Jarama, el río que nos lleva… a la mugre que tiramos

Una limpieza de ciudadanos voluntarios en un área protegida del río Jarama revela la grave situación de los cauces fluviales por los residuos incontrolados. Foto: Rosa M. Tristán.

El sauce llora a raudales. Entre su inmenso tronco, a orillas del río Jarama, en el espacio protegido del Parque Regional del Sureste (Madrid), una manta de mugre impide que salgan los brotes. Entre las ramas pende un calzoncillo embarrado, pero impacta más la masa conglomerada de toallitas, salva-slip, bolsas y guantes de plástico, latas, más toallitas, trapos, compresas, más toallitas, fragmentos de objetos no identificados. Se agradece la mascarilla porque la mugre huele. Una limpieza de ciudadanos voluntarios en un área protegida del río Jarama revela la grave situación de los cauces fluviales por los residuos incontrolados.

Alrededor del sauce llorón, la escena es dantesca. Olmos, fresnos, álamos, espinos albar… Todos recubiertos de la misma masa informe, colgajos de desperdicios putrefactos que alguien, a varios kilómetros, tiró por el desagüe. Y nada en la Tierra desaparece. Se transforma: en porquería, junto a un río Jarama al que Rafael Sánchez Ferlosio regaló una de sus novelas memorables.

Se siente el dolor de un puñetazo cuando, entre ese marasmo, se descubre un nido de ánade real con ocho huevos. Está hecho de restos de basura, lo único que encontraron para acoger a sus crías, que nacerán, si nacen, en un entorno absolutamente degradado. “Si está así es, primero, porque la gente echa de todo al desagüe o directamente al río; segundo, porque no hay capacidad en las depuradoras para el volumen que llega con las crecidas de las tormentas, y la Filomena de este año ha sido tremenda; y tercero porque nadie lo limpia”, explica Esther Moraga, educadora ambiental y miembro del colectivo Enmienda: limpia tu mierda, agrupación de voluntarios que ha decidido entrar en acción organizando limpiezas como la que me ha traído un sábado a este lugar, a las afueras de San Fernando de Henares (Madrid). A un tiro de piedra de la capital.

Que la zona sea parte de una reserva protegida tiene su miga. El Jarama, el río más largo de la Comunidad de Madrid, nace en la peña Cebollera (sierra de Ayllón) para acabar en el Tajo, protagonista de otra gran novela castellana: El río que nos lleva, de José Luis Sampedro. En su recorrido es posible encontrarse con entre 120 y 147 especies de aves, por lo que contiene una docena de Zonas de Especial Conservación (ZEC) y de especial protección de aves (ZEPA). Es un maravilloso bosque de ribera; pero para su desgracia junto a municipios que están en expansión continua: “El Jarama tiene la mala suerte de no contar con la importancia que debería, ni para la comunidad autónoma, ni la cuenca hidrográfica [la del Tajo], ni para los municipios que atraviesa, que han crecido en población sin que lo hicieran sus infraestructuras, así que los residuos, especialmente aguas fecales y desperdicios, acaban en este río que es espectacular”, denuncia Moraga.

En realidad, no son los primeros que lo hacen. Hace años que organizaciones ecologistas alertan sobre la situación del Jarama. Se sabe que con las tormentas, los sistema de depuración (las EDAR) reciben más caudal –lo que es frecuente en este río porque es muy dinámico y tiene fuertes crecidas–, así que rebosan los colectores y los aliviaderos directamente vierten el sobrante al cauce. Lleve lo que lleve. “Es posible porque aquí en esta zona no hay lo que se llama tanques de tormentas, es decir, grandes depósitos que deberían tener los colectores para acumular los residuos.”, explica Moraga. De hecho, en toda la provincia hay 65, pero escasean en la cuenca del Jarama (uno en Valdebebas y otro en el Manzanares) y es fácil encontrar declaraciones en las que la Comunidad y la Confederación Hidrográfica se pasan la pelota de la responsabilidad sobre quien tiene la culpa de que el río sea un vertedero.

En esta jornada de limpieza, una treintena de voluntarios se afanan en llenar bolsas. A lo que traen esas aguas de los colectores, todo lo que las EDAR no filtran que es mucho, se suma lo que se tira directamente a la naturaleza y la multiplicación de puntos negros de vertederos ilegales cerca de sus orillas y afluentes. Es un ecosistema de garzas reales y martinetes, pero lo que se ve son trozos de electrodomésticos oxidados, botellas llenas de orines (cuentan que algunos camioneros las tiran por la ventana para evitar parar), restos de coches, ruedas, bolsas de plástico, botellas y latas, escombros, trozos de plástico…

Fue en mayo de 2020, con la desescalada, cuando un grupo de unas 15 personas se unieron bajo el lema que hoy, dicen, les representa, ese contundente Enmienda: limpia tu mierda, un grupo independiente de toda institución u organización que no deja de crecer. “Teníamos que hacer algo, no sólo quejarnos, y nos pusimos en acción”, explican mientras, con la manos en la masa, liberan los primeros brotes verdes de la primavera. De fondo, cantan los mirlos.

Foto: Rosa M. Tristán.

Proyecto Libera en los ríos españoles

Esta limpieza del Jarama no forma parte de otro proyecto muy amplio y conocido, pero al que es preciso referirse para abordar la limpieza de basura en la naturaleza. Se trata de la iniciativa del Proyecto Libera (Ecoembes y SEO/BirdLife), que también ha puesto el foco en el río madrileño, en colaboración con las empresas Biotherm y Ecoalf. Se llama Limpia los ríos, salva océanos y tienen como objetivo la recuperación de la cuenca entera, con repoblaciones si son necesarias y expulsión de especies invasoras.

Precisamente Libera ha presentado recientemente los datos de su última campaña en varios ríos de España, con 5.000 voluntarios. Recogieron 6,4 toneladas de basura en 338 puntos diferentes. En total, más de 75.000 residuos que luego clasifican para tener datos de los tipos de basura que hay en la naturaleza y así, explican, “plantear estrategias eficientes y efectivas para acabar con este problema ambiental”. Es decir, se trata más de caracterizar qué es lo que hay que de recoger una gran cantidad, una clasificación que se hace a través de la app móvil eLitter que llevan los participantes. Sus datos se integran en la base de datos del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO) y en el Barómetro de la Basuraleza de Libera.

Esa información permite saber, a través de sus informes, que en 2018 el top de lo encontrado fueron las perennes toallitas húmedas, seguido de latas y colillas; sin embargo, en 2019 había más colillas, que parece que este año repiten en el primer puesto del sucio ránking.

En el Jarama, sin embargo, no distingo casi colillas entre tanta masa de celulosa. Si cada español consume al año 15 kilos de toallitas húmedas, como indican en otro de sus informes, Tirando de la cadena de la higiene personal, son muchos millones de toneladas las que tengo delante. Muchas, adornando los carrizos. Es más, si me fijo no piso tierra o arena, sino celulosa entre plásticos sedimentados con lodos.

El paisaje gris, hasta metro y medio de altura, que me rodea sale muy caro: los datos dicen que sólo en Europa se gastan entre 500 y 1.000 millones de euros al año en arreglar los atascos que generan en los saneamientos. También nos dicen, como reveló la OCU en otra investigación, que aunque lo ponga en las etiquetas, estas materiales higiénicos no son biodegradables porque contienen plástico y pasan por las depuradoras sin deteriorarse.

Condones, calzoncillos, bastoncillos, tampones

No son los únicos aderezos de los árboles y arbustos: veo condones, calzoncillos, bastoncillos, tampones, discos desmaquilladores, compresas (¿sabías que el 90% de una compresa es plástico, según la Women’s Environmental Network?)… A estas alturas ya no lo huelo, pero como señala el mencionado informe, todo está aliñado con fármacos, amoniaco, disolventes… Y de lo que no se recoja, hasta un 80% acabará en un océano, el Atlántico en este caso, como concluyó el trabajo publicado en Science por la americana Jenna Jambeck sobre la cantidad de basura que sueltan los ríos.

Luego está lo que se acumula en el fondo del cauce, donde estos residuos “provocan que las aguas se muevan más lentamente y también contribuyen a un aumento de la temperatura del agua y a que los nutrientes se transporten más lentamente afectando así a todo el ecosistema”, como ha denunciado WWF.

“Desde luego, hay soluciones. Lo primero es ser conscientes de lo que tiramos y acaba en la naturaleza, que no desaparece por arte de magia, pero también es verdad que a los consumidores nos deben proporcionar alternativas que no dañen el entorno y que hay responsabilidades públicas en la gestión de los residuos, porque todo esto no puede acabar en un río, entre los azulones”, comenta Esther Moraga mientras dedicamos unas horas a enmendar el desaguisado.

Al final de la jornada, contamos: ¡250 bolsas a reventar! A unos seis kilos por cada una, como mínimo, sale una tonelada y media. Enseguida, los voluntarios hacen fila para trasladarlas al camión de la basura municipal que hoy, informado el Ayuntamiento, ha venido para llevársela. Otras veces, se buscaron la vida.

Queda muchas toneladas por quitar, pero basta echar un vistazo atrás para comprobar que muchos árboles han perdido su color gris y su verde brilla de nuevo.

¿Hasta que otra tormenta los vuelva a cubrir de inmundicia?

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