‘Homo agitatus’, nuestra incapacidad de estar quietos y a solas

El ensayista Jorge Freire. Foto: Nadia Khalil.

El ensayista Jorge Freire. Foto: Nadia Khalil.

La nueva obra de Jorge Freire, ‘Agitación. Sobre el mal de la impaciencia’, galardonada con el último Premio Málaga de Ensayo, es una reflexión sobre el ‘Homo Agitatus’, la incapacidad de buena parte de la Humanidad para quedarnos quietos y a solas en una habitación. El mal de una sociedad cada vez más hedonista, donde prima la visibilidad y conseguir los deseos al precio que sea, no para disfrutar sino por pura exhibición. Lo relevante no es el viaje, la visita, el paisaje; lo que realmente importa es conseguir el mejor ‘selfie’ y el mayor número de ‘likes’.

En estos tiempos de confinamiento forzoso, la mayoría hemos recibido decenas de correos sobre qué hacer en estos días, como si el resto del año estuviéramos a todas horas en la calle cuando no estamos estudiando o trabajando; propuestas de todo tipo y pelaje, películas, series, conciertos, oportunidades para mejorar tu inglés y/o aprender otro idioma. Neoformación que puede pasar desde poder apuntarse a uno de los cientos de cursos gratuitos que hay en la Red hasta aprender a tocar un instrumento musical o dar rienda suelta a la creatividad, escribiendo un diario, poesía, una obra de teatro o un primer libro, que puedes autoeditar de manera sencilla y económica con los cientos de tutoriales que ayudan a conseguirlo.

Para los manitas, mejor darle al bricolaje, aprovechar para pintar el baño y la cocina y ya puestos, hacer una buena limpieza, desprendernos de lo que ya no usamos, desocupando sitio en el armario y también cuidar las plantas; el resto del año solo las regamos.

Metidos en fregaos, habremos aprovechado para limpiar el móvil con tanta basura acumulada, clasificar vídeos, memes, gifs, fotos, aplicaciones… Actualizamos contactos y abrimos una cuenta en Telegram, que los rusos no están al servicio del Gobierno como los de WhatsApp. Puestos a higienizar, tenemos oportunidad para limpiar y clasificar la biblioteca y la discoteca que están oxidadas con tantas apps, aprovechando para hacer una visita online a un museo, a uno de los que no vamos el resto del año, además seguro que se completa con alguna conferencia, sin que nos moleste nadie en la butaca de al lado y que aprovecharemos para comentar en nuestras redes.

Como el confinamiento nos habrá hecho coger unos kilitos, podemos montar nuestro propio gimnasio en el comedor, que tiene que ir aparejado con un compromiso firme de mejora de dieta. Como también estamos en fase creativa, aprovechamos para elaborar nuestro propio pan y los más osados incluso jabón, que hay que proteger el medioambiente, desarrollamos recetas y cócteles con denominación propia de origen y, ya de paso, hacemos un curso, online por supuesto, de cata de vinos y cervezas, combinado con otro de sevillanas, el de sardanas lo dejamos para la próxima reclusión, que tarde o temprano vendrá.

Cansados de tanto trabajo físico e intelectual, toca fortalecer las relaciones, para ello es imprescindible hacer como mínimo un par de videoconferencias diarias. Los días pares a abuelos y familia, a los que hemos dado un curso intensivo de cómo utilizar Zoom, para que visibilicen que no nos olvidamos de ellos, de paso contar que nos hemos apuntado a una ONG y que todos los días a las 20 horas salimos al balcón a aplaudir a los sanitarios y así nos quitamos parte de culpa por apoyar –esto no lo decimos, ya que seguiremos haciéndolo en las próximas elecciones– a los que han maltratado a sus trabajadores y la población con recortes y privatizaciones que han deteriorado la sanidad pública, la atención primaria y nuestra salud. Oportunidad para comentar las caceroladas –mejor canceroladas– de nuestro singular Tea Party, en los barrios madrileños de Salamanca, Aravaca o Mirasierra, exigiendo el fin del estado de alarma y la apertura total de El Corte Inglés, mientras en otros barrios, como Aluche, Vallecas o Lavapiés, bancos de alimentos y propuestas vecinales apuestan por la solidaridad en momentos tan complicados para miles de personas, sin olvidar el diferente comportamiento de las fuerzas de seguridad en unos barrios y otros. Los más comprometidos enfatizarán que todo esto no es casual, la cruda realidad, la diferencia de clases, y con ello el trato a unos y a otros, que se pone de manifiesto con nitidez, sin ocultamiento, ni falsas fachadas.

