Qué hacemos con los asuntos de ‘papi chulo’

Foto: Pixabay.

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Está el tema simbólico del padre ‘king size’ del patriarcado, y también está nuestro papi, el mío, el tuyo, con toda su carga de carne verdadera. Es Katherine Angel, una psiquiatra y doctora en sexualidad, quien viene a remover el avispero, con un libro llamado ‘Daddy Issues’, en el que aclara que el movimiento #MeToo ha pateado el tablero exigiendo responsabilidades a novios, jefes y compañeros de trabajo, pero que ha dejado bastante al margen esta figura axial del poder machista. Otra entrega de esta sección a dos voces. Diálogos sobre encuentros, el eterno femenino resistente y las masculinidades errantes. A cargo de Analía Iglesias y Lionel S. Delgado. 

A la palabra patriarcado le sucede como a muchos otros sustantivos abstractos, esto es, un nombre relleno de cosas puramente percibidas por el pensamiento, sin corporeidad, sin agarraderas concretas de donde asirlos a nuestros sentidos. Sin embargo, papá tiene cuerpo, cara, carne, orejas, cuello, barriga, genitales y… deseo. Ni hablar de ‘papi’, ese apelativo tan común en América Latina, para designar a cualquier hombre, amigo cercano, o reggaetonero recio y apetecible; o ‘papito’, dicho entre las chicas, para designar un buen mozo, irresistible, guapo, adorable. “Papi, papi chulo, papi papi papi, venga a mí. Te gusta el mmm, te traigo el mmm… Suavemente, con flow. Tienes que hacerlo slow, adonde el blow (…) Pelo-pelo-pelo (…) Qué rico el mmm. Sabroso el mmm”, dicho en voz femenina. Con esto basta, ¿no?, porque los significantes de la canción alcanzan para decir por sí mismos, aunque solo se tratara de una sucesión de sustantivos repetidos sin verbo que conjugar.

Desasosiego. Aunque Bad Bunny celebre que ella perrea sola y que “ningún baboso se le pegue” (quizá con aséptica corrección), aunque confiesa: “Y me dice papi (papi sí). Ta’ bien dura como Natti”. Bueno, también tenemos a la “reina de papi”, de Romeo Santos: “todo hombre debe tratarte así (…) porque para mí nunca creces”. Y Siempre papi, nunca in-papi, de J. Balvin… Pero, no, no vamos a seguir por este derrotero, que todo es muy fácil de encontrar, a simple rastrillo que se pase por Google. Si me permiten, un último apunte en torno al estilo, que me arranca una sonrisa: verán que ya las chicas aparecen poderosas, en las poses que ellos desean para sí mismos (desafiando la velocidad, en moto, o transportando con orgullo un bidón de gasolina para hacer fuego).

Papis con flow, papis con cash

Estos son los jóvenes papis latinos; luego está el otro papi, el de la corona, un papi King size, al que algún tertuliano disculpa con una risita que, en realidad, disculpa los presuntos pecadillos financieros del señor mayor, como si únicamente se tratara de machismo en declive: “hay que ver lo que es capaz de hacer un hombre de cierta edad por una mujer que le gusta”. Azuquita del sugar daddy, miamol.

Por fin, está nuestro papi, el mío, el tuyo –daddy, en inglés–, con toda su carga de actualidad y/o de recuerdos, muchos tiernos, dulces, algunos incómodos, otros agridulces, otros que preferimos meter bajo la alfombra, incluso los que no nos atañen directamente y los que creemos haber olvidado para siempre, o esos que son precisamente el combustible con el que algunos chicos y chicas toman las calles, con carne propia “puesta en el asador”, tras largas sesiones de terapia y de distancia.

¿A que esto ya no se parece a la lejana palabra ‘patriarcado’?

Es Katherine Angel, una psiquiatra y doctora en sexualidad, quien ha venido a remover mi avispero, el nuestro (el de quien se atreva), con Daddy Issues, un análisis sobre la figura del padre en la cultura contemporánea (Alpha Decay), un libro de muy reciente aparición sobre los “asuntos de papi”. Lo que Angel viene a aclarar es que el movimiento #MeToo ha pateado el tablero exigiendo responsabilidades a novios, jefes, amigos y compañeros de trabajo y que ha dejado bastante al margen la figura de cuya palabra deriva etimológicamente la estructura de poder machista de siglos y siglos de vigencia.

Y eso que Angel no menciona la educación sexual alla Rocco Siffredi que proporciona el porno, donde los ‘papás’ (o padrastros) ‘enseñan’ sexo a sus hijas adolescentes haciéndolas debutar con ellos y/o las reprenden por ser frescas con ‘otros’, obligándolas a hacerles una felación a ellos, cinturón en ristre, como castigo.

