Jane Goodall y David Attenborough: dos sabios llaman a la esperanza

Jane Goodall y David Attenborough, activistas y pensadores frente a la crisis climática y la pérdida de biodiversidad. Fotos: ONU / Creative Summit 2013.

Son seguramente las dos personas que más proyección mundial han tenido en las últimas décadas en divulgación de la naturaleza y los impactos que la amenazan. Los dos británicos. Los dos sabios. Estamos hablando de Jane Goodall –acaba de cumplir 88 años, la de los chimpancés– y de David Attenborough –95 años, el de los documentales de naturaleza–. Los dos han sacado recientemente libro en español. Y los dos nos plantean no perder la esperanza, pero una esperanza activa y a cada paso, para afrontar los retos e incertidumbres que nos rodean. 

El libro de la esperanza, de Jane Goodall y Douglas Abrams (editorial Paidós) (diálogos que mantuvieron ambos en África y Europa) lleva por subtítulo: Una guía de supervivencia para tiempos difíciles. Y su comienzo, su primer párrafo, es una radiografía muy precisa de los tiempos que corren, incluso clarividente respecto a lo que se ha venido meses después de escribirse: “Vivimos tiempos oscuros. Hay conflictos armados en muchas zonas del mundo, discriminación racial y religiosas, crímenes de odio, ataques terroristas, un giro político hacia la extrema derecha que alimenta manifestaciones y protestas que a menudo acaban en violencia. La brecha entre ricos y pobres se está ampliando, y fomenta el odio y la inquietud. La democracia está siendo atacada en muchos países. Aparte de todo esto, la pandemia de la covid-19 ha provocado muerte y mucho sufrimiento, y pérdida de empleos y caos económico en todo el mundo. Y la crisis climática, temporalmente arrinconada, constituye una amenaza aún mayor a nuestro futuro; de hecho, a toda la vida en la Tierra tal como la conocemos”.

Pero Jane Goodall –Mensajera de la Paz de Naciones Unidas, premio Príncipe de Asturias de Investigación 2003, premio Personalidad del Año 2018 concedido por Ecovidrio– no es mujer de sombras, sino de luz. Escribe un poco más adelante: “Sin embargo, cada vez que me deprimo pienso en los asombrosos relatos de valor, firmeza y determinación de quienes se enfrentan a las fuerzas del mal. Porque, en efecto, creo que el mal existe entre nosotros. Pero las voces de quienes le plantan cara son más poderosas e inspiradoras. E incluso cuando pierden la vida, su voz aún resuena largo tiempo después de su desaparición, legándonos su entusiasmo y esperanza”.

Y añade en el prólogo: “Probablemente la pregunta que más me han planteado sea ésta: ‘¿Crees sinceramente que hay esperanza para nuestro mundo, para el futuro de nuestros hijos y nietos?’. Y estoy en condiciones de responder, sinceramente, que sí. Creo que aún disponemos de una ventana temporal durante la cual podemos empezar a reparar el daño que hemos infligido a nuestro planeta; sin embargo, es una ventana que se está cerrando. Si nos preocupamos por el futuro de nuestros hijos y nietos, si nos preocupamos por la salud del mundo natural, hemos de unirnos y actuar. Ahora, antes de que sea demasiado tarde.

¿Qué es esta esperanza en la que aún creo, que me motiva a seguir, a luchar por una buena causa? ¿A qué me refiero en realidad cuando hablo de esperanza?

Es una palabra que a menudo se malinterpreta. La gente tiende a pensar que es una ilusión vana y pasiva: “Espero que algo suceda, pero no haré nada al respecto”. Esto es, de hecho, lo opuesto a la verdadera esperanza, que exige acción y compromiso. (…) El efecto acumulativo de miles de acciones éticas contribuirá a salvar y mejorar nuestro mundo para las generaciones venideras”.

La célebre naturalista y activista británica lleva más de medio siglo advirtiendo de nuestro impacto en el planeta. Escribe en su nuevo libro: “Siento asombro y admiración por el mundo en que vivimos. Y lo cierto es que lo estamos destruyendo antes de acabar de comprenderlo. Nos creemos más inteligentes que la naturaleza, pero no lo somos. El intelecto humano es maravilloso, pero tenemos que ser humildes y reconocer que en la naturaleza hay una inteligencia superior.

