“Gritaré que la felicidad está en la punta de los pies”

Foto: pixabay

Llegamos al final del viaje literario de verano, a la última entrega, la 14, de nuestra serie ‘Relatos de Agosto’ en torno al futuro, en colaboración con el Taller de Escritura de Clara Obligado . Y terminamos con energía, con optimismo en el futuro. “Gritaré a todo el que quiera oír que la felicidad está en la punta de los pies y en la boquilla de una flauta. Y mientras todo esto sucede, sé quién soy y que en esta carne de mujer radica mi ventura. Danzaré. Y no cesaré de repetir cada día que mi futuro me pertenece. Una descendiente de piratas malteses no se rendirá nunca ante la vida”.

POR PILAR GÓMEZ ESTEBAN

Montreal es de plata en primavera. Disfruto del aire gélido y de ver a la gente enfundada en ropas gruesas para protegerse del frío. Las calles están llenas a pesar de la temperatura. Sin ser bella, tiene un algo cálido que la hace habitable. Hay cafés, pequeños comercios y tiene un cierto aire provinciano. Mi casa es chiquita, de estilo francés. Todo recuerda a la lejana Europa que hace tiempo dejé.

Sacudo las botas llenas de nieve en el felpudo de la entrada y las dejo a un lado de la puerta. Me despojo de las capas de ropa hasta quedar solo con unas mallas y una camiseta. Necesito mover las piernas y calentar los músculos, aún adormecidos. Bailar.

El cuarto donde ensayo es grande y luminoso. Desde el mirador puedo ver que apenas quedan montoncitos de nieve bajo los árboles. Soy feliz en esta ciudad libre de prejuicios, aunque añoro la calidez mediterránea de La Valeta.

Bajaba a la playa descalza y casi desnuda. Quería ser bailarina. Hacer lo que yo quisiera, pero solo tenía seis años. Mi padre opinaba que las bailarinas eran malas mujeres que vendían su cuerpo al público. Él era un alambre de espinos. Por las noches lloraba porque me daba miedo no poder volar como las gaviotas.

Selecciono la Polonesa Heroica de Chopin. Es mágico iniciar mi ensayo al ritmo de esta pieza ardiente. Empiezo a moverme poco a poco, siguiendo los compases. Mi cuerpo es uno con la melodía; cierro los ojos. Los sonidos hacen lo que quieren. Me secuestran. Mi cuerpo vuela a otra parte. Cruzo tierras y océanos igual que un pájaro diminuto y fuerte. Contemplo paisajes donde el horizonte está más allá que la tierra misma.

Bailo entre praderas protegidas por montañas y mis saltos cada vez son más amplios y mis giros abarcan más espacio. Mi cintura se curva hasta ver un cielo mucho más extenso que nunca, y giro y giro y giro y mis brazos, cada vez más grandes, aletean en un compás que abraza la música, que la siente en cada milímetro de piel, que me inunda, me hace libre y esclava al mismo tiempo del sonido que vibra en el centro mismo de mi corazón. No siento el cuerpo, la melodía y yo somos una misma cosa. Bailo, giro; me estremezco hasta el delirio.

Mi padre siempre fue más militar que padre, más jefe de tropas que marido amante de mi madre. Ella fue una jovencita apasionada que creyó que aquel militar la llevaría a los desiertos para acompañarlo en batallas y, al final, le cambió los sueños por una casa con vistas a la bahía de La Valeta. He tenido suerte, dijo siempre; te tengo a ti.

Viví mi niñez con ese destello de fortuna y después me abandonó en esos años revueltos: la adolescencia llena de amores escondidos, fugas y riñas. Empecé a pensar si valía la pena seguir viviendo esa vida enjaulada en una isla de tres al cuarto. Quería vivir en un país grande en el que pudiera dedicarme a la danza. Mi padre me observaba con cara de militar que riñe a su tropa si no cumple sus órdenes. Pero yo no era su tropa. Quise escapar de aquel reducto sombrío para volar…

Mis músculos pierden esa fuerza embravecida que los hacía moverse y voy regresando a mi ser, al cuarto luminoso, a la casa en el barrio de Autremont. La melodía termina, jadeo. Me apoyo en la pared y miro de nuevo el paisaje por la ventana. Mi pecho sube y baja, y el corazón avisa que está ahí. Los árboles están desnudos, pidiendo a gritos un vestido con que tapar sus cuerpos.

Fue una época tosca. Lloré y desesperé. ¿Me encontraré algún día conmigo misma?, pensaba. No maduré con un deslizar paulatino hacia una forma de ser más armoniosa; más bien fue el chocar del martillo contra el mármol. Tuvo que surgir la estatua de lo duro, seco y violento hasta convertirse en algo que valiera la pena.

A veces me altera el futuro.

Sé que encontraré alguien que vibre con lo mismo que vibro yo y que juntos construiremos un espectáculo vital. ¿Espectáculo? ¿Por qué ha surgido esta palabra de repente? Nunca tuve en cuenta esta posibilidad con tal fuerza. Espectáculo. Habrá danza y circo, fuegos artificiales y aviones que volarán los cielos, inundándolos de colores desconocidos. Habrá flores que nacerán solas y niños que podrán crecer a la vista de todo el mundo. La música protagonizará la esencia de la función y yo bailaré al ritmo que ella indique. Árboles rodearán el escenario y la orquesta flotará en una nube para que nadie la estorbe y, en el momento cumbre, miles de princesas vestidas de oro saldrán a la pista con cien velos en sus manos y los agitarán para que se estremezcan los corazones de los espectadores.

Ambos reiremos y nuestra risa rebosará los espacios e inundará la ciudad, el país y traspasará las fronteras. Gritaré a todo el que quiera oír que la felicidad está en la punta de los pies y en la boquilla de una flauta y nadie podrá rebatírmelo porque estarán extasiados mirando cómo vuela un pájaro multicolor.

Y mientras todo esto sucede, sé quién soy y que en esta carne de mujer radica mi ventura. Danzaré. Escucharé música, asistiré a todos los espectáculos que pueda y no cesaré de repetir cada día que mi futuro me pertenece. Una descendiente de piratas malteses no se rendirá nunca ante la vida y la abordará igual que mis antepasados hacían suyos los tesoros de los buques que situaban en su punto de mira.

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Comentarios

  • marga Cancela

    Por marga Cancela, el 22 agosto 2021

    Muy hermoso relato, Pilar. Profundo por lo que se dice y no se dice. ¡Enhorabuena

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