansiedad.

Por DANIEL TIXERONT

 

Sábado

Se acumulan las cartas sin abrir. La luz, las multas, la comunidad de vecinos. Las tuyas. Se acumulan igual que tantas otras labores sin hacer. ¡No toque nada!, le advierto a la chica, el plumero merodeando por la mesa.

 

Domingo

Escribir es el primer paso. Saco la estilográfica de los temas importantes y hago una lista. Sin ambiciones.

 

Lunes

Hoy toca el correo. Enciendo la chimenea, preparo el café, enrollo un cigarro, pongo la playlist de Spotify Amanece Bailando. Organizo las cartas por temas. Me quedo mirándolas. El fuego arde bien. Elijo una de las tuyas al azar: “…en todo el tiempo que estuvimos juntos nunca me acostumbré a lo que tú llamas una vida normal…”. La escondo en su sobre y me la amontono con las multas, una por cada día en los que usé el coche. Las tiro a la papelera. Fenosa me ofrece sus mejores productos a un precio especial para mí. Me pregunto cómo habré sido elegido. Junto La Caixa con Iberdrola. Vuelan a la papelera. En la terraza, unos rayos, pese al frío me unto con crema protectora. Cuando da la una me alegro. Almorzar. El esmalte rojo del Tajine se ve hermoso. “Solo es un cacharro”, me dijiste cuando lo compré. La tarde se alarga con el Ben-Hur de La 2. Ya son las seis pasadas, debería hacer compra.

 

Martes

Bajo los peldaños de dos en dos, como si aún pudiera llegar tarde al trabajo, pero lo que quiero es evitar al conserje. Cuando estoy lejos, le oigo gritar: ¡No para, don Fernando, no para!

Voy a visitar a Gudrun en el hospital y oigo cosas agradables. Se te ve bien, me dice, tienes la cara relajada. Estoy decaído, pero se lo oculto. Tiene bastante con lo suyo. ¿Que qué estoy haciendo? Ando despacio. Observo. Me fijo en los precios. Es un lujo, Fernando, disfrútalo mientras puedas. Le digo que ella también está guapa. Hace una mueca y cambia de tercio: ¿Cómo es que no ha venido Dave?

Al atardecer recaliento el Tajine. Quedan dos sobres de la comunidad. Y tus cartas. Mañana.

 

Miércoles

Papá, estoy liado, es mal día. Claro, ven y tomamos el aperitivo.

Llega con un Jumilla y patatas fritas sabor a huevo; tras la jubilación ha recuperado la capacidad de entusiasmarse. La copa en la mano, mira alrededor y suelta lo que realmente le preocupa. Desde hace unas semanas no me fermenta bien la masa. Huele a podrido. Es la amargura de tu madre. Oigo crujir una patata en mi boca y me pregunto cómo conseguirán ese sabor a huevo frito. ¿Me estás escuchando? Sí, papá. Nos dan las tres. Le ofrezco quedarse a comer. En el sofá se traspone con Los Diez Mandamientos. Yo también. Le acompaño a casa y le doy un beso a mamá. No, mamá, no me puedo quedar. ¿Qué tal Dave?, me pregunta.

 

Jueves

Abro por fin el correo de la comunidad. Junta extraordinaria. “Los huecos abiertos en la medianera del quinto derecha”, dice la convocatoria. Ese soy yo. Rompo el papel, descuelgo el chaquetón y salgo a la calle. En un café pido un cortado doble, para que me dure. Saco el móvil decidido a darle una chance al Grindr. Salta el aviso de un depredador a menos de 50 metros. Su perfil pone “visiting” y la bandera de Inglaterra. ¡Hey! ¡Hey!, le contesto. ¿Te apetece un masaje con pajazo gratis? Tiene buen vocabulario para ser inglés. En el parque adivino su silueta. ¿Tu casa o la mía? Le ofrezco un vinito, pero rechaza los preliminares y se abalanza sobre mi boca. Yo deslizo la mano hacia abajo. Hacia dónde empezaste a apartarla... Nos despedimos con un apretón de manos. Veo que olvidó su paraguas y quiero llamarle, pero no sé su nombre.

 

Viernes

Por la noche sueño con otro inglés al que conocí en una asamblea como las del Ejército de Salvación. Mi madre ha preparado cocido. Voy en autobús para hacer tiempo y me encuentro con dos muchachos, fijo la vista en ellos. Molesto, uno se da la vuelta. Al atardecer compro los mon chéri que me sientan fatal.

 

Sábado

10.30. Me desperezo. Entre las sábanas, el destello del móvil. En nuestra última conversación, me llamó desde Goa. Dijo que dudaba: “No crees en mí, no me quieres a mí”. Devoro los bombones mientras barajo sus cartas. Las junto con los envoltorios de color rosa, las tiro a la papelera.

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