–¿Tienes la esperanza de que seamos capaces de recuperar la sabiduría de la naturaleza? –pregunté.

–Sí, pero, una vez más, si la mente y el corazón no trabajan juntos, sin inteligencia y compasión, el futuro es muy sombrío” (página 82).

Y subraya más adelante: “La gente está tan abrumada por la magnitud de nuestra insensatez que se siente impotente. Se hunde en la apatía y la desesperación, pierde la esperanza y no hace nada. Tenemos que encontrar la forma de transmitir a la gente que cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar, no importa lo pequeño que sea. Cada día influimos en el planeta. Y el efecto acumulativo de millones de pequeñas acciones éticas supondrá un cambio sustancial. Ese es el mensaje que difundo por el mundo entero” (página 96).

“Si todo el mundo empieza a pensar en las consecuencias de lo que hacemos, por ejemplo, de lo que compramos, e incluyo a los jóvenes que piden a sus padres que les compren cosas, si todos empezamos a preguntarnos si nuestro consumo perjudica al medioambiente, a los animales, o si es barato debido a la esclavitud infantil o a los salarios injustos, y nos negamos a comprar este tipo de productos… Pues bien, miles de millones de decisiones éticas de este tipo nos harán avanzar hacia el tipo de mundo que necesitamos” (página 133).

“En la actualidad el ritmo de extinción debido a la acción humana es mucho más veloz que la tasa de desaparición natural (…). Lo que intentamos hacer es reparar el daño que hemos causado. Y no se trata solo de beneficiar a los animales. Intento que la gente comprenda hasta qué punto los seres humanos dependemos del mundo natural en todos los sentidos: alimento, aire, agua y vestido. Y los ecosistemas tienen que estar sanos para cubrir nuestras necesidades. En el tiempo que pasé en la selva tropical de Gombe, aprendí que cada especie desempeña un papel y que todo está interconectado. Cada vez que una especie se extingue es como si se abriera un agujero en el maravilloso tapiz de la vida” (página 115).

El libro de la esperanza es todo un pozo de sabiduría, expresado de una manera muy emocional y con sencillez. Os traemos aquí un último retazo de la profundidad y empatía con que Goodall explica las cosas:

“–Me interesa saber cómo defines espíritu.

–Nadie me lo ha preguntado antes. Creo que personas diferentes lo definirán de forma muy diversas en función de su contexto, educación y religión. Tan solo puedo decirte lo que significa para mí. Es mi energía, una fortaleza interior que procede de mi percepción de estar conectada a un gran poder espiritual que siento intensamente, especialmente cuando estoy en la naturaleza” (página 163).

***

El recorrido del nuevo libro de David Attenborough, Una vida en nuestro planeta. Mi testimonio y una visión para el futuro (editorial Crítica), es similar al de Goodall. Enfoca un panorama oscuro, para luego apostar claramente por la esperanza.

Mirad cómo pinta el planeta en las décadas de 2080 y 2100, según Attenborough: “En la década de 2080, la producción global de alimentos en tierra firme entrará en crisis. En las zonas más frescas y prósperas del mundo, en las que la agricultura intensiva llevará un siglo utilizando una excesiva cantidad de fertilizantes, los suelos quedarán agostados y yermos. Las cosechas más importantes del año se perderán. En las regiones más cálidas y empobrecidas del planeta, el calentamiento global podría aumentar todavía más las temperaturas medias, provocando cambios en el ciclo de los monzones, así como tormentas y sequías que condenarán al fracaso las prácticas agrícolas (…)

Si seguimos manteniendo el actual ritmo de utilización de pesticidas y causando la desaparición de hábitats y la propagación de enfermedades entre los insectos polinizadores, como las abejas, en la década de 2080 la pérdida de especies de insectos acabará por afectar a las tres cuartas partes de nuestras cosechas. Si la reproducción de las plantas deja de contar con la diligente labor de los insectos que las polinizan, la recolección de frutos secos, verduras y semillas oleaginosas podría fracasar.

