Hoy es casi imposible poder vivir como periodista
Más allá de un puñado de medios de comunicación valientes que luchan por su independencia y la profesionalidad de contar la actualidad con espíritu crítico y fuentes bien contrastadas, el periodismo está en caída libre, desacreditado, ‘infoxicado’, banalizado, falseado, pero sobre todo está empobrecido. Hoy es casi imposible poder vivir como periodista. La crisis de los medios de comunicación ha arrastrado a sus profesionales a ser freelances, a vivir a salto de mata y de artículo, justo cuando más los necesitamos, afrontando una crisis climática que también es energética y social, sufriendo una terrible guerra que ha empezado en Ucrania y nadie sabe hasta dónde llegará y qué se llevará por delante. Decía el escritor Hans Christian Andersen que “la prensa es la artillería de la libertad”. Pero nos estamos quedando sin balas.
El periodista ha asumido el duro modelo laboral “carromato itinerante” de músicos, actores y artistas, también conocido como “te buscas la vida”. Pero con una diferencia sustancial: los periodistas no tienen el apoyo de una red pública (ministerios, comunidades autónomas, diputaciones, ayuntamientos, fundaciones) que organice periódicamente toda clase de eventos más o menos bien pagados. Reciben el mismo trato profesional y fiscal que un fontanero o un albañil, pero no pueden cobrar por horas. Buscan bolos al estilo de los entrañables comediantes, pero no les ofrecerán giras o medios de comunicación alternativos donde poder contar ese mismo reportaje de ciudad en ciudad.
“Pues dedícate a otra cosa y haces periodismo en tu tiempo libre”, dirá más de uno. Pues tampoco, porque el periodismo de calidad solo puede ser profesional, exclusivo y comprometido. Imposible hacerlo en vacaciones o fines de semana.
Tengo un amigo, famoso periodista, al que le gusta contar la historia de sus orígenes profesionales. Cuando era joven, al poco de haber terminado la carrera y con escasa experiencia, recibió una oferta increíble: ser director del periódico más importante de su pequeña ciudad de provincias. Con esa osadía que solo da la juventud, puso cara de póker, como de estar acostumbrado a recibir ese tipo de ofertas, y exigió a sus futuros contratadores una loquísima condición: ganar al mes mil pesetas más que el gobernador civil.
En esa época se pensaba (o mi amigo intuía) que el sueldo de un gobernador civil era el más elevado que una persona podía percibir de manera honrada. Y él quería ganar todavía un poco más para garantizar que su trabajo fuese absolutamente independiente y nadie le pudiese tentar con mordidas de cualquier género.
Es en ese momento del relato cuando mi amigo tuerce el gesto, mira un poco al suelo y concluye solemne: “Desde entonces, no he hecho otra cosa que ganar menos dinero”.
Y eso que le va relativamente bien. Pero a pesar de su inmensa experiencia, gran nombre y notoriedad, todos los meses dedica varios días a enviar facturas y perseguir a los no pagadores, volviéndose loco con deducciones e impuestos, aceptando toda oferta que le permita mantener un sueldo mínimamente decoroso. Cuando me cuenta todas estas cosas, mi querido y admirado amigo suele terminar soltando una de sus frases más lapidarias: “Yo lo único que quiero es poder seguir comiendo todos los días”.
Su problema es el de la mayoría de los periodistas que carecen de un contrato por cuenta ajena. Muchos medios de comunicación ya no pagan a sus colaboradores. Como me reconoció una vez la directora de un importante periódico, te ofrecen una visibilidad que quizá te permita lograr algún que otro ingreso extra en forma de charla, conferencia o encargo de libro. Vamos, que te pagan el trabajo con publicidad. Como si fueras al bar del barrio, pidieras un desayuno y en lugar de dinero ofrecieras pagarle con la visibilidad de contar en tus redes que la comida está muy rica. Y así todas las mañanas.
Date de alta como autónomo, busca colaboraciones hasta debajo de las piedras, deduce del magro ingreso obtenido la seguridad social, el IRPF y el IVA o el IGIC, además de los gastos del asesor fiscal (pues como metas la pata, te crujen), teléfono, internet, ordenador y viajes. Por el mismo precio haces de fotógrafo, de cámara y de técnico de sonido, tres perfiles profesionales que igualmente están desapareciendo por inanición.
¿Por qué eres periodista?
Buena pregunta. Si en lugar de periodista hubiéramos elegido ser fontaneros o carpinteros, cobraríamos desplazamientos, no menos de 50 euros por hora trabajada y el material siempre sería por cuenta del cliente. Pero hemos elegido ser periodistas porque es una profesión imprescindible que la sociedad exige, necesita y debería valorar pues proporciona a los ciudadanos información veraz y oportuna para hacer valer sus derechos.
Otra cosa es encontrar medios de comunicación que, como en El Asombrario, valoren tu trabajo sin limitaciones ni censuras. Son pocos. Y cada vez son menos. Ya lo decía Ryszard Kapuscinski, “cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante”.
Pero la verdad siempre será importante y necesaria. Sin periodismo no hay democracia ni convivencia. Es verdad que ha dejado de ser el cuarto poder, arrinconada por la falsedad manipulada del márketing y la publicidad. Ahora es el “cuarto querer”. Querer saber qué pasa en Ucrania y saberlo gracias a esos reporteros y reporteras de guerra que trabajan como bestias y están arriesgando su vida a cambio de unas miserables colaboraciones que apenas les permitirán pagar el chaleco antibalas. Querer saber qué pasa con el crimen organizado en México, donde en los últimos 20 años los sicarios han matado a 147 profesionales de la comunicación por tratar de contarlo. Querer saber cómo la caza furtiva y la destrucción de la naturaleza puede mover tanto dinero como para justificar el asesinato el año pasado de los periodistas españoles David Beriain y Roberto Fraile en Burkina Faso, a quienes seguro les iban a pagar una mierda por su trabajo.
Lo malo de ser periodista es que naces periodista y lo serás toda tu vida. Tiene la culpa ese privilegio diario que, como resaltó Gabriel García Márquez, los y las periodistas tenemos de poder mejorar nuestra sociedad.
Y aunque mal pagados y muchas veces peor considerados, mientras existan ciudadanos críticos existirán buenos periodistas. Nos va en ello el futuro.
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