Homenaje a Roberto Pérez Toledo, el maestro de la diversidad en el cine
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Recordamos a Roberto Pérez Toledo (Arrecife de Lanzarote, 1978), que logró emocionar a públicos amplios y diversos con una producción ininterrumpida que arrancó en sus años de estudiante en Salamanca. El lanzaroteño llegó a ser el cineasta español con más seguidores en Facebook, más de 700.000. Esta red social le encargó su primera serie en español, ‘Amor superdotado’ (2019). Con su primer largometraje, ‘Seis puntos sobre Emma’ (2011), que se mantuvo, sin apenas copias, nueve semanas en cartel en España por el boca-oreja, recorrió el mundo. Su tercer largo, ‘Los amigos raros’ (2014), tuvo 22 millones de visionados en Youtube. El director lanzaroteño falleció el pasado 31 de enero a los 43 años de un ictus cerebral. Deja un legado de 120 cortos, 5 largometrajes y una obra teatral. La mayor parte de ella está disponible gratuitamente en la red. Esta es su cuenta de Youtube.
Amor superdotado es una serie de ocho capítulos de ocho minutos situada en un congreso de chicos y chicas con alto cociente intelectual. La serie constituye una excepción en la producción de Roberto Pérez Toledo, pues es de las pocas veces en las que aborda personajes con una edad que no es la suya. Si algo distingue su cine es que sus personajes han ido creciendo al mismo tiempo que él. Desde que empezó a producir mientras estudiaba Comunicación Audiovisual en la Universidad Pontificia de Salamanca a finales de los 90, Roberto Pérez Toledo ha construido uno de los mejores retratos de su generación del cine español.
En 2014 le pregunté por lo que les caracteriza: “Entre los de mi generación hay empuje, pero también decepción, desencanto, apatía”, me dijo. “Creo que estaría genial unirnos más, pero también confío en el efecto que tiene la lucha individual, la de cada uno de nosotros intentando sacar adelante sus propios proyectos contra viento y marea para seguir demostrando que el cine interesa y es alimento imprescindible para nuestras vidas. A mi generación la define la palabra insatisfacción. Profesional, pero también afectiva. Todo nos parece poco. Y esto está muy bien cuando nos decimos a nosotros mismos que solo pretendemos mejorar y crecer, pero también nos vuelve locos, tóxicos, insatisfechos crónicos”.
Roberto Pérez Toledo se crio en Arrecife, en el barrio de Titerroy. “No hay árboles en la calle de los árboles”, escribió el director de cine en 2004 en el pregón que hizo para las fiestas de su barrio. En vez de leer un discurso, proyectó un cortometraje con fotografías familiares y textos. En una de ellas se ve el videoclub que devoró de niño, que había sido propiedad de su tío. “Nací y crecí en una isla donde no hay nada propicio para generar esta inquietud en un niño o en un adolescente, así que la única semilla está en las propias películas que me he tragado en cine, en vídeo, en la tele…”, me contestó otra vez.Roberto Pérez Toledo se fue haciendo un hombre de cine a los cuatro años, cuando sus padres lo llevaron a ver E.T. El extraterrestre (Steven Spielberg, 1982). “Tengo nítida esa tarde y la fascinación que me despertó. Spielberg es el primer director que me hizo preguntarme qué ocurría detrás de la cámara para generar esa magia. Y, como he repetido tanto que me sigue fascinando, se ha convertido en un tópico entre amigos y conocidos a la hora de regalarme algo. Tengo muñecos E.T. de todos los tamaños, que hablan, de peluche, hasta uno que es tipo Furby y está medio loco”.
Su única hermana, Oriola, tres años más chica, lo recuerda en “todas las fiestas familiares” –enfatiza el “todas”– con una cámara en la mano. “Era muy mítico”, rememora, “cómo, de niño, cada domingo, insistía a mis padres para que nos llevaran a ver los carteles de los multicines Atlántida”. También de niño se quedaba de madrugada a ver la gala de los Premios Oscar, recuerda el actor, colaborador y pareja de Roberto, Edgar Córcoles. “Al día siguiente lo comentaba en el colegio y sus compañeros se pensaban que se había vuelto loco”.
