Hablemos de la España vacía: la nueva narrativa rural

La España vacía. Foto: A. Esteban.

La España vacía. Foto: A. Esteban.

La España vacía. Foto: A. Esteban.

La España vacía. Foto: A. Esteban.

Hablemos de la desaparición del mundo rural y de su memoria. Del 21 al 25 de noviembre se ha celebrado en Logroño el Festival de Narrativas Cuéntalo, donde participaron entre otros Julio Llamazares, Sergio del Molino, Jesús Carrasco y Benito Zambrano. Este año el tema del festival ha sido la creación de imaginarios rurales en la narrativa, una tendencia que está recorriendo con fuerza las obras de nuevos autores.

Todo lo que vemos en la naturaleza sucede en un relato inagotable, minucioso, porque todo está en permanente cambio. Pero hay que sentarse y esperar para observarlo, y encontrar palabras muy exactas con las que atrapar el brillo lívido de la escarcha, el canto de un pájaro o el rumor del agua, el murmullo de las diminutas alas de un insecto. Cierras los ojos un instante, y al abrirlos todo ha cambiado: las aves que migran, las hojas que arrancó el viento, las bayas que enrojecen y que después se arrugarán hasta pudrirse en el suelo con las hojas. La gente del campo, cuyos días se rigen por el reloj de las estaciones, lo sabe, y guarda estos prodigios en su memoria como si fueran terrones de oro. Pero la vida en el campo también es hosca y la memoria es frágil, y si no se cultiva como la tierra también se vuelve yerma, o se vuelve polvo. Por eso hay que agarrarla, antes de que todo desaparezca.

De la desaparición del mundo rural y de su memoria estuvimos hablando mucho en el Festival de Narrativas Cuéntalo de Logroño, dedicado este año a la creación de imaginarios rurales en la narrativa. Julio Llamazares y Sergio del Molino inauguraron las jornadas con una conversación en torno a la despoblación y el abandono que sufren muchas regiones españolas, que Llamazares definió como un exterminio cultural: “No solo se quedan los pueblos vacíos, es que cada vez que se muere un viejo se muere una biblioteca, cada vez que se cierra un pueblo se acaba un mundo que acaba convertido en piedras, y con ese último habitante mueren las costumbres, la memoria, la toponimia, las palabras y el vocabulario, que es lo que nutre la literatura”. Desde hace unos años es evidente que la literatura vuelve a preocuparse por ello, y se refleja en las obras de nuevos autores que estuvieron presentes en el festival como Elvira Valgañón, Emilio Gancedo, María Sánchez, Andrés Pascual, Virgina Mendoza y Marc Badal, que ambientan sus textos en un universo rural teñido por un cierto tono de liquidación. “Yo me identifico mucho con los escritores de mi generación que miran al campo, aunque desde una posición más contemporánea y poco vivida”, comentó Sergio del Molino. “Es un espacio que no hemos habitado, pero que es importante para nuestra identidad porque lo ha sido en nuestras familias, por lo que trabajamos ese espacio desde la familiaridad y al mismo tiempo desde lo exótico”.

El editor Constantino Bértolo moderó una mesa redonda en torno a esas nuevas voces del campo en la que participaron los escritores María Sánchez, Pilar Fraile y Urbano Pérez, y habló de una tendencia clara hacia el mundo rural que está impregnando además ciertos ámbitos de la industria cultural. “Habrá que ver si es solo una moda o una tendencia que ha venido para quedarse”, advirtió. Una cuestión que Julio Llamazares también señaló en la inauguración del festival: “Se ha puesto de moda hablar del mundo rural desde la despoblación, y yo no encuentro novelas donde se hable del mundo rural vivo, que todavía sigue existiendo, y aquí en La Rioja hay numerosos ejemplos de ello. El mundo rural ha pasado de ser una fuente de inspiración a ser una fuente de preocupación”.

