Falla y Rachmaninov en un pueblo de 15 habitantes

Un concierto vermú del Proyecto Villalacre. De izquierda a derecha, Guillermo Martínez, Unai Celaya y Joaquín Marco. Foto: Rafa Ruiz.

Las Merindades, norte de Burgos. Valle de Losa. Villalacre, un pueblo de cereales, patatas y girasoles de 15 habitantes. Un caserón abandonado de piedra… Y dos jóvenes, Unai y Guillermo, que, tras acabar sus estudios de música, se encuentran con un futuro complicado y deciden hacer el ‘más difícil todavía’ y ponen en marcha Proyecto Villalacre para llevar música de calidad a la España interior, vacía, vaciada, desatendida. Con un piano de cola, un violín, el perro Sam, mucho tacto, oído y gusto, y muchas ganas. ‘El Asombrario’ ha ido a verles este verano, a uno de sus conciertos-vermú, un domingo de agosto por la mañana.

Las Merindades. Valle de Losa. Municipio Junta de Traslaloma. Villalacre. España Vaciada en sentido estricto. El municipio Junta de Traslaloma comprende 9 localidades en una superficie de 76 kilómetros cuadrados. En total, 123 habitantes. El pueblo de mayor tamaño, Castrobarto, donde está el Ayuntamiento, con solo 31 habitantes. Salen a 1,61 habitantes por kilómetro cuadrado. La media de España es de 94; la de Francia, 123; la de Italia, 196; la de Alemania, 233. La del municipio de Villalacre: 1,61.

Me cuentan estos nuevos habitantes de la España más profundamente vaciada que se conocieron en San Sebastián, estudiando en Musikene, el Centro Superior de Música del País Vasco. El leonés afincado en Madrid Guillermo Martínez, piano, 24 años, y el vasco Unai Celaya, con residencia en Leioa, en el área metropolitana de Bilbao, violín, 26 años. Y como tantos jóvenes, al terminar sus estudios superiores, se miraron, al otro y a sí mismos, y a la familia y a la sociedad, y se preguntaron: ¿y ahora qué?

Entonces, Unai, que me recibe andando descalzo por el prado, se acordó de la casa que habían levantado con esfuerzo e ilusión sus padres en un tranquilísimo pueblo del norte de Burgos, el lugar donde él pasaba los largos y pausados veranos de su infancia, y que, tras fallecer su madre, se había quedado medio abandonada. Pues nos vamos para allá, se dijeron, nos ahorramos alquileres y los gastos de la ciudad, nos concentramos en seguir estudiando y ensayando, y en poner en marcha Proyecto Villalacre para “llevar música de calidad a esos pequeños pueblos de la España vaciada, donde apenas tienen acceso a ella en directo”. Pero sin desaprovechar los contactos y comunicación que hoy día permiten las redes para también aceptar trabajos fuera.

Todo arrancó en enero de 2020. Al principio, se les unió un tercero, el palentino Cesáreo Muñoz, violonchelo. Y los tres pasaron dándole vueltas al futuro desde esa casona de piedra lo peor de la pandemia, el confinamiento y los meses posteriores, en los que todos los bolos y reuniones seguían prohibidos. A Cesáreo le salió trabajo fuera, y un año después dejó Proyecto Villalacre.

Guillermo y Unai van a cumplir ya tres años de ilusiones y desilusiones en Proyecto Villalacre. Pero ahora, este caluroso domingo de agosto, me cuentan que están contentos. Contentos porque en otoño e invierno tendrán trabajo fuera: Guillermo con la gira por España del musical El Médico; Unai, como músico en la compañía vasca de teatro Gorakada. Y así se les harán más llevaderos los periodos de más soledad, “de mucho frío y mucha oscuridad”, apunta Unai.

Concierto en el prado del Proyecto Villalacre.

Y contentos porque este verano, por fin, han dado con la tecla que les ha aportado energía nueva y lanzado un mensaje de que no es tan imposible y loco su proyecto: Los meses de julio y agosto de este 2022 han puesto en marcha dos sesiones musicales semanales: La Noche Encendida, los sábados por la noche en el prado, y los conciertos-vermú, los domingos por la mañana en el salón azul de la casa. Han llegado a convocar más de 60 asistentes algún sábado. El domingo que voy a hablar con ellos somos una veintena de personas.

Nos regalan, por 10 euros de entrada –con sangría–, una amena, esmerada, emocionante y didáctica sesión, a la que se une el saxo del leonés Adrián Carro y el contrabajo de Joaquín Marco, que ha venido de Vitoria. Una sesión que abarca desde las canciones populares de Falla a Rachmaninov, una melodía irlandesa, un vals, la famosa canción popular mexicana Estrellita, de Manuel Ponce, y preciosos tangos de Piazzolla. Casi dos horas de buena música.

Cada fin de semana traen músicos invitados para completar los programas y hacerlos siempre distintos y atractivos. Como Guillermo Elizaga, de Logroño, batería, un habitual. “La idea va más allá de que vengan el fin de semana, toquen y se vayan; generalmente, son amigos, gente próxima, y les invitamos a que vengan toda la semana para ensayar y compartir, y preparar los conciertos del fin de semana; nosotros les ofrecemos nuestra casa y nuestra nevera”, explican Guillermo y Unai. Casa de piedra y parra, prado con ciruelos y avellanos, perro Sam –grande y bonachón– y dos gatos.

El público se queda encantado con el ambiente familiar, a la vez que les preparan un menú musical cocinado con sensibilidad y profesionalidad. Y no puedo evitar que este proyecto siglo XXI me lleve a aquellas Misiones Pedagógicas que se pusieron en marcha un siglo atrás, durante la Segunda República, para llevar el teatro clásico a zonas con, digamos, poca actividad cultural, con aquella Barraca de Lorca o el Teatro del Pueblo de Alejandro Casona.

Guillerno y Unai reconocen que la empresa es difícil, que han intentado poner en marcha más bolos en las ciudades más próximas, Villarcayo y Medina de Pomar (en torno a 5.000 habitantes cada una; a una veintena de kilómetros), como proyecciones de cine mudo con su música en directo, como se hacía antiguamente, cuando aún no había llegado el sonido al cine, pero con flacos resultados. O piezas musicales en streaming, vía redes, pero también con dificultades para sacarle un provecho económico que les permita seguir adelante. “Al final, hemos visto que las dos sesiones semanales en verano son lo más rentable para nosotros, emocional y económicamente”, me cuenta Guillermo. Se han hecho además con un público fiel, que repite y repite, y trae a amigos y vecinos. “Hay un señor que ya ha venido 6 o 7 veces”.

Y cuando no estáis con la música, ¿qué hacéis?

“¿Tu sabes el trabajo que da mantener todo este prado y la casa?”, me dice Unai. “El primer año incluso hicimos huerta”.

Un sueño que a menudo se topa con esa sensación de paralizadora soledad y oscuridad que supone el rápido despoblamiento. Me cuenta Unai: “Cuando yo era pequeño, aquí nos juntábamos los veranos 25 chavales. Ahora, mira. 14 habitantes, y prácticamente todos jubilados”.

Y no hablamos de hace 50 años, que Unai tiene 26.

Emociona que a ese habitante y medio por kilómetro cuadrado le pueda llegar música en directo de Rachmaninov, sin salir de una casona de piedra con prado con ciruelos y avellanos.

Proyecto Villalacre www.proyectovillalacre.com ofrecerá conciertos los dos fines de semana que quedan de agosto: Sesión Vermú (12.30 h) y Noche Encendida (21.00 h). Entrada: 10 € con consumición.

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