Su amigo y colaborador Borja Terán recuerda que en la redacción que tuvo que hacer para explicar lo que quería hacer al final del bachillerato, en el Instituto de Educación Secundaria César Manrique de Arrecife donde estudiaba, escribió “con un estilo perfecto”: “Sé que va a ser difícil hacer cine, pero lo voy a intentar, quiero emocionar a la gente como me ha emocionado a mí el cine”. Veinte años después, afirmó en Madrid en otra entrevista que le hice: “Mis trabajos han podido verse en salas, en la red, DVD, Youtube, el top manta y todas las webs piratas. Estamos inmersos en este tiempo extraño e incierto en el que un día se grita que ver cine en salas ya no interesa y a la semana siguiente contemplamos fenómenos estratosféricos que nos dicen todo lo contrario. Seguirá habiendo películas inspiradoras que arrasen con todo y las seguiremos viendo en las salas por mucho tiempo”.
Sobre ruedas
A los 14 años, una enfermedad de nacimiento le obligó a vivir de por vida “sobre ruedas”, como decía él. El niño de la cámara imaginaria en el brazo también llevaba ahora una silla de ruedas, acoplada como un trávelin permanente a su tren inferior. Detestaba la condescendencia. En una entrevista que le hice en 2005 declaró: “Mi vida es una mierda en muchísimos aspectos; es complicada, agotadora y muy frustrante, pero ya no me hago preguntas que sé que no tienen respuestas, así que simplemente intento que mi discapacidad repercuta lo menos posible en las metas que me propongo en cada momento”.
Roberto Pérez Toledo normalizaba su diversidad funcional igual que, con el paso del tiempo, normalizó en su cine la diversidad en sus múltiples aspectos. “La diversidad sexual es la vida misma y con esa naturalidad aparece siempre en mis guiones”, dejó dicho en otra entrevista. Sexual, funcional, de raza, cognitiva, religiosa. Sus personajes, diversos y desetiquetados, encontraban a menudo respuestas en el amor. Amor al amante, al follamigo, a la pareja, la profesora, el coworker, amor al vecino, a quien sea que el destino te ponga delante. Amor como solución, pero también como perdición, amor como desnorte, borrasca inexplicable de los sentimientos, que es independiente de la inteligencia, con la cual se está peleando todo el rato para ver qué se supedita a qué. Ah, y amor como expresión de la bondad, el castillo donde Roberto Pérez Toledo era inexpugnable.
Producción
El cortometraje Vuelco (2004), filmado en soporte de celuloide de 35 milímetros, es el primer trabajo que puso al lanzaroteño en órbita después de sus experiencias en vídeo digital en Salamanca. En estos, como en En otra vida (2002), ya abordaba otro de sus temas recurrentes, la muerte. En Vuelco, un chico acude a un cruce de caminos para despedirse de una amiga sorda de la infancia de la que se siente enamorado, aunque todavía es incapaz de identificar el sentimiento. “Es, en definitiva, el relato de una primera y desoladora encrucijada, la primera de muchas que vendrán”, me contó en la entrevista que le hice en 2005 por su estreno. La conversación terminaba con la constatación del propio Roberto de un punto de inflexión en su obra: “Ahora sí que tengo ganas de ampliar miras y géneros, de adentrarme en territorios argumentales más manifiestamente oscuros o de abrir una puerta a la comedia”.
Eso hizo, empatando, uno tras otro, decenas de cortometrajes, con éxitos sonados como Los gritones (2010), uno de los cortos más efectivos del cine español, de tan solo un minuto de duración y difusión planetaria. Hasta que le llegó el momento del ansiado primer largometraje, Seis puntos de sobre Emma (2011) que, al igual que Vuelco, fue rodado en Tenerife con la garantía de la que entonces era la más prestigiosa empresa cinematográfica de Canarias, La Mirada Producciones.
‘Seis puntos sobre Emma
Siendo una estupenda carta de presentación para un cineasta novel, Seis puntos sobre Emma adolece de un excesivo esquematismo en el guion y unos diálogos en ocasiones acartonados. Roberto no los consideraba así. “Busco la identificación del espectador, pero no me interesa la coloquialidad. De hecho, a veces me reprochan que escribo diálogos acartonados, no naturales, pero ciertamente me parece un elogio. No me interesa el lenguaje de la calle, ni lo realista por encima de todo”, había dicho en la entrevista de 2005.
