‘Israel: del mito al crimen’, un libro sobre la fanfarria criminal sionista
El 7 octubre de 2023 grupos armados de militantes palestinos lanzaron un ataque contra Israel que respondió, poco después, con una de las campañas de bombardeos más destructivas de la historia moderna e invadió Gaza con los objetivos declarados de destruir a Hamás y liberar a los rehenes, y provocando la muerte de unas 45.000 personas, en su gran mayoría civiles, entre ellos más de 17.000 niños. Ante las magnitudes del conflicto, visitamos a Pedro Costa Morata (Águilas, Murcia, 1947), para conversar sobre su libro ‘Israel. Del mito al crimen’ (El Viejo Topo), en el que resume desmenuzada toda la historia del Estado de Israel, las bases religiosas que “justifican” su existencia, su creación en los territorios gestionados por Gran Bretaña y las distintas guerras a través de las que se ha producido su expansión territorial, hasta el actual genocidio en Gaza.
Cómo esperábamos, visitar el lugar donde desarrolla su trabajo este ingeniero, sociólogo y periodista, ecologista de la primera época (antinuclear), fundador y primer presidente del Grupo Ecologista Mediterráneo (1977-81), profesor de la Universidad Politécnica de Madrid (2002-15) y de la Universidad San Carlos de Guatemala (2015-2019), consultor del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (1988-94) y Premio Nacional de Medio Ambiente (1998), nos desborda: varias habitaciones pobladas de libros, sus fuentes de documentación, leídos, subrayados y repletos de citas, nos llevan a pensar que conoce al dedillo el conflicto histórico Israel-Palestina; por eso vamos a por todas y nos vamos a los orígenes para desgranar muchos mitos.
¿Es la Biblia el principal documento que utiliza Israel como base para la legitimidad de su creación como Estado? ¿Por qué dices que “quieren forzar lo que ni antropológica, sociológica o políticamente se puede confirmar”?. Pones en tela de juicio incluso el Pentateuco y utilizas la arqueología como entidad certificadora.
Israel, y concretamente sus principales líderes, por ejemplo, Netanyahu, suelen decir que sus derechos sobre el territorio de Israel se basan “en la Biblia y la Declaración Balfour”, aludiendo a dos referencias que, por el contrario, constituyen “fundamentos” de ilegitimidad, la Biblia, y de ilegalidad, la Declaración Balfour.
Recurrir a la Biblia, desde luego, es grotesco, ya que, por una parte, carece de entidad histórica porque es literatura religiosa, mística o pseudo histórica, pero ningún historiador, arqueólogo o antropólogo serio puede utilizarla para justificar un Estado, ni el Derecho Internacional puede reconocer que las creencias religiosas puedan, o deban, dar lugar a construcciones estatales. La legislación internacional reconoce el derecho de todo ser humano a expresar y practicar sus creencias religiosas, pero no a utilizarlas en el ámbito de lo político, que debe ser, por su propia naturaleza, laico.
El Pentateuco –Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio– se redacta durante el reinado de Josías de Judá (639-609 a. C.), pretendiendo magnificar la historia del pueblo hebreo/judío ante el inminente peligro del dominio babilonio, estimulando así la moral de defensa y de lucha. Esos libros, sobre todo los dos primeros, carecen, de arriba abajo, de rigor e interés histórico.
Por supuesto, la Arqueología no ha podido demostrar ninguno de los contenidos de esos libros pretendidamente históricos. Se citan, como ejemplos gráficos, que ni la salida de Egipto de miles de hebreos huyendo del faraón ni el paso del Mar Rojo ni la peregrinación del Sinaí durante 40 años han dejado huella material arqueológica alguna, ni referencia escrita de la parte de reinos o imperios vecinos: es todo literatura imaginaria, incluyendo Moisés, claro, y cuanto se le atribuye en lo político o lo religioso.
