Homofobia de Estado en Guinea Ecuatorial

Fotograma del documental ‘Homofobia de Estado’.

Para dar visibilidad a la problemática cuestión LGTBI+ en Guinea Ecuatorial, la semana pasada se estrenó en Filmin el documental ‘Homofobia de Estado’, dirigido por Richard Zubelzu y con guion de Magda Calabrese. Abandonadas por sus familias, maltratadas por la policía, rechazadas por la Iglesia y condenadas al ostracismo, son pocas las personas LGTBIQ+ que, tras sobrevivir a intentos de suicidio, envenenamientos, violaciones o palizas, se atreven a aceptar su identidad en un país con una de las dictaduras más longevas del mundo y con una ley rancia e injusta, heredada del franquismo. Su presente es nuestro pasado, por lo que es de vital importancia no darles la espalda para ignorar su realidad.

En el mundo, hace 33 años que la OMS eliminó la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales y, por tanto, dejó de verse como algo que se podía curar o corregir. En España, hace 45 años que se reformó la ley de peligrosidad social y los homosexuales y las personas transexuales dejaron de entrar en prisión por ser considerados “vagos y maleantes”. En Guinea Ecuatorial, sin embargo, a día de hoy, todavía se corre el riesgo de acabar en la cárcel por pertenecer al colectivo LGTBI, pudiendo ser, además, repudiado por tu familia y por tu comunidad, sometido a terapias de conversión, víctima de violaciones correctivas (en el caso de las lesbianas) y hasta sujeto de un exorcismo.

Con la intención de poner sobre la mesa la problemática cuestión LGTBI en Guinea Ecuatorial, el 22 de septiembre se estrenó en Filmin el documental Homofobia de Estado, dirigido por Richard Zubelzu (Filomena, Yo soy una niña) y con guion de Magda Calabrese (El sueño del oro negro), que da voz a los activistas guineanos Ángel y Gonzalo, quienes, durante una visita a Madrid, narran las dificultades y la discriminación que sufren en su país por vivir fuera del armario.

El filme hace hincapié en el contraste abismal entre la situación de los homosexuales en España y en una de sus antiguas colonias africanas, heredera de su lengua y, por desgracia, también de alguna de sus leyes más injustas, concretamente la de Peligrosidad y Rehabilitación social de 1970, que condena y persigue a las personas LGTBI.

Durante la presentación del documental en el Instituto Cervantes el pasado 14 de septiembre, la también productora de la cinta y cofundadora de Objetivo Family Films, Magda Calabrese, dio las gracias a Gerjo Pérez Meliá, director de Acción Triángulo, por sugerirle la idea de hacer esta película, pero se quejó de la falta de financiación, que impidió la posibilidad de que el equipo viajase hasta Guinea Ecuatorial para filmarla. Junto a ella, se encontraban la antropóloga afrodescendiente Elena García y el diputado del PSOE en la Asamblea de Madrid Santi Rivero, que también aparece en el documental. Según él, España, y más concretamente Madrid, “es una burbuja en la que no somos conscientes de las injusticias que tienen lugar en otras partes del mundo, aunque dichos lugares hayan heredado unas leyes que representan nuestro pasado más oscuro”.

Miramos hacia otro lado porque la realidad nos resulta incómoda, pero lo cierto es que no estamos tan lejos de lo que sucede en Guinea, que sufre una de las dictaduras más longevas de la historia. “Lo que se vive allí es lo que se vivía en España hace años”, afirmaba Santi, haciendo alusión a la Colonia Agrícola Penitenciara de Tefía (Fuerteventura), que no era sino un campo de concentración para homosexuales y otros condenados por la Ley de Vagos y Maleantes, donde eran sometidos a trabajos forzados, se les propinaban palizas y el hambre era el pan de cada día. “De haber nacido hace años, estaríamos allí picando piedra”, añadía.

La situación de injusticia y desigualdad es peor aún en el caso de las lesbianas. Trifonia Melibea Obono, periodista, activista y autora de Yo no quería ser madre: vidas forzadas de mujeres fuera de la norma (Egales, 2019), se lamenta en el documental de que las mujeres están solas y no hay ninguna institución que las proteja. Ella misma, que ya ha sufrido varias detenciones, afirma: “Las lesbianas siempre deben llevar dinero encima para sobornar a la policía, en caso de que intenten detenerlas”. Asegura que incluso pueden entrar en tu casa y quitarte el televisor, por poner un ejemplo, ya que al ser una delincuente (solo por el hecho de ser LGTBI), asumen que se trata de un producto robado y tienen derecho a llevárselo. Mantiene que, una vez en prisión, “ni siquiera te llaman por tu nombre, sino por el número de la celda que ocupas, deshumanizándote por completo”.

Para luchar contra la persecución y el maltrato al colectivo, Ángel Custodio Micha Ava Nfumu y Gonzalo Abaha Nguema Mikue coordinan la asociación Somos Parte del Mundo, que pelea por el reconocimiento y el respeto de los derechos humanos de las mujeres y de las personas LGTBIQ+ en Guinea Ecuatorial. Ellos dos, junto a Trifonia Melibea Obono, arriesgan el pellejo cada día para concienciar a la sociedad, realizando acompañamientos en cárceles y hospitales a quien lo necesite, haciendo visible a los ojos de Europa y del mundo la homofobia de Estado que, por desgracia, sufren. Elena García afirma: “Podrían pedir asilo en España, pero no lo hacen porque sienten la responsabilidad de luchar por el cambio y por la mejora de las condiciones del colectivo desde su propio país”.

Abandonadas por sus familias, maltratadas por la policía, rechazadas por la Iglesia y condenadas al ostracismo, son pocas las personas LGTBIQ+ que, tras sobrevivir a intentos de suicidio, envenenamientos, violaciones o palizas, se atreven a aceptar su identidad en un país con una ley rancia e injusta, heredada del franquismo. Su presente es nuestro pasado, por lo que es de vital importancia no darles la espalda para ignorar su realidad, sino tenderles la mano y gritar a los cuatro vientos la peligrosa situación que viven a diario, donde su integridad física y moral y su libertad para ser pende de un hilo. En materia de derechos humanos, España puede y debe ser un ejemplo a seguir, una especie de luz de esperanza para países que, como Guinea Ecuatorial, viven en las sombras de una terrible dictadura.

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