La película se mantiene en pie gracias al excepcional trabajo de Verónica Echegui en el papel de Emma, una chica ciega que intenta quedarse embarazada para así “poder querer a alguien”. Fue una pena que la actriz madrileña no obtuviera reconocimiento en los Premios Goya, donde ni siquiera fue nominada. Tampoco lo fue Pérez Toledo a mejor dirección novel. Como afirma Borja Terán, “Rober era hombre de acción, no era hombre de despachos”. En el festival de Málaga sí obtuvo reconocimiento, con dos premios: Echegui a la mejor interpretación femenina y Roberto Pérez Toledo y Peter Andermatt al mejor guion en la sección Zonazine.
Seis puntos sobre Emma contiene uno de los momentos que mejor expresan la normalización de la diversidad del cine de Pérez Toledo: cuando el personaje de Lucía, que interpreta la actriz canaria Mariam Hernández, habla sobre su encuentro con un gigoló. Tras el diálogo, con Lucía en silla de ruedas –pero sin que ésta se vea, pues está hábilmente tapada por el cuerpo de la actriz–, cuando la ciega Emma le dice que el gigoló se ha enamorado de ella sin tener en cuenta su discapacidad, sino “por lo increíble que eres”, Hernández aparta sutilmente los brazos dejando a la vista, ahora sí, el vehículo.
El principal valor de Seis puntos sobre Emma fue poner sobre la mesa del cine español el gran tema de Roberto, la normalización de la diversidad, adelantándose a los cambios sociales, políticos y legislativos que vendrían después. La ruta de Roberto Pérez Toledo hacia la diversidad es circular: todos somos diferentes y eso es, justamente, lo que nos hace iguales.
Cortos como largos
Con su primer largometraje, Pérez Toledo viajó por todo el mundo, pero también conoció las rémoras de las concesiones artísticas, la dificultad de encontrar el dinero para financiar las películas. Estas circunstancias lo empujaron seguramente a considerar al corto como materia de expresión cinematográfica al mismo nivel que los largometrajes. Edgar Córcoles lo expresa así: “Muchos directores, cuando hacen una película grande, si no es por dinero ya no se mueven, pero Roberto no era así, él seguía reuniéndose una mañana con dos amigos, contaba su historia y la subía a Youtube para que la pudiera ver todo el mundo”. Borja Terán añade: “Cuando hace diez años le preguntaron, en la revista de la Academia Española de Cine, si iba a seguir haciendo cortos tras el estreno de Seis puntos sobre Emma, contestó: “Pues claro”; para él los cortos eran igual de importantes. Quería contar historias más allá de los cauces comerciales establecidos”.
Estas son palabras de Roberto Pérez Toledo en la entrevista que le hice en 2014: “Siento que no he tenido oportunidades para hacer esas películas de presupuestos holgados que van acompañadas de grandes campañas de promoción. He aprendido a ser un director que se adapta a lo que tiene en cada momento e intenta hacerlo lo mejor posible con los medios con los que cuenta. Nunca nada es idílico, ni siquiera en las pelis pequeñas”.
‘Al final todos mueren’
El prestigio de Seis puntos sobre Emma le permitió participar, dos años más tarde, en el largometraje colectivo Al final todos mueren (2013), con prólogo y epílogo de Javier Fesser. El colmo del romanticismo de Roberto Pérez Toledo –acentuadamente naif en ocasiones– está en Al final todos mueren, donde, ante el inminente final del mundo, una plaga de personas conocidas como “los románticos del fin del mundo” se dedican a asaltar a otros para contarles lo que de verdad sienten por ellos. El capítulo del lanzaroteño son varios cortos que se enlazan en un mismo espacio, una piscina municipal cubierta abandonada. Los diálogos vuelven a ser muy depurados (¿acartonados?), con personajes en situaciones estáticas casi siempre y movimientos de cámara escasos. Visto hoy en perspectiva, Al final todos mueren es un prototipo del que sería su última película de larga duración, Lugares a los que nunca hemos ido (2022).
‘Los amigos raros’
Con Los amigos raros (2014), de 60 minutos, llegó su siguiente largometraje. Formó parte del proyecto #LittleSecretFilm y tuvo más de 22 millones de visualizaciones en Youtube. En la película, un grupo de chicos y chicas que tienen en común su relación con un talentoso cortometrajista, Sam, reflexionan sobre él después de muerto. En un juego de espejos cinematográficos, lo que era un falso documental que rodaba el propio Sam con sus follamigos, con el suicidio no anunciado del director en la ficción, se convierte en la obra más personal de Pérez Toledo. Y de las más redondas.
