Hablemos mucho de sexo: ¿otro postureo de libertad y autorrealización?

Fotograma de la serie ‘Casual’.

El fenómeno de ‘chicas buenas’ regalándose dildos por Navidad se había hecho patente quizá una década atrás, pero con el último modelo de Satisfyer ya no quedó resquicio íntimo por desvelar. En estos Reyes se cumple el primer aniversario de su amplia difusión en el mercado, que simboliza esta manera de significarse en el sexo en voz alta. ¿Qué síntomas desvelan estos nuevos diálogos? ¿La imposición neoliberal que nos obliga a divertirnos, experimentar y ser creativos sin pausa? A propósito, en esta sección quincenal a dos voces, os recomendamos un libro imprescindible para comprenderlo: ‘El capital sexual en la modernidad tardía’, de Eva Illouz y Dana Kaplan. Esto va de encuentros, el eterno femenino resistente y las masculinidades errantes. A cargo de Analía Iglesias y Lionel S. Delgado.

En estos días estamos cumpliendo el primer aniversario de unas fiestas navideñas con el Satisfyer ampliamente distribuido en el mercado. Se trata de un juguete erótico más, entre tantos, que se regaló mucho en los Reyes pasados, me diréis, pero para mí representa el momento en que se abrieron todas las compuertas para hablar de sexo en voz muy alta, en los grupos multitudinarios de los bares y con barra libre para las confesiones sobre prácticas íntimas en cualquier grupo social, incluso con poca o nula confianza entre sus integrantes. Es cierto que la visibilidad de las chicas buenas regalándose dildos y palpándolos sin aquella discreción de otros tiempos se había hecho patente quizá una década atrás, pero con el último modelo de Satisfyer ya no quedó resquicio oculto por desvelar. La última veda para hablar de sexo se levantó definitivamente en el año en que el confinamiento pandémico obstaculizó su práctica.

¿Por qué me ha venido a la cabeza, entre Navidad y Reyes (del año covidiano), el ya amortizado Satisfyer? Es porque recordé el aperitivo de la Nochevieja 19/20, en una larga mesa al sol de invierno, junto a doce o quince vecinos con quienes durante el año apenas cruzo un gesto de “hola” y una sonrisa, cada cierto tiempo. En ese brindis de hace un año, cuando todavía nos podíamos rozar, me llamó la atención que el tema preferido, tan temprano, fuese el sexo y que las señoras casadas de más de cuarenta lideraran la charla sobre masturbación y artilugios, a las carcajadas, frente a sus maridos y los maridos de las vecinas, incluso frente a desconocidas a las que acababan de ser presentadas, como era el caso de una amiga mía que me miraba muda, y bastante perpleja, porque acababa de llegar y se topaba con estas confesiones en pleno banal mediodía entre anónimos animados.

Recordé aquel aperitivo y corrí a buscar mis notas a partir de un librito imperdible que ha salido en español, en 2020, llamado El capital sexual en la modernidad tardía, y que firman Eva Illouz y Dana Kaplan (en la inefable colección Pensamiento de Herder): “La esfera sexual ha llegado a comercializarse ampliamente hasta el punto que los placeres sexuales, las identificaciones y las experiencias participan en la marca de los yoes abiertos, libres y empoderados”. Eso leí y me tranquilicé, no me estaba inventando nada.

“El sexo se ha convertido en el principal indicador de libertad, elección y cosmopolitismo de la cultura contemporánea”, remachan las científicas sociales (recordemos que Eva Illouz es la autora del sagaz El fin del amor: una sociología de las relaciones negativas). Leerlas me estimuló, y me alivió: la brújula está orientada al norte. Y para no perder esta costumbre que tenemos con Lionel de hablar de cuestiones incómodas que llevan el sello navideño, en este espacio, volví a preguntarme qué es hablar de sexo, para qué, con quién, sobre quién.

Cómo extraño a Charlie Sheen

Aquí pasa algo con este aparente sincericidio en asuntos de oralidad sexual o de sexualidad oralizada, me dije, semanas atrás, tras otro aperitivo, en otra terraza (esta vez, con mascarillas), entre seis mujeres de mediana edad. En este caso fui yo la ruborizada cuando, a menos de quince minutos de llegar, una mujer de unos cuarenta y pico, a quien acababan de presentarme, suelta: “Lo tengo a mi marido sin sexo, porque no puede ser tan rata. Bueno, la verdad, el otro día nos reconciliamos un poco y le hice una paja”. Gracias a todos los dioses del cielo de la compasión, nadie siguió esa corriente; fue como oír llover y alguien cambió de tema hacia algún asunto más piadoso. Yo sentí bochorno y dolor, porque no pude entender cómo es que a alguien le parece justo esparcir información sobre la vida sexual de otro/a con quien se supone unido afectivamente, o al menos con un lazo de lealtad humana. Y estoy segura de que esta desazón me produciría cualquier persona que hable con tanta displicencia de un asunto afectivo, y tan íntimo, de su pareja.