Llegadas las cosas a un determinado punto, la situación podría muy bien empeorar con el surgimiento de una nueva pandemia. Apenas estamos empezando a comprender la relación que existe entre la irrupción de nuevos virus y la decadencia del planeta. Se estima que en las poblaciones de mamíferos y aves se agazapan 1,7 millones de tipos de virus potencialmente peligrosos para la especie humana. Cuanto más tiempo sigamos fracturando el mundo salvaje con la deforestación, la expansión de las tierras de cultivo y el tráfico ilegal de especies salvajes, tanto mayores serán las probabilidades de que estalle otra pandemia” (página 133).

“Década de 2100. El arranque del siglo XXII podría asistir a una crisis humanitaria de alcance global. Estamos hablando del más grave caso de emigración forzosa de seres humanos de la historia. Según las predicciones, en el transcurso del siglo XXI las ciudades del litoral tendrán que hacer frente a un aumento de 0,9 metros en el nivel del mar. (…) Para el año 2100, es muy posible que más de mil millones de personas de unas 500 poblaciones costeras lleven ya 50 años esforzándose en superar los efectos de las mareas vivas provocadas por las tempestades. (…) Será imposible resguardar poblaciones como Róterdam, Ciudad Ho Chi Minh, Miami y muchas otras, lo que significa que se convertirán en lugares sometidos a una situación de riesgo que las compañías de seguros se negarán a asumir y que por lo demás acabarán siendo inhabitables.

Pero hay problemas peores. Si la cadena de acontecimientos que acabamos de describir se desarrolla tal y como prevemos, en 2100 la temperatura media del planeta habrá aumentado 4° C.  Más de la cuarta parte de la población humana podría verse obligada a residir en regiones con una temperatura media superior a los 29° C, lo que implica tener que soportar cotidianamente un calor que hoy solo se registra en el abrasador Sáhara. En esas áreas sería imposible cultivar la tierra, de modo que a mil millones de personas de las zonas rurales no les quedará más remedio que abandonar sus regiones de origen en busca de mejores perspectivas. La acogida de esos flujos humanos someterá a aquellas regiones del mundo cuyo clima siga siendo relativamente suave a una presión excesiva. El cierre de fronteras será inevitable, y es probable que estallen conflictos en todo el mundo” (página 135).

Pero en la segunda parte del libro, el famoso historiador de la naturaleza –también premio Príncipe de Asturias, de Ciencias Sociales, en 2009– aporta soluciones, buenas experiencias, que, como en el caso de Goodall, construyen una esperanza activa. Veamos cuatro ejemplos concretos de buena prácticas que se cuentan en el libro:

Alejarnos del PIB. “En 2019, Nueva Zelanda dio un paso muy audaz al eliminar formalmente el PIB como principal indicador de éxito económico. Al buscar una nueva fórmula de valoración no se basó en ninguna de las alternativas existentes, sino que optó por crear un índice propio, fundado en sus preocupaciones nacionales más urgentes. El método de cálculo incluye las tres pes: provecho, personas y planeta. Con este solo gesto, la primera ministra neozelandesa, Jacinda Ardern, cambió las prioridades de todo el país, alejándolas de la idea de un crecimiento puro y duro para centrarlas en planteamientos capaces de reflejar más adecuadamente los problemas y las aspiraciones de muchos de los seres humanos actuales” (página 152).

Proteínas alternativas, menos carne. “En unas pocas décadas, los alimentos que más fácilmente se prestan a la elaboración basada en los sistemas de proteínas alternativas –como la carne picada, las salchichas, las pechugas de pollo y los productos lácteos– podrían ser efectivamente sustituidos por estos sucedáneos. Pese a que la producción de los alimentos más especializados –como la carne de primera calidad, los quesos finos y las exquisiteces cárnicas, que exigen un prolongado periodo de curación– se siga recurriendo a los métodos tradicionales, la población humana conseguirá utilizar una superficie de tierra mucho menor para alimentarse, con aportes de energía y agua muy inferiores, y con un coste de emisiones de gases de efecto invernadero igualmente reducido. La revolución de las proteínas alternativas podría dar un empujón muy significativo a los esfuerzos encaminados al surgimiento de una humanidad sostenible para el planeta”. (…). “Hay estimaciones que sugieren que la humanidad podría producir alimentos suficientes con la mitad de tierra que hoy emplea en la industria agropecuaria –lo que equivaldría a conformarnos con una superficie equivalente a la de Norteamérica– . Y eso tendría un valor extraordinario, ya que necesitamos urgentemente toda la superficie de terreno que se libere de ese modo. Será el escenario en el que llevemos a cabo los esfuerzos más importantes de incremento de la biodiversidad y la captura de carbono” (página 198).

Empoderamiento de las mujeres, descenso demográfico. “En todos los países en que las mujeres disponen del derecho al voto, en aquellas regiones en que la escolarización de las niñas se prolonga, cada vez que las mujeres disponen de la capacidad de regir sus vidas en lugar de tener que someterlas al dictamen de los hombres, allí donde encuentran acceso a una buena atención médica y a un adecuado sistema de contracepción, siempre que cuentan con libertad para desempeñar cualquier clase de empleo y de elevar sus aspiraciones existenciales, las tasas de natalidad caen. La razón es muy simple: el empoderamiento se acompaña de una mayor libertad de elección, de modo que, si la vida ofrece más opciones a las mujeres, lo que estas eligen muchas veces es tener menos hijos” (página 230).

“Las investigaciones efectuadas en el Centro Wittgenstein de Demografía y Capital Humano Global de Austria han demostrado que la concreción de un sólido esfuerzo internacional encaminado a mejorar los niveles educativos en el conjunto del planeta puede transformar de manera espectacular las tendencias del crecimiento demográfico humano. En una de sus previsiones, los estudiosos de esa institución calcularon lo que sucedería si los sistemas educativos de las naciones más pobres del mundo mejoraran en el siglo XXI a la misma velocidad que acertaron a imprimirle a lo largo del XX los países de más rápido desarrollo económico. En ese supuesto de avance acelerado, el pico de población humana se producirá muy pronto, en 2060, nada menos, y se alcanzaría con una cifra de 8.900 millones de personas. Esto constituye una revelación asombrosa, ya que significa que el simple hecho de invertir en los sistemas educativos y sociales podría permitirnos reducir el pico de población humana en más de 2.000 millones de personas y adelantarlo 50 años” (página 231).

Ciudades más verdes y habitables. “Además de constituir espacios para el ocio, se ha demostrado que los ámbitos dedicados a la vida vegetal urbana refrescan las ciudades, purifican el aire y mejoran el bienestar mental de los urbanitas. En consecuencia, las ciudades están volviendo a dar cabida a la naturaleza en sus municipios, y para ello proceden a ampliar sus parques, a construir avenidas y a fomentar la construcción de azoteas verdes o ajardinadas y la aparición de paredes cubiertas por cascadas de plantas”. “Londres ha declarado ser la primera ciudad del mundo concebida al modo de un parque nacional, y para ello ha elaborado un plan destinado a convertir más de la mitad de sus superficie en espacios naturales a fin de conseguir que la vida de los londinenses tenga un carácter más verde, más saludable y más vinculado con los espacios agrestes” (página 240).

Y termina así Richard Attenborough: “El Homo sapiens, es decir, el humano sabio, ha de aprender de sus errores y hacer honor a su nombre. Las personas que vivimos en el momento presente tenemos ante nosotros la formidable tarea de garantizar que la especie continúe viva en el futuro. No debemos perder la esperanza (…) Todavía estamos a tiempo de introducir cambios, de modular nuestro impacto, de cambiar el rumbo de nuestro desarrollo y de volver a ser una especie en armonía con la naturaleza. Todo cuanto se necesita es la voluntad de hacerlo. Las próximas décadas van a suponer la última oportunidad de construir un hogar estable para nuestra especie y de reconstituir el variado, saludable y maravilloso mundo que heredamos de nuestros lejanos antepasados. Nos jugamos nuestro futuro en el planeta” (página 255).

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Comentarios

  • Miquel À. Mur Gistaín

    Por Miquel À. Mur Gistaín, el 12 abril 2022

    Enhorabuena, valoro mucho lo que he leido, ya que estoy tratando de integrar relació material con la espiritual en una visión con sentido de toda Vida, En Ello trato de involucrar Laudato si (encíclica papal sobre Ecologia integral) y Deep ecology (Arne Naess) y los postulados de Helmut de la Guerra sobre el antropocentrismo de Teilhard de Chardin. Un fuerte abrazo y Adelante. Muchas gracias!

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