Los amigos raros alterna planos frontales de los nueve amigos de Sam, mirando a cámara sobre un fondo blanco y contando sus impresiones sobre este, con escenas que recrean situaciones con él. Lo más destacado es la soberbia interpretación de los diez actores y actrices. Néstor Losán, Dani Herrera, Andrea Duro, Laura de la Isla, Adrián Expósito, Violeta Orgaz, David Mora, Román Reyes, Ventura Rodríguez y Javier Zapata conforman el elenco. Ese trabajo saca a la luz el principal efecto especial del cine de Roberto, “según sus propias palabras”, como recuerda Borja Terán: su virtuosismo para dirigir actores. “Cuando el actor mejora lo que está escrito en el guion”, me dijo en otra entrevista, “aportando al personaje un magnetismo y una dimensión que tú como director ni has podido imaginar, es uno de los lujos gratificantes y maravillosos de esto de escribir y dirigir”.
El guion, depuradísimo, con diálogos, ahora sí, plenamente orgánicos, expresa el afán perfeccionista del director lanzaroteño. En Los amigos raros, Pérez Toledo normaliza la diversidad sexual y reflexiona sobre el acto creativo. También es premonitoria. Cuando le entrevisté por ella en 2014 le pregunté por su propia muerte. “¿Teme a la muerte?”. “Sí”, contestó, “pero no es un tabú para mí. A mis amigos ya les he dicho que quiero que vayan muy monos a mi entierro, que se hagan muchos selfies con filtros para Instagram y que los etiqueten con un hashtag tipo #hazteunselfieenelfuneralderober “.
Entre Los amigos raros y su siguiente largo, Como la espuma (2017) pasaron tres años. Mientras tanto, Roberto seguía escribiendo y dirigiendo cortos. Cuando había terminado de rodarla, en verano de 2015, le pregunté por su mayor preocupación. “Seguir haciendo cine de la manera más digna, intentando que los medios y los recursos de los que disponga en cada momento sean los mejores. Mi mayor responsabilidad como cineasta es seguir generando proyectos y luchar para dignificarlos, es decir, poder pagar a mi equipo técnico y artístico y contar con el dinero justo para hacer las cosas bien. No pagar a tu equipo y no tener presupuesto para lo básico no es amor al arte ni es nada”, remachó.
‘Como la espuma’
Piano, piano, igual que uno de los protagonistas de la película, el italiano Milo, dueño del casoplón donde se celebra su cumpleaños con una orgía, el cine de Roberto siguió tomando forma con esta película que tiene un originalísimo punto de partida. Sin embargo, los severos problemas de ritmo en la segunda mitad la convierten en su filme más irregular, como si a Pérez Toledo le hubiera faltado trabajar mejor el desarrollo de algunos personajes y situaciones. El elenco vuelve a lucir con brillantes. En este caso lo forman Sara Sálamo, Javier Ballesteros, Sergio Torrico, María Cotello, Miguel Diosdado, Pepe Ocio, David Mora, Carlo D´Ursi, Elisa Matilla, Adrián Expósito, Daniel Muriel, Jonás Berami, Álex Villazán y Román Reyes.
La película, con hallazgos y momentos memorables, incluye una de las imágenes cinematográficas de mayor fuerza icónica de su filmografía, aquella en la que una silla de ruedas –la de Milo, interpretado por Carlo D´Ursi– se hunde en la piscina de la mansión. Pérez Toledo sostuvo que no introdujo la imagen de forma intencionada para que se identificara con él. “Creo que fue una de las primeras imágenes que surgió tras crear a Milo, que está hundido en muchos aspectos. El hecho de que su silla acabe en la piscina se me ocurrió como un recurso narrativo concreto para provocar que tenga que quedarse en brazos del personaje que hace Dani Muriel. Luego, el montador del teaser metió ese plano en un momento crucial y hubo gente que lo percibió como una metáfora de mí mismo. Pero yo tengo muy poco que ver con el personaje de Milo. Eso sí, como esa silla, soy muy de tirarme a la piscina, pase lo que pase”.
