Javier Krahe ya tiene biografía: ‘ni feo, ni católico, ni sentimental’

El cantante y compositor Javier Krahe.

Un prólogo de Julio Llamazares, un epílogo de Javier López de Guereña, una cita de Valle-Inclán (“nada es como es, sino como se recuerda”). Y entre estos apetitosos contenidos, 250 páginas de palabras y versos que atesoran lo más interesante de la vida y obra de Javier Krahe (Madrid, 1944 / Zahara de los Atunes, Cádiz, 2015), escritas por su biógrafo, Federico de Haro. Él logra, con un estilo fluido y muy ameno, mantener al lector atento a la lectura y con una sonrisa permanente en el rostro. La familia y los amigos de Krahe, desde Sabina a El Gran Wyoming, han abierto al autor las puertas de su memoria y de sus archivos para dar forma definitiva a este libro, ‘Javier Krahe, ni feo, ni católico, ni sentimental’, que edita Reservoir Books. Charlamos con Federico de Haro.

¿Cuál es el germen de esta biografía, qué te conecta a Javier Krahe?

Soy de esa generación que creció escuchando en el coche Marieta y como decía “gilipollas” y a tus padres les hacía gracia y te llamaba la atención. Ese fue mi primer contacto. Luego dejé de seguirlo durante unos años y retomé el interés hacia finales de los 90. Durante esos últimos años yo era seguidor, iba a los conciertos… Nunca llegué a hablar con él, quizá por un exceso de respeto o por temor a que no tuviera el día, pero empecé a recopilar por afición todas las anécdotas y entrevistas que iban saliendo y apuntaba las introducciones de las canciones de los conciertos, que a veces me parecían casi tan geniales como la propia canción. Una mañana, oyendo una entrevista que hacían a Javier López de Guereña, su guitarrista, fantaseaban con la idea de que alguien hiciera una biografía. Fue pasando el tiempo y sabía que al menos tenía que intentarlo, así decidí empezar. Me puse en contacto con la familia y todo lo que me he encontrado ha sido puertas abiertas y alfombra roja.

Quizá lo que más defina a Javier Krahe sea el individualismo. Sin embargo, creció en una familia muy numerosa. ¿Cómo crees que influyó esa condición en su personalidad posterior?

Estoy de acuerdo en que el individualismo, el no aceptar etiquetas, quedarse siempre con sus “poquedumbres”, como decía él, es su rasgo definitorio. Y es verdad que viene de una familia numerosa. Pero yo creo que al crecer en una familia numerosa la atención que recibe cada hijo es en este caso un séptimo de lo que sería si fuera hijo único. Entonces, uno se cría un poco como puede, de forma individual. En todo caso, creo que si algo le influyó en su infancia es la personalidad del padre, que por los testimonios que he recogido marca la de todos los hijos. Hay una mezcla de autoridad férrea, muy distante, pero a la vez con un humor muy particular. Eso define bastante cómo era la familia Krahe de Salas.

La figura artística que marcó a Krahe fue Georges Brassens, ¿Qué tenía el francés que impactó tanto al madrileño?

Creo que es una combinación de varias cosas. Krahe ha trabajado ya en la empresa de publicidad, se va a Canadá tres años, no tiene un rumbo fijo y en ese momento descubre a Brassens. Aun así, él decía que tenía ya canciones que luego se dio cuenta de que eran muy “brassensianas”. Ahí se produce la sintonía. Encuentra en él un punto hacia dónde dirigirse, tanto como escritor de canciones como en cuanto a la postura vital. En los años más cercanos a su descubrimiento, Brassens es un faro. Después va explorando otros caminos y se va alejando un poco de él, pero es una mezcla de lo que quiere ser como autor de canciones, un modelo; y por otro lado se siente muy identificado con una forma de estar en el mundo, con ser un verso libre.

Cuando Krahe empieza en los escenarios, el panorama del cantautor en España era más político que otra cosa. Sin embargo, parece que para él era más importante ser un cantautor que entretenía al público que alguien que adoctrina políticamente.

Estoy completamente de acuerdo. Creo que eso es lo que introduce Javier Krahe en el panorama español como novedoso. El modelo de cantautor era entonces o bien político o bien fúnebre y tristón, y Krahe rompe con todo eso. Lo principal es divertir y para eso hay que divertirse. Por eso creo que inaugura una forma de estar en el escenario, casi diría un nuevo concepto de espectáculo. Todo lo que ocurre en La Mandrágora desde luego es algo muy singular.

Joaquín Sabina se refiere a Krahe como su maestro. ¿Qué crees que admiraban el uno del otro?

Cuando hablé con Joaquín le planteé si la admiración era mutua. Y me dijo “creo que sí, pero nunca al mismo nivel”. Sabina insistía siempre en que para él Javier Krahe era su maestro y que Krahe tenía otros maestros. Sabina encuentra en Krahe lo que este había encontrado en Brassens y Joaquín dice que cuando viene de Londres y lo conoce ve en él una iluminación absoluta. Se queda fascinado y hace poco tiempo dijo que hasta día de hoy, cuando acaba una canción se pregunta si le habría gustado a Krahe. En el caso de Javier hacia Sabina, creo que es distinto. En Joaquín encuentra un monstruo en el escenario. Y esa es al menos en sus primeros años, una de sus grandes carencias. Krahe se ponía muy nervioso, le daban ataques de miedo, le temblaba la mano, sus destrezas musicales eran más limitadas… Y además creo que era muy importante que entre ellos hay una complicidad que va más allá de las canciones. Si se mezcla todo eso sale esa relación tan particular.

Parece que Krahe era una persona poco interesada en la fama. ¿Cómo se enfrentó a ella cuando le llegó?

Indagué bastante en esto, porque yo no sabía si él había huido de la fama o si había hecho de la necesidad virtud y se había encontrado luego a gusto en ese terreno en que se quedó. Me dijo Joaquín que él creía que Krahe sí esperaba tras La Mandrágora una repercusión en España similar a la que tuvo Brassens en Francia. Krahe tuvo poca popularidad al menos en aquella época, pero siempre tuvo mucho prestigio y yo creo que una cosa compensa la otra.

Era un artista tan inusual que se negaba a dar conciertos en verano, porque él estaba de vacaciones y se iba a la playa.

Eso es fascinante. El motivo de no dar conciertos en verano creo que es por disfrutar de la vida. Él en verano lo que quiere es estar tranquilo en Zahara de los Atunes, cuando él aprovecha para componer, y estar dando conciertos es un incordio. Nunca fue tras el dinero como un fin en sí mismo. En el documental que le hicieron Joaquín Trincado y Ana Murugarren lo dice. Un día pensó que si él de pequeño tenía tres meses de vacaciones, conformarse con menos era ir a peor.

¿Podemos decir que la obra de Krahe es más poética que musical?

Es una pregunta complicada, no lo tengo muy claro. El género canción y el género poesía son primos hermanos. Creo que las canciones de Javier Krahe son mejores como canciones que como poesías, siendo magníficas como poesías. Me parece que por ejemplo el humor en la canción encaja mejor que en la poesía y el humor es una de las señas de identidad de Krahe, lo que le permite no caer en la pedantería o en la erudición. Y el género canción es también más ligero y entiende muy bien todas las particularidades de Krahe.

Otro de sus puntos fuertes es el concierto. ¿Qué sucedía ahí, qué atmósfera era él capaz de generar en con su público en un bar o en un café?

Te contesto casi más como asistente. Lo que he visto sobre todo en los conciertos de principios de los 2000 de Javier Krahe no lo he visto en ningún otro escenario. Esa complicidad que se creaba entre él y sus músicos y entre ellos y el público, yo no la he vuelto a ver. Me contaba Gerardo, del Café Central, que era algo muy inusual, muy extraño y atípico. Cuando actuaba allí, si algún extranjero estaba entre el público, se quedaba hasta el final, aunque no entendiera nada de lo que se estaba cantando. Quiero pensar que de algún modo se percibía esa singularidad que iba más allá de las letras y uno se sentía afortunado de estar allí. Él tenía una autenticidad que calaba en el público.

En una ocasión le vetaron por cantar contra el PSOE y él escribió: “Qué feos son los gobernantes cuando se ven al natural”. Krahe era un hombre que estaba en contra de posicionarse. ¿Qué pensaría de la sociedad actual, tan polarizada, en la que da la sensación de que el que no se posiciona claramente en uno u otro lado es sospechoso de algo?

Me encanta esa canción que citas, que se titula Me internarán y que no es casi nada conocida, en la que relata el incidente. Lo de no posicionarse tiene que ver con no aceptar las etiquetas. Era muy consciente de que definir es limitar y por tanto definirse es limitarse. De ahí su rechazo a que se le incluyera en grupos. Es un poco también el lema de Brassens, “morir por las ideas, pero de muerte lenta”. Me encantaría poder saber qué pensaría de la sociedad actual, pero su punto de vista era tan singular y tan genial que es imposible poder ponerme en su lugar. Él era un genio de lo cotidiano, que tenía también mucho de sabio y los sabios tienden más a la duda que a la certeza y la convicción. Lo dice en la canción El cromosoma: Prefiero caminar con una duda que con un mal axioma. Eso le vale en general para todo. Y creo que esa es una de las bases de la libertad.

Tras leer la biografía, me da la sensación de que si él hubiera vivido este último año y pico que llevamos, la pandemia habría sido una mina para sus letras, por la oportunidad sociológica, única y excepcional.

Seguro que sí. Creo que habría soportado la situación con resignación, me gusta pensar que se habría refugiado en hacer canciones. Es curioso, porque alguna vez le preguntaron por qué no había hecho una canción sobre el deporte y contestó que porque no había encontrado el punto de vista. Hasta que no veía el modo singular de enfocar algo no se ponía a ello. Ojalá hubiera encontrado el punto de vista desde el que enfocar esto. Y si no le hubiera dado para una canción, seguro que habría sacado toda la terminología nueva de virólogos como ráfagas de humor, como guiños, en algunas canciones.

El autor de la biografía de Krahe, Federico de Haro.

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