Hay más revolución en dos pedales que en un Tesla

La utopía se abraza a la distopía en la ‘revolución de la bicicleta’. Foto: Pixabay.

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«Europa se rinde a la bicicleta: récord de ventas con 22 millones de unidades» anunciaba recientemente la revista Tradebike. El antropólogo Marc Augé nos advirtió en su precioso ‘Elogio de la bicicleta’ sobre esta revolución silenciosa e imparable. Recupero para ‘El Asombrario’ el artículo que escribí sobre ello hace casi diez años en el jardín digital Ecotumismo, y lo trasplanto aquí ahora por lo mucho que ha crecido. Sigue costando creer el volantazo que ha dado la mentalidad social en estos años… 

Ese cambio de mentalidad lo vi reflejado hace unos días en la cara de un colega holandés con el que hablaba de movilidad sostenible. Al decirle lo mucho que admiraba la forma en que Holanda compatibiliza el urbanismo con la ecología, humanizando y reverdeciendo sus ciudades y calles, cada vez más ajardinadas (o asilvestradas), me dijo con cara de asco que quién con estas olas de calor querría que le asfaltaran la entrada de su casa en vez de tener un trozo de tierra. Y al decir «tierra» puso cara de alivio, como respirando la humedad del suelo. Ese rápido gesto, para el cual el asfalto –por útil que siga siendo– connotaba contaminación, y la tierra, salud o limpieza, era impensable hace nada (y para gestores como los de Madrid lo sigue siendo), cuando la estética urbana basculaba al contrario. ¿Cuánto nos está costando ese cambio de chip? ¿Ese clic?

«El primer pedaleo constituye la adquisición de una nueva autonomía, es la escapada, la libertad palpable, el movimiento en la punta de los dedos del pie, cuando la máquina responde al deseo del cuerpo e incluso casi se le adelanta». En Elogio de la bicicleta, Marc Augé recuerda que su niñez coincidió con la era dorada del ciclismo. Un deporte donde el hombre medía sus fuerzas con la naturaleza en las Grandes competiciones europeas (el Tour, el Giro, la Vuelta) y que, por entonces, tras la Segunda Guerra Mundial, todavía despertaba el respeto y la admiración de una heroicidad épica. Señala que la bici no sólo era entonces un artículo de valor y un medio de transporte popular, sino un signo del ritmo de vida y de cohesión social.

Hasta finales del siglo XX, las bicicletas todavía gozaron de cierta reputación joven, marcando tendencia en el cine y la televisión. Las películas de Spielberg o series como Verano azul convirtieron la bicicleta en un emblema de libertad para niños y adolescentes. Luego, el viento se llevó las bicis y trajo ordenadores y consolas, sedentarizando la vida juvenil y entrando de pleno en la era digital. Nuestra relación con el espacio cambió, acortando virtualmente las distancias y haciéndonos creer que el mundo se hacía más pequeño, cuando lo único que se reducía era nuestra visión de él.

El urbanismo insostenible 

Hoy –decía Augé en 2008– se ha distendido, cuando no roto, aquel vínculo entre la vida cotidiana y el mito. “La distancia entre el lugar donde uno vive y el lugar donde trabaja, con el uso sistemático del automóvil, han confinado la bicicleta al terreno del deporte o el ocio”. Pero es que en el ámbito deportivo, además, el reemplazo de los equipos nacionales o regionales (en los años 50 el ciclismo francés alineaba a varios equipos regionales en el Tour) por equipos de marcas, determina ahora el triunfo de la sociedad de consumo.

La urbanización galopante por un lado, y el mercado por otro, socavaron el mito de la bicicleta, tanto en su dimensión social como deportiva. Augé sostiene que la expansión de los filamentos urbanos a lo largo de carreteras, ríos y costas, fruto de la urbanización global, ha hecho que las metrópolis interconectadas formen una especie de “metaciudad virtual”, que las empuja a garantizar siempre un acceso a los aeropuertos, estaciones y grandes ejes viales. Un imperativo que hace que la ciudad se descentre, “como se descentran las viviendas con la televisión y el ordenador y como se descentrarán los individuos cuando los móviles sean además ordenadores y televisores”.

“Lo urbano se extiende por todas partes, pero hemos perdido la ciudad y al mismo tiempo nos perdemos de vista a nosotros mismos”. Paralelamente a este panorama, los últimos años manifiestan un síntoma nuevo, un paso que a priori podría considerarse utópico, a contracorriente: la puesta en marcha en modernas ciudades de proyectos como el Velib en París y el Bicing en Barcelona, al estilo de Ámsterdam o Copenhague; la tendencia a peatonalizar los centros urbanos. Estas reacciones demuestran la importancia que ha llegado a tener el estrés urbano o el colapso medioambiental en la redefinición del concepto de progreso.

La revolución de las bicicletas

Augé sostenía en su libro que es posible que a la bici le corresponda el papel determinante de ayudar a los seres humanos a recobrar la conciencia de sí mismos y de los lugares que habitan. Frente a un urbanismo desmedido que amenaza con reducir el casco histórico a un decorado turístico –fenómeno que la gentrificación ha constatado–, Augé propone la sostenibilidad para restituirle a éste su dimensión simbólica y su vocación de favorecer los encuentros. Para ello traza el utópico itinerario de una regeneración, de una revolución silenciosa a dos ruedas, que ve en la bici su símbolo y que tiene por meta las ciudades verdes del futuro. “En el mismo momento en que la urbanización condena a que el sueño rural se refugie en el cliché de la naturaleza acondicionada (parques naturales) o en los simulacros de la naturaleza imaginada (parques temáticos), el milagro del ciclismo devuelve a la ciudad su carácter de tierra de aventura o, al menos, de travesía”.