Hablar de sexo es lo que hacemos aquí, en nuestra columna quincenal, por supuesto. Hablar de sexo es lo que hacemos con nuestra sexóloga o el psicoterapeuta, con nuestros hijos e hijas, con nuestra pareja o con nuestros amigos y amigas (incluso, en estos casos, nos reímos y hacemos bromas sobre nuestros encuentros eróticos… descomprometidos y hasta sobre nuestras propias torpezas). El arte habla de sexo. Y también hablamos de sexo por diversión con los avatares del online dating, qué duda cabe. ¿Por qué me parecieron tan disruptivas, entonces, estas situaciones de hablar de sexo entre vecinos y vecinas, en el bar? Me lo pregunté bastante, y no tengo demasiadas respuestas más que la sensación de que yo me sentí empujada a ser testigo de un acto íntimo de seres ajenos que, desde mi perspectiva, podrían ser leales con su intimidad y la de las personas con las que comparten algún cariño. Sentí que allí no había cuidados ni ternura, ni ética, ni sexualidad, pero tampoco humor con código común, y eso me dejó fuera, como si viera una película que no transmite ninguna emoción.

Algo similar me ocurre con cada capítulo de la serie Casual, que aparentemente busca entretener a partir de las prácticas de sexo casual de personajes amables de estos tiempos en los que la frase “no busco nada serio” ya está escrita entre las opciones de la pizarra de precios de Tinder y sucedáneos. Todo es bastante triste e insatisfactorio en la serie de HBO y me hace echar de menos lo que me divertía con Dos hombres y medio, que era una sarcástica manera de mostrar el descompromiso, muy lejos de pontificar las conductas sociópatas (o misóginas) del personaje de Charlie Sheen.

Más allá de las relaciones, esto va de producir

El libro sobre el capital sexual en el tardocapitalismo resulta muy esclarecedor acerca de lo que nos está señalando el síntoma del hablar de sexo en estas absurdas situaciones cotidianas. Porque, más allá de lo que ya sabemos de la industria del sexo, según explican las autoras, “en la cultura contemporánea, el sexo también representa la libertad, la autorrealización, el empoderamiento y la creatividad, los mismos ideales del capitalismo contemporáneo y, lo que es más significativo, los pilares de la vida laboral”. Esto significa que “las habilidades y las prácticas subjetivas se convierten en medios directos de producción dentro de la vida laboral autoinventada, apasionada y creativa”.

Por supuesto, siguen y amplían la noción del capital de Pierre Bourdieu (y la del capital erótico de Catherine Hakim) para hablar de cómo “los capitales no económicos también marcan los límites simbólicos entre las clases sociales y, de este modo, reproducen la hegemonía de la clase dominante”. Reniegan de “los enfoques racionales, utilitarios del comportamiento sexual”, al considerar el sexo como “algo más que un capital individualista”. Y citan a Pierre Dardot y Christian Laval (en The new way of the world. On neo-liberal society, 2013), quienes mencionan “el aparato neoliberal de representación/ placer”, que nos obliga a divertirnos, experimentar y ser creativos sin pausa. Nos obliga.

Todo parece estar relacionado con seguir siendo productivas, incluso cuando parece que hablamos despreocupadamente de sexo en la mesa de un bar.

Nuestra subjetividad está asediada, claro.

Las autoras israelíes así lo afirman, y se meten en camisa de once varas: “Mientras que la mayoría de los estudiosos de la sexualidad estarían inclinados a poner en primer plano la potencialidad emancipadora o transgresora planteada por la aparición de identidades sexuales radicales, fluidas, nosotras entendemos la extrema autocomercialización de estas identidades como una forma de fuerza de trabajo neoliberal y una ventaja laboral. En nuestro enfoque, el capital sexual es la suma de los estados afectivos relacionados con el sexo e individualmente acumulados, especialmente los relacionados con la audacia, la autorrealización, la creatividad, la ambición y la autoestima”. Palabra de Illouz y Kaplan, las reinas magas de Oriente.

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Comentarios

  • Manu Campoamor

    Por Manu Campoamor, el 02 enero 2021

    Un artículo fantástico, daba dolor verlo sin un solo comentario, y no he querido que siguiera así. Entonces he tenido que romper el hielo. Claro, me gustaría escribir algo más “inteligente” que este comentario simplón, pero para eso tendré que leer el artículo una vez más; es muy complejo, mucha información para mí que soy mononeuronal y cuando hablan de sexo… vamos, solo se me ocurre una cosa… o dos a lo sumo. Pero intentaré más adelante de aportar algo inteligente.

  • Manu Campoamor

    Por Manu Campoamor, el 03 enero 2021

    Ayer envié un comentario, no fue admitido, quizás porque no era lo suficientemente sesudo; «como este artículo». Pero es que en realidad, a mí me lo parece, toda esta palabrería… toda en unos pocos párrafos, no dicen nada. Simplemente parece el deseo de mostrar una erudición, que poco dice, sobre el tema. Analía, la complejidad del sexo y toda literatura que lo rodea, no vas allá del simple resultado de la química animal.

  • Francisco Javier

    Por Francisco Javier, el 03 enero 2021

    Descuadra leer al final del artículo con SOBRE EL AUTOR. gracias.

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