‘Lugares a los que nunca hemos ido’
La muerte truncó la vida de Roberto Pérez Toledo el 31 de enero de 2022 coincidiendo con el estreno de su primera obra teatral, Manual básico de lengua de signos para romper corazones, encargo del Centro Dramático Nacional que se había estrenado en el Teatro María Guerrero 13 días antes. Dos meses después, el festival de cine de Málaga exhibía Lugares a los que nunca hemos ido, su último largometraje, en la sección Zonazine. Ganó las biznagas de Plata a mejor película española y a mejor interpretación masculina (ex aequo para Sergio Torrico y Pepe Ocio). En las notas para la promoción de la película, Roberto escribió: “Necesitaba reflexionar y profundizar sobre el momento vital que nos ha tocado vivir a la gente de mi generación. Creo que la película propone una experiencia reveladora, y que todos necesitamos en algún sentido mirar dentro de nosotros mismos para reconocernos en esta nueva realidad actual y así poder encontrar luz y esperanza. La película reflexiona sobre en qué nos hemos convertido y en qué nos queremos convertir”.
Lugares a los que nunca hemos ido son cinco cortometrajes protagonizados por parejas diversas en situaciones, solo aparentemente, calmadas. Un rider visita por sorpresa a su ex llevándole la cena que ha pedido su marido (el de ella); dos asociales se conocen en una cuddle party; dos jóvenes hacen una follafiesta en su piso recién comprado aún sin amueblar; un director de casting prueba a un amante 30 años más joven; dos coworkers infieles se citan en un hotel. El tempo de las historias, los tránsitos de una a otra, son perfectos. Lugares a los que nunca hemos ido muestra a un director –y guionista y montador– en plena madurez, creativamente pletórico.
La película es luminosa, arranca carcajadas, su humor es incisivo, trascendente. “Disfruto mucho cuando una sala entera se ríe con lo que he escrito para luego permanecer en silencio a partir del momento en el que las cosas se ponen más serias”, me respondió en otra ocasión. Y sí, aquí lo cumple a rajatabla. El último largometraje de Pérez Toledo es una clase maestra de guion, diálogos y actuación, la mejor película del director, interpretada por Belén Fabra, Francesc Corberá, Pepe Ocio, Ana Risueño, Verónika Moral, Emilio Buale, Sergio Torrico, Miguel Diosdado, Laura Rozalén y Andrés Picazo. Roberto se fue dejando atrás muchísimos náufragos, pero, sobre todo, dejó náufrago a su cine, que no se sabe qué cotas hubiera alcanzado de vivir el cineasta 30 o 40 años más.
“Primer nivel mundial”, le mensajeo a su hermana Oriola la mañana siguiente del visionado en el homenaje que en junio pasado le tributó el festival de cine de Lanzarote. “Si me apuras, te digo que es una lección de amor, con mayúsculas, al cine y a las personas”. Tolerancia, normalidad absoluta con la diversidad, desnudez de los sentimientos, esta película de cuarentones indefensos debería ponerse en todos los centros de bachillerato.
En el encuentro que hemos mantenido en la terraza de la pizzería La Rústica del paseo marítimo de Arrecife, horas antes del visionado de esta película, les pido a Oriola Pérez Toledo, Edgar Córcoles y Borja Terán que me definan al hombre. “Mucha gente lo tachaba de tímido”, dice la hermana, “pero no era así, le encantaba observar”. “Era un gran escritor, y un gran escuchador. Y daba muy buenos consejos”, dice Terán, que remata: “A Roberto lo definiría no adjetivarlo”.
Tiene todo el sentido, porque el cineasta luchó toda su vida contra las etiquetas. “La vida era muy complicada en la época en que él nació, más para un niño en silla de ruedas”, continúa. “A la vez, estaban las barreras mentales. Y Roberto ha sido pionero en ir destruyéndolas también. Gracias a él, se puso el primer ascensor adaptado en un centro educativo de Lanzarote. También por él colocaron la primera rampa para sillas de ruedas de la Universidad de Salamanca, de madera, todavía sigue ahí”.
Desde los cuatro años que tuvo la cámara imaginaria adosada al brazo derecho y, a partir de los 14, una silla de ruedas le hacía las veces de trávelin permanente, Roberto Pérez Toledo ha vivido rodando. Con 27 años declaró: “Aspiro, sin que suene pedante, a crear un mundo aparte donde, aun así, el espectador encuentre historias en las que se reconozca fácilmente: historias que cambian vidas y que ocurren a la vuelta de la esquina, con personajes que hablan en voz baja, sin aspavientos ni estruendos. Tiendo a escribir historias con un alto nivel introspectivo, con conflictos aparentemente nimios o triviales que, sin embargo, son los que se quedan dentro y marcan tu vida. Me gusta indagar en la importancia que tienen en nuestras vidas sucesos a priori intrascendentes”.
Sería una gran iniciativa crear una fundación que preserve su legado.
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