Destaca el éxito y los beneficios ambientales, sociales y económicos de la operación Velib, emprendida en París en 2007. Los vecinos y turistas pueden reencontrarse así con un París que se creía en vías de extinción; salir de las rutas fijas, adentrarse por calles y jardines por los que jamás habrían podido circular en coche, y visitar la ciudad desde una experiencia antropológica: “La bicicleta es un objeto pequeño, incorporado, y no un espacio habitado como el automóvil”. Desde ella parece mucho más cercana la dinamización popular de las calles y las plazas: la recuperación de los bailes, del acordeón o de las gaitas; del ágora o espacio público. La bicicleta entra así a formar parte de la revolución Slow iniciada en los 80 por el movimiento Slow food y seguida del Slow travel.

Entre la utopía y la distopía 

El artículo publicado por Tradebike estos días señala que CONEBI (Confederación de la Industria de la Bicicleta Europea) consta en su último informe un récord histórico de ventas. «Este crecimiento fue impulsado, en particular, por la continua y sólida demanda de las e-bikes. Las ventas de bicicletas y e-bikes alcanzaron un aumento del 7,5% respecto al año anterior». Erhard Büchel, presidente de CONEBI, celebra la creación de empleo verde que la industria representa y añade: “Los problemas de suministro están desencadenando una nueva ola de industrialización en Europa: es un proceso que llevará tiempo, pero representa una oportunidad única para que el ecosistema industrial europeo crezca de forma sostenible a largo plazo».

Asombra la evolución de este proceso a más de 10 años vista. La Editorial Gedisa reseñaba así el Elogio de la bicicleta en 2009: «A pesar de que sus dimensiones mítica y heroica han sufrido algunos reveses derivados de su vinculación a las desviaciones del deporte profesional y el doping, la bicicleta –impulsada por las nuevas políticas de la ciudad– regresa con fuerza a los escenarios urbanos y su imagen es objeto de un renovado entusiasmo popular. Podemos ponernos a soñar y proyectar a grandes rasgos una ciudad utópica del mañana donde la bicicleta y el transporte público sean los únicos medios de desplazamiento. Incluso soñar con un mundo en el que las exigencias de los ciclistas dobleguen el poderío político… Siempre y cuando, en el mundo, reinen la paz, la igualdad y el aire puro, tras la ruina de los magnates del petróleo. Sin embargo, en su humildad, la bicicleta nos enseña, ante todo, a estar en armonía con el tiempo y el espacio. Nos hace redescubrir el principio de realidad en un mundo invadido por la ficción y las imágenes».

Parece que el principio de realidad se nos ha impuesto por la fuerza y la revolución de las bicicletas ha sido precipitada por las últimas crisis (sanitaria, energética, de suministros). La utopía por tanto se abraza a la distopía y nos toca mantener esto a flote pedaleando como si achicáramos agua. O como si remásemos todos a una. La bicicleta no solo expresa la humildad de la revolución que necesitamos, sino el impulso físico y la fuerza de voluntad que el cambio de hábitos y mentalidad requieren. Una vuelta, en fin, a la humanización del cuerpo, la vida y el sentido de progreso.

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Comentarios

  • Xosé Luís Alonso

    Por Xosé Luís Alonso, el 31 julio 2022

    La verdadera revolución está en CAMINAR!!!
    La bicicleta ha invadido los espacios peatonales y los que optamos por andar nos sentimos tan acosados por los ciclistas como estos por los automovilistas.
    El impacto de la fabricación de bicicletas es infinitamente mayor que el de unas zapatillas deportivas y no digamos la infinita parafernalia de la que se dotan los ciclistas.
    Efectivamente, la bici le gana al Tesla pero pierde por goleada ante los peatones.
    Si queremos hablar de ecología, respeto al medio ambiente y a los demás ya sabemos cuál es la respuesta. Obviamente el lobby de los fabricantes de bicicletas, encantados con estas noticias tan favorables, nos dirá que lo guay es la bici, falso!!!
    la verdadera revolución está en caminar y , para distancias excesivamente largas, en un
    transporte público de calidad y respetuoso en el tema de emisiones.

    • Juan Tala

      Por Juan Tala, el 31 julio 2022

      El cochismo es como una enfermedad, fruto de esta sociedad de locura consumista, saltando por encima de los propios principios naturales de supervivencia.
      La bicicleta siempre ha estado ahí, desde que vino y se acogió con entusiasmo. El hecho de que el lobby petrolero y avaricia mercantilista la empujaran a casi desaparecer, no significa que no tenga derecho a «su sitio». La bici, los pedaleros, no queremos desplazar al peatón, al contrario, reivindicamos mas espacio para las personas, andadores y pedaleros, por ese orden.

  • María

    Por María, el 31 julio 2022

    Me parece genial.
    Tengo 68 años y paso unos días en Coruña como cada verano. Y un año más me muevo en bici. Me identifico plenamente con las ideas del artículo. Me fusiono con el entorno: olores, temperatura, viento, cercanía, accesibilidad…
    Ciudad vieja, piedras, románico, paseo marítimo…
    Armonía en estado puro. Pedaleo rítmico q naturaliza la vida.
    Y no digamos de su aportación al medio. En este verano en el q el calentamiento global se ha hecho protagonista, la bici, más q nunca, es la mejor opción

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