En mi libro insisto en la aberración que supone en el imaginario religioso hebreo (que inventa el Génesis) que un dios, Yahvé, seleccione un pueblo, de entre miles, para designarlo Pueblo Elegido y le regale la Tierra Prometida, habitada por otras gentes; y todo ello a cambio de que ese pueblo le rinda adoración y fidelidad como Dios exclusivo y único. Esas fantasías solo pueden ser “fundamento” de ilegitimidad y burla, y de nada más.
¿Por qué afirmas que Israel además de un Estado colonial es racista desde su origen?
Es colonial porque el Estado de Israel se construyó con la emigración masiva de judíos europeos, con la expresa intención de incrementar la presencia étnica, que a principios del siglo XX era de un 8% del total de habitantes de la Palestina turca y que, en 1945, tras la Segunda Guerra Mundial, ya había superado el 30%. Esa emigración de colonos que ambicionaban y cultivaban la tierra se ciñó perfectamente al modelo colonial clásico, con la única –e infame– diferencia de que no era un poder político el que lo organizaba, sino un poder privado, las organizaciones judías, que lo impusieron al poder político británico, responsable del Mandato de Palestina a partir de la Primera Guerra Mundial.
Y es racista porque desde las primeras formulaciones ideológicas como se recoge en El Estado judío, de Theodor Herzl, 1896, y como estrategia sistemática, se basó en la convicción de superioridad cultural, económica y política de los judíos sobre la población autóctona, prohibiendo la relación, incluso la laboral, con esos habitantes.
¿Qué papel tuvo el Imperio Británico en el surgimiento del sionismo?
Fue un papel trascendental, ya que en el siglo XIX Gran Bretaña mostró un interés creciente por controlar territorios turcos del Próximo Oriente, esenciales en el Camino de la India, y por eso se crea el Consulado de Jerusalén en la década de 1830. Pero los británicos anglicanos siempre consideraron que era justo que se materializara la promesa bíblica de la Tierra Prometida para el pueblo judío. No debe dejarse de lado que los británicos supremacistas estimaron que era buena cosa expedir sus judíos a algún territorio ajeno y distante. Recuérdese que la primera negociación británica con el sionismo colonizador, con el fin de regalarle un territorio de asentamiento, trató de Uganda, siendo Palestina una opción posterior.
Puedes aclararnos por qué dices que la Declaración Balfour fue una traición internacional.
Porque consistió en la promesa (luego cumplida) del “establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío”, formulada el 2 de noviembre de 1917, cuando todavía el territorio era turco y faltaba un año para que finalizara la guerra. Y dirigida a Lord Rothschild, un político que era solo un notable de la comunidad judía británica, pero sin representación política alguna, y menos estatal. Consiste, pues en un triple disparate político-diplomático: 1. Regalar un territorio no propio, que se espera conquistar, a una entidad ajena a este. 2. Materializar esta entrega/promesa, en un individuo sin la representación adecuada. Y 3. Ignorar la presencia y los derechos de la población allá asentada.
Nada de esto cabe en Derecho Internacional, y solo fue una imposición imperialista de neto abuso de poder y de menosprecio de derechos políticos fundamentales de los pueblos que pasaron del dominio turco al británico.
Tú sostienes que la Nakba de 1948 fue “un exilio voluntario que no fue tan voluntario”.
Yo niego, como cualquier historiador riguroso, que aquella emigración masiva, de unos 730.000 palestinos, tuviera nada de voluntaria, ya que, en primer lugar, nadie abandona su tierra y su pueblo sin verse obligado a ello por alguna circunstancia; y sobre todo porque esa expulsión estaba prevista y minuciosamente preparada en el Plan Dalet, de marzo de 1948, que a su vez ya había sido prefigurado por un reducido grupo de líderes sionistas –políticos, militares y académicos– diez años antes. Para un poder colonial que pretende dominar para siempre un territorio, la reducción de elementos autóctonos es prioritario, y siempre los sionistas lo tuvieron presente como línea primerísima de acción política. Y la siguen teniendo, ya que lo ideal para el sionismo israelí es eliminar la mayor cantidad de palestinos, tanto del propio Estado como de los territorios ocupados, bien por expulsión, bien por genocidio.
