‘Insólitas’: saquemos a la luz a las escritoras de ciencia ficción, fantasía y terror

La escritora de ficción Nora K. Jemisin, ​más conocida como N. K. Jemisin.

La escritora de ficción Nora K. Jemisin, ​más conocida como N. K. Jemisin.

La antología ‘Insólitas’ (Páginas de Espuma, 2019), que reúne a casi una treintena de escritoras españolas y latinoamericanos de fantasía, terror y ciencia ficción, vuelve a traer a debate la complicada -pero fructífera- relación entre las mujeres y la literatura de género.

Podríamos empezar preguntándonos: ¿qué es lo “insólito”? Es lo raro, lo extraño, lo desacostumbrado. Algo extraordinario e inusual. Lo que se sale de lo común. Lo inexplicable. Una grieta en la pared que deja entrever cosas que no deberían estar ahí, desde dragones y hechiceros hasta criaturas temibles del fondo de los mares pasando por naves espaciales en guerra.

“Lo insólito (…) permite cuestionar el orden simbólico a través de la transgresión”. Es decir, ir más allá de las normas de nuestro mundo para poner la estructura de este mismo en duda. Y este es el ánimo principal de Insólitas (Páginas de Espuma, 2019), una antología coordinada por los expertos en literatura de género -ese abanico de factura comercial en el que caben tanto dragones como vampiros como futuros distópicos- Teresa López-Pellisa y Ricard Ruiz Garzón. Autores de género hay muchos, parece que incluso cada vez más, pero esta no es una colección de relatos al uso. No reúne a los más famosos escritores ni a los más galardonados. Su objetivo es más bien el contrario: sacar a la luz, devolverles el lugar que se merecen a magníficos autores que han quedado en un segundo plano en base a criterios injustos. ¿Y quiénes son estos autores? Son ellas.

Señoras de lo imposible

Insólitas tiene el placer de reunir a casi treinta autoras que han cultivado, ya sea en toda su producción o parcialmente, la literatura de género. Proceden de España y de varios países de América Latina, con una lengua y una gran parte de tradición cultual común (porque meterse en terreno anglosajón ya sería otro cantar).

En vez de guiarse por un criterio geográfico, los antólogos, muy acertadamente, esgrimieron un criterio cronológico: nombres consagrados como Amparo Dávila, Cristina Fernández Cubas y Pilar Pedraza; una segunda tanda de nombres bastante conocidos como Elia Barceló, Lola Robles o Susana Vallejo; una tercera con autoras que están despuntado, como Mariana Enríquez o Patricia Esteban Erlés; y una última de nacidas en los ochenta que vienen pisando fuerte como Liliana Colanzi y Laura Fernández. Y esta tradición literaria, tal y como explica la antóloga Teresa López-Pellisa, se remonta en nuestra lengua aún más atrás. “El canon de la literatura española se ha configurado históricamente a partir de la narrativa realista, dejando de lado desde el ámbito institucional y académico lo no mimético. Pero lo cierto es que en nuestra tradición ha existido desde siempre la narrativa de lo fantástico y la ciencia ficción, cultivada por autores del siglo XIX como Emilia Pardo Bazán o Benito Pérez Galdós”.

¿Y por qué ‘solo’ ellas?

El prólogo de la antología verbaliza su objetivo: “Que las mujeres que escriben, y entre ellas las que escriben fantástico, dejen de estar olvidadas, silenciadas e invisibilizadas”. Porque sí, lo han estado y aún lo siguen estando. Los autores de género han tenido que hacer frente al menosprecio académico e intelectual durante mucho tiempo, pero en el caso de ellas, al cuestionamiento acerca de la calidad de su obra se le sumaba el cuestionamiento acerca de las propias capacidades de su género. Esta antología viene a llenar una parte -la de la literatura no mimética- de un hueco en blanco muy grande: el de la historia de la literatura escrita por mujeres en Occidente. “Para mí la pregunta importante es: ¿por qué no conocíamos a estas autoras? Las mujeres han estado escribiendo narrativas de lo insólito desde el principio de los tiempos y a lo largo de toda la historia”, apunta López-Pellisa. Si existieron, entonces, ¿por qué no las conocemos?

Sembrando la duda

“Los editores de las Standard Novels, al seleccionar Frankenstein para una de sus colecciones, expresaron su deseo de que pudiera proporcionarles algún apunte sobre el origen de dicha historia. Y soy la más interesada en cumplir con su deseo, para así ofrecer una respuesta general a una pregunta que se me hace muy a menudo: ¿cómo es posible que yo, entonces una jovencita, pudiera concebir y desarrollar una idea tan horrorosa?”.