Hace veinte años, inspirado por ese campo desierto y su latido, y por la memoria que se derrumba en él como las piedras, Llamazares ya buscó un lenguaje para la desolación y atravesó con su belleza las páginas de La lluvia amarilla: “El tiempo es una lluvia paciente y amarilla que apaga poco a poco los fuegos más violentos. Pero hay hogueras que arden bajo la tierra, grietas de memoria tan secas y profundas que ni siquiera el diluvio de la muerte bastaría tal vez para borrarlas”. En 2013, Jesús Carrasco volvió a poner en primer plano ese denso espacio de lo rural con su celebrada novela Intemperie, que ha reverdecido en nuevos lenguajes: la versión en viñetas para el primer libro gráfico en solitario de Javi Rey, publicado el año pasado por Planeta Cómic, y la adaptación cinematográfica en la que está inmerso Benito Zambrano con Luis Tosar como protagonista. Los tres autores participaron en un encuentro moderado por el periodista Jesús Ruiz Mantilla, donde hablaron del trabajo de adaptación del texto a estos formatos. Javi Rey contó cómo ha investigado nuevas gamas de color para expresar la intensidad emocional de la novela, y Zambrano cómo ha escarbado en la cadencia lírica de sus palabras para obtener ese mensaje que atraviesa una pantalla, y que resumió enfatizando con un gesto rápido de su mano, como un cuchillo, y una sola imagen: “Al contrario que la palabra, el cine es una flecha, y va directa al espectador”.

Cierto día de otoño, curioseando entre los anaqueles de la sección de poesía en la librería Minerva de la Piazza Fiume de Roma, el traductor Juan Vicente Piqueras halló por casualidad un libro amarillo en cuya portada, ilustrada con un dibujo del autor, ponía Il miele, junto al nombre de un poeta que le era desconocido: Tonino Guerra. Lo adquirió por curiosidad, pagó por él 22.000 liras, y cuando lo leyó en casa sintió “una emoción, una revelación y una alegría”. “Hablaba de mí, de algo que me llegaba muy hondo, que tocaba la herida del origen y al mismo tiempo me hacía sonreír, me acompañaba”. Y después, cuando empezó a traducirlo, le sucedió que regresaba “verso a verso, como el protagonista del libro, a mi aldea abandonada”. Así lo cuenta en el prólogo del libro La miel, y nos lo contó también durante su presentación en la librería Cerezo de Logroño, donde además se habló del Diario rural de Susan Fenimore Cooper, ambos volúmenes recién publicados por la exquisita editorial Pepitas de Calabaza. Tonino Guerra fue guionista en películas míticas como Amarcord, Y la nave va, o Ginger y Fred, y colaboró con directores de la talla de Fellini, Tarkovski, Antonioni y Vittorio de Sica. Quizá por eso sus poemas son como pequeñas películas, historias rurales de sucesos nimios donde brillan las imágenes en revelaciones instantáneas, igual que flechas: “Una hierba nueva ha asomado la cabeza / por entre las costras del patio / para que yo me sienta aún más viejo. / Y yo la he aplastado con el pie / como si fuera una cucaracha”.

Susan Fenimore Cooper, naturalista e hija del popular autor de El último mohicano, está considerada la primera escritora sobre la naturaleza; sus diarios son anteriores al Walden de Thoreau con quien justamente se la ha comparado, como comentó su prologuista María Sánchez en la presentación, reivindicando la importancia de su figura. En sus textos –traducidos para esta edición por Esther Cruz– late el relato minucioso de todo lo que sucede en el tiempo de la naturaleza, donde la vida se revela a sí misma: “Mañana lluviosa. Parece que ayer nos perdimos una bella estampa: cerca del alba estaba neblinoso y una bandada enorme de palomas silvestres sobrevoló el valle, pero la niebla las desconcertó y terminaron posándose en el corazón del pueblo, cosa que nunca se ha sabido que hayan hecho antes”.

Es posible que esta vida frenética a la que nos tiene abocados la crueldad del sistema nos esté haciendo volver la vista hacia la sencilla existencia que ocupó los días de nuestros ancestros, áspera y hermosa a la vez, ligada a la tierra, donde sucedían todas las cosas mínimas e importantes que después el tiempo trituró y convirtió en polvo. Tonino Guerra escribía sus poemas en romañolo, el dialecto de su pueblo, y dedica su hermoso libro “A mi madre, a mi padre, a mi abuela y a mi abuelo, a los bisabuelos, y a todos aquellos que hablaban solo en dialecto”. Susan Fenimore Cooper explicaba que sus textos eran solo una crónica de los pequeños acontecimientos de la vida rural que iba observando a lo largo de las estaciones, y en el prefacio a sus diarios declara con solemnidad: “Se redactaron de absoluta buena fe: todas y cada una de las insignificancias a las que aquí se alude ocurrieron tal y como aparecen”. Pero yo diría que en la memoria ocurre exactamente lo contrario: las cosas insignificantes no existen hasta que no suceden en ella.

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