¿Qué papel tiene el lobby judío de Estados Unidos para mantener este proyecto sionista?
Lo que entendemos por lobby judío es un conjunto de organizaciones judías norteamericanas que apoya incondicionalmente al Estado de Israel (aun con perjuicio de los intereses norteamericanos, como observan muchos analistas) y se sustenta en el inmenso poder económico de los dirigentes e instituciones que a sí mismas se consideran judías, y que a través del tiempo han llegado a formar la estructura económico-financiera del país.
Este poder hace que, como suele decirse y considerarse, ningún norteamericano que quiera hacer carrera política en ese país puede prescindir de la aquiescencia del lobby judío y, en la mayoría de los casos, de su financiación. Esto hace que Estados Unidos sea una especie de “dominio sionista” (y no al revés, como suele pensarse: que Israel es una “colonia estadounidense”), ya que ese lobby está directa y firmemente dirigido, y seguramente controlado, desde Israel. La realidad es que Estados Unidos es el guardián, o gorila, de Israel, siendo indiscutible que el entrelazamiento de intereses de todo tipo es casi perfecto.
Sea el mundo económico-financiero, sea el de propaganda (Hollywood, la prensa), sea el informático-digital, se trata de propiedades de nombre judío que caracterizan el poder económico norteamericano y que se alinean sin quiebra ni excepción alguna –alimentando financieramente a Israel, a través de fondos públicos o propios– con el sionismo y sus crímenes.
Israel ha utilizado la guerra y la colonización como herramientas para anexionar territorios palestinos, ha violado sistemáticamente el Derecho Internacional y la Comunidad Internacional parece que siempre ha mirado para otro lado. ¿Ha sido siempre así?
En efecto, siempre ha sido así, o casi siempre, desde el momento en que, en su creación con el funesto Plan de Partición de Naciones Unidas, de diciembre de 1947, las potencias vencedoras desde el Consejo de Seguridad y los dos tercios necesarios de miembros de la Asamblea General así lo votaran.
En el libro recojo las circunstancias de esa votación, que no hubiera sido posible sin la obsesiva intervención de Estados Unidos: a Francia se le amenazó con quedar fuera del Plan Marshall si no votaba a favor, y a los Estados necesarios para cubrir el número de 33 necesarios de los 56 entonces existentes, los esbirros de Washington forzaron la mano a una decena de ellos. Aquello fue otro disparate generador de esa ilegalidad intrínseca del Estado de Israel, ya que la Asamblea General no estaba habilitada, según la Carta de las Naciones Unidas, para partir territorialmente un Mandato recibido de la Primera Guerra Mundial, sino para darle la independencia tras un proceso de autodeterminación.
La protesta de los cinco Estados árabes de entonces y de alguno otro musulmán, y su petición de que esa Partición insólita fuera dictaminada por el Tribunal Internacional de Justicia, fueron desoídas. Aquellos actos de la Organización de Naciones Unidas, que entonces echaba a andar, fueron ilegales, impuestos por la acción de las potencias, especialmente Estados Unidos. De la Unión Soviética hay que decir que estuvo tan firmemente adherida a la Partición como Estados Unidos (trataría de enmendar su error, demasiado tarde, cuando rompió relaciones diplomáticas con Israel tras la Guerra de los Seis Días, alineándose decididamente con la causa árabe-palestina).
Esta gran “campaña de marketing” desde el Génesis ha tenido su fruto, ¿verdad? La comunidad occidental mira siempre con malos ojos a los pueblos árabes, “somos racistas y supremacistas hacia lo árabe”, un pueblo inculto y de terroristas. Hemos olvidado que Israel también tuvo sus propios grupos terroristas como Irgún, con Menájem Beguín, quien llegó a ser primer ministro, y el grupo Lehi, los ‘Luchadores por la Libertad de Israel’, más conocidos como ‘La banda de Stern’, con Isaac Shamir.