Estas palabras abren el prólogo a la edición de 1931 del Frankenstein de Mary Shelley, y esa aparentemente inocente pregunta que, a priori, tan sólo debería demostrar asombro, seguramente escondía una realidad bien distinta detrás. La de la duda. Porque cuando Frankenstein fue publicado por primera vez, lo hizo como una obra anónima, y los hombres de la crítica, tanto aquellos que gustaron de una novela tan transgresora como los que no, jamás imaginaron, es que ni siquiera se les pasó por la cabeza -claro que no, ¿por qué iban a pensarlo?-, que aquella historia de pasiones desmedidas, odio y crueldad, que aquella oda a lo bello en lo terrible pudiese ser obra de una mujer. Y, para colmo, de una mujer joven -18 años tenía Mary cuando la empezó a escribir-.

Al descubrirse la autoría en una posterior edición, en las mentes de escritores, críticos, profesores y demás académicos -hombres- de la época se pusieron en marcha una serie de mecanismos cuya procedencia podríamos decir que es casi ancestral. No, ella no podía haberlo escrito. Vale, puede que lo escribiese, pero no debería haberlo hecho; la escritura no es una práctica recomendable para las jovencitas del siglo XIX. Sí, lo escribió ella, pero fíjate sobre qué cosas escribió: la electricidad dando vida a los muertos, un hombre cobarde que abandona su propia creación… Sandeces. Puede que ella lo firme, pero está claro que alguien la ayudó, ¿o es que pensáis que El Poeta Percy Shelley no pintó nada ahí? De acuerdo, puede que su obra resulte interesante, pero en todo caso… solo escribió una. ¿O es que acaso te has leído Matilda o El último hombre?

Todas y cada una de estas respuestas, de estas negaciones, han salido de la boca de quienes dictan la norma -el canon, lo bueno, lo que merece la pena ser estudiado y recordado- al analizar la obra de muchas mujeres, y, víctimas de la duda reiterada, muchas de sus obras y aportaciones a la historia de la literatura han sido olvidadas o incluso eliminadas. Así de bien lo explica la escritora de ciencia ficción Joanna Russ en su libro Cómo acabar con la escritura de las mujeres (Dos Bigotes, Barrett, 2018). Cuestionando la credibilidad y la calidad de aquello que las mujeres crean, negando su autoría o su singularidad, atribuyéndole el mérito a un hombre o afirmando que la ayuda de uno es imprescindible para poder ejecutar una auténtica obra de arte, la mirada literaria de la mitad de la humanidad ha sufrido un golpe quién sabe si irreparable. “La devaluación automática de la experiencia de las mujeres y los consiguientes comportamientos, valores y juicios surgen de la propia devaluación automática de las mujeres, de la creencia de que la masculinidad es normativa y la feminidad algo anormal o especial”, explica Russ.

El problema del género dentro del género

Las autoras de literatura de género, las recogidas en Insólitas y muchísimas más, han estado abocadas a una batalla de lo más ardua. A una doble barrera. La primera es la del género literario. Tal y como explicaban los antólogos, durante mucho tiempo, por no decir que casi desde siempre, ciencia ficción, fantasía o maravilloso y terror -los subgéneros dentro del género- se han visto alejados de programas de estudios, revistas académicas, ponencias internacionales, premios de prestigio… por considerar que su único objetivo era el ocio por el ocio, que carecían de trascendencia artística y de esa verdad sobre el alma humana que convierte a la literatura en literatura. Quien leía esta clase de libros -junto con lo cómics- eran un friki, no un auténtico lector. “Ese estigma se ha ido superando poco a poco, pero persiste de forma recurrente en los comentarios tipo ‘Yo es que no leo ciencia ficción’, dichos por gente que luego devora Juego de tronos o ha leído sin problemas a Orwell, a Stephen King y hasta a J. K. Rowling”, apunta el antólogo de Insólitas Ricard Ruiz Garzón.

Por suerte, desde hace algunos años esta situación parece estar quedando atrás. “Poco a poco lo vamos cambiando, pero hay que seguir insistiendo: la literatura de lo insólito, en todas sus manifestaciones, está hoy en un momento de esplendor y recuperando un terreno que jamás debería de habérsele negado”, apunta Ruiz Garzón. Prueba de ello es la inclusión de estas lecturas en los programas de las facultades de letras, la celebración de congresos internacionales como Visiones de lo fantástico, revistas como Brumal o SuperSonic Magazine… Incluso el último premio Nobel de Literatura Kazuo Ishiguro cuenta en su haber con novelas como Nunca me abandones o El gigante enterrado. El género no mimético goza de estupenda salud, y si no que se lo digan al cine y a la televisión: Marvel, El cuento de la criada, Star Wars, Déjame salir, Juego de Tronos

La segunda de las barreras es la del género femenino, esa construcción sociocultural que atribuye distintas capacidades a hombres y mujeres. A pesar de haber sido prolíficas -como las escritoras de historias de fantasmas victorianas- o incluso pioneras -Christine de Pisan, Margaret Cavendish, Mary Shelley…-, las mujeres han sido menospreciadas o directamente apartadas de terrenos considerados eminentemente masculinos como la literatura de ciencia ficción o terror, pero también los cómics o el mundo de los videojuegos.

¿Os acordáis del famoso Gamergate? Kameron Hurley, escritora de ciencia ficción y del ensayo La revolución feminista geek (Alianza, 2018), lo denomina “el miedo a la falsa chica geek”. No eres una auténtica fan de esta saga, ni una auténtica aficionada a los videojuegos, ni sabes escribir sobre naves espaciales… Solo eres una intrusa. Y entonces llegan los trolls. “No les hagas caso” o “Salte de Internet”. “Cuando los hombres sienten que se quedan sin poder y reaccionan con violencia decimos que los chicos son así”, escribe Hurley en su ensayo Sobre la ética en las citas.

Pero esta segunda barrera también está cayendo a pasos agigantados. A veces demasiado obvios y algo torpes, impostados por el marketing y las tendencias de mercado -Capitana Marvel y su girls squad-… pero pasos hacia delante al fin y al cabo. Las mujeres están dentro de la literatura de género -y del cine de superhéroes, de los cómics, de los videojuegos…- y van a quedarse. “En mis cursos de ciencia ficción, fantasía y terror siempre tengo más alumnas que alumnos, ellas escriben en general mejor y están renovando unas formas de hacer anquilosadas que muchos hombres estamos también incorporando. Quien no sepa entender eso va a quedarse pronto en el Pleistoceno, y además se lo va a merecer”, afirma Ricard Ruiz Garzón.

Creando mundos propios

“Solo la ciencia ficción y la literatura fantástica pueden mostrarnos mujeres en ambientes totalmente nuevos o extraños. Pueden aventurar lo que podemos llegar a ser cuando las restricciones presentes que pesan sobre nuestras vidas se desvanezcan, o mostrarnos nuevos problemas y nuevas limitaciones que puedan surgir”. Estas palabras de Pamela Sargent, editora de la antología Women of Wonder: Science Fiction Stories by Women about Women, abren la antología Insólitas. Una podría llegar a pensar que, apartadas de los espacios públicos de discusión y prestigio, relegadas a ser un angel in the house, protagonistas de causas menores, creadoras de cosas intrascendentes, las mujeres artistas decidieron inventar sus propios mundos y dejar volar su imaginación por ellos. Huir. Sin embargo, esta afirmación sería reduccionista e incierta, porque está impregnada de una derrota y una necesidad de escapismo que para nada caracteriza a las autoras de género. Porque si alguien cree que Ursula K LeGuin escapó del mundo que la rodeaba… seguramente necesite releer sus libros más despacio.

Los nuevos mundos imaginados por las autoras maravillosas -los mundos de Terramar de LeGuin, la tierra del rey Gudú de Matute-, por las autoras de ciencia ficción -los mundos distópicos de Elia Barceló, Rosa Montero…- e incluso por las autoras de terror -abriendo una grieta terrible en nuestra aparente tranquilidad, como Cristina Fernández Cubas o Mariana Enríquez- son un trasunto del nuestro, una forma de ponerlo delante del espejo y deformarlo para dotarlo de un nuevo sentido. Para mirarlo desde otro lado, fuera de lo convencional y lo aparente a primera vista. Y sí, también desde una óptica femenina, porque la mirada de la mitad de la humanidad no puede seguir siendo ignorada. Está ahí, y sus autoras también lo están. La antología Insólitas tan solo es la última muestra de ello.

Cifras para una batalla conquistada

Los números no mienten. Muestran los fallos del pasado. En el Premio Minotauro, que otorgó la editorial del mismo nombre entre los años 2004 y 2017, solo dos mujeres resultaron ganadoras: Clara Tahoces con Gothika (2007) y Montse de Paz con Ciudad sin estrellas (2011). Igualmente, solo dos mujeres -Elia Barceló en 1993 y Kristine K. Rusch en 2005- han ganado el Premio de ciencia ficción UPC que se convoca desde 1991. Por no hablar del Premio Ignotus, otorgado por la AEFCFT (Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror) desde 1991, la más tardía de sus categorías (tebeo) desde 2003. En casi todas las categorías -mejor artículo, mejor ensayo, mejor cuento extranjero, mejor novela corta…- una, dos, tres… a lo sumo cinco mujeres se han alzado con el premio. Salvo en la gran categoría: mejor novela. Ninguna escritora española de ciencia ficción, fantasía o terror ha ganado el Premio Ignotus a Mejor Novela en más de 20 años.

La escritora Joanna Russ.

Pero los números también muestran hacia dónde se encamina el futuro, y las cifras que muestran la panorámica de la inclusión de las mujeres dentro de la literatura de género siguen un camino ascendente. En festivales como el aclamado Celsius, que acaba de echar el cierre a una edición espectacular en Avilés, muy bien dirigido por Cristina Macía, Jorge Iván Argiz y Diego García, las ponentes no solo abundan de forma natural, sino que cada año más. “Los programas del festival han incluido desde el principio tanto hombres como mujeres, porque no creo que piensen en femenino y masculino sino en novelas que les resultan interesantes o que creen que deben estar”, explica Laura Fernández, periodista especializada y una de las autoras de Insólitas. Esta edición, la master del terror rusa Anna Starobinets ha sido una de las invitadas que más expectación a levantado. Pilar Pedraza -una de las escritoras reunidas en Insólitas- se ha alzado con el premio Kelvin505 a la Mejor novela original en castellano que otorga el festiva por su libro El amante germano. De las cuatro categorías de premios que se otorgan, tres han ido a parar a manos de escritoras. Mirando a los premios internacionales, los más prestigiosos del género -Premios Hugo, Premios Locus y Premios Nebula-, observamos que entre los ganadores de la última década abundan nombres como Martha Wells, Kameron Hurley, Charlie Jane Anders, Naomi Novik, Nnedi Okorafor, Ann Leckie, Connie Willis, Ursula Vernon… Hasta N. K. Jemisin se ha llevado el Hugo tres años seguidos gracias a su increíble Trilogía de la Tierra Fragmentada.

Y no son solo los festivales y los premios. Pequeñas editoriales como La biblioteca de Carfax, especializada en terror y con una amplia mayoría de mueres en su catálogo, o como Cerbero y Crononauta, más enfocadas a la ciencia ficción, están inundando nuestras librerías con grandes autoras nacionales e internacionales de literatura de género. Como respuesta a este interés creciente, y para revertir los años de prolongado olvido, portales web especializados como La nave invisible han visto la luz recientemente. “Nos dimos cuenta de que la invisibilización de las autoras era más acusada en estos géneros, especialmente en la ciencia ficción. Viendo que el panorama estaba así, que había editores que admitían abiertamente que publicar mujeres era ‘arriesgado’ porque sus obras no se vendían y demás, consideramos necesario centrar la labor de La Nave en la visibilización y promoción de autoras de género”, explican las creadoras de la web.

Madres literarias

“Los modelos a seguir como guías para la acción y como indicadores de posibilidades son importantes para todos los artistas (…), pero para las mujeres aspirantes a ser artistas son el doble de valiosos. Puesto que se enfrentan a un continuo y masivo desaliento, las mujeres necesitan modelos a seguir”, escribe Joanna Russ en Cómo acabar con la escritura de las mujeres.

Kameron Hurley solía pensar que cada escritora era una isla. Que ninguna otra mujer antes había creado nada parecido a lo que ella quería crear. Solo podía intentar encajar en moldes masculinos en los que no encajaba de ninguna manera. Y entonces descubrió a Margaret Atwood, a Octavia Butler, a Charlotte Perkins Gilman… Descubrió que no estaba sola. Que ninguna de nosotras lo estamos. Que cada generación de chicas que sueñen con escribir ciencia ficción o con protagonizar una saga de fantasía o con dirigir un equipo de programadores de videojuegos no tendrá que pensar que van a ser las pioneras una y otra vez.

Tenemos historia presente y mucho futuro habitando mundos imposibles.

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Comentarios

  • María

    Por María, el 09 agosto 2019

    Necesario artículo pero ¿Cómo es que no se menciona el Premio Ripley? Ya va por su tercera edición, es de los pocos con jurado independiente, provocando que salgan a la luz más autoras nuevas (en las antologías solían repetirse bastante) dotación económica y distribución del libro a escala nacional.

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