Para acabar la jornada, una sesión de yoga siempre viene bien ante tanto ajetreo, también podemos hacer solitarios, cotillear en alguna aplicación de relaciones (no hay mal que cien años dure) y agradecer a las webs de adultos que en momentos tan duros permitan acceder a casi todo su material, sin tener que pagar, ni registrarse. Estos sí que saben cómo proteger la privacidad y alegrar la vista.

Todo lo anterior no son vivencias de una situación excepcional, sino parte de nuestra realidad rutinaria. Sobre esto trata la última obra de Jorge Freire (Madrid, 1985), Agitación. Sobre el mal de la impaciencia galardonada con el último Premio Málaga de Ensayo.

Lo primero que menciona el escritor y filósofo madrileño es la conocida proclama de Pascal “la incapacidad del sujeto contemporáneo de estar quieto y a solas en una habitación”. Lo hace en cerca de 100 páginas divididas en seis capítulos, reflexionando sobre un mal que asedia a la mayoría, como parte de una sociedad cada vez más hedonista, donde prima la visibilidad y conseguir los deseos al precio que sea, no para disfrutar sino por pura exhibición. Lo relevante no es el viaje, la visita, el paisaje; lo que realmente importa es conseguir el mejor selfie y el mayor número de likes, lo demás no tiene importancia. Como en todos los lugares encontraremos los mismos restaurantes, tiendas, supermercados y atracciones, “diversidad manufacturada”, es motivo más que suficiente para visibilizar y centrar la vida en torno a uno mismo, aupando de paso a nuestro individuo narcisista.

Para alcanzarlo hay que estar constantemente agitados, activos donde la cantidad prevalece sobre la calidad. Freire menciona a John Stuart Mill: Absurdo pensar que mientras en la evaluación de todas las otras cosas se toma en cuenta tanto la calidad como la cantidad, en la evaluación de los placeres se tome en cuenta exclusivamente la cantidad”. Es la realidad del Homo Agitatus, como lo denomina Freire; de no lograrlo caerá en depresiones, “el individuo narcisista es propenso a la angustia y la ansiedad”, razonando sobre “la función que elementos como el deporte o el humor, por un lado, y el periodismo y la industria cultural, por otro, desempeñan en la cultura de la agitación”, y las élites, “que la frivolidad de nuestras élites se disfrace de compromiso no la vuelve menos negligente”.

Ejemplo de lo anterior lo observamos en estos momentos con motivo de la gestión de la crisis del coronavirus. Medios de comunicación, tertulianos, políticos, comentaristas de todo tipo profetizan, adivinan y comentan sin pudor ni rigor, cargándose de razones, que ni los científicos más experimentados se atreven a aseverar: “La sobreactuación con que nuestro tiempo disfraza su impotencia es la transformación de los periodistas en activistas cuando no directamente en gacetilleros de fake news trabajando bajo demanda”, comentando que “no hay propuesta más facilona que la crítica destructiva”. Les une el deseo de protagonismo, captar audiencias y rédito político o económico; si es posible, los dos mejor. “Cuando el camino es corto, hasta los burros llegan”, para recalcar que “en la sociedad hedonista, compuesta por individuos dotados de una paupérrima tolerancia a la frustración, el mero deseo es la justificación de toda gratificación posible”.

A todo ello no es ajena nuestra responsabilidad cotidiana. “Nos juntamos con personas que piensan como nosotros para criticar las mismas cosas, de suerte que la segregación es el paso previo a la amplificación de unas opiniones altisonantes que, en este caso, no son moderadas por ningún contrapeso. Las redes sociales han sido, por esta razón, un magnífico río revuelto para los pescadores de conspiraciones”.

Freire es uno de esos filósofos “que se dejan contaminar por los asuntos terrenales, sin cobijarse tras el burladero de los grandes sistemas filosóficos ni de las verdades heredadas”; sus reflexiones ayudan a entender la importancia de la filosofía en momentos en los que la agitación y el goce marcan nuestras vidas, apuntando que “quizá por ello oponerse en nuestro tiempo a la diversión obligatoria se vuelve un codiciable acto de insumisión. De lo que se trata, en realidad, es de aprender a aburrirse”.

La lectura de Agitación. Sobre el mal de la impaciencia, anima a abstraerse, renunciar a la sacudida permanente, análisis accesible, cómodo y eficaz. La mejorar introspección que podamos sacar de estos días quizá sea que no se trata de hacer muchas cosas, sino de hacer aquellas que realmente merezcan la pena, aprovechando las experiencias y recorridos realizados y reivindicar, cómo no, el derecho al aburrimiento.

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