Huir del amor es huir del vértigo

Foto: Irene Díaz.

En la sociedad de consumo actual donde todo es iniciativa, ‘power point’ y receta del bienestar, huir del amor es huir del vértigo. Porque el amor –el amor real– es estrago que borronea los propios contornos, que nos lleva a entregar una parte de nosotros al otro, y eso hace tambalear nuestra individualidad. No es placer sino tormenta, o placer y tormenta. Tras el descanso del verano, retomamos esta sección quincenal a dos voces. Diálogos sobre encuentros, el eterno femenino resistente y las masculinidades errantes. A cargo de Analía Iglesias y Lionel S. Delgado. Hoy: el riesgo de amar.

Huir del amor no es huir de la pareja o de un vínculo poliamoroso con otras dos o tres personas. Huir del amor es huir del vértigo. Del amor se puede huir como single o estando en pareja, e incluso dentro de un vínculo poliamoroso. Del amor huyen algunos a lo largo y ancho de toda su vida; del amor huimos todos en algunas épocas postraumáticas; del amor huyen otros antes de entrar en pánico, por aquello del miedo al miedo.

Territorio fangoso, con pocas respuestas, en el que nos hundimos con Lionel por el puro gusto de buscar amar.

Del amor se huye, por defecto, en la sociedad de consumo actual donde todo es iniciativa, power point y receta del bienestar. Porque el amor –el amor real– es estrago que borronea los propios contornos, que nos lleva a entregar una parte de nosotros al otro, y eso hace tambalear nuestra individualidad. No es placer sino tormenta, o placer y tormenta. Y no me refiero al amor romántico ni al monógamo, hablo del amor sin adjetivos, ese que mueve los lindes, que pone en jaque nuestras fronteras, que nos da náuseas y una pasajera anorexia. Porque el vómito marca el rechazo a salir de nosotros, el pavor a perderme o a perderte.

Que nadie se confunda: no hablamos de ningún dolor infligido por el otro (nada hay de bueno en eso), hablamos del amor-estrago porque en el momento en que lo siento ya me estoy perdiendo. Hablamos del vínculo individual de un sujeto con eso que siente. De ese proceso tormentoso que lleva a algunos a decir: “Quita, quita, no quiero volver a sentir el torbellino de enamorarme”.

A ver si me explico con una imagen. El amor es como la raíz del castaño de la novela La náusea, de Jean Paul Sartre, cuando el protagonista toma consciencia de lo real de “esa masa negra y nudosa, enteramente bruta y que me causa miedo”. He ahí la confrontación de una persona con lo real, ante lo cual “las palabras se han desvanecido, y con ellas la significación de las cosas, sus modos de empleo, las débiles marcas que los hombres han trazado en su superficie”. La náusea es lo que sobreviene al sinsentido.

Huir de la náusea que provoca el amor puede ser la opción del ‘single’ (o el donjuán). Hay una línea de diálogo que resume esta idea en una película francesa que acaba de estrenarse y que es la secuela –50 años después– de aquel clásico del cine francés de los sesenta que fue Un hombre y una mujer, de Claude Lelouch. En Los mejores años de nuestra vida, un Jean-Louis Trintignant octogenario le dice a aquella novia que fue Anouk Aimée que, en sus treinta, la abandonó por el miedo que le dio que ella quisiera ser la última mujer de su vida. La dejó por esa expresión del deseo de una mujer enamorada para añorarla, en ausencia, cada día del resto de su vida… Quizá porque con los fantasmas de la ausencia es más fácil lidiar que con el presente del amor real.

La más remota posibilidad de volver a sufrir la náusea del amor hace que algunas personas elijan relaciones cómodas (del tipo que sean, monógamas o poliamorosas). Lo principal es que no se toquen las líneas de demarcación sentimentales. He oído explicaciones acerca de los porqués de estar con alguien del tipo “no tengo demasiado tiempo libre, me viene bien quien no me complique ni me absorba mucho” o “con él/ella es fácil convivir, no me da problemas”. Para no rozar ninguna línea divisoria del sujeto con su objeto, hay quienes suelen ofrecernos el consejo de recibir en lugar de dar: “Déjate querer, es lo mejor”.