En el libro describo, en el provocador epígrafe Todos somos Israel, hasta qué punto el mundo de cultura occidental se siente naturalmente impulsado a seguir y justificar a Israel, lo que ha de llenarnos de vergüenza e infamia. Esto se debe a que nuestro occidentalismo es esencialmente judeocristiano, y no resulta nada fácil desprendernos de esa realidad, que a la luz de la historia, no debemos dudar en considerarlo una maldición para la Humanidad.
A esta impronta –mucho más que un ramalazo (aparentemente) religioso-cultural– hay que añadir que esa tradición ha sido siempre la estructura íntima y generalizada del capitalismo histórico internacional…, lo que actúa como un cemento indestructible en esa tradición judeocristiana que, en definitiva, unifica lo religioso-cultural con lo político-económico. Esto genera esa pamplina de los “valores occidentales”, a los que Israel, que es una pura creación occidental (y no digamos judeo-cristiana…), se siente vinculado pese a sus crímenes sistemáticos y planificados, desde su creación como Estado y aún antes, contra el género humano.
Por supuesto, este occidentalismo, que crea el orientalismo según su voluntad para estigmatizar a los otros, facilitar su colonización y mantener su predominio, abarca muy especialmente el menosprecio y la animadversión hacia lo árabe y lo islámico: un persistente racismo que, sin embargo, edulcorado, disimulado y manipulado, acaba figurando entre los “valores occidentales”, que deben respetar e imitar todas las culturas no occidentales, reconociendo su superioridad.
Bueno, el terrorismo está presente desde que la emigración de judíos europeos a Palestina fue tomando forma como empresa colonial y supremacista, es decir, ya en los años 1930. Que los líderes de las más sanguinarias organizaciones terroristas acabaran siendo primeros ministros está en la lógica de la trayectoria sionista-israelí. Israel no entiende, sin embargo, que aquellos a quienes tacha de terroristas en la resistencia palestina son parte de la tradición histórica de los movimientos de liberación, y algunos de sus líderes acabarán siendo en un futuro, ojalá que así sea– dignísimos representantes políticos palestinos reconocidos por el mundo entero.
¿Qué papel ha tenido la literatura universal, el cine (Hollywood), en esta campaña orquestada?
Ya he aludido a que el poder económico del judaísmo norteamericano cuenta, de forma muy significativa, con Hollywood como productora de mitos y mentiras, que son eficazmente consumidos por el mundo entero. Solo voy a referirme a la famosa Éxodo (1960), excelente película que representa la inmensa capacidad propagandística de los intereses judío-norteamericanos, mostrando todo lo contrario de la realidad histórica (y cubriendo de infamia tanto al director y productor, el judío Otto Preminger, como a los excelentes actores que en ella intervinieron, con nutrida presencia judía, así como el equipo técnico). Por no hablar de Los Diez Mandamientos (1956, dirigida por Cecil B. DeMille), ajena absolutamente a cualquier realidad histórico-arqueológica.
Israel ha engañado incluso en el peligroso tema nuclear. Podemos leer en los medios occidentales que el programa iraní es “malo” y sin embargo nos creemos que Israel no tiene “la bomba”.
Israel posee la bomba atómica desde finales de la década de 1960, lo que consiguió con la ayuda inicial francesa y la condescendencia posterior inglesa y alemana (que se dejaron robar material nuclear sensible y necesario). Oficialmente, ni lo reconoce ni lo desmiente, negándose a firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear y, en consecuencia, rechazando cualquier inspección de la Agencia de Viena.
Esto quedó demostrado cuando un técnico que trabajaba en las instalaciones nucleares de Dimona, Mordejai Vanunu, lo publicó en 1986 con fotos y con su testimonio (lo que le costó muy caro: 18 años de cárcel), y también se supo de la experiencia nuclear israelí sobre el mar, en 1979 y 1980, como resultado de la estrecha colaboración nuclear entre Israel y el Estado racista de Sudáfrica.