El asco y el morbo

Anaïs Nin debe de ser una de las escritoras preferidas de muchas de nosotras, autoras mujeres, que reconocemos en ella la inteligencia narrativa y su capacidad para poner en papel unas sensaciones eróticas inquietantes –y muy tocables– que se transmiten más allá de la palabra leída. En su cama, entre la grima y el morbo, entre el asco y la lascivia, hay deseo. Y ahí está el padre. Con todo lo vomitivo que tiene el incesto… Sí, quizá sea esto demasiado contradictorio, un revoltijo difícilmente asumible. Suele resultar desasosegante reflexionar sobre los propios sentimientos hacia el padre, así como las imágenes que espantamos, no importa si fantasiosas o encarnadas, solo por las dudas (vean la serie Pure). Ni hablar de ponernos en esa parte de la piel de daddy.

“Existe una larga relación, a menudo antagónica, entre el feminismo y el padre. Con frecuencia, la crítica de la familia patriarcal ha provenido de las feministas blancas de clase media, en particular de mujeres históricamente atrapadas en el hogar burgués, deseosas de emanciparse de la familia y entrar en el mercado laboral (…) La propia Virginia Woolf no era ajena al concepto de padre tirano y posesivo; su padre, Leslie Stephen, fue el modelo en que se inspiró para describir a los padres victorianos en sus obras de ficción (…) Leslie Stephen ejercía un control asfixiante sobre sus hijas”, se lee en el ensayo Daddy Issues.

La escritura femenina sabe poner el ardor donde pica. Así, Joyce Carol Oates puede erizarnos la piel de espanto, cuando relata los olores que le daban asco y algo raro que no era asco cuando su padre se acercaba a besarla y la raspaba con la barba, o cuando lo veía en ese flirteo de baja intensidad con la vendedora de helados (en Ave del Paraíso).

Angel cita a otras bravas como Sharon Olds (especialmente el poema Noche de domingo) y a Sally Potter, directora de la película Ginger y Rose (2012): “En las figuras de Rose y Ginger, la niñez se divide entre las que quieren acostarse con el padre y las que quieren ser el padre; pero hay otras opciones que Roland (el padre) ha puesto difíciles a su hija Ginger al evitar que establezca con él una relación conflictiva, al exigirle que interprete un determinado papel para él”, analiza Katherine Angel.

La ensayista nos pasea por los infinitos charcos de esa relación (empezando por Trump, objetualizando a su propia hija: “Ya he dicho que, de no ser Ivanka hija mía, saldría con ella”), por supuesto, sin dejar nunca de lado el lugar de la madre en la ecuación, frente a ese equívoco entre el “nombre del padre” y el “no del padre” (le nom du père, según la interpretación del psicoanalista Jacques Lacan). Angel se sirve tanto de ejemplos del cine hollywoodense de padres “protectores” desolados porque las hijas eligen a otro hombre para casarse como de la teoría de filósofas como Susan Bordo (The male body – El cuerpo masculino).

Acerca de mami y papi, dupla de amor imposible de diluir

Leía la última columna de Lionel y me preguntaba, a la luz de estas figuras parentales insustituibles, omnipresentes, que nos han dado amor y cuidados, pero que a veces también nos angustian simplemente como idea, aunque lleven décadas fuera de este mundo. ¿Es realmente posible diluir lo binario si, generalmente (salvo honrosísimas excepciones y ausencias o duplicaciones) somos hijos de una mami y un papi? ¿Así, diciéndolo?

Entiendo que estas expresiones de deseo son excelentes pasillos hacia la reflexión, auspiciosas pancartas, puertas de autoindagación (incluso autoflagelo), loables propósitos de enmienda, a la manera de señales de tráfico (por dónde mejor no transitar, por dónde circular para intentar sanar y subsanar); en fin, protocolos para mejor estar situados en este mundo y en sus patologías basales (que son también amores o heridas de amores).

Sin lugar a dudas, a esta altura de la historia del pensamiento, debemos detenernos en las trampas del pensamiento dualista, en lo mucho que deja afuera lo binario y saber reconocer y reconocernos en la escala de matices (en todos los mestizajes del continuum biológico y cultural de los sexos, el género y los afectos) y regenerarnos, hasta donde nos resulte posible. Quizá lo hagamos fuera de norma, claro. Y debemos luchar por que esto sea lícito en nuestras sociedades.

En este contexto, justamente, aparecerán nuevas preguntas. Por ejemplo, esta: ¿cómo librarse de papi y sus asuntillos? (una cuestión con bastantes acepciones en la España actual). Sarcasmos de lado, y más allá de esta veraniega coincidencia de individuos y reales colectivos, la autora de Dadddy issues, Katherine Angel nos invita a una promenade universal y, sin querer, nos hace cortar camino cuando nos lleva a pensar en personal, y allí radica su gran acierto.

Aunque cueste creerlo, entre las claves para el desapego saludable, está la hostilidad: “La hostilidad nos permite sentirnos reales”, arguye.

Y cuando despertemos, es posible que el querido fósil de papá dinosaurio todavía esté allí. Pero nos sentiremos mejor preparadas para su presencia (en ausencia).

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