Humanos del mundo, uníos, que vienen los tiranos
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Miguel Ángel Rodríguez e Isabel Díaz Ayuso en la investidura de la presidenta de la Comunidad de Madrid. Foto: PP COMUNIDAD DE MADRID / Licencia CC BY 2.0
A raíz de una presentación de ‘Suroeste. Revista de literaturas ibéricas’, reivindiquemos una Iberia más unida y solidaria, la solidaridad de los trabajadores frente al tecnofeudalismo y la unión de las izquierdas frente a las exaltaciones patrias tan falsas como populistas (‘hagamos América grande de nuevo’, ‘la libertad argentina, carajo’, ‘en Madrid se respira libertad’), que lo único que buscan es el engaño de muchos y los privilegios y zanganeo de unos pocos.
Cuentan algunos antropólogos que nuestra vida empezó a ir a peor, incluso nuestra salud, cuando dejamos de ser cazadores-recolectores (en realidad más carroñeros que cazadores y más recolectores que ambas cosas) y dejamos de vivir en el mundo como si fuera el Edén. Descubrimos la agricultura y la ganadería, el derecho a la propiedad. Nos volvimos sedentarios, medianamente civilizados, y surgieron las clases sociales. Empezamos a creernos dioses, con el derecho a dominar a todos los seres vivos. Hasta hoy.
El progreso científico nos ha permitido erradicar muchas enfermedades del cuerpo, pero hay otras muchas del alma y de la sociedad que se nos resisten. Una de ellas, de las más peligrosas y mortales, es el nacionalismo. Cierto que existe el nacionalismo de izquierdas, algo que nunca he entendido del todo, pues soy de la vieja escuela. Ya nadie quiere definirse como trabajador y hemos perdido la conciencia de clase, al fin y al cabo pensamos a través del móvil, pero yo sigo creyendo eso de “proletarios del mundo, uníos”. Aunque nos hayan intentado convencer de lo contrario, hay más vínculos entre un trabajador toledano y otro de Barcelona (algo así dijo Anguita) o de Estados Unidos o de Marruecos, que entre un empresario barcelonés y un trabajador de la capital catalana (no es casualidad que tanto sobre el rey emérito como sobre el emérito catalán, Pujol, planee la sombra de la corrupción, aunque ambos estén libres y vivan como si nada).
Pero a pesar de este desnortamiento de una parte de la izquierda, es en la derecha y la ultraderecha donde se vive más la exaltación hipócrita del sentimiento patrio. Todo por España, pero sin los españoles y con el dinero en Suiza o Andorra, por si acaso. ¿Ha trabajado alguna vez Santiago Abascal? No, que se sepa. Le niega el pan a los pobres, pero ha vivido toda la vida de la teta del Estado. Tampoco se le conoce oficio como tal a la lideresa de Madrid, que tanto reniega de lo público. El Estado soy yo y los míos, piensa esta gente. ¿Para qué sanidad universal? Mucho menos para los moros o los negros, que se reproducen mucho y van a contaminar nuestra sangre cristiana. Cristo regresaría a la tumba si viera las cosas que se hacen y se han hecho en su nombre. El problema es que la mayor parte de los que dicen defender la civilización cristiana no lo son. Solo son ultras, con un dios dentro, pero que no es el que propugnaba Cristo, el del amor y la compasión y la igualdad entre los seres humanos.
La reciente cumbre ultra en Madrid dio a entender que todos los reaccionarios del mundo se llevan muy bien (ultras del mundo, uníos; ellos sí lo saben hacer), pero eso no puede durar mucho, solo hasta que la resistencia democrática haya sido derrotada, como ha demostrado la historia. Aunque necesiten de una renovación profunda, los organismos multilaterales, como la ONU, han servido, precisamente, para desinflamar la exaltación patria que nos ha llevado a la guerra en numerosas ocasiones, al menos para mitigarla. Por eso no sorprende, por ejemplo, que ni Estados Unidos ni Rusia ni China estén en la Corte Penal Internacional. Las tiranías no necesitan de leyes que velen por los derechos humanos.
No creo en las naciones ni en las patrias, ya digo, pero en un mundo de fantasía, si tuviera que elegir una, sería la de la nación ibérica, como pretendían Pessoa o Saramago. Una confederación con varias capitales posibles. Una de ellas, por supuesto, Lisboa. Como extremeño, La Raya tiene una simbología muy potente en mi biografía, como en la de muchos paisanos. Echo de menos una editorial extinguida, Ediciones del Oeste, fundada por un ex futbolista del Badajoz, Manuel Vicente González, Cerebro, donde leí a Landero o a Gonzalo Hidalgo Bayal y que abrió el camino a otras editoriales pequeñas, y periféricas, como todo lo que tiene que ver con Extremadura.
No hace mucho asistí en Madrid, en el Instituto Cervantes, a la presentación de una revista que, de alguna manera, recoge el sueño de Pessoa: Suroeste. Revista de literaturas ibéricas. Dirigida por el escritor y traductor del portugués Antonio Sáez Delgado, se presentó el número 14, en una preciosa edición, ilustrada por Teresa Gonçalves Lobo. Los textos se publican sin traducir, en cualquiera de los idiomas que se hablan en la Península Ibérica, lo que me parece todo un acierto. Conocer las otras lenguas me parece la mejor manera de saltar las barreras tontas que se empeñan en erigir los nacionalistas turbios. Coincidí con el poeta y traductor Jordi Doce, quien leyó un par de poemas incluidos en esta edición de Suroeste. Uno de ellos es un perfecto homenaje a una película perfecta, Perfect Days, de Win Wenders, que también yo he visto varias veces.
“Es seguro aquí dentro,
en el ojo prensil de las continuidades,
en el cuerpo que calla y acompaña.
Es segura la celda
donde los sueños parpadean
como viejas películas.
Días perfectos.
Una escoba despeja
los últimos rescoldos de la noche.
Todo se dobla y se retira
para pasar inadvertido,
todo quiere ser lecho
bajo el agua que fluye
o se pudre entre rocas.
Rendir tributo al árbol
de cada día.
Inclinarse un instante
que dura todo el día
y lo preserva.
Una cierta delicadeza
en la desolación.
La bicicleta avanza por la calle
haciendo eses ligeras
que la piel va leyendo
como una partitura”.
Que tengan un domingo perfecto.
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