El amor no es para cualquiera (o cómo elegir un partner sentimental). Hay quien no va a prescindir de una placentera compañía, pero intentando eludir la herida y la vulnerabilidad que provoca la propia herida. No hablamos de los matrimonios arreglados del siglo XIX, sino de una fórmula para transitar un presente acompañados, pero desligados de dolores de cabeza. Hace poco, le pregunté a un amigo senior en materia sentimental si estaba enamorado y él me confesaba, a propósito de su nueva pareja: “Digamos que estoy tranquilo; el amor atormenta, no es para cualquiera”. Sin herida no hay deseo, ni posibilidad de amor, y él lo sabe, y lo esquiva.

Cuando el concepto se desvanece. Esto es una confesión: me ocurrió en un sueño que sentí un vértigo ante la aparición de alguien y supe que era “el mí el que siente perder el pie”, como tan hermosamente lo expresa la poeta-filósofa Chantal Maillard en La baba del caracol. Mi brújula son los sueños y este, en particular, traía el vértigo de lo que es real, pero se escapa de la razón. Cito a Chantal: “El mí se ve invadido, ocupado por eso que late en todo y que, indefinido, le deja sin control (…) Permítame ver la náusea sartriana como un movimiento de rechazo ante la propia pérdida, un acto de supervivencia del sujeto (…) Sin límites las cosas son terribles. Su intensidad es terrible”. Más prosaica pero elocuente, la protagonista de una comedia de HBO llamada Better things (e interpretada por Pamela Adlon) tiembla del susto cuando le dice a su amigo que le ha pasado algo “horrible” y es que ha conocido a alguien que puede ser real, una relación verdadera. Es tanto el gusto como el pánico.

El cultivo del narcisismo y la paranoia neoliberal. Huir del amor es la propuesta que mejor calza a la sociedad tardocapitalista, en la que el otro ha desaparecido, porque no es más que un objeto de nuestra iniciativa o la constatación de nuestro “impacto” (me da un like, me devuelve el follow). Y, sin embargo, el amor… “El amor no es una posibilidad, no solo se debe a nuestra iniciativa, es sin razón, nos invade y nos hiere”, decía E. Levinas citado por Byung Chul Han en La agonía de Eros. “La sociedad del rendimiento, dominada por el poder, en la que todo es posible, todo es iniciativa y proyecto, no tiene ningún acceso al amor como herida y pasión. El principio del rendimiento, que hoy domina todos los ámbitos de la vida, se apodera también del amor y de la sexualidad”, zanja el filósofo surcoreano.

La ausencia de preguntas es una de las marcas del sujeto actual, que se atrinchera detrás de las respuestas que clausuran nuestros rincones más hondos (quizá los inconscientes). Las preguntas son puertas y las certezas, sus candados. Ante el pavor de la puerta abierta, estamos buscando desesperadamente una certificación de la empatía o de los cuidados como si pudiéramos gestionarlos a través de etiquetas de buenas prácticas. Buscamos la salvación elaborando protocolos en materia de ordenación del territorio y administración de sentimientos.

Sin embargo, ¿es posible (o deseable) la prevención del vértigo? Sin duda, toda búsqueda de un amor saludable e igualitario es bella y legítima. Cada uno tendrá nociones sobre su gestión amorosa o será una fuente inagotable de dudas: en mi caso, opto por discurrir sobre estos asuntos sin la pretensión de llegar a una respuesta certera. Por cierto, no creo que ninguna institución, asociación o manual de estilo ayuden a ordenar o prevenir, con carácter general, todo lo nauseabundamente verdadero que se pone en marcha en el amor. Probablemente sea posible, sí, conocer y domar a los propios fantasmas, singulares e intransferibles, para no seguir tropezando en la oscuridad. Pero ojalá nada me ahorre el vértigo de sentir el mí en riesgo de amar.

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Comentarios

  • Alma

    Por Alma, el 15 septiembre 2019

    Una agradable sorpresa leer este artículo, absolutamente brillante, en mi opinión. Ordena, estructura, contextualiza y da nombre a esa nebulosa emocional que flota en el ambiente, y que la mayoría no tenemos inteligencia emocional o perspectiva suficiente para poder analizar. Es un fenómeno, que tiene una parte antigua y otra más reciente, producto del nuevo contexto de capitalismo salvaje. Seguiré su columna con atención. Gracias por su trabajo.

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