También en esto hace lo que le da la gana y el mundo se lo consiente. No admite, sin, embargo, que ningún otro país de la región acceda al arma atómica, y por eso destruyó en su día en Irak lo que se consideraban instalaciones nucleares críticas y no está dispuesto, de ninguna de las maneras, a que Irán consiga su bomba atómica.
¿Por qué dices que Gaza es una masacre sin precedentes y televisada?
En la historia del Estado de Israel no tiene precedentes, pese a los repetidos ataques a la Franja de Gaza. De todas formas, el caso de la agresividad israelí no tiene precedentes en la historia mundial: si el nazismo fue horrendo durante sus 12 años de vigencia, el sionismo se mantiene con sus crímenes in crescendo desde pronto hará 100 años. No, no hay precedente.
En tus presentaciones abogas por un Estado único, binacional y laico, ¿cómo sería?
La justicia para el pueblo palestino exige una vuelta atrás y la enmienda de la Historia. Nunca debió procederse a la partición de Palestina, y debe volverse a la propuesta palestina durante el Mandato y los últimos años de la presencia británica: un Estado único, si bien de tipo federal y laico, con capital “religiosa” en Jerusalén para las distintas confesiones.
Naturalmente, deberán regresar a sus casas y tierras los palestinos expulsados en 1948, o sus descendientes, lo que, como hubiera sucedido en 1948 de haberse procedido a la autodeterminación, siempre dará mayoría a los árabe-palestinos. Por supuesto que Israel está muy lejos de admitir una propuesta como esta, pero en su enloquecida historia habrá de llegar el momento en que colapse o sea destruido, probablemente, por implosión de su propia sociedad que, en un 80%, aproximadamente, se alinea en esta locura, en los crímenes de su Gobierno y su Ejército y en la perpetuación de una guerra permanente contra todos los pueblos de la región.
En el reconocimiento diplomático de Israel por la España de 1986 tienes mucho que decir, ¿verdad? Y respecto al actual genocidio de Gaza, ¿qué papel debería adoptar el Gobierno español?
España se precipitó en tres tremendos errores históricos en 1986, a manos de Felipe González, su Gobierno y su partido. De ellos –integración en la OTAN, alianza militar agresiva, ingreso en la Europa comunitaria, creación capitalista obsesiva y reconocimiento diplomático de Israel–, esto último es lo que nunca la sociedad española ha aceptado (y por eso no se le consultó). Ahora nos hacemos corresponsables de los crímenes de Israel, ya que ninguna medida se adopta para expresar fehacientemente el horror y la maldición sobre un Estado sanguinario.
En este sentido, reconocer a la fantasmal y corrupta Autoridad Nacional Palestina como entidad estatal soberana es ridículo e hipócrita, e insistir en que la “solución” al conflicto árabe-israelí es la existencia de dos Estados es una burla al Derecho Internacional, a la Justicia y a la Humanidad, representada en esta realidad tan atroz por el pueblo mártir de Palestina.
¿Por qué tenemos que leer ‘Israel. Del mito al crimen’?
Bueno… Mi libro es una reflexión, evidentemente con conclusiones, que solo en parte debe considerarse cosecha propia, ya que es resultado mucho más de mis estudios y análisis del problema de Israel a partir de obras ajenas. Y por eso en él rindo homenaje a tantos intelectuales –historiadores, arqueólogos, politólogos…– que, viviendo en Israel y trabajando en sus universidades, se atreven, con la ciencia y la lealtad intelectual como argumentos, a contradecir e incluso condenar la fanfarria sionista, hecha de mentira, odio y fanatismo. Vaya este homenaje hacia Shlomo Sand, Norman Finkelstein, Israel Finkelstein, Ariel Liberman y, sobre todo, a Ilan Pappé (valiente entre valientes que, este sí, ha tenido que abandonar Israel y acogerse a una universidad británica). Todos ellos, entre otros muchos, deben ser la fuente documental realmente útil y digna para conocer la verdadera esencia del Estado de Israel.
Comentarios
Por José Salguero, el 30 enero 2025
Muy muy